Obama, el dubitativo
El presidente de Estados Unidos ha impuesto un estilo de gobierno prudente y moderado que sacrifica el liderazgo personal en beneficio del consenso
Washington, El País
Enfrentado recientemente a dos de los mayores retos de su gestión, la guerra de Afganistán y el peso de la deuda, Barack Obama ha optado por la misma solución: el punto intermedio, la conciliación de intereses enfrentados, la moderación y la prudencia. Un presidente que fue elegido bajo el emblema del cambio y que se esperaba transformador por su origen y sus circunstancias, ha consolidado definitivamente un modelo de presidencia en el que su liderazgo personal se diluye en beneficio del consenso.
En el caso de Afganistán, Obama pudo haber escogido una retirada acelerada, como le pedía la izquierda, o una extensión de la presencia militar, como querían los militares. En lugar de eso, prefirió una salida escalonada, a medio camino entre ambas alternativas. En la difícil negociación sobre la deuda, se ha reunido con los líderes de ambos partidos en el Senado y a los dos les ha pedido esfuerzos para llegar a un acuerdo, sin expresar su propia preferencia o marcar objetivos irrenunciables.
Con excepción de la muerte de Osama bin Laden -un momento en el que tuvo que actuar con audacia ante los numerosos riesgos evidentes-, ese ha sido el estilo de Obama en la mayoría de las grandes decisiones anteriores.
Sacó adelante la reforma sanitaria renunciando a un sistema público de atención a los pacientes. Firmó la reforma financiera sin incluir sanciones para los bancos que habían puesto la economía al borde del precipicio. Ni respaldó ni rechazó las reducciones de impuestos heredadas de George Bush: las prolongó durante dos años. Apoya que los homosexuales tengan "los mismos derechos" que el resto de los norteamericanos, pero no comparte abiertamente el matrimonio gay.
En política exterior, el balance es similar. Eliminó el escudo antimisiles diseñado por su antecesor en Europa del Este, pero lo sustituyó por otro más modesto que aún sigue irritando a Rusia. Invita al Dalai Lama a la Casa Blanca, pero le hace entrar por la puerta de atrás para que los fotógrafos no lo registren. Visita Europa, pero no habla de Europa como entidad política y económica. Apoya los movimientos democratizadores en el mundo árabe, pero mantiene las alianzas con los regímenes antidemocráticos que aún siguen en pie.
Este estilo de presidencia tiene la virtud de intentar un Gobierno desde el centro, donde está la mayoría de los ciudadanos. El propio Obama lo dijo en relación con su plan de retirada de Afganistán: "Algunos quisieran que Estados Unidos renunciara a sus responsabilidades como ancla de la seguridad global y optara por el aislacionismo ignorante de las amenazas a las que nos enfrentamos; otros quisieran que Estados Unidos luchara contra todo el mal que presenciamos fuera de nuestras fronteras. Tenemos que escoger el camino intermedio". Todos los políticos prometen gobernar para la mayoría de sus compatriotas, pero pocos lo hacen efectivo. A costa de irritar a sus propios seguidores, Obama ha dado muchas veces satisfacción a quienes no votaron por él.
Pero ese modelo supone también una reducción del liderazgo personal. En un país históricamente acostumbrado a presidentes fuertes que imponían su autoridad y su sello, Obama es un presidente excepcionalmente inclinado al debate, la duda, la reflexión y la búsqueda de compromisos. Pese a todo el protagonismo que tuvo en el pasado Dick Cheney, fue George Bush el autor inconfundible de la guerra contra el terrorismo. La reforma sanitaria también es obra de Obama, pero antes de firmarla convocó a un insólito debate entre los dos partidos e incluyó algunas de las propuestas que de allí salieron.
Aquello fue como un debate parlamentario, y Obama gobierna muchas veces como si dirigiera un Parlamento, como si, en lugar del poder gigantesco que le otorga al presidente el sistema político norteamericano, fuera el primer ministro de una frágil coalición europea.
Queda aún tiempo para que el público sancione ese modelo de presidencia y habrá todavía oportunidades en los meses próximos que pondrán a prueba el liderazgo de Obama. Pero es difícil que su estilo cambie mucho. Obama es como es, se educó como se educó. Creció en universidades y grupos sociales que premian la asociación y el trabajo en equipo, no forjó un carácter peleando durante años en la política local o partidista. De ahí ha salido un hombre al que gusta el método complejo de toma de decisiones y un uso civilizado y tímido del poder. Que eso sirva para ser reelegido como presidente es otro asunto.
Washington, El País
Enfrentado recientemente a dos de los mayores retos de su gestión, la guerra de Afganistán y el peso de la deuda, Barack Obama ha optado por la misma solución: el punto intermedio, la conciliación de intereses enfrentados, la moderación y la prudencia. Un presidente que fue elegido bajo el emblema del cambio y que se esperaba transformador por su origen y sus circunstancias, ha consolidado definitivamente un modelo de presidencia en el que su liderazgo personal se diluye en beneficio del consenso.
En el caso de Afganistán, Obama pudo haber escogido una retirada acelerada, como le pedía la izquierda, o una extensión de la presencia militar, como querían los militares. En lugar de eso, prefirió una salida escalonada, a medio camino entre ambas alternativas. En la difícil negociación sobre la deuda, se ha reunido con los líderes de ambos partidos en el Senado y a los dos les ha pedido esfuerzos para llegar a un acuerdo, sin expresar su propia preferencia o marcar objetivos irrenunciables.
Con excepción de la muerte de Osama bin Laden -un momento en el que tuvo que actuar con audacia ante los numerosos riesgos evidentes-, ese ha sido el estilo de Obama en la mayoría de las grandes decisiones anteriores.
Sacó adelante la reforma sanitaria renunciando a un sistema público de atención a los pacientes. Firmó la reforma financiera sin incluir sanciones para los bancos que habían puesto la economía al borde del precipicio. Ni respaldó ni rechazó las reducciones de impuestos heredadas de George Bush: las prolongó durante dos años. Apoya que los homosexuales tengan "los mismos derechos" que el resto de los norteamericanos, pero no comparte abiertamente el matrimonio gay.
En política exterior, el balance es similar. Eliminó el escudo antimisiles diseñado por su antecesor en Europa del Este, pero lo sustituyó por otro más modesto que aún sigue irritando a Rusia. Invita al Dalai Lama a la Casa Blanca, pero le hace entrar por la puerta de atrás para que los fotógrafos no lo registren. Visita Europa, pero no habla de Europa como entidad política y económica. Apoya los movimientos democratizadores en el mundo árabe, pero mantiene las alianzas con los regímenes antidemocráticos que aún siguen en pie.
Este estilo de presidencia tiene la virtud de intentar un Gobierno desde el centro, donde está la mayoría de los ciudadanos. El propio Obama lo dijo en relación con su plan de retirada de Afganistán: "Algunos quisieran que Estados Unidos renunciara a sus responsabilidades como ancla de la seguridad global y optara por el aislacionismo ignorante de las amenazas a las que nos enfrentamos; otros quisieran que Estados Unidos luchara contra todo el mal que presenciamos fuera de nuestras fronteras. Tenemos que escoger el camino intermedio". Todos los políticos prometen gobernar para la mayoría de sus compatriotas, pero pocos lo hacen efectivo. A costa de irritar a sus propios seguidores, Obama ha dado muchas veces satisfacción a quienes no votaron por él.
Pero ese modelo supone también una reducción del liderazgo personal. En un país históricamente acostumbrado a presidentes fuertes que imponían su autoridad y su sello, Obama es un presidente excepcionalmente inclinado al debate, la duda, la reflexión y la búsqueda de compromisos. Pese a todo el protagonismo que tuvo en el pasado Dick Cheney, fue George Bush el autor inconfundible de la guerra contra el terrorismo. La reforma sanitaria también es obra de Obama, pero antes de firmarla convocó a un insólito debate entre los dos partidos e incluyó algunas de las propuestas que de allí salieron.
Aquello fue como un debate parlamentario, y Obama gobierna muchas veces como si dirigiera un Parlamento, como si, en lugar del poder gigantesco que le otorga al presidente el sistema político norteamericano, fuera el primer ministro de una frágil coalición europea.
Queda aún tiempo para que el público sancione ese modelo de presidencia y habrá todavía oportunidades en los meses próximos que pondrán a prueba el liderazgo de Obama. Pero es difícil que su estilo cambie mucho. Obama es como es, se educó como se educó. Creció en universidades y grupos sociales que premian la asociación y el trabajo en equipo, no forjó un carácter peleando durante años en la política local o partidista. De ahí ha salido un hombre al que gusta el método complejo de toma de decisiones y un uso civilizado y tímido del poder. Que eso sirva para ser reelegido como presidente es otro asunto.