Copa Aerosur: Aurora propinó un duro cachetazo a un desarticulado Wilstermann
José Vladimir Nogales
Verse las caras en el torneo de pretemporada les venía bien a los dos para saber qué iba a ser de sus vidas de aquí al final de curso. Y en ese aspecto, el partido en el que Aurora derrotó (3-0) a Wilstermann se transformó en una especie de oráculo.
A los celestes les anticipó que, más allá de sus evidentes deficiencias de conjunción, serán protagonistas de la competencia liguera. Y también, que serán un equipo difícil de doblar, uno que costará batir. A Wilstermann, estos 90 minutos también le adelantaron algo: que el ascenso supondrá un esfuerzo mayor al previsto y que, quizá, los recursos no le alcancen.
Poco y nada contaron los antecedentes más inmediatos de los dos equipos. Aurora, que venía de una derrota frente a Real Potosí, mejoró notablemente su producción: anotó tres goles y cosechó generosos aplausos de su masa adicta. Wilstermann, que había caído en su reciente visita a Oruro Royal, fue una sombra del temible equipo que pretende ser y que sugiere su exagerada vítola de favorito para el ascenso. Se comió una durísima derrota y casi hace lagrimear a la pila de fanáticos que, con ilusión en el futuro mediato, se habían acercado al Capriles.
No resulta exagerado afirmar que Wilstermann se derrumbó desde que sufrió el primer cabezazo (Méndez entró solo) en su área. O que, desde ese minuto 8 en adelante, todo lo bueno que se vio en la cancha (que no fue mucho) fue por obra y gracia de Aurora. El equipo de Baldivieso jugó con orden y pragmatismo. Se paró con una defensa de cuatro hombres (Huayhuata, Méndez, Zenteno y Barba) marcando menos de lo previsto, porque a Olmedo y Juárez -los dos de punta de Wilstermann- les llegaba pocas pelotas útiles. En el medio, al trabajo ya conocido -y efectivo- de Robles, se le sumó el de Segovia y Rodríguez. Para crear estaba Sanjurjo (el intermitente y escasamente gravitante cerebro del equipo). Y para moverse y desnivelar por potencia, Andaveris y Reinoso.
Desde el arranque se apreció que la tarde no pintaba fácil para Wilstermann. Aunque cueste creerlo, los rojos comenzaron dominando el juego y tratando con cierto criterio el balón, el criterio que le dejaba el fuerte aire que gobernó el partido. Ni siquiera sufría en la defensa, en una tarde con pinta de plácida. Hasta que dejó de serlo. Bastó que Aurora se acercase una vez a la portería de Machado para que todo cambiase. Desde entonces, ni el mediocampo ni la defensa podían hacer pie. En el medio le ganaban las espaldas a Melgar y tampoco aparecía Ronald Gutiérrez, acertando con su rol de distribuidor. Llanos, como volante izquierdo, apenas contribuía. Era como si, al adelantarle unos metros en el campo, le hubiesen alterado su centro de gravedad, impidiéndole encontrar su lugar en el mundo. Obviamente no lo halló, razón por la que fue diluyéndose en la intrascendencia. Arriba no mezclaban los puntas (Juárez aguantando la marca y Olmedo tratando de engancharse con el defectuoso dispositivo de aprovisionamiento), faltos de abastecimiento y de asistencia, haciendo que la ausencia de un generador de juego fuese más notoria.
El esfuerzo, los años y -principalmente- los otros que vestían su mismo uniforme atentaban contra el parsimonioso juego de Gutiérrez, una de las apuestas del técnico Chacior. Y con él semiparado (incómodo para encontrar su lugar en el campo, antes de abandonar la brega a causa de una lesión) y sin nadie que se animara a manejar la pelota (Amilcar Sánchez faltó por lesión, Godoy y Guzmán estaban en el banco), era casi imposible que Wilstermann cambiara el rumbo del partido.
A la vista de las tinieblas, Chacior recurrió (mucho antes de lo previsto) a la capacidad creativa de Godoy, el enganche argentino sobre cuyo talento se depositan mayúsculas expectativas (o esperanzas). Godoy se acomodó en el carril derecho, lejos de su hábitat, y por mucho que se le desnaturalizara en su juego, alguien tenía que encender la luz. El efecto fue el buscado, pero no en la proporción deseada. Wilstermann mejoró en control y profundidad, pero se mantuvo tan parsimonioso como al principio, sin chispa colectiva, sin la decisión que requería la cita ante un enemigo que se suele agrietar cuando se le impone un alto voltaje. En lo anodino, Aurora navega feliz. Le seduce como nada la idea de sentirse protegido. Luego, siempre a la espera, aguarda su ocasión. No le importa que sean pocas o tarden en llegar. Para todas las que se le conceden tiene los apuntes memorizados. Todo está estudiado.
Gol arriba, libre de obligaciones inmediatas con la pelota, Aurora exhibió su orden, tapando con criterio los espacios y buscando robar el balón para sorprender al contragolpe. Wilstermann, mientras, jugaba a la lotería, esperando que el breve momento de inspiración de alguno de sus jugadores coincidiera con el instante en el que el balón estuviera en su poder. Los astros estaban en otras labores y lo habitual en el primer tiempo fue que la pelota circulara en sentido contrario al de la inspiración. El resultado fue un encuentro espeso, bastante plano, previsible y sin emoción. Mucho más, después de las expulsiones (por mutua agresión) de Barba y Olmedo. Retrocediendo a Segovia para recorrer toda la banda, Aurora resolvió el problema sin afectar su equilibrio. A Wilstermann, en cambio, le costó muchísimo reponer su volumen de juego, que se había revelado sumamente escuálido.
Wilstermann había sido, durante la primera parte, un equipo con escasa elaboración (falta movilidad y sincronizar movimientos para fabricar espacios). Si Chacior quería subsanar aquella deficiencia -acentuada con la amputación del segundo punta-, cambiando a Oliver Fernández por Llanos, no lo logró. Porque al variar el dibujo (que adoptó la esclerótica forma de un 3-4-2, removiendo a Villarroel y Bengolea como laterales-volante), el equipo perdió consistencia en el centro del campo, debilitando la marca y agrietándose en los flancos. ¿Por qué? Existiendo la urgencia de mejorar la circulación, Chacior optó por colocar un receptor en lugar de un pasador. Ahí se equivocó. Porque Fernández no puede hacer el trabajo de un volante generador. Ni por condiciones, ni por actitud. O lo que pretendía Chacior, al cambiar el esquema, era incrementar las referencias en el área -sin resolver el pobre volumen del suministro- o Fernández no entendió lo que quería de él su técnico o simplemente el entrenador se equivocó de jugador. Melgar se quedó solo –terriblemente expuesto- como mediocentro. Godoy estuvo más cerca de la delantera que del beniano. La consecuencia fue que Wilstermann quedó partido en dos y los puntas de Aurora se encontraron solos, en medio de un páramo mal protegido, para poder dar rienda suelta a su potencia. También sufrieron el desequilibrio táctico los defensas, atacados por todos los flancos, pero en especial por las bandas. Por esa vía se concretó el 2-0. Superado Villarroel en su carril, no funcionó el escalonamiento de Taboada y el centro letal, a rastrón, fue empujado sobre la línea por un fantasmal Reinoso.
Un azote para Wilstermann, que le destierra para la vuelta. El domingo se encontrará a un rival con el mismo guión. Será el propio Wilstermann quien tenga que mejorar el suyo.
Duplicada la ventaja, Aurora se atrincheró. Renunció a la pelota para emboscar a su rival y doblegarlo a fuego de morteros. En Wilstermann –que progresivamente fue perdiendo el dibujo-, fue un mal día para elegir la profesión de defensa. Porque el fútbol fácil, de pelotazo, se le atragantó. Durante lo que restó de juego, vivió partido en dos, sin que sus centrocampistas acertaran en ataque o auxiliaran en defensa. Y Aurora se fue agigantando a medida que la defensa rival se iba fracturando. De tanto ir sin protegerse (excedido en imprecisión), Wilstermann quedó agujereado.
La sustitución de Melgar por Christian Machado no supuso mejora alguna en los coeficientes de contención. Y no por responsabilidad suya, ya que accedió a una realidad desquiciada, donde poco era lo que podía componer y mayúsculo el destrozo que podía provocar, superado por la magnitud de una pútrida coyuntura que excedía sus estériles facultades.
Aún desgarrado por la adversidad y su propio rudimento técnico, Wilstermann buscó el descuento. Sin incorporaciones acertadas de los laterales, perdió un importante factor sorpresa en ataque. A falta de complemento para esas proyecciones, Fernández se tiró sobre la orilla, con lo que se perdió a un delantero y no se ganó un centrocampista. Sin nadie que le hiciera llegar el balón en condiciones, Juárez se extravió en medio de la nada y su presencia pasó totalmente inadvertida.
Wilstermann se reiteró en maniobras inocuas, contaminadas por altos índices de tóxica imprecisión o corroídas por la ausencia de sustento colectivo. El equipo de Chacior se reveló fragmentando, sin cohesión, sin trabajo de conjunto. No existe sincronía ni coordinación, base sustancial del juego. Para colmo, su fragilidad por aire volvió a pasarle factura sobre el final, sufriendo un hiriente 3-0, materializado por Limbert Méndez.