Los escándalos acosan a la prensa basura
Las escuchas ilegales acaban hoy con el 'News of The World', el periódico británico más vendido de Murdoch - Cameron amenaza con poner coto a los tabloides
Londres, El País
Los quiosqueros británicos están de enhorabuena. Hoy se espera que el News of The World distribuya cinco millones de ejemplares, Cinco millones de copias convertidas en objeto de coleccionista porque es el último número del tabloide más vendido de las islas Británicas. El más vendido ahora (con una tirada media anual de 2,6 millones de ejemplares) y el más vendido de la historia: el diario presume de que los 8.659.090 ejemplares que salieron de sus rotativas de Londres y Manchester el 18 de junio de 1950 siguen siendo un récord mundial.
La del News of The World no es tanto una defunción profesional -aunque la caída de ventas de la prensa de papel es en Reino Unido un problema tan acuciante como en otros mercados- como un hecho político. Las escuchas ilegales, que la clase política y también la policía se empeñaron en tratar como un pecado venial, han acabado convirtiéndose en un pecado mortal. Mortal, sobre todo, para los empleados del News of The World, que se van a quedar en la calle. Pero mortal quizás también para Rupert Murdoch, que ve cómo la crisis de un diario relativamente marginal en la inmensidad de su imperio puede poner en peligro sus planes para consolidar el negocio multimillonario de la televisión BSkyB.
La crisis del News of The World quizá no llegue a ser el Watergate británico que algunos vaticinan. Pero ha sacudido ya los cimientos de la política británica. El año pasado, el escándalo de los excesos cometidos por los diputados a la hora de cobrar sus gastos parlamentarios convulsionó a la Cámara de los Comunes. Este año, el problema es mucho mayor: el escándalo afecta esta vez a la prensa, a los políticos y a la policía. A todos a la vez. Y sus consecuencias judiciales aún están por ver.
Todo empezó en 2005, cuando una información banal sobre una lesión de rodilla del príncipe Guillermo acabó llevando a la cárcel meses después a un periodista del News of The World y a un investigador privado al saberse que habían obtenido esa información al pinchar de forma ilegal el buzón de voz de un teléfono móvil.
Tanto News of The World como News International, la filial de News Corporation que gestiona el imperio mediático de Murdoch en Reino Unido, han sostenido siempre que se trató de un hecho aislado, iniciativa individual de un periodista. Pero las tenaces investigaciones del diario The Guardian han permitido destapar cientos, quizás miles de casos semejantes, que han afectado a políticos, deportistas y gente famosa. Esta semana, The Guardian desveló que también había sido espiada Milly Dowler, una niña de 13 años que había desaparecido en marzo de 2002. Fue la gota que desbordó el vaso: la reacción de la opinión pública fue de tal virulencia que desencadenó un tsunami de críticas, retirada de anuncios y campañas de boicoteo que Murdoch intentó cortar de cuajo el jueves al anunciar que el News of The World publicaría hoy su último número.
Algunos creen que esta crisis va a marcar un antes y un después en el papel de los medios en la política británica. Está por ver. El primer ministro, David Cameron, lanzó el viernes un llamamiento en ese sentido. Pero su posición estaba viciada de partida: al generalizar las culpas no estaba más que diluyendo la suya propia. Culpa por haber contratado como director de comunicaciones del Partido Conservador y luego del Gobierno a Andy Coulson, director del News of The World cuando estalló el caso de las escuchas. Y culpa porque también él, como reconoció el viernes, ha ido a comer de la mano de Murdoch.
Rupert Murdoch ha dominado la política británica desde hace 30 o 40 años: ayudando a ganar o haciendo creer que ayudaba a ganar las elecciones a tal o cual candidato. Pero las relaciones de amor-odio entre los políticos y la prensa, y en particular los tabloides, son legendarias. Desde su primera edición, el 1 de octubre de 1843, el News of The World ofreció a sus lectores un cóctel infalible de crímenes, sexo y sensacionalismo al que con el tiempo añadió el deporte. Su éxito fue inmediato, aunque no del gusto de todos. El Guardian recordaba estos días un comentario que Frederick Greenwood, director del Pall Mall Gazzette, le dirigió una vez a George Riddell, propietario y al tiempo director del News of The World: "Estaba leyendo el periódico y decidí tirarlo a la papelera. Luego pensé que si lo dejaba allí lo podría leer el cocinero, ¡y decidí quemarlo!".
Los tabloides británicos han hecho caer ministros por asuntos de faldas, desde el célebre caso Profumo en los años sesenta del siglo pasado al de David Mellor en los noventa. Pero su influencia va mucho más allá. Los tabloides marcan en muchos sentidos la agenda política porque los políticos no se atreven a ir contracorriente. Por eso Murdoch tiene tanto poder: porque los Gobiernos no se atreven a poner en cuestión sus campañas contra la inmigración, contra la Unión Europea, contra los gitanos o la de la caza de pederastas, que lanzó hace 10 años.
Pero no solo los políticos están condicionados. También la policía. Quizá lo más escandaloso del caso de estos días es que casi todo lo que ahora sabemos todos, la policía lo sabe desde hace años. Quizás su indecisión para meter mano a fondo tenga que ver con el hecho de que la gente de Murdoch pagaba a policías a cambio de información. Ni siquiera eso es nuevo: lo admitió Rebekah Brooks, mano derecha de Murdoch, en el Parlamento en 2003. Y no pasó nada.
Eso, que entonces no pasara nada, es lo que da al caso esos aromas de Watergate. Al fin y al cabo, lo que da la razón al Guardian no es el hecho lamentable pero de significación limitada de que espiaran el móvil de una niña que a esas horas había sido asesinada de la forma más horrible. Lo que le da la razón es que ahora nadie duda de que los pinchazos no eran un hecho aislado, sino una campaña sistemática para obtener información de forma ilegal. Lo interesante ahora será saber quién sabía que eso era así pero dijo lo contrario. En eso se puede parecer al Watergate porque el pecado no es solo el hecho en sí, sino la mentira. ¿Quién ha mentido?
Londres, El País
Los quiosqueros británicos están de enhorabuena. Hoy se espera que el News of The World distribuya cinco millones de ejemplares, Cinco millones de copias convertidas en objeto de coleccionista porque es el último número del tabloide más vendido de las islas Británicas. El más vendido ahora (con una tirada media anual de 2,6 millones de ejemplares) y el más vendido de la historia: el diario presume de que los 8.659.090 ejemplares que salieron de sus rotativas de Londres y Manchester el 18 de junio de 1950 siguen siendo un récord mundial.
La del News of The World no es tanto una defunción profesional -aunque la caída de ventas de la prensa de papel es en Reino Unido un problema tan acuciante como en otros mercados- como un hecho político. Las escuchas ilegales, que la clase política y también la policía se empeñaron en tratar como un pecado venial, han acabado convirtiéndose en un pecado mortal. Mortal, sobre todo, para los empleados del News of The World, que se van a quedar en la calle. Pero mortal quizás también para Rupert Murdoch, que ve cómo la crisis de un diario relativamente marginal en la inmensidad de su imperio puede poner en peligro sus planes para consolidar el negocio multimillonario de la televisión BSkyB.
La crisis del News of The World quizá no llegue a ser el Watergate británico que algunos vaticinan. Pero ha sacudido ya los cimientos de la política británica. El año pasado, el escándalo de los excesos cometidos por los diputados a la hora de cobrar sus gastos parlamentarios convulsionó a la Cámara de los Comunes. Este año, el problema es mucho mayor: el escándalo afecta esta vez a la prensa, a los políticos y a la policía. A todos a la vez. Y sus consecuencias judiciales aún están por ver.
Todo empezó en 2005, cuando una información banal sobre una lesión de rodilla del príncipe Guillermo acabó llevando a la cárcel meses después a un periodista del News of The World y a un investigador privado al saberse que habían obtenido esa información al pinchar de forma ilegal el buzón de voz de un teléfono móvil.
Tanto News of The World como News International, la filial de News Corporation que gestiona el imperio mediático de Murdoch en Reino Unido, han sostenido siempre que se trató de un hecho aislado, iniciativa individual de un periodista. Pero las tenaces investigaciones del diario The Guardian han permitido destapar cientos, quizás miles de casos semejantes, que han afectado a políticos, deportistas y gente famosa. Esta semana, The Guardian desveló que también había sido espiada Milly Dowler, una niña de 13 años que había desaparecido en marzo de 2002. Fue la gota que desbordó el vaso: la reacción de la opinión pública fue de tal virulencia que desencadenó un tsunami de críticas, retirada de anuncios y campañas de boicoteo que Murdoch intentó cortar de cuajo el jueves al anunciar que el News of The World publicaría hoy su último número.
Algunos creen que esta crisis va a marcar un antes y un después en el papel de los medios en la política británica. Está por ver. El primer ministro, David Cameron, lanzó el viernes un llamamiento en ese sentido. Pero su posición estaba viciada de partida: al generalizar las culpas no estaba más que diluyendo la suya propia. Culpa por haber contratado como director de comunicaciones del Partido Conservador y luego del Gobierno a Andy Coulson, director del News of The World cuando estalló el caso de las escuchas. Y culpa porque también él, como reconoció el viernes, ha ido a comer de la mano de Murdoch.
Rupert Murdoch ha dominado la política británica desde hace 30 o 40 años: ayudando a ganar o haciendo creer que ayudaba a ganar las elecciones a tal o cual candidato. Pero las relaciones de amor-odio entre los políticos y la prensa, y en particular los tabloides, son legendarias. Desde su primera edición, el 1 de octubre de 1843, el News of The World ofreció a sus lectores un cóctel infalible de crímenes, sexo y sensacionalismo al que con el tiempo añadió el deporte. Su éxito fue inmediato, aunque no del gusto de todos. El Guardian recordaba estos días un comentario que Frederick Greenwood, director del Pall Mall Gazzette, le dirigió una vez a George Riddell, propietario y al tiempo director del News of The World: "Estaba leyendo el periódico y decidí tirarlo a la papelera. Luego pensé que si lo dejaba allí lo podría leer el cocinero, ¡y decidí quemarlo!".
Los tabloides británicos han hecho caer ministros por asuntos de faldas, desde el célebre caso Profumo en los años sesenta del siglo pasado al de David Mellor en los noventa. Pero su influencia va mucho más allá. Los tabloides marcan en muchos sentidos la agenda política porque los políticos no se atreven a ir contracorriente. Por eso Murdoch tiene tanto poder: porque los Gobiernos no se atreven a poner en cuestión sus campañas contra la inmigración, contra la Unión Europea, contra los gitanos o la de la caza de pederastas, que lanzó hace 10 años.
Pero no solo los políticos están condicionados. También la policía. Quizá lo más escandaloso del caso de estos días es que casi todo lo que ahora sabemos todos, la policía lo sabe desde hace años. Quizás su indecisión para meter mano a fondo tenga que ver con el hecho de que la gente de Murdoch pagaba a policías a cambio de información. Ni siquiera eso es nuevo: lo admitió Rebekah Brooks, mano derecha de Murdoch, en el Parlamento en 2003. Y no pasó nada.
Eso, que entonces no pasara nada, es lo que da al caso esos aromas de Watergate. Al fin y al cabo, lo que da la razón al Guardian no es el hecho lamentable pero de significación limitada de que espiaran el móvil de una niña que a esas horas había sido asesinada de la forma más horrible. Lo que le da la razón es que ahora nadie duda de que los pinchazos no eran un hecho aislado, sino una campaña sistemática para obtener información de forma ilegal. Lo interesante ahora será saber quién sabía que eso era así pero dijo lo contrario. En eso se puede parecer al Watergate porque el pecado no es solo el hecho en sí, sino la mentira. ¿Quién ha mentido?