Fútbol de Cochabamba: Wilstermann venció a Arauco Prado con muy poco fútbol
José Vladimir Nogales
Si juzgamos el resultado (2-0), hablaremos de un Wilstermann implacable, eficaz, pragmático, victorioso y avasallante (desde su retorno a la asociación sólo igualó un partido en el Capriles). Si medimos el fútbol, diremos poco o nada. El equipo de Chacior no es ni orquesta ni coro. Es un archipiélago, un cuadro espeso, sin identidad, despersonalizado por la inestabilidad (de nómina y formato). El prodigio no es ganar tanto, es ganar así. Haciendo nada, o muy poco. El hallazgo es prescindir del fútbol. Invertir monedas para recoger enormes dividendos.
Este sábado volvió a suceder. Wilstermann venció gracias a un par de fogonazos (uno a poco de haberse activado el cronómetro y el otro poco antes de apagarlo) de Matías Martins. El primero entra en la categoría de los devastadores golpes de vestuario, aquellos que inutilizan el plan primigenio del adversario. Lo difícil, como siempre, es acertar el primer puñetazo entre el hígado y la moral. Y eso fue lo que hizo Wilstermann con su primera carga de profundidad. El argentino recogió un balón que sobró al golero y, con un rápido giro, sacó un potente disparo sobre el desprotegido primer palo. Minuto 5.
No hubo más argumentos que los goles. Y si nos ponemos funcionariales nada se puede reprochar a los rojos por ahorrar luz y agua. Visto bajo el prisma de la recomendada austeridad cuando nos agobian las presiones inflacionarias, hasta podríamos elogiar su capacidad para ajustarse al rival. Hay quienes precisan para cada conquista, menor o minúscula, operaciones a gran escala. Otros, en cambio, son capaces de calcular el esfuerzo al céntimo. Y ganar. Como Wilstermann.
Pero ganar así, más allá de los alegatos utilitarios de costumbre, sirve de poco. Porque la conquista (el botín) sobrevalúa los medios, esconde imperfecciones, minimiza defectos e impide, para peor, el desarrollo de virtudes que, en un contexto de superficialidades resultadistas, se atrofian.
A partir del gol, Arauco Prado sintió inútil todo su esfuerzo. Con seguridad, el plan original (bajo la primacía del cero) no ofrecía un contenido disímil al ejecutado en el desarrollo de la batalla (presión y resistencia), pero con la pequeña gran diferencia de que no da lo mismo jugar a defenderse con el marcador virgen que con uno ya quebrado.
Dentro del rudimentario contexto que agobia al fútbol asociacionista, Arauco Prado exhibió virtudes indudables. El equipo se manejó con orden y se desplegó con valentía, presionando sobre el balón, apretando las marcas, tocando el balón con sentido y cierta agilidad. Sin embargo, su laborioso planteamiento no se acompañaba de la ferocidad que se requiere ante Wilstermann. Mucho peor si, para progresar con balón dominado, el índice de imprecisión alcanza niveles tóxicos.
Es muy probable que Arauco Prado acabara confundido, dudando sobre la utilidad de un plan guerrillero (conservador) en un desarrollo contaminado por el gol recibido. Y mientras el partido estuvo vivo (más de 80 minutos), lo controló Wilstermann. Fácil sería comentar que en ese tramo sólo le faltó el gol, desglosando el despilfarro de Martins. Sin embargo, a su equipo no le faltó tanto el gol como lo inmediatamente anterior, el pase o el regate, la acción que desequilibra y desarma al rival. Cumplidas las tareas de la defensa (Arauco Prado nunca inquietó seriamente a Mauro Machado) y del centro del campo, nadie consiguió hacer fuego, apenas sacaron chispas.
Las razones son variadas y seguro que tienen que ver con la diferencia de recursos y con la ausencia de Godoy (que jugó muy poco en lo que va de campaña) y Olmedo. Pero también con un planteamiento (3-4-1-2) que distanció demasiado de los proveedores a los puntas (Brian López y Matías Martins). Ambos fueron un peligro, pero un peligro intermitente, mal alimentado. De modo que quedó pendiente la conexión con Guzmán, que vuelve a exhibir, además de su característica parsimonia, una perniciosa tendencia a recostarse sobre la banda, vaciando el eje y complicando, en consecuencia, las perspectivas de profundidad.
Los argumentos de Wilstermann eran muy pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Amilcar Sánchez (incómodo como volante de equilibrio) y la escasa consistencia de Melgar, cuya habilidad para manejar la salida y controlar el ritmo estuvo adormecida. El caso es que Wilstermann no tenía recuperación en mitad de campo (Sánchez y Melgar cortan poco) ni timonel ni primer pase, sólo Martins para lo que fuera menester. El argentino desbordó mucho, pero nunca sintonizó con Brian López ni encontró referencia en el área, consecuentemente naufragó entre el apuro y la incomodidad de su perfil.
Tras el intermedio nada cambió. Wilstermann continuó al mando y Arauco Prado, menos laborioso que antes, buscó petróleo en la fugacidad de alguna corrida inconclusa o en la explosión de pelotazos exploratorios. Muy poco para cambiar la agonía de una tarde somnífera, aún bajo la protección de sombras amigas. El ingreso de Christian Machado (por el etéreo Amilcar Sánchez) mejoró la marca y brindó soltura a Melgar, favoreciendo la circulación. Con más balones limpios a disposición, la ofensiva roja fluyó en volumen pero no en profundidad. ¿Por qué? Por el despilfarro de la posesión. Ni el tiempo de tenencia ni el índice de fluidez sirven si el manejo de pelota no se traduce en maniobras profundas. Y Wilstermann, víctima de su parsimonia y estatismo, no ofrece opciones de descarga a quienes trasladan el balón, minimizando opciones e induciendo a la dilación. Por lo general, la escasez de variantes para descargar tiene que ver con la pasividad de los receptores (no se muestran, no señalan el pase) o con la nulidad de sus movimientos (se esconden o incrustan en zonas de tráfico denso). Este Wilstermann de Chacior se despliega mal. Todos corren en línea, no existen las diagonales. Nadie busca el espacio vacío, consecuentemente se multiplican los pases errados, foco de contaminación de cualquier proyecto de juego.
En esa nebulosa, el golero Mauro Machado pidió la ejecución de un tiro libre frontal cuando el tiempo se extinguía. Su disparo, devuelto por el travesaño, cayó justo a la cabeza de Martins (martirizado por su puntería), quien solo tuvo que empujarla para que su doblete redondeara un triunfo opaco de los rojos.
Wilstermann: Mauro Machado, Vidal, Taboada, Garzón, Delgadillo, Llanos, Melgar, Sánchez (C. Machado), Guzmán, López y Martins.
Si juzgamos el resultado (2-0), hablaremos de un Wilstermann implacable, eficaz, pragmático, victorioso y avasallante (desde su retorno a la asociación sólo igualó un partido en el Capriles). Si medimos el fútbol, diremos poco o nada. El equipo de Chacior no es ni orquesta ni coro. Es un archipiélago, un cuadro espeso, sin identidad, despersonalizado por la inestabilidad (de nómina y formato). El prodigio no es ganar tanto, es ganar así. Haciendo nada, o muy poco. El hallazgo es prescindir del fútbol. Invertir monedas para recoger enormes dividendos.
Este sábado volvió a suceder. Wilstermann venció gracias a un par de fogonazos (uno a poco de haberse activado el cronómetro y el otro poco antes de apagarlo) de Matías Martins. El primero entra en la categoría de los devastadores golpes de vestuario, aquellos que inutilizan el plan primigenio del adversario. Lo difícil, como siempre, es acertar el primer puñetazo entre el hígado y la moral. Y eso fue lo que hizo Wilstermann con su primera carga de profundidad. El argentino recogió un balón que sobró al golero y, con un rápido giro, sacó un potente disparo sobre el desprotegido primer palo. Minuto 5.
No hubo más argumentos que los goles. Y si nos ponemos funcionariales nada se puede reprochar a los rojos por ahorrar luz y agua. Visto bajo el prisma de la recomendada austeridad cuando nos agobian las presiones inflacionarias, hasta podríamos elogiar su capacidad para ajustarse al rival. Hay quienes precisan para cada conquista, menor o minúscula, operaciones a gran escala. Otros, en cambio, son capaces de calcular el esfuerzo al céntimo. Y ganar. Como Wilstermann.
Pero ganar así, más allá de los alegatos utilitarios de costumbre, sirve de poco. Porque la conquista (el botín) sobrevalúa los medios, esconde imperfecciones, minimiza defectos e impide, para peor, el desarrollo de virtudes que, en un contexto de superficialidades resultadistas, se atrofian.
A partir del gol, Arauco Prado sintió inútil todo su esfuerzo. Con seguridad, el plan original (bajo la primacía del cero) no ofrecía un contenido disímil al ejecutado en el desarrollo de la batalla (presión y resistencia), pero con la pequeña gran diferencia de que no da lo mismo jugar a defenderse con el marcador virgen que con uno ya quebrado.
Dentro del rudimentario contexto que agobia al fútbol asociacionista, Arauco Prado exhibió virtudes indudables. El equipo se manejó con orden y se desplegó con valentía, presionando sobre el balón, apretando las marcas, tocando el balón con sentido y cierta agilidad. Sin embargo, su laborioso planteamiento no se acompañaba de la ferocidad que se requiere ante Wilstermann. Mucho peor si, para progresar con balón dominado, el índice de imprecisión alcanza niveles tóxicos.
Es muy probable que Arauco Prado acabara confundido, dudando sobre la utilidad de un plan guerrillero (conservador) en un desarrollo contaminado por el gol recibido. Y mientras el partido estuvo vivo (más de 80 minutos), lo controló Wilstermann. Fácil sería comentar que en ese tramo sólo le faltó el gol, desglosando el despilfarro de Martins. Sin embargo, a su equipo no le faltó tanto el gol como lo inmediatamente anterior, el pase o el regate, la acción que desequilibra y desarma al rival. Cumplidas las tareas de la defensa (Arauco Prado nunca inquietó seriamente a Mauro Machado) y del centro del campo, nadie consiguió hacer fuego, apenas sacaron chispas.
Las razones son variadas y seguro que tienen que ver con la diferencia de recursos y con la ausencia de Godoy (que jugó muy poco en lo que va de campaña) y Olmedo. Pero también con un planteamiento (3-4-1-2) que distanció demasiado de los proveedores a los puntas (Brian López y Matías Martins). Ambos fueron un peligro, pero un peligro intermitente, mal alimentado. De modo que quedó pendiente la conexión con Guzmán, que vuelve a exhibir, además de su característica parsimonia, una perniciosa tendencia a recostarse sobre la banda, vaciando el eje y complicando, en consecuencia, las perspectivas de profundidad.
Los argumentos de Wilstermann eran muy pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Amilcar Sánchez (incómodo como volante de equilibrio) y la escasa consistencia de Melgar, cuya habilidad para manejar la salida y controlar el ritmo estuvo adormecida. El caso es que Wilstermann no tenía recuperación en mitad de campo (Sánchez y Melgar cortan poco) ni timonel ni primer pase, sólo Martins para lo que fuera menester. El argentino desbordó mucho, pero nunca sintonizó con Brian López ni encontró referencia en el área, consecuentemente naufragó entre el apuro y la incomodidad de su perfil.
Tras el intermedio nada cambió. Wilstermann continuó al mando y Arauco Prado, menos laborioso que antes, buscó petróleo en la fugacidad de alguna corrida inconclusa o en la explosión de pelotazos exploratorios. Muy poco para cambiar la agonía de una tarde somnífera, aún bajo la protección de sombras amigas. El ingreso de Christian Machado (por el etéreo Amilcar Sánchez) mejoró la marca y brindó soltura a Melgar, favoreciendo la circulación. Con más balones limpios a disposición, la ofensiva roja fluyó en volumen pero no en profundidad. ¿Por qué? Por el despilfarro de la posesión. Ni el tiempo de tenencia ni el índice de fluidez sirven si el manejo de pelota no se traduce en maniobras profundas. Y Wilstermann, víctima de su parsimonia y estatismo, no ofrece opciones de descarga a quienes trasladan el balón, minimizando opciones e induciendo a la dilación. Por lo general, la escasez de variantes para descargar tiene que ver con la pasividad de los receptores (no se muestran, no señalan el pase) o con la nulidad de sus movimientos (se esconden o incrustan en zonas de tráfico denso). Este Wilstermann de Chacior se despliega mal. Todos corren en línea, no existen las diagonales. Nadie busca el espacio vacío, consecuentemente se multiplican los pases errados, foco de contaminación de cualquier proyecto de juego.
En esa nebulosa, el golero Mauro Machado pidió la ejecución de un tiro libre frontal cuando el tiempo se extinguía. Su disparo, devuelto por el travesaño, cayó justo a la cabeza de Martins (martirizado por su puntería), quien solo tuvo que empujarla para que su doblete redondeara un triunfo opaco de los rojos.
Wilstermann: Mauro Machado, Vidal, Taboada, Garzón, Delgadillo, Llanos, Melgar, Sánchez (C. Machado), Guzmán, López y Martins.