El PRI prepara su regreso en México
Los sondeos auguran la vuelta del antiguo partido gubermental a la presidencia del país en las elecciones de julio, 12 años después de su derrota
México, El País
México se prepara para una larguísima campaña electoral que puede desembocar en el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia del país en las elecciones del próximo 1 de julio después de 12 años. El candidato mejor situado en la línea de salida, según todas las encuestas, es el priista Enrique Peña Nieto, el hasta ahora joven y telegénico gobernador del Estado de México. Pero sus adversarios políticos consideran que con él regresará también el viejo régimen del autoritarismo, la opacidad y la corrupción que dominó el país durante 70 años.
“El PRI no ha cambiado, solo se ha hecho más conservador”, dice Josefina Vázquez Mota, la candidata actualmente favorita del partido del Gobierno, Acción Nacional (PAN), de filiación democristiana.
Para la izquierda, agrupada en el Partido Revolucionario Democrático (PRD) pero dividida entre la moderación del alcalde de México, Marcelo Ebrard, y el radicalismo de Andrés Manuel López Obrador, el candidato derrotado por un puñado de votos en 2006, la posible vuelta al poder del PRI supone el fracaso de la transición democrática durante los 12 años de las dos presidencias panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, en los que no se llevaron a cabo las reformas que el país necesitaba.
Las elecciones llegan cuando México vive azotado por la violencia —más de 50.000 muertos desde 2007— en una guerra contra el narcotráfico a la que no ha acompañado una guerra contra la impunidad —la inmensa mayoría de los delitos están sin esclarecer— y cuando se han producido una serie de cambios que pueden situar al país ante el precipicio pero también al borde de la modernidad.
Contra el lugar de común de “México, tan lejos de Dios y tan cerca de EE UU”, hoy habría que decir que está cerca de Dios —como ilustra el retroceso en la legislación sobre el aborto en algunos Estados— y cerquísima de EE UU —el centro de gravedad económico se ha trasladado a la frontera norte—. Además, el poder del presidente ya no es tan imperial como en los años del PRI y la soberanía del jefe del Ejecutivo es desafiada a menudo por los gobernadores de los Estados y los monopolios.
"Hay que luchar por un cambio de régimen”, clamaba hace unos días López Obrador en la constitución oficial de su Movimiento por la Regeneración Nacional (MORENA), que reúne a un sinfín de asociaciones civiles. En el Auditorio Nacional de la capital, con un aforo de 12.000 personas y lleno hasta rebosar, López Obrador, que sigue convencido de hubo fraude en su derrota de hace cinco años, afirmaba: “Quienes se creen dueños de México quieren perpetuarse en el poder mediante la supuesta alternancia entre el PRI y el PAN. Queremos que el Gobierno deje de estar al servicio de una minoría, queremos una patria para todos”.
Más allá de la retórica electoral, los analistas consideran que el PRI puede ganar por inercia, sin necesidad de anunciar grandes propuestas, simplemente porque el electorado lo considera menos inepto que al PAN en el manejo del sistema.
Los partidos mexicanos entran ahora en un particular proceso de primarias, que se resolverá por designación de sus direcciones o por consultas abiertas, hasta elegir candidatos oficiales en marzo del año que viene.
Así, además de Peña Nieto, es precandidato por el PRI Manlio Fabio Beltrones, un viejo zorro de la política mexicana con enorme influencia. Y Josefina Vázquez Mota, una de cuyas bazas electorales es ser la primera mujer que opta a la presidencia, tendrá que imponerse a Ernesto Cordero, exsecretario de Hacienda de Calderón y al que la revista Proceso ha bautizado como “el hombre sin atributos”, o el ex secretario de Gobernación de Fox, Santiago Creel.
En la izquierda, el duelo entre Ebrard y López Obrador será decisivo para la campaña y el resultado final. El PRD celebrará en noviembre una encuesta nacional para elegir al vencedor. Los dos aspirantes se ha comprometido a respetar su resultado pero nadie pone la mano en el fuego porque sea así.
“Si no hay unión de la izquierda, las elecciones serán un día de campo para el PRI”, dice Ebrard, convencido de que el coste político de no respetar el resultado de la encuesta es altísimo. “Si la izquierda va unida puede salir de partida con un 25% de intención de voto. La situación del PAN es declinante porque ni la seguridad ni la economía van a mejorar y Peña Nieto cuenta con el apoyo de un sector de los medios y de momento está en su punto más alto. Lo probable es que no crezca más”.
Sobre López Obrador y de la necesidad de ganar votos por el centro para tener opciones de ganar la presidencia, Ebrard comenta: “Andrés Manuel tiene una base que recoge la protesta social. ¿Es suficiente? Creo que no, necesita el voto de las clases medias y urbanas”.
A partir de ahora y durante los próximos nueves meses entrarán en juego las cábalas, componendas y golpes de efecto que suelen darse en el mar de fondo de la política mexicana.
México se prepara para una larguísima campaña electoral que puede desembocar en el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia del país en las elecciones del próximo 1 de julio después de 12 años. El candidato mejor situado en la línea de salida, según todas las encuestas, es el priista Enrique Peña Nieto, el hasta ahora joven y telegénico gobernador del Estado de México. Pero sus adversarios políticos consideran que con él regresará también el viejo régimen del autoritarismo, la opacidad y la corrupción que dominó el país durante 70 años.
“El PRI no ha cambiado, solo se ha hecho más conservador”, dice Josefina Vázquez Mota, la candidata actualmente favorita del partido del Gobierno, Acción Nacional (PAN), de filiación democristiana.
Para la izquierda, agrupada en el Partido Revolucionario Democrático (PRD) pero dividida entre la moderación del alcalde de México, Marcelo Ebrard, y el radicalismo de Andrés Manuel López Obrador, el candidato derrotado por un puñado de votos en 2006, la posible vuelta al poder del PRI supone el fracaso de la transición democrática durante los 12 años de las dos presidencias panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, en los que no se llevaron a cabo las reformas que el país necesitaba.
Las elecciones llegan cuando México vive azotado por la violencia —más de 50.000 muertos desde 2007— en una guerra contra el narcotráfico a la que no ha acompañado una guerra contra la impunidad —la inmensa mayoría de los delitos están sin esclarecer— y cuando se han producido una serie de cambios que pueden situar al país ante el precipicio pero también al borde de la modernidad.
Contra el lugar de común de “México, tan lejos de Dios y tan cerca de EE UU”, hoy habría que decir que está cerca de Dios —como ilustra el retroceso en la legislación sobre el aborto en algunos Estados— y cerquísima de EE UU —el centro de gravedad económico se ha trasladado a la frontera norte—. Además, el poder del presidente ya no es tan imperial como en los años del PRI y la soberanía del jefe del Ejecutivo es desafiada a menudo por los gobernadores de los Estados y los monopolios.
"Hay que luchar por un cambio de régimen”, clamaba hace unos días López Obrador en la constitución oficial de su Movimiento por la Regeneración Nacional (MORENA), que reúne a un sinfín de asociaciones civiles. En el Auditorio Nacional de la capital, con un aforo de 12.000 personas y lleno hasta rebosar, López Obrador, que sigue convencido de hubo fraude en su derrota de hace cinco años, afirmaba: “Quienes se creen dueños de México quieren perpetuarse en el poder mediante la supuesta alternancia entre el PRI y el PAN. Queremos que el Gobierno deje de estar al servicio de una minoría, queremos una patria para todos”.
Más allá de la retórica electoral, los analistas consideran que el PRI puede ganar por inercia, sin necesidad de anunciar grandes propuestas, simplemente porque el electorado lo considera menos inepto que al PAN en el manejo del sistema.
Los partidos mexicanos entran ahora en un particular proceso de primarias, que se resolverá por designación de sus direcciones o por consultas abiertas, hasta elegir candidatos oficiales en marzo del año que viene.
Así, además de Peña Nieto, es precandidato por el PRI Manlio Fabio Beltrones, un viejo zorro de la política mexicana con enorme influencia. Y Josefina Vázquez Mota, una de cuyas bazas electorales es ser la primera mujer que opta a la presidencia, tendrá que imponerse a Ernesto Cordero, exsecretario de Hacienda de Calderón y al que la revista Proceso ha bautizado como “el hombre sin atributos”, o el ex secretario de Gobernación de Fox, Santiago Creel.
En la izquierda, el duelo entre Ebrard y López Obrador será decisivo para la campaña y el resultado final. El PRD celebrará en noviembre una encuesta nacional para elegir al vencedor. Los dos aspirantes se ha comprometido a respetar su resultado pero nadie pone la mano en el fuego porque sea así.
“Si no hay unión de la izquierda, las elecciones serán un día de campo para el PRI”, dice Ebrard, convencido de que el coste político de no respetar el resultado de la encuesta es altísimo. “Si la izquierda va unida puede salir de partida con un 25% de intención de voto. La situación del PAN es declinante porque ni la seguridad ni la economía van a mejorar y Peña Nieto cuenta con el apoyo de un sector de los medios y de momento está en su punto más alto. Lo probable es que no crezca más”.
Sobre López Obrador y de la necesidad de ganar votos por el centro para tener opciones de ganar la presidencia, Ebrard comenta: “Andrés Manuel tiene una base que recoge la protesta social. ¿Es suficiente? Creo que no, necesita el voto de las clases medias y urbanas”.
A partir de ahora y durante los próximos nueves meses entrarán en juego las cábalas, componendas y golpes de efecto que suelen darse en el mar de fondo de la política mexicana.