Fútbol de Cochabamba: Wilstermann hizo un culto a la paciencia


José Vladimir Nogales
Sin sobresaltos ni angustia, pero con somníferas dosis de paciencia, Wilstermann superó con claridad (3-0) a un prolijo e incómodo equipo de Tiquipaya.

Wilstermann pasó casi todo el primer tiempo tratando de sostener con su paciencia la incapacidad para penetrar el abroquelado entramado defensivo que le opuso el rival. Es cierto que, salvo los primeros diez minutos, Tiquipaya se refugió atrás: se agrupó en 20 metros, entre su propia área y la mitad de la cancha, y evitó que su rival tuviese un tránsito fluido de pelota en esa zona. Y Wilstermann, fiel a su convicción de que el que busca encuentra, se excedió de sereno. Hecho un fundamentalista de la paciencia, el equipo rojo tocó y tocó a la espera del hueco que no aparecía. Movió la pelota de un lado al otro, lateralizando, como quien no tiene ningún apuro. Y un punto fue eso: la nada misma. Porque tanto juego "paciente" pasó a ser apático, abúlico, sin encontrar una hendija por donde filtrar.

Ante la fuerte presión en mitad de campo, Wilstermann se fue alargando en demasía, entorpeciendo sus propias conexiones. El balón salía turbio desde atrás e invocaba una quirúrgica precisión para filtrar líneas rivales, virtud que el equipo de Chacior no lucía, particularmente cuando el primer pase correspondía a Christian Machado. A raíz de esta perturbación, la alimentación a los puntas (Olmedo y Martins) fue escasísima y en condiciones adversas (de recepción incómoda y en inferioridad numérica). Sin embargo, parte de las dificultades para generar juego residían en la configuración del mediocampo. La idea del doble enganche (Sánchez y Guzmán) sugiere que la suma de talento organizativo eleva proporcionalmente el coeficiente de productividad, pero aquella es una conclusión esencialmente matemática y escasamente futbolística. Dos talentos creativos pueden coexistir dentro de una misma dotación técnica si son afines y complementarios. Sánchez (que suele rentabilizar sus despegues por la izquierda) no se sentía cómodo ocupando el cuadrante derecho del campo y, menos, al estar obligado a retroceder para colaborar en la activación de la salida. Esa dualidad hizo de Amilcar Sánchez un órgano híbrido y de su hibridez se contagió todo el equipo. A Guzmán no le fue mejor. Alejado de la banda (su hábitat), participó muy poco en la elaboración.

Pese a apropiarse del balón, Wilstermann siguió siendo más de lo mismo. Sin encontrar la agresividad que denunciaba su formación ofensiva. Estaban Olmedo, Martins, Guzmán, Sánchez y las llegadas desde atrás de Bengolea y Vidal. Nombres suficientes para quebrar a quien se pusiera enfrente, pero no fue tan sencillo como en apariencia, en especial porque, como quedó dicho, los enganches entraron poco en juego. Y cuando sus ejes creativos se ausentan, o se nublan, Wilstermann o cualquier equipo (por mejor armado que esté) lo siente.

Contra un rival limitado (hizo de la velocidad y la presión sus armas para agredir de un Wilstermann lento en en fondo) los rojos, con pelota y siempre en campo contrario, nunca le encontraron la vuelta a un adversario que decidió cerrarse atrás y siguió igual en el 0-1: monótono, sin desnivel en el uno contra uno, lento, sin profundidad, sin cambio de ritmo, con poca llegada contra un rival liviano que casi se saca la lotería en una par de contragolpes que sus atacantes no lograron disparar.

Cuando la ruptura del cero parecía improbable, una corrida a fondo de Martins derivó en el letal centro que Olmedo envió a la red en una arremetida frontal. Minuto 38. Tres minutos después, el mismo Olmedo duplicó su cosecha al sacar un potente disparo que, desviado en la espalda de un rival, se incrustó en el arco de Tiquipaya. Una ráfaga bastó para encarrilar una batalla torcida.

En la segunda mitad, Wilstermann encontró una resistencia menguada. Las marcas resultaron menos estrechas, había menor laboriosidad en la presión rival y, en consecuencia, mayores facilidades para una diáfana circulación de pelota. Martins, abierto sobre la derecha, comenzó a desequilibrar. Y de sus botas nació el tercer gol, concretado con un disparo de aire ejecutado por Guzmán. 3-0, partido liquidado.

En el tiempo sobrante (que superó la media hora), Wilstermann se llamó a retiro. Y si bien no archivó su avidez atacante, invirtió recursos en el culto a la estética, banalizando el utilitarismo. Todo estaba hecho.

Wilstermann: Mauro Machado, Nícoll Taboada, Ronald Arana, Daniel Garzón, Diego Bengolea, Cristian Vidal (Rodríguez), Cristhian Machado (Llanos), Amílcar Sánchez (Renán Vargas), Javier Guzmán, Pablo Olmedo, Matías Martin.

Tiquipaya: Miguel García, Carlos Sosa, Ramiro Choque, Mario Almanza, David Abrego,20. Darwin Lora (Rodríguez, Israel Claros, Leymar Vidal, Marcelo Anajía (López), Julio González, Ariel Vidal.

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