Análisis: Bolivia se reveló incapaz de jugar cuando tiene la pelota


José Vladimir Nogales
Bolivia tocó fondo ante una Costa Rica que le ganó (2-0) con todas las de la ley. El equipo de Lavolpe tampoco estaba para tirar cohetes, tras la inicial caída ante Colombia, pero en Jujuy se impuso con meridiana claridad a un rival que no se enteró de nada. Tanto fue así que su jugador más participativo resultó ser el golero Carlos Arias, exigido mucho más que frente a Argentina, lo cual da idea de la espiral en la que ha entrado un grupo que no tiene dirección sobre el césped, ni alternativas en el banquillo, ni siquiera, aunque cueste creerlo, dinamita en un ataque náufrago. Pero bastante tiene Marcelo Martins con intentar darle algún criterio al juego del equipo, a falta de un conductor en el eje, cometido que no debía ser el suyo.

A los hombres de Quinteros no les queda excusas, fueron superados en llegadas e ideas y dieron muestras de estar en caída libre hacia un futuro poco halagüeño. Por su parte, los “ticos” sorprendieron con su orden, velocidad y pragmatismo. Estuvieron magistralmente dirigidos por Leal y Madrigal. También lució la zaga, las subidas de Mora y juventud de Guevara, pero todos empequeñecieron ante el partidazo de Campbell, que hizo lo que quiso por su banda (además de anotar un precioso gol).

Por contra, en el otro bando ni el bloque fue tal ni las individualidades acudieron al rescate. Los jugadores de verde se perdieron en la espesa mezcolanza que es el juego costarricense y, fundamentalmente, ante la necesidad de tener el balón y usarlo para atacar. No hubo criterio, ni velocidad, ni elaboración. Edivaldo estuvo intermitente, desaparecido a ratos, como Jhazmany Campos, que apareció por ráfagas al combinarse con los sorpresivos arribos de Gutiérrez. Cuando Lavolpe ubicó a Mora en ese carril, la sociedad se diluyó y Campos se borró.

Por lo demás, el primer tiempo confirmó las intuiciones más negativas. Bolivia careció de argumentos para proponer (o diseñar) juego a partir de la tenencia de la pelota. Con ella en su poder, se le alteró el equilibrio y le pervirtió la solidaridad. Al desplegarse ofensivamente, sacrificó el orden y desnudó su ausencia de balance. Como los equipos de Lavolpe están adoctrinados para salir jugando desde atrás, Bolivia se vio obligado a ir a apretar arriba, alargándose en demasía, resquebrajando el tejido de ayudas que provee el bloque y, consecuentemente, abriendo espacios entre líneas. Algo fatal para un equipo cuya fuerza destructiva reside en el bloque, no en el combate hombre a hombre.

Pero había otros problemas. Si Bolivia lucía movimientos robóticos con el balón, fue porque al centro del campo le falta fútbol. Flores y Robles son excelentes en el robo y la contención, pero se quedan cortos en la salida. Por ese lado pierden en la comparación con jugadores mejor dotados técnicamente, esos que cumplen la doble función de pivote y creador. Ese déficit técnico de ambos generó un enorme vacío en zona de creación, dificultando el imperioso suministro a los puntas y ocasionando la consecuente escualidez de la ofensiva boliviana.

Bolivia llegó al descanso con la hoja de ruta plagada de borrones. El equipo cometía errores de bulto en defensa, tenía dificultades en la creación de juego, no era capaz de sacar el balón jugado y las oportunidades de gol brillaban por su ausencia.
Costa Rica retrató las carencias bolivianas en la segunda mitad, con Quinteros de espectador, incapaz, por ahora, de ver alguna solución al fondo del armario. A falta de extremos, de jugadores que desborden por los costados o de un núcleo creador que genere desequilibrio y abastezca a la ofensiva (especie en extinción en el país), Bolivia se derrumbó. Concedió a su adversario la oportunidad de explotar su mejor recurso: las bandas, la mejor veta para los equipos de Lavolpe. Como resultado, la debilidad de la defensa para neutralizar envíos cruzados resultó conmovedora. Con espacios para jugar entre líneas, Costa Rica se desplazó con comodidad y libertad para desmadejar a una defensa que, desprotegida, dejaba a la vista sus costuras, pero en el plan de Quinteros no había antídoto, como si el técnico aceptara de antemano la falta de solución para el drama. Y no sólo por los limitados recursos defensivos de la línea, sino por la incapacidad de su equipo para de forma gremial y solidaria frenar la sangría.

El fútbol fácil, de pelotazo al vacío, de Costa Rica se le atragantó a Bolivia cuando, presa de la desesperación, terminó partido en dos, sin que sus centrocampistas apoyaran en ataque o auxiliaran en defensa. Sin variantes ofensivas (los ingresos de Alcides Peña y Christian Chavez apenas contribuyeron a alterar el rumbo), Bolivia no encontró una vía de salida, no supo madurar una sola jugada. Y Costa Rica (especialmente tras el primer gol) se fue agigantando a medida que la defensa rival se iba agrietando. Agujereado estaba Bolivia, y suerte tuvo de que Arias contuviera (por dos veces) el penal de Guevara y que el poste devolviera un exquisito tiro libre de Campbell. Increíble estaba Campbell e imparable parecía Costa Rica, que vivía desatado, ganando todos los balones divididos, consiguiendo plantarse en el área rival con una facilidad pasmosa. Bolivia, que no tiene fútbol, se derrumbó, arrastrando gran parte de la chance clasificatoria edificada con el empate frente a Argentina. De aquella jornada, no quedó nada. Ni una sombra.

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