Los mercados caen con fuerza por el miedo a una segunda recesión
El paro de EE UU y el recrudecimiento de la crisis europea hacen estragos en las Bolsas mundiales y en la deuda de la UE - La banca europea vuelve a sufrir
Nueva York, El País
La crisis nunca se fue. Las recuperaciones de EE UU y de los grandes países europeos a comienzos de año pueden quedarse en un espejismo: las cosas empezaron a torcerse en primavera y el otoño pinta mal, rematadamente mal. Los problemas fiscales del euro se reavivan, los bancos vuelven a sufrir de lo lindo y los mercados no perdonan las dudas que despierta la anémica situación económica en el Atlántico Norte. Si alguien pensaba que septiembre iba a ser un bálsamo después de un agosto penoso, cada día aparece un nuevo dato que hace pensar que lo peor está por venir: la mayor economía del planeta, EE UU, no fue capaz de crear ni un solo empleo neto el mes pasado. Ese indicador, junto con las variaciones de la inacabable crisis de la eurozona, aviva el temor a una recaída en la economía global. Así lo ven las Bolsas: los parqués de todo el mundo vivieron ayer una sesión de pesadilla, con caídas en torno al 2% en Wall Street y superiores al 3% en Madrid y Milán, pero también en París y Berlín.
Ese pesimismo no es exclusivo de las Bolsas. La agitación ha vuelto también al mercado de deuda, al que le esperan semanas difíciles. Porque el viento ha cambiado: hace unos meses los mercados exigían recortes aquí y allá; el péndulo ha girado y lo que reclaman ahora es crecimiento, en un momento en el que la obsesión de los analistas es calcular la probabilidad, cada vez más elevada, de un rebrote de la Gran Recesión.
La coyuntura es preocupante -castigo a la banca, repunte de las primas de riesgo y huida de los inversores hacia los tradicionales refugios para miedosos, el oro o el franco suizo, a la espera de que escampe-, y sin embargo esos no son más que síntomas de lo que de veras causa alarma en los mercados. Los paquetes de estímulo en Estados Unidos están llegando a su fin, Europa se ha obsesionado con los planes de austeridad y el endeudamiento crónico continúa pesando lo suficiente en todo el mundo como para pensar que quedan por delante años de estancamiento. Así suelen ser las crisis como esta, causadas por excesos de deuda. Y no parece que la acción decidida de los bancos centrales -los inversores reclaman ya una nueva inyección de fondos al sistema financiero tanto en Europa como en Estados Unidos- vaya a evitar dolorosas recaídas.
"Difícilmente puede hablarse de recuperación cuando en la mayor parte de las economías el desempleo sigue castigando de esta manera", explicó Santiago Carbó, director de estrategia de Mare Nostrum. Y difícilmente se puede tranquilizar a los mercados con las dudas que despierta Estados Unidos, pero sobre todo con la gestión de la crisis europea, marcada por los viejos fantasmas que vienen y van: Grecia ha vuelto a activar todas las alarmas; la banca vuelve a estar en la diana por el impacto de la crisis fiscal en sus cuentas, y los mercados ni siquiera están seguros de que a lo largo de este mes algunos países del euro -Alemania, Holanda, Finlandia y alguno más- respalden los acuerdos firmados en Bruselas en julio para solucionar el problema de la deuda pública.
Pero el fiasco de la gobernanza europea no es ninguna novedad: el catalizador del batacazo bursátil fue ayer Estados Unidos. La tasa de paro quedó en agosto estable en el 9,1%, en gran medida debido a que la población activa está a niveles de mediados de los años ochenta. Y la debilidad de la actividad industrial roza ya la línea que delimita una economía en crecimiento de la contracción.
La ansiedad es evidente: EE UU creó empleo durante los últimos tres meses a una media de 32.000 puestos de trabajo, muy por debajo de los 125.000 empleos mensuales que le gustaría ver a Wall Street para darle un buen mordisco a la tasa de paro. Si hay un ejemplo real que ayuda a entender la situación, basta con fijarse en las 17.000 personas que se presentaron para cubrir 600 nuevos empleos en una planta de Ford. 14 millones de estadounidenses están en paro; seis millones de personas llevan así más de un año. A esas cifras se suman los 8,8 millones forzados a trabajar a tiempo parcial y los 2,6 millones de personas que ya no se molestan en buscar empleo.
Con la progresiva retirada de estímulos, el sector público norteamericano se está convirtiendo en un lastre por los recortes de gasto en los Gobiernos locales, estatales y federal. El sector privado, por tanto, es el único motor de creación de empleo. Pero incluso en el competitivo sector empresarial estadounidense el ritmo se ha frenado de sopetón, de los 156.000 contratos en julio a los 17.000 en agosto.
Esos datos son insuficientes para reducir el paro. De hecho, la Casa Blanca espera que para este año el desempleo no baje del 9% y que se mantenga por encima del 8% cuando se celebren las elecciones de 2012. "Estamos haciendo lo que podemos", decía ayer Hilda Solis, la secretaria de Empleo. Solis se centró en los 2,4 millones de empleos creados por el sector privado en el último año y medio, pero la recesión se llevó por delante más de ocho millones de puestos de trabajo. Por eso desde la Administración que preside Barack Obama se pide una acción del Congreso.
Obama debe mostrar resultados en materia de empleo si aspira a ser reelegido. El próximo jueves tiene previsto presentar el que será su segundo paquete de estímulos. Una de las ideas es un plan de inversión en infraestructuras, junto a recortes de impuestos a los asalariados. La segunda línea de ataque debería estar protagonizada por la Reserva Federal: su presidente, Ben Bernanke, aplazó cualquier decisión acerca de una posible compra de bonos hasta la próxima reunión, a final de mes.
La nube de incertidumbre que se posó este verano sobre la economía de EE UU podría forzarle a actuar, pero su arsenal es cada vez más limitado y el margen de acción es menor que hace tres años, cuando colapsó Lehman Brothers. Algo parecido sucede en Europa con su banco central, mucho más timorato con las medidas extra pese a que las urgencias son incluso mayores. Y a pesar de que septiembre es, históricamente, un mes propicio para los batacazos en los mercados.
Nueva York, El País
La crisis nunca se fue. Las recuperaciones de EE UU y de los grandes países europeos a comienzos de año pueden quedarse en un espejismo: las cosas empezaron a torcerse en primavera y el otoño pinta mal, rematadamente mal. Los problemas fiscales del euro se reavivan, los bancos vuelven a sufrir de lo lindo y los mercados no perdonan las dudas que despierta la anémica situación económica en el Atlántico Norte. Si alguien pensaba que septiembre iba a ser un bálsamo después de un agosto penoso, cada día aparece un nuevo dato que hace pensar que lo peor está por venir: la mayor economía del planeta, EE UU, no fue capaz de crear ni un solo empleo neto el mes pasado. Ese indicador, junto con las variaciones de la inacabable crisis de la eurozona, aviva el temor a una recaída en la economía global. Así lo ven las Bolsas: los parqués de todo el mundo vivieron ayer una sesión de pesadilla, con caídas en torno al 2% en Wall Street y superiores al 3% en Madrid y Milán, pero también en París y Berlín.
Ese pesimismo no es exclusivo de las Bolsas. La agitación ha vuelto también al mercado de deuda, al que le esperan semanas difíciles. Porque el viento ha cambiado: hace unos meses los mercados exigían recortes aquí y allá; el péndulo ha girado y lo que reclaman ahora es crecimiento, en un momento en el que la obsesión de los analistas es calcular la probabilidad, cada vez más elevada, de un rebrote de la Gran Recesión.
La coyuntura es preocupante -castigo a la banca, repunte de las primas de riesgo y huida de los inversores hacia los tradicionales refugios para miedosos, el oro o el franco suizo, a la espera de que escampe-, y sin embargo esos no son más que síntomas de lo que de veras causa alarma en los mercados. Los paquetes de estímulo en Estados Unidos están llegando a su fin, Europa se ha obsesionado con los planes de austeridad y el endeudamiento crónico continúa pesando lo suficiente en todo el mundo como para pensar que quedan por delante años de estancamiento. Así suelen ser las crisis como esta, causadas por excesos de deuda. Y no parece que la acción decidida de los bancos centrales -los inversores reclaman ya una nueva inyección de fondos al sistema financiero tanto en Europa como en Estados Unidos- vaya a evitar dolorosas recaídas.
"Difícilmente puede hablarse de recuperación cuando en la mayor parte de las economías el desempleo sigue castigando de esta manera", explicó Santiago Carbó, director de estrategia de Mare Nostrum. Y difícilmente se puede tranquilizar a los mercados con las dudas que despierta Estados Unidos, pero sobre todo con la gestión de la crisis europea, marcada por los viejos fantasmas que vienen y van: Grecia ha vuelto a activar todas las alarmas; la banca vuelve a estar en la diana por el impacto de la crisis fiscal en sus cuentas, y los mercados ni siquiera están seguros de que a lo largo de este mes algunos países del euro -Alemania, Holanda, Finlandia y alguno más- respalden los acuerdos firmados en Bruselas en julio para solucionar el problema de la deuda pública.
Pero el fiasco de la gobernanza europea no es ninguna novedad: el catalizador del batacazo bursátil fue ayer Estados Unidos. La tasa de paro quedó en agosto estable en el 9,1%, en gran medida debido a que la población activa está a niveles de mediados de los años ochenta. Y la debilidad de la actividad industrial roza ya la línea que delimita una economía en crecimiento de la contracción.
La ansiedad es evidente: EE UU creó empleo durante los últimos tres meses a una media de 32.000 puestos de trabajo, muy por debajo de los 125.000 empleos mensuales que le gustaría ver a Wall Street para darle un buen mordisco a la tasa de paro. Si hay un ejemplo real que ayuda a entender la situación, basta con fijarse en las 17.000 personas que se presentaron para cubrir 600 nuevos empleos en una planta de Ford. 14 millones de estadounidenses están en paro; seis millones de personas llevan así más de un año. A esas cifras se suman los 8,8 millones forzados a trabajar a tiempo parcial y los 2,6 millones de personas que ya no se molestan en buscar empleo.
Con la progresiva retirada de estímulos, el sector público norteamericano se está convirtiendo en un lastre por los recortes de gasto en los Gobiernos locales, estatales y federal. El sector privado, por tanto, es el único motor de creación de empleo. Pero incluso en el competitivo sector empresarial estadounidense el ritmo se ha frenado de sopetón, de los 156.000 contratos en julio a los 17.000 en agosto.
Esos datos son insuficientes para reducir el paro. De hecho, la Casa Blanca espera que para este año el desempleo no baje del 9% y que se mantenga por encima del 8% cuando se celebren las elecciones de 2012. "Estamos haciendo lo que podemos", decía ayer Hilda Solis, la secretaria de Empleo. Solis se centró en los 2,4 millones de empleos creados por el sector privado en el último año y medio, pero la recesión se llevó por delante más de ocho millones de puestos de trabajo. Por eso desde la Administración que preside Barack Obama se pide una acción del Congreso.
Obama debe mostrar resultados en materia de empleo si aspira a ser reelegido. El próximo jueves tiene previsto presentar el que será su segundo paquete de estímulos. Una de las ideas es un plan de inversión en infraestructuras, junto a recortes de impuestos a los asalariados. La segunda línea de ataque debería estar protagonizada por la Reserva Federal: su presidente, Ben Bernanke, aplazó cualquier decisión acerca de una posible compra de bonos hasta la próxima reunión, a final de mes.
La nube de incertidumbre que se posó este verano sobre la economía de EE UU podría forzarle a actuar, pero su arsenal es cada vez más limitado y el margen de acción es menor que hace tres años, cuando colapsó Lehman Brothers. Algo parecido sucede en Europa con su banco central, mucho más timorato con las medidas extra pese a que las urgencias son incluso mayores. Y a pesar de que septiembre es, históricamente, un mes propicio para los batacazos en los mercados.