Grecia en ruinas
Los ajustes para recibir ayuda exterior dejan al país al borde del estallido social
Atenas, El País
"Tenemos dinero. Pondremos en marcha planes para reactivar la economía". Muchos en Atenas recuerdan que el socialista Yorgos Papandreu ganó las elecciones con este discurso hace tan solo dos años. Desde entonces, en lugar del maná inversor que anunció el primer ministro, los griegos han visto cómo su nivel de vida se ha desplomado hasta extremos que nunca habían podido imaginar. Son los mismos a los que ya no les extraña que su Gobierno admita que sin ayuda exterior solo le quedaría dinero para pagar en octubre la nómina de maestros y médicos. O los que se han acostumbrado a oír, como se ha vuelto a decir esta semana, que la quiebra del Estado y la salida del euro es inminente. El augurio no se ha cumplido, pero la amenaza sigue ahí. Nadie sabe qué pasará dentro de unos días.
Atenas. Viernes noche. El profesor y escritor Andreas Mitsou llama la atención por su pelo blanco en un bar repleto de jóvenes, que podrían ser intercambiables con los que llenan cualquier bar de cualquier gran ciudad europea. "Miro a estos chicos y pienso que lo único que no voy a perdonar a los que nos han metido en este lío es la falta de esperanzas que nos dan. Puedo admitir que nos hayamos endeudado mucho y que tengamos que pagarlo, pero no que yo a los 20 años, en plena dictadura, tuviera una perspectiva de vida mucho mejor que la que tienen mis hijos ahora", asegura tras su cerveza Mythos.
"Grecia es el canario en la mina. Es obvio que si se intoxica nosotros seremos los primeros perjudicados, pero las consecuencias serán muy duras para toda Europa", sostiene Yannis Stournaras. Este economista, que dirige el prestigioso think tank Instituto para la Investigación Económica e Industrial, y cuyo nombre sonó como posible sustituto del vituperado anterior ministro de Finanzas, está convencido de que la secuencia quiebra-salida del euro-corralito es automática. Y que de paso, se llevaría por delante todo el sistema financiero griego y gran parte del europeo. "La gente habla de una suspensión de pagos ordenada, pero nadie sabe qué significa eso. Lo que vivió Argentina hace una década es un juego de niños en comparación con lo que puede pasar aquí. El orden social y económico que conocemos se iría por el desagüe", resume. El temor al corralito ya ha llegado: las familias han sacado de los bancos 40.000 millones en un año.
Los griegos saben que se enfrentan a un dilema imposible de resolver: o aceptan unas medidas durísimas que perjudican sobre todo a la cada vez más reducida clase media o se tiran por el precipicio que supondría decir basta y renunciar a devolver los 350.000 millones de euros (más del 140% del PIB) que debe el Estado. El aislamiento que conllevaría la declaración de quiebra podría ser letal para un país con escaso tejido industrial, con una gran dependencia energética y que ni siquiera produce alimentos suficientes para autoabastecerse. Un país que básicamente vive de los servicios. Así que el canario se ve obligado a elegir entre inhalar el gas tóxico o probar la fórmula de la inanición.
Algunos creen que el punto de no retorno del hartazgo social se tocó el pasado mes de junio, cuando el Gobierno tuvo que dar una nueva vuelta de tuerca: un brutal aumento de los impuestos, más recortes sociales y del sector público y un ambicioso plan de privatizaciones.
Hasta entonces, muchos ciudadanos eran conscientes de que el Estado había cometido excesos y necesitaba un ajuste. Cuando el Gobierno pidió a la Comisión Europea y al Fondo Monetario Internacional el primer rescate en mayo de 2010, algunos optimistas pensaron que acababan de firmar un pacto: se sacrificarían durante un tiempo a cambio de salvar el país. Pero un año más tarde ya se hizo evidente que los esfuerzos habían sido baldíos. Que la Grecia de 2011 estaba peor que la de 2010. Y que tocaba ajustarse aún más el cinturón a cambio de un plan del que nadie está seguro que vaya a funcionar.
Entre las protestas airadas de miles de personas y la fuerte represión policial, el Parlamento aprobó en junio las nuevas medidas. La ayuda que la Comisión y el FMI debían conceder quedó desbloqueada, pero tres meses más tarde el fantasma de la quiebra vuelve a revolotear sobre Atenas. ¿Por qué? Primero, porque la coyuntura internacional -y por ende la griega- ha empeorado sustancialmente. Pero también porque los enviados de la Comisión y del Fondo, hartos de ver cómo el Gobierno arrastraba los pies cuando le tocaba poner en marcha las reformas a las que se había comprometido, abandonaron la capital hace dos semanas. La marcha de la troika -palabra que de ser un tecnicismo ha pasado a ser omnipresente para los griegos- puso de nuevo sobre la mesa la amenaza de la quiebra. Una vez más.
Un rumor que circula por el mundillo político-periodístico de Atenas revela hasta qué punto la economía se ha convertido en una pesadilla para los gobernantes. Según este malintencionado comentario, Papandreu se habría vengado del hombre que osó retarle el liderazgo de su partido. Y lo hizo ofreciéndole el cargo que más rápido podía llevarle a la defunción política: el de ministro de Finanzas. Este hombre, Evangelos Venizelos, se ha visto obligado a admitir esta semana que la recesión continuará en 2012, en lo que será el cuarto año consecutivo de decrecimiento. Además, ha rebajado las previsiones. El PIB caerá este año más del 5%.
Los más convencidos de la necesidad de ajustes critican la parálisis reformista que han sufrido en los últimos meses Papandreu y sus ministros, y confían en que sea transitoria. En este grupo se encuadra Nikos Konstandaras, director adjunto del periódico europeísta Kathimerini. "El Gobierno dio la impresión errónea justo en el momento equivocado. En lugar de jugar el papel de estar comprometido con las reformas, se quedó rezagado. Se movía tan solo al compás que dictaran los mercados. Pero hay que reconocer que antes había tomado decisiones valientes, como iniciar la reforma de la Seguridad Social o reducir los salarios del sector público y el número de funcionarios", asegura.
"2010 fue relativamente bien para las reformas, pero las cosas se torcieron este año. Las privatizaciones se han paralizado en parte por motivos organizativos y en parte porque al Gobierno le ha entrado miedo de vender participaciones cuando el mercado está muy bajo. Pero se están tomando medidas que empezarán a dar fruto en 2012", corrobora Stournaras.
Pero no todas las culpas hay que echarlas en el bando griego. Los dos expertos coinciden en que las previsiones sobre las que trazaron su plan la Comisión, el FMI y el Banco Central Europeo eran excesivamente optimistas. Hay menos demanda y por lo tanto menos ingresos.
Frente a los sectores más reformistas se sitúan los que acusan al Gobierno de practicar una política de expolio contra los que menos tienen. Una de ellas es Corina Vasilopoulo, periodista de Eleftherotipia, diario de izquierdas crítico con el gubernamental Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok). Es una mujer directa y no pierde el tiempo en formalismos. Cenando en una terraza, el periodista comenta la temperatura tan agradable que hace esa noche tras un día de calor sofocante. "Mejor que haga buen tiempo, porque el invierno se presenta duro. Después del aumento de los impuestos sobre el gas y el petróleo, muchas familias se lo van a pensar dos veces antes de encender la calefacción", dispara en un perfecto español.
"Muy poca gente cree en las recetas de la troika, porque no se ven los resultados por ninguna parte. Ni en las cifras macroeconómicas ni en la vida diaria. Estamos ante un paciente al que es evidente que le sienta mal una medicina. Y el médico, en lugar de cambiar, insiste en el tratamiento. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que muera?", se pregunta Vasilopoulo. "Es cierto que hay que reducir los desajustes presupuestarios. No estoy en contra de las reformas, pero una economía como la griega no puede pasar de un déficit superior al 15% en 2009 al 3% en solo cuatro años. No es posible", opina Sabas Rovolis, director del Instituto de Empleo, organismo vinculado al sindicato GSEE.
Según un sondeo publicado hace dos semanas por el periódico To Vima -de centro izquierda y cercano al Pasok-, ocho de cada diez griegos no creen que el acuerdo impuesto por la troika garanticen la salida de la crisis. Más de la mitad desean elecciones anticipadas y el 41% cree que el país necesita un Gobierno de unidad nacional. El partido de centro-derecha Nueva Democracia, en el poder de 2004 a 2009, ganaría hoy los comicios, pero con una diferencia mínima.
Todas las encuestas arrojan un desplome del Pasok y la subida de los otros dos partidos de izquierdas. Lo que más asusta al stablishment es que entre el 20% y el 30% del electorado no se decantaría por ninguna de las fuerzas políticas conocidas.
El malestar se palpa en cualquier esquina, en cualquier conversación. El recuento de daños que cada ciudadano hace de su situación económica es incesante. Un profesor universitario asegura que la rebaja de sueldos le cuesta a él y a su mujer un total de 1.200 euros al mes y que encima ahora tiene que pagar otros 1.000 por el impuesto sobre la vivienda; un periodista protesta porque después de cumplir con todas sus obligaciones fiscales, le llega un recibo recordándole que como "tasa de solidaridad" tiene que ceder un 3% de sus salario bruto anual; un empleado del ministerio hace cálculos sobre si le compensaría buscarse otro trabajo después de que su salario pase de 2.000 euros a 1.200. Todo el mundo tiene algo que contar.
"Mi mayor crítica al Gobierno es que ha hecho cargar el ajuste sobre las espaldas de trabajadores y pensionistas", asegura Rovolis. Este veterano sindicalista se disculpa por tener poco tiempo para entrevistas: hace esperar al periodista porque tiene que atender a un funcionario que no sabe cómo va a vivir con el sueldo y se tiene que ir antes de lo previsto para participar en un encierro en la universidad.
Los informativos ofrecen un goteo de síntomas de que las costuras que cohesionan a la sociedad están cerca de reventar. Comercios que cierran en cada calle. Escolares sin libros de texto. Dos centenares de escuelas universitarias o de formación profesional tomadas por los estudiantes. Uno de cada cuatro empleos del sector público ha desaparecido. Un sindicato comunista se encarga de levantar las barreras de las autopistas para protestar por el aumento de los peajes. Las cafeterías y restaurantes, cada vez más vacíos porque el IVA ha pasado del 13 al 23%. Y, sobre todo, un distanciamiento cada vez mayor entre los que apoyan las reformas y los que no; entre los trabajadores del sector privado y del público; entre los que tienen empleo y los que no...
Pero una parte de la población ni se ha enterado de la crisis. Son los que no pagaban impuestos antes, y siguen sin pagarlos. Los que viven de la colosal economía sumergida, que algunos consideran que representa el 40% del PIB. Y una clase social alta que sigue viviendo como lo hacía antes. Algunos de ellos hacían cola el pasado miércoles en los alrededores de la Acrópolis para entrar en el concierto de la famosa violinista Vanessa Mae. Las entradas, agotadas desde hacía días, costaban hasta 180 euros.
A tan solo unos metros de distancia, en la escalinata que da a la Acrópolis, varias decenas de jóvenes reparten folletos. Uno de ellos es Neofitos, informático de 31 años que se quedó en paro hace meses después de que su empresa cerrara, y que ahora gana unos 10 euros por dar publicidad en la calle. "Si la cosa no mejora, me tendré que marchar a Alemania", asegura. Él encarna a la perfección la estadística de desempleo juvenil -uno de cada tres entre los que tienen de 15 a 29 años- y la de aquellos que se plantean irse de Grecia para encontrar un futuro mejor.
Muchos de los que en España serían mileuristas, aquí no llegan ni a los 500 euros. Estos jóvenes con sueldos de miseria y jornadas de ejecutivos, así como los parados fueron el caldo de cultivo para el éxito de la convocatoria de los indignados o aganaktismenoi, que se concentraron durante varias semanas del verano en la plaza Sintagma.
Todos los consultados para este reportaje creen que el riesgo de explosión social es cada vez mayor. Y que la chispa puede prender en cualquier momento. "Si el Gobierno sigue adelante con las reformas que tiene que hacer, como eliminar decenas de miles de empleos en el sector público o flexibilizar el mercado de trabajo, va a crear más malestar social Lo que hemos visto hasta ahora era solo teatro: manifestaciones, algún cóctel molotov.... Pero ahora viene lo serio. Tenemos la peor combinación de elementos: gente pobre sin ninguna esperanza de dejar de serlo. Personas que además han perdido lo que tenían, que es peor que si nunca hubieran tenido nada", sintetiza Konstandaras.
Pero no todo es pesimismo. El economista Stournaras cree que si Grecia da los pasos necesarios, sin duda dolorosos, hay posibilidad de un futuro mejor. Y lanza algunas ideas para ello: "Si este país sigue en el euro tiene enormes posibilidades que no se han visto. Podría vender terrenos para levantar fincas de turismo de lujo, o destinado a energías renovables".
Por lo pronto, Grecia no tiene opción. En un desesperado intento de convencer a sus ciudadanos de la necesidad de los ajustes, el primer ministro aseguró públicamente que la suspensión de pagos acabaría con el sistema de salud, con las escuelas, con el 80% de las pensiones y con los sueldos de todos los funcionarios. "Por eso debemos evitar a cualquier precio que se derrumbe el país", dijo. El comisario europeo Ollie Rehn añadió esta semana que las consecuencias serían desastrosas también para la eurozona. El periodista de Kathimerini prefiere verlo de una forma más personal: "Mi mujer y yo tenemos una buena formación y hablamos idiomas. Podríamos irnos de este país mañana mismo. Pero no queremos. Puede sonar a cliché, pero queremos ser parte de la nueva Grecia que puede salir de todo esto, de la Grecia en la que creemos".
Atenas, El País
"Tenemos dinero. Pondremos en marcha planes para reactivar la economía". Muchos en Atenas recuerdan que el socialista Yorgos Papandreu ganó las elecciones con este discurso hace tan solo dos años. Desde entonces, en lugar del maná inversor que anunció el primer ministro, los griegos han visto cómo su nivel de vida se ha desplomado hasta extremos que nunca habían podido imaginar. Son los mismos a los que ya no les extraña que su Gobierno admita que sin ayuda exterior solo le quedaría dinero para pagar en octubre la nómina de maestros y médicos. O los que se han acostumbrado a oír, como se ha vuelto a decir esta semana, que la quiebra del Estado y la salida del euro es inminente. El augurio no se ha cumplido, pero la amenaza sigue ahí. Nadie sabe qué pasará dentro de unos días.
Atenas. Viernes noche. El profesor y escritor Andreas Mitsou llama la atención por su pelo blanco en un bar repleto de jóvenes, que podrían ser intercambiables con los que llenan cualquier bar de cualquier gran ciudad europea. "Miro a estos chicos y pienso que lo único que no voy a perdonar a los que nos han metido en este lío es la falta de esperanzas que nos dan. Puedo admitir que nos hayamos endeudado mucho y que tengamos que pagarlo, pero no que yo a los 20 años, en plena dictadura, tuviera una perspectiva de vida mucho mejor que la que tienen mis hijos ahora", asegura tras su cerveza Mythos.
"Grecia es el canario en la mina. Es obvio que si se intoxica nosotros seremos los primeros perjudicados, pero las consecuencias serán muy duras para toda Europa", sostiene Yannis Stournaras. Este economista, que dirige el prestigioso think tank Instituto para la Investigación Económica e Industrial, y cuyo nombre sonó como posible sustituto del vituperado anterior ministro de Finanzas, está convencido de que la secuencia quiebra-salida del euro-corralito es automática. Y que de paso, se llevaría por delante todo el sistema financiero griego y gran parte del europeo. "La gente habla de una suspensión de pagos ordenada, pero nadie sabe qué significa eso. Lo que vivió Argentina hace una década es un juego de niños en comparación con lo que puede pasar aquí. El orden social y económico que conocemos se iría por el desagüe", resume. El temor al corralito ya ha llegado: las familias han sacado de los bancos 40.000 millones en un año.
Los griegos saben que se enfrentan a un dilema imposible de resolver: o aceptan unas medidas durísimas que perjudican sobre todo a la cada vez más reducida clase media o se tiran por el precipicio que supondría decir basta y renunciar a devolver los 350.000 millones de euros (más del 140% del PIB) que debe el Estado. El aislamiento que conllevaría la declaración de quiebra podría ser letal para un país con escaso tejido industrial, con una gran dependencia energética y que ni siquiera produce alimentos suficientes para autoabastecerse. Un país que básicamente vive de los servicios. Así que el canario se ve obligado a elegir entre inhalar el gas tóxico o probar la fórmula de la inanición.
Algunos creen que el punto de no retorno del hartazgo social se tocó el pasado mes de junio, cuando el Gobierno tuvo que dar una nueva vuelta de tuerca: un brutal aumento de los impuestos, más recortes sociales y del sector público y un ambicioso plan de privatizaciones.
Hasta entonces, muchos ciudadanos eran conscientes de que el Estado había cometido excesos y necesitaba un ajuste. Cuando el Gobierno pidió a la Comisión Europea y al Fondo Monetario Internacional el primer rescate en mayo de 2010, algunos optimistas pensaron que acababan de firmar un pacto: se sacrificarían durante un tiempo a cambio de salvar el país. Pero un año más tarde ya se hizo evidente que los esfuerzos habían sido baldíos. Que la Grecia de 2011 estaba peor que la de 2010. Y que tocaba ajustarse aún más el cinturón a cambio de un plan del que nadie está seguro que vaya a funcionar.
Entre las protestas airadas de miles de personas y la fuerte represión policial, el Parlamento aprobó en junio las nuevas medidas. La ayuda que la Comisión y el FMI debían conceder quedó desbloqueada, pero tres meses más tarde el fantasma de la quiebra vuelve a revolotear sobre Atenas. ¿Por qué? Primero, porque la coyuntura internacional -y por ende la griega- ha empeorado sustancialmente. Pero también porque los enviados de la Comisión y del Fondo, hartos de ver cómo el Gobierno arrastraba los pies cuando le tocaba poner en marcha las reformas a las que se había comprometido, abandonaron la capital hace dos semanas. La marcha de la troika -palabra que de ser un tecnicismo ha pasado a ser omnipresente para los griegos- puso de nuevo sobre la mesa la amenaza de la quiebra. Una vez más.
Un rumor que circula por el mundillo político-periodístico de Atenas revela hasta qué punto la economía se ha convertido en una pesadilla para los gobernantes. Según este malintencionado comentario, Papandreu se habría vengado del hombre que osó retarle el liderazgo de su partido. Y lo hizo ofreciéndole el cargo que más rápido podía llevarle a la defunción política: el de ministro de Finanzas. Este hombre, Evangelos Venizelos, se ha visto obligado a admitir esta semana que la recesión continuará en 2012, en lo que será el cuarto año consecutivo de decrecimiento. Además, ha rebajado las previsiones. El PIB caerá este año más del 5%.
Los más convencidos de la necesidad de ajustes critican la parálisis reformista que han sufrido en los últimos meses Papandreu y sus ministros, y confían en que sea transitoria. En este grupo se encuadra Nikos Konstandaras, director adjunto del periódico europeísta Kathimerini. "El Gobierno dio la impresión errónea justo en el momento equivocado. En lugar de jugar el papel de estar comprometido con las reformas, se quedó rezagado. Se movía tan solo al compás que dictaran los mercados. Pero hay que reconocer que antes había tomado decisiones valientes, como iniciar la reforma de la Seguridad Social o reducir los salarios del sector público y el número de funcionarios", asegura.
"2010 fue relativamente bien para las reformas, pero las cosas se torcieron este año. Las privatizaciones se han paralizado en parte por motivos organizativos y en parte porque al Gobierno le ha entrado miedo de vender participaciones cuando el mercado está muy bajo. Pero se están tomando medidas que empezarán a dar fruto en 2012", corrobora Stournaras.
Pero no todas las culpas hay que echarlas en el bando griego. Los dos expertos coinciden en que las previsiones sobre las que trazaron su plan la Comisión, el FMI y el Banco Central Europeo eran excesivamente optimistas. Hay menos demanda y por lo tanto menos ingresos.
Frente a los sectores más reformistas se sitúan los que acusan al Gobierno de practicar una política de expolio contra los que menos tienen. Una de ellas es Corina Vasilopoulo, periodista de Eleftherotipia, diario de izquierdas crítico con el gubernamental Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok). Es una mujer directa y no pierde el tiempo en formalismos. Cenando en una terraza, el periodista comenta la temperatura tan agradable que hace esa noche tras un día de calor sofocante. "Mejor que haga buen tiempo, porque el invierno se presenta duro. Después del aumento de los impuestos sobre el gas y el petróleo, muchas familias se lo van a pensar dos veces antes de encender la calefacción", dispara en un perfecto español.
"Muy poca gente cree en las recetas de la troika, porque no se ven los resultados por ninguna parte. Ni en las cifras macroeconómicas ni en la vida diaria. Estamos ante un paciente al que es evidente que le sienta mal una medicina. Y el médico, en lugar de cambiar, insiste en el tratamiento. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que muera?", se pregunta Vasilopoulo. "Es cierto que hay que reducir los desajustes presupuestarios. No estoy en contra de las reformas, pero una economía como la griega no puede pasar de un déficit superior al 15% en 2009 al 3% en solo cuatro años. No es posible", opina Sabas Rovolis, director del Instituto de Empleo, organismo vinculado al sindicato GSEE.
Según un sondeo publicado hace dos semanas por el periódico To Vima -de centro izquierda y cercano al Pasok-, ocho de cada diez griegos no creen que el acuerdo impuesto por la troika garanticen la salida de la crisis. Más de la mitad desean elecciones anticipadas y el 41% cree que el país necesita un Gobierno de unidad nacional. El partido de centro-derecha Nueva Democracia, en el poder de 2004 a 2009, ganaría hoy los comicios, pero con una diferencia mínima.
Todas las encuestas arrojan un desplome del Pasok y la subida de los otros dos partidos de izquierdas. Lo que más asusta al stablishment es que entre el 20% y el 30% del electorado no se decantaría por ninguna de las fuerzas políticas conocidas.
El malestar se palpa en cualquier esquina, en cualquier conversación. El recuento de daños que cada ciudadano hace de su situación económica es incesante. Un profesor universitario asegura que la rebaja de sueldos le cuesta a él y a su mujer un total de 1.200 euros al mes y que encima ahora tiene que pagar otros 1.000 por el impuesto sobre la vivienda; un periodista protesta porque después de cumplir con todas sus obligaciones fiscales, le llega un recibo recordándole que como "tasa de solidaridad" tiene que ceder un 3% de sus salario bruto anual; un empleado del ministerio hace cálculos sobre si le compensaría buscarse otro trabajo después de que su salario pase de 2.000 euros a 1.200. Todo el mundo tiene algo que contar.
"Mi mayor crítica al Gobierno es que ha hecho cargar el ajuste sobre las espaldas de trabajadores y pensionistas", asegura Rovolis. Este veterano sindicalista se disculpa por tener poco tiempo para entrevistas: hace esperar al periodista porque tiene que atender a un funcionario que no sabe cómo va a vivir con el sueldo y se tiene que ir antes de lo previsto para participar en un encierro en la universidad.
Los informativos ofrecen un goteo de síntomas de que las costuras que cohesionan a la sociedad están cerca de reventar. Comercios que cierran en cada calle. Escolares sin libros de texto. Dos centenares de escuelas universitarias o de formación profesional tomadas por los estudiantes. Uno de cada cuatro empleos del sector público ha desaparecido. Un sindicato comunista se encarga de levantar las barreras de las autopistas para protestar por el aumento de los peajes. Las cafeterías y restaurantes, cada vez más vacíos porque el IVA ha pasado del 13 al 23%. Y, sobre todo, un distanciamiento cada vez mayor entre los que apoyan las reformas y los que no; entre los trabajadores del sector privado y del público; entre los que tienen empleo y los que no...
Pero una parte de la población ni se ha enterado de la crisis. Son los que no pagaban impuestos antes, y siguen sin pagarlos. Los que viven de la colosal economía sumergida, que algunos consideran que representa el 40% del PIB. Y una clase social alta que sigue viviendo como lo hacía antes. Algunos de ellos hacían cola el pasado miércoles en los alrededores de la Acrópolis para entrar en el concierto de la famosa violinista Vanessa Mae. Las entradas, agotadas desde hacía días, costaban hasta 180 euros.
A tan solo unos metros de distancia, en la escalinata que da a la Acrópolis, varias decenas de jóvenes reparten folletos. Uno de ellos es Neofitos, informático de 31 años que se quedó en paro hace meses después de que su empresa cerrara, y que ahora gana unos 10 euros por dar publicidad en la calle. "Si la cosa no mejora, me tendré que marchar a Alemania", asegura. Él encarna a la perfección la estadística de desempleo juvenil -uno de cada tres entre los que tienen de 15 a 29 años- y la de aquellos que se plantean irse de Grecia para encontrar un futuro mejor.
Muchos de los que en España serían mileuristas, aquí no llegan ni a los 500 euros. Estos jóvenes con sueldos de miseria y jornadas de ejecutivos, así como los parados fueron el caldo de cultivo para el éxito de la convocatoria de los indignados o aganaktismenoi, que se concentraron durante varias semanas del verano en la plaza Sintagma.
Todos los consultados para este reportaje creen que el riesgo de explosión social es cada vez mayor. Y que la chispa puede prender en cualquier momento. "Si el Gobierno sigue adelante con las reformas que tiene que hacer, como eliminar decenas de miles de empleos en el sector público o flexibilizar el mercado de trabajo, va a crear más malestar social Lo que hemos visto hasta ahora era solo teatro: manifestaciones, algún cóctel molotov.... Pero ahora viene lo serio. Tenemos la peor combinación de elementos: gente pobre sin ninguna esperanza de dejar de serlo. Personas que además han perdido lo que tenían, que es peor que si nunca hubieran tenido nada", sintetiza Konstandaras.
Pero no todo es pesimismo. El economista Stournaras cree que si Grecia da los pasos necesarios, sin duda dolorosos, hay posibilidad de un futuro mejor. Y lanza algunas ideas para ello: "Si este país sigue en el euro tiene enormes posibilidades que no se han visto. Podría vender terrenos para levantar fincas de turismo de lujo, o destinado a energías renovables".
Por lo pronto, Grecia no tiene opción. En un desesperado intento de convencer a sus ciudadanos de la necesidad de los ajustes, el primer ministro aseguró públicamente que la suspensión de pagos acabaría con el sistema de salud, con las escuelas, con el 80% de las pensiones y con los sueldos de todos los funcionarios. "Por eso debemos evitar a cualquier precio que se derrumbe el país", dijo. El comisario europeo Ollie Rehn añadió esta semana que las consecuencias serían desastrosas también para la eurozona. El periodista de Kathimerini prefiere verlo de una forma más personal: "Mi mujer y yo tenemos una buena formación y hablamos idiomas. Podríamos irnos de este país mañana mismo. Pero no queremos. Puede sonar a cliché, pero queremos ser parte de la nueva Grecia que puede salir de todo esto, de la Grecia en la que creemos".