Bossi concede seis meses de gracia a Berlusconi
El líder de la Liga pide 12 condiciones irrealizables pero descarta elecciones anticipadas.- El pueblo de Pontida clama por la ruptura y la secesión
Roma, El País
El pueblo de la Liga es un pueblo macho, machista, xenófobo y orgulloso de su identidad. Una tribu pintoresca de campesinos orondos que no piden perdón cuando pisan a alguien, de ganaderos que presumen de due maroni (dos pelotas), y de pequeños empresarios muy conservadores. Todos parecen odiar las mismas cosas: a Roma, a Europa, al Estado, la burocracia, los impuestos, los inmigrantes y los homosexuales. Hoy han acudido unos 10.000 seguidores a la romería anual de Pontida, un pueblo de Lombardía situado a 60 kilómetros de Milán, donde se halla la pradera sagrada de la Liga. Tiene el tamaño de medio campo de fútbol, y hace 900 años, en 1167, se dice que los primeros padanos juraron defenderse unidos de Barbarroja. El prado está apenas medio lleno. Y un solo grito sale de las gargantas mojadas por el vino a granel y la cerveza: "Secesión, secesión".
En el palco, Umberto Bossi, al que todos llaman Il Capo, está haciendo su discurso más esperado en mucho tiempo. El pueblo lumbard está harto de Silvio Berlusconi y espera que Bossi anuncie la ruptura. Los sondeos muestran que en el referéndum del pasado domingo el 50% de los votantes del Carroccio desobedecieron al Capo y fueron a las urnas. Cuando, nada más empezar, Bossi dice que no puede hacer caer al Gobierno porque la izquierda ganaría las elecciones anticipadas, el gentío silba. "Secesión, secesión", braman otra vez.
La pancarta más grande, que nadie retira, exige un nuevo jefe de Gobierno propio para sustituir a Berlusconi. Roberto Maroni, el polémico ministro del Interior, sale de Pontida convertido en el probable sucesor del cansado jefe, que cuando la gente está ya yéndose a casa, vuelve al palco porque había olvidado decir algo.
A cambio de mantener su apoyo a un Ejecutivo en el que tiene tres ministros, Umberto Bossi ha decidido cocer a fuego lento a su aliado en Roma. "Querido Berlusconi", amenaza, "tu liderazgo está en riesgo en las próximas elecciones si no cumples los deseos de la Liga". Y entonces dicta la agenda política de los próximos seis meses desgranando un programa de Gobierno de 12 puntos, con plazos muy estrictos de aprobación.
El giro a la extrema derecha y más demagogia y más humo son las soluciones que Bossi y Maroni han ideado para salvar a un Gobierno sin rumbo. En dos semanas, reducción de las misiones militares de paz en el exterior, aprobación de la reforma constitucional con un Senado federal y demediando el número de parlamentarios, nuevas formas de autonomía regional, reducción de la factura eléctrica, recorte de los gastos de la política, financiación al transporte local, abolición de las medidas represivas por parte de Hacienda; reforma del Pacto de Estabilidad para dotar de más fondos a ayuntamientos y regiones.
La Liga achaca el nuevo viento que azota a la sociedad italiana a los errores de Berlusconi. Pero casi todo lo que propone está repetido; los italianos lo llevan oyendo desde 1994 y la derecha no ha sido capaz de ponerlo en práctica, aunque ha gobernado casi 11 de esos 17 años.
La lista contiene algunas medidas sensatas, pero en caso de que Berlusconi las asumiera supondría muy probablemente la implosión definitiva de la olla de segundones asustados que es en este momento el Pueblo de la Libertad.
Hábil estratega, Bossi pide un imposible a Berlusconi y vuelve a los orígenes. Mientras Maroni critica a la OTAN, la magistratura y la Unión Europea, él arenga a los campesinos y a los criadores de vacas para que vayan a Roma con los tractores para darles su merecido a "los delincuentes del Parlamento", llama "gilipollas" y "esclavos de Roma" a los periodistas, dice que Berlusconi "se ha cagado de miedo" al no aceptar su petición de trasladar cuatro ministerios desde Roma a Monza y a Milán.
Pese a la retórica del odio contra la Roma ladrona, Bossi no puede romper la alianza con Berlusconi porque eso pondría en peligro las coaliciones que mantiene con el PDL en 400 ayuntamientos, dos regiones y 14 provincias.
En todo caso, su pueblo adora ese estilo fascista de hostería. "Bossi es nuestro jefe y siempre lo será porque hipotecó la casa por el partido y no se ha enriquecido", dice un veterano militante.
Se nota que hoy, con la alianza de Gobierno en su momento más bajo y celebrándose el 150 aniversario de la unificación de Italia, han venido a Pontida los más recalcitrantes, lo peor de esa derechona homófoba y racista que ha convertido al Gobierno de la última década en una vergüenza para Europa. "Vendola maricón", "Alemanno hijo de puta", "150 años de infamia", dicen algunos carteles.
Pontida es también folclore, y recuerda más a una feria de comida o a un parque temático que a un acto político serio. Entre puestos de salchichas y papillas se exhiben dos jóvenes con poca ropa. Miss Padania y Miss Periódico La Padania. ¿Qué les ha parecido el discurso de Bossi? Ninguna de las dos contesta. "Es que son jóvenes", responde una secretaria.
El ambiente al final es frío y muy tenso. Un joven gordo vestido de cruzado medieval amenaza al corresponsal de Le Monde, Philippe Ridet, agitando la espada: "Piensa en Francia, francés, y déjanos a nosotros ocuparnos de la Padania".
Por increíble que parezca, esta gente tiene aun tres ministerios en el Ejecutivo de la República italiana y la llave de la estabilidad política de un país cada vez más amenazado por la crisis griega.
Roma, El País
El pueblo de la Liga es un pueblo macho, machista, xenófobo y orgulloso de su identidad. Una tribu pintoresca de campesinos orondos que no piden perdón cuando pisan a alguien, de ganaderos que presumen de due maroni (dos pelotas), y de pequeños empresarios muy conservadores. Todos parecen odiar las mismas cosas: a Roma, a Europa, al Estado, la burocracia, los impuestos, los inmigrantes y los homosexuales. Hoy han acudido unos 10.000 seguidores a la romería anual de Pontida, un pueblo de Lombardía situado a 60 kilómetros de Milán, donde se halla la pradera sagrada de la Liga. Tiene el tamaño de medio campo de fútbol, y hace 900 años, en 1167, se dice que los primeros padanos juraron defenderse unidos de Barbarroja. El prado está apenas medio lleno. Y un solo grito sale de las gargantas mojadas por el vino a granel y la cerveza: "Secesión, secesión".
En el palco, Umberto Bossi, al que todos llaman Il Capo, está haciendo su discurso más esperado en mucho tiempo. El pueblo lumbard está harto de Silvio Berlusconi y espera que Bossi anuncie la ruptura. Los sondeos muestran que en el referéndum del pasado domingo el 50% de los votantes del Carroccio desobedecieron al Capo y fueron a las urnas. Cuando, nada más empezar, Bossi dice que no puede hacer caer al Gobierno porque la izquierda ganaría las elecciones anticipadas, el gentío silba. "Secesión, secesión", braman otra vez.
La pancarta más grande, que nadie retira, exige un nuevo jefe de Gobierno propio para sustituir a Berlusconi. Roberto Maroni, el polémico ministro del Interior, sale de Pontida convertido en el probable sucesor del cansado jefe, que cuando la gente está ya yéndose a casa, vuelve al palco porque había olvidado decir algo.
A cambio de mantener su apoyo a un Ejecutivo en el que tiene tres ministros, Umberto Bossi ha decidido cocer a fuego lento a su aliado en Roma. "Querido Berlusconi", amenaza, "tu liderazgo está en riesgo en las próximas elecciones si no cumples los deseos de la Liga". Y entonces dicta la agenda política de los próximos seis meses desgranando un programa de Gobierno de 12 puntos, con plazos muy estrictos de aprobación.
El giro a la extrema derecha y más demagogia y más humo son las soluciones que Bossi y Maroni han ideado para salvar a un Gobierno sin rumbo. En dos semanas, reducción de las misiones militares de paz en el exterior, aprobación de la reforma constitucional con un Senado federal y demediando el número de parlamentarios, nuevas formas de autonomía regional, reducción de la factura eléctrica, recorte de los gastos de la política, financiación al transporte local, abolición de las medidas represivas por parte de Hacienda; reforma del Pacto de Estabilidad para dotar de más fondos a ayuntamientos y regiones.
La Liga achaca el nuevo viento que azota a la sociedad italiana a los errores de Berlusconi. Pero casi todo lo que propone está repetido; los italianos lo llevan oyendo desde 1994 y la derecha no ha sido capaz de ponerlo en práctica, aunque ha gobernado casi 11 de esos 17 años.
La lista contiene algunas medidas sensatas, pero en caso de que Berlusconi las asumiera supondría muy probablemente la implosión definitiva de la olla de segundones asustados que es en este momento el Pueblo de la Libertad.
Hábil estratega, Bossi pide un imposible a Berlusconi y vuelve a los orígenes. Mientras Maroni critica a la OTAN, la magistratura y la Unión Europea, él arenga a los campesinos y a los criadores de vacas para que vayan a Roma con los tractores para darles su merecido a "los delincuentes del Parlamento", llama "gilipollas" y "esclavos de Roma" a los periodistas, dice que Berlusconi "se ha cagado de miedo" al no aceptar su petición de trasladar cuatro ministerios desde Roma a Monza y a Milán.
Pese a la retórica del odio contra la Roma ladrona, Bossi no puede romper la alianza con Berlusconi porque eso pondría en peligro las coaliciones que mantiene con el PDL en 400 ayuntamientos, dos regiones y 14 provincias.
En todo caso, su pueblo adora ese estilo fascista de hostería. "Bossi es nuestro jefe y siempre lo será porque hipotecó la casa por el partido y no se ha enriquecido", dice un veterano militante.
Se nota que hoy, con la alianza de Gobierno en su momento más bajo y celebrándose el 150 aniversario de la unificación de Italia, han venido a Pontida los más recalcitrantes, lo peor de esa derechona homófoba y racista que ha convertido al Gobierno de la última década en una vergüenza para Europa. "Vendola maricón", "Alemanno hijo de puta", "150 años de infamia", dicen algunos carteles.
Pontida es también folclore, y recuerda más a una feria de comida o a un parque temático que a un acto político serio. Entre puestos de salchichas y papillas se exhiben dos jóvenes con poca ropa. Miss Padania y Miss Periódico La Padania. ¿Qué les ha parecido el discurso de Bossi? Ninguna de las dos contesta. "Es que son jóvenes", responde una secretaria.
El ambiente al final es frío y muy tenso. Un joven gordo vestido de cruzado medieval amenaza al corresponsal de Le Monde, Philippe Ridet, agitando la espada: "Piensa en Francia, francés, y déjanos a nosotros ocuparnos de la Padania".
Por increíble que parezca, esta gente tiene aun tres ministerios en el Ejecutivo de la República italiana y la llave de la estabilidad política de un país cada vez más amenazado por la crisis griega.