Demasiado castigo para la Argentina de dos caras


Buenos Aires, Clarín
Se acabó la Copa América propia. Se fue Argentina con una sensación de injusticia, porque mereció ganarlo ampliamente en el primer tiempo y en el alargue y porque el héroe resultó justo el arquero rival. Se fue Argentina con una dolorosa paradoja, porque no respondió en la segunda etapa con un hombre más. Se fue Argentina con dos equipos, porque es uno cuando ataca protegiendo la idea de su entrenador y porque es otro muy distinto cuando defiende lleno de dudas boicoteando todo lo bueno que se pueda elaborar en el otro extremo de la cancha. Sigue Uruguay, a pura dignidad, con astucia, con inteligencia, con corazón total.

Como contra Alemania en Sudáfrica, de entrada y en un tiro libre, Argentina empezó perdiendo. En la primera de varias faltas innecesarias cometidas lejos del área, Forlán puso el centro, Cáceres la bajó ganándole a Zabaleta, no llegó bien Romero y la empujó Pérez. Un impacto que ponía a la Selección más a prueba que nunca. Si ya en la previa Uruguay era un examinador ideal, con ese nacimiento de partido todavía más.
Ahí, en la mayor adversidad, apareció la Selección que se sueña del medio hacia arriba. Con Gago fino en el primer pase. Con Messi arrancando desde la derecha y enamorando como lo que es: el mejor del planeta. Encaraba y los uruguayos quedaban atrás o le pegaban, algo que el árbitro Amarilla nunca penó con rigurosidad.

Argentina aplicaba como debía su idea de posesión y de control en el momento más caliente. Y tras varios rodeos insinuantes, la coronó con una asistencia fabulosa de Messi que Higuaín cabeceó al empate. Pipita no había acertado contra Costa Rica, esta vez sí. Si Argentina no mudó su nítido dominio en más situaciones de gol fue porque Uruguay se cerró con dos líneas de cuatro muy cerca de su área, y porque le faltó algún guiño de la suerte. Pero el control vaya si lo tenía.

Los padecimientos de la Selección se generaban del medio hacia atrás. Ante los pelotazos rivales, demasiadas veces los defensores argentinos cometían faltas innecesarias, y provocaban tiros libres, en los que Uruguay imponía la diferencia en el juego aéreo. Así Argentina sufría. Como en ese gol anulado a Cáceres por un offside más que fino de Suárez. O en ese en ese cabezazo de Lugano en el travesaño.

La expulsión del recio Pérez le permitió a Argentina jugar casi 50 minutos con un hombre más. Pero, vaya paradoja, 11 contra 10 a la Selección le costó más que 11 contra 11. Perdió influencia Gago. Apareció menos Messi. Y mucho menos aún colaboraron Di María y Agüero, a quienes Batista reemplazó por Pastore y Tevez, pese a que Carlitos había blanqueado públicamente que por la izquierda se siente incómodo. Lo que sí mantuvo del primer tiempo Argentina fue la costumbre de hacer infracciones, en especial los marcadores centrales. Forlán y Suárez (sobre todo) complicaban con su astucia.

Argentina pudo ganarlo en los 90 con ese fenomenal pase de Messi a Higuaín, quien encontró la primera tapada gigante de Muslera. El arquero uruguayo, sobre la hora, salvó en una misma jugada con las piernas un tiro libre de Tevez que se había desviado en la barrera y con el cuerpo una bomba de Higuaín en el rebote. Uruguay estuvo cerca del gol tres veces: un mano a mano que Romero le sacó a Forlán, un cabezazo de Lugano y un remate afuera de Forlán tras un jugadón de Suárez.

Ya sin Mascherano (expulsado por otra falta evitable), fue un 10 contra 10 en el alargue, con Tevez tirado de a ratos más atrás, casi como volante. Y Argentina se mostró más entera que Uruguay.

Salió Gago lesionado. Entró Biglia. Desequilibró Messi: en una apilada genial, lo trabaron en el último toque. Aportó Pastore en la circulación y con cinco remates; uno provocó otra gran atajada de Muslera. Higuaín tuvo otras dos: una sacudió un palo. Uruguay, exhausto, resistía y sólo tuvo un tiro de Alvaro Pereira que pasó cerca. Después vinieron los penales mejor pateados por Uruguay y por la injusticia.

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