Fútbol cochabambino: Wilstermann ganó por inercia ante un inocuo Dínamo


José Vladimir Nogales
Si juzgamos el resultado (2-0 a Dínamo), hablaremos de un Wilstermann en racha, avasallante, victorioso, implacable, firme y tenaz. Si medimos el fútbol, diremos poco o nada. Este Wilstermann (moldeado al gusto de Chacior), no es ni orquesta ni coro. Es un archipiélago, una clase con cuatro empollones, un concurso de solistas, una Feria cantonal. El prodigio no es ganar tanto (lleva cinco victorias en siete partidos), es ganar así. La proeza consiste en desafiar al sueño del retorno a primera división con argumentos tan rudimentarios. El hallazgo es prescindir del fútbol, jugar sin proyecto, a pura inspiración, plagado de errores, tanto en la generación (de ahí deriva la escasa profundidad) como en la definición (nítidamente explicada por la falta de potencia).

Este miércoles volvió a suceder. Wilstermann venció gracias a un fogonazo, otra vez de Oliver Fernández, en la madrugada de la batalla. Al acertar el primer puñetazo entre el hígado y la moral, el rival quedó aturdido.

A partir del gol, Dínamo sintió inútil todo su esfuerzo. Su partido sugería virtudes indudables. Se manejaba con orden y se desplegaba con valentía, tocando el balón con sentido y con cierta agilidad. Sin embargo, su pulcro planteamiento no se acompañaba de la ferocidad que se requiere ante un cuadro grande como Wilstermann. Hay equipos contra los que no se puede ganar apelando, exclusivamente, a las bondades de un diseño inteligente. Es necesario invertir en valentía y rigor. Dínamo nada de eso tuvo. Se desplomó al primer contratiempo, perdiendo compostura y dejando expuesta su enorme carencia futbolística, su desnudez técnica, su timidez y conmovedora inocencia.

El gol, por lo prematuro, alivió a Wilstermann. Le quitó ansiedad, es verdad, pero por la excesiva tranquilidad subsecuente, terminó sedado. Su fútbol nunca se encendió. No rompió la modorra de un tránsito parsimonioso, tan cuidadoso como inútil. Sus argumentos eran muy pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Víctor Hugo Melgar y la escasa consistencia de Amilcar Sánchez y Javier Guzmán, los ejes creativos del dispositivo (3-4-2-1) de Chacior. Hay jugadores que deberían venir con libro de instrucciones. A Amilcar Sánchez, por ejemplo, cuesta adivinarle la especialidad. Tiene talento (velocidad, desborde, regate), pero le desborda la dirección. No cuaja como eje orbital, como núcleo distribuidor, ¿entonces, por qué Chacior lo ubica en esa demarcación?

El caso es que Wilstermann no tenía ni timonel ni bandas para desbordar (Lora -improvisado lateral- y Orellana -luego Bengolea- carecen de oficio para desequilibrar evolucionando por las orillas), consecuentemente carecía de profundidad; defecto atribuible a la respuesta de las individualidades (imprecisión a tóxicos niveles), a la mecánica del conjunto (el bloque se traslada con tan exasperante lentitud que parece partido en dos) y al dispositivo diseñado por el técnico Chacior (juega con tres atrás ante cuadros que nunca atacan, apela a laterales sin oficio para desbordar, coloca dos enganches nada dominantes en el juego, de escasa química entre ambos, y echa mano de un único punta -Oliver Fernández- incapaz de fabricarse, por sí solo, una situación de gol).

La consecuencia lógica fue el bodrio que se vio: Fútbol lento e impreciso, plagado de errores, algunos de absurdo infantilismo. Inutilizado desde el inicio de la batalla, Dínamo encontró en los tiros libres un potencial yacimiento. Incapaz de progresar con balón dominado, buscó y encontró infracciones que plasmasen el tendido de un aprovechable puente aéreo hacia la inmaculada parcela de Machado. Todas sus oportunidades se redujeron a esa raquítica fórmula, algunas con alto grado de factibilidad, no sin involucrar azar, acierto propio y yerro ajeno (como una pifia del golero).

Un tiro libre frontal, magistralmente ejecutado por Bengolea, elevó a dos la ventaja de los rojos en el linde del descanso.

Al estirarse la diferencia, también creció la abulia. Wilstermann hizo muy poco para componer la imagen de equipo desmadejado que proyectó a lo largo del desarrollo. Su aprecio por la pelota (intenta jugarla con propiedad) delata su excesiva horizontalidad (por ausencia de rutas potables para descargar) y su quietud. Todos tocan, pero nadie se mueve. Difícil ganar metros así, sin desmarques, sin velocidad. El fútbol vegetativo no sirve, sin vértigo ni visión espacial no se genera nada.

Este módulo estructurado por Claudio Chacior carece de propensión asociativa, de movimientos coordinados que escapen a la rutina. Los volantes tocan el balón para deshacerse de él, no para engendrar jugadas con proyección. Por eso la infantería de Wilstermann arriba con pocos efectivos al área, por esa razón no gravita, no se impone, por eso no existen ataques masivos, por eso es difícil no abortar proyectos ofensivos ante la superioridad numérica rival (el ingreso de Erick Rojas como segundo punta, extirpando un enganche, dio mayor volumen al ataque). Fue así que, a falta de un plan de juego coherente, que vaya más allá de una banal disposición posicional; el equipo siguió respondiendo a los estímulos individuales y, particularmente, a los arrebatos de Amilcar Sánchez, mientras Dínamo apenas se aproximaba con modestia.

El resumen es que el equipo de Chacior engorda su estadística triunfalista. Nadie cuestiona ese valor, pero cuesta creer que con estos futbolistas no se pueda aspirar a jugar mejor. Uno se resiste a que los resultados lo justifiquen todo. Hay un riesgo en aplaudir esta forma de vivir. Cuando se empieza por olvidar el espectáculo se termina por olvidar al espectador.

Wilstermann: Machado, Carballo, Garzón, Bengolea; Lora y Orellana (Castellón); Hugo Sánchez (Christian Machado), Melgar, Amilcar Sánchez y Guzmán (Rojas) y Fernández.

Dínamo: Zurita, Christian Villarroel, Cassia, Mogro, Salinas, Ortiz (Justiniano), Aurelio Fernández (Pereira), Aitor Villarroel, Espada, Almanza y Luján.

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