La fórmula del Real Madrid: Fe en Mou
Por primera vez en su historia centenaria la afición del Real Madrid se aferra a un entrenador, José Mourinho. Desafiante, incómodo y lenguaraz, el portugués emplea a fondo su carisma
Madrid, El PaísEl estadio Santiago Bernabéu, sede del club más rico y popular del planeta, siempre fue un escenario intimidante por su fría solemnidad. La multitud regala elogios en dosis muy calculadas, incluso a sus héroes más queridos, y en ocasiones después de años de observación. En su altar, sitúa a un grupo reducido de futbolistas, además de un presidente, el propio Bernabéu, que antes de oficiar de patriarca también fue jugador. Desde hace meses, sin embargo, se observa un fenómeno insólito. La hinchada entona cánticos de alabanza al entrenador José Mourinho.
Hay ejecutivos en el club que lo interpretan en clave freudiana: la hinchada siente nostalgia de un padre autoritario
"Mourinho es un valor añadido para Mourinho, no para la marca del Madrid", dice Nueno, experto en marketing
Los conflictos que provoca son el resultado de la defensa de su soberanía frente al poder de Florentino Pérez
El fenómeno inspira la curiosidad de los más importantes ejecutivos del club, que lo interpretan en clave freudiana: la multitud siente nostalgia de una figura autoritaria. Ven en Mourinho, portugués de 48 años nacido en Setúbal, a un Moisés madridista. De pronto, ante los ojos de la masa social, este hombre de mirada atormentada y pelo entrecano se ha representado como el padre legislador. A su amparo, la omnipotencia del destino parece menos angustiante. Y el destino, en el imaginario del graderío, es un adversario llamado Barcelona.
El título de mejor entrenador de fútbol del mundo no es oficial. Tampoco existe el premio que acredite tal condición. Pero, como en todos los fenómenos estocásticos, donde el azar desempeña un papel decisivo, en el fútbol se extiende la confianza supersticiosa en el gobierno de una entidad sobrenatural que reparte fortuna a quien la merece. Nadie inspira más fe en el éxito que Mourinho, que ha ganado 18 trofeos en tres países distintos. Hábil como pocos para intuir la sensibilidad popular, el hombre sabe a qué atribuir la causa de todo:
-Dios debe creer que soy un tío cojonudo-, dijo, con gran sentido de la oportunidad, en la cadena Cope.
El 20 de diciembre pasado, en el antepalco del Bernabéu, Mourinho se sentó en la mesa presidencial para celebrar la Navidad en la comida oficial del club. Habían pasado siete meses desde su contratación. Sin embargo, la derrota por 5-0 que le acababa de infligir el Barcelona en el clásico, había despertado su vena más desaforada. "Mou", dijo uno de los presentes, observando la súbita actitud sombría del portugués, "tenía una herida en el alma".
La noche anterior, en una reacción sin precedentes en los 110 años de historia del club, el técnico se había sublevado ante los dirigentes que le visitaron en el vestuario tras un partido contra el Sevilla. Durante tres minutos interminables, a decir de los presentes, Mourinho maldijo la falta de docilidad de la directiva a la hora de responder a sus órdenes:
-¡Vosotros decís que esto es un club señor y esto es una puta mierda de club! ¡Y ahora vais y se lo decís al presidente...!
Al día siguiente, antes de que le sirvieran el faisán a las uvas con cebolletas caramelizadas, Mourinho presentaba un aspecto reposado. El presidente del club, Florentino Pérez, enterado de los sucesos de la víspera, se había sacudido la perplejidad. Cuando pidió el micrófono para pronunciar su discurso, felicitó al centenar de asistentes y, tras una breve alocución, se dirigió al presidente de honor, Alfredo di Stéfano:
-Aquí hay gente que se cree capacitada para todas las empresas. Lo que pasa es que el Real Madrid es la empresa más fuerte y no todos están capacitados. Este es el desafío más grande. Porque tú, Alfredo, viniste conmigo cuando la FIFA nos concedió el trofeo al mejor club del siglo XX...
-Así es, ahí está el trofeo-, dijo Di Stéfano, con gesto torvo.
-Fuimos a Zúrich y la FIFA nos reconoció que éramos el mejor club del mundo. Por eso, la presión que se sufre aquí no es para cualquiera. Algunos se vuelven locos.
Mourinho, siempre según el relato de algunos asistentes, recibió los mensajes y devoró el faisán sin inmutarse. Él ya había lanzado su filípica. Si en mayo Florentino Pérez creyó que fichaba un entrenador, en Navidades descubrió que el hombre que tenía a su lado ambicionaba diseñar la estrategia del club. "Si por él fuera, ejercería de presidente", comentaba a sus amigos, con ironía. Tras un mes de incertidumbre y tensión, comprobó que el técnico no cedería en sus movimientos conminatorios. Poco a poco, fue aceptando condiciones que hasta entonces le habían parecido innegociables. Mourinho, por quien el Madrid pagó un traspaso de cerca de 15 millones de euros al Inter, cantidad jamás abonada por un entrenador, se fue haciendo con el poder hasta convertirse en el preparador con más prerrogativas que ha pisado nunca el vestuario de Chamartín. Su sueldo, de más de diez millones de euros netos por año, es un símbolo de su influencia.
"Es una de las personas más inteligentes que he conocido en el mundo del fútbol", explica un directivo, que prefiere mantenerse en el anonimato. "Nos ha puesto a prueba. Nos ha presionado. Pero una vez que ha visto que todos estamos detrás de él, apoyándole en sus guerras, se va a tranquilizar. El año que viene lo veremos más tranquilo".
El anonimato es la tónica general. Florentino Pérez prefiere no exponerse al desgaste y selecciona sus declaraciones públicas con cautela. Jorge Valdano, el director general adjunto a la presidencia, solo acepta responder cuatro preguntas en los días de partido para la televisión que ostenta los derechos. El director general corporativo, José Ángel Sánchez, verdadero administrador del club, optaría por la invisibilidad si fuese posible. Normalmente, los jugadores prefieren callar antes que participar de una coreografía forzada. Los que se salieron del libreto, como Benzema y Cristiano, fueron represaliados sin jugar. Cuando los futbolistas ofrecieron conferencias de prensa, el técnico los citó antes en privado para aleccionarlos sobre las respuestas que debían dar a cada una de las probables cuestiones problemáticas. Al acabar la reunión les dijo: "Tú debes decir lo que te pido solo si estás de acuerdo. ¿Vale?".
Mourinho dirige la política de comunicación con mano firme. Desde la cúspide del organigrama hasta las bases del vestuario, los empleados saben que es conveniente no aparecer en público para no herir su susceptibilidad. "Sólo se contenta si le rinden pleitesía", dice un empleado. Últimamente, la situación se ha agravado. Mourinho lleva tres semanas sin hablar en público. Esto convierte al club en una caja fuerte. Un cofre por cuya cerradura se escucha una voz. No es la voz de Mourinho. Hace días se supo que el técnico nombró un portavoz, un hombre de su confianza llamado Eladio Paramés, que trabaja al margen del Madrid. En una aparición sorprendente, el domingo pasado el portavoz leyó un comunicado con el que desmintió un comentario que Valdano había hecho una hora antes en su entrevista de cuatro preguntas justificando el silencio de Mourinho: "Valdano es el portavoz del Real Madrid pero no es el portavoz de José Mourinho (...). Mourinho hablará y hará ruido en el momento en que él considere oportuno y de forma inequívoca".
Los discursos de Mourinho suelen ser tan inequívocos como contradictorios. Antes de la final de Copa reunió a su plantilla y orquestó un sistema para que todos sus jugadores se sincronizasen a la hora de emplearse contra el Barça al límite del reglamento, y de presionar al árbitro, Undiano Mallenco. "Los árbitros españoles son cagones", le escucharon. A la semana siguiente exigió al Madrid que denunciara ante la UEFA que los jugadores del Barça hacían "teatro", fingían sufrir faltas, y eso iba contra el fair play.
Club presidencialista por excelencia, el Madrid ha pasado a gravitar sobre el entrenador. Dicen los gestores que este era un paso necesario porque en los últimos años la industria del fútbol había crecido tanto que el club convivía mal con la actividad principal, que era el deporte de elite. En este proceso el Madrid había experimentado lo que llaman "crisis de crecimiento", que consiste en un desequilibrio de poderes internos en el que el entrenador quedaba marginado de la toma de decisiones. Desautorizado ante la masa social y la plantilla. Con Mourinho, dicen los directivos, se ha recuperado el espacio del entrenador. Los conflictos que ha desencadenado el portugués son el resultado de la defensa de su independencia. Ahí donde sus antecesores claudicaron hasta dejarse despedir elegantemente, Mourinho resiste desafiante. Desafía a Florentino Pérez, cuya tendencia a intervenir en la parcela deportiva acabó con el despido de seis entrenadores en ocho temporadas.
En una exhibición de celo por la expansión de su soberanía, Mourinho dedicó el mes de enero a presionar al club para que le fichara un tercer delantero centro. Insistía en tener tres nueves en la plantilla, lo que suponía negar la condición de ariete a Cristiano. "Cristiano no es un nueve", se quejó. De paso, forzó una crisis institucional. Mientras pedía nueves exigió la destitución de Valdano. Para tranquilizarle, Florentino Pérez contrató a Adebayor y lo sumó a Higuaín y a Benzema. La conclusión fue previsiblemente contradictoria: el portugués prescindió de Benzema, Higuaín y Adebayor, para acabar jugando los partidos decisivos con Cristiano haciendo de nueve.
Cuando argumentan la contratación de un entrenador de reputación conflictiva, los responsables del Madrid dicen que lo hacen con el mismo criterio con que ficharon a los otros. Subrayan que solo esperan que desarrolle su trabajo y ponga a disposición del equipo su bagaje técnico, sus recursos tácticos, y la experiencia que le llevó a conquistar dos Ligas de Campeones con el Inter y el Oporto. Una marca de cosmopolitismo.
Los dirigentes no admiten que Mourinho sea el remedio peligroso que requiere una situación desesperada: el auge del Barcelona. "Sería concederle al Barça un rol que no le corresponde", dicen. Nadie en los despachos del Bernabéu relaciona el fichaje de Mourinho con una necesidad urgente de frenar el avance del rival histórico sobre un territorio, un marco de valores sociales, deportivos y económicos, hasta entonces vedado al madridismo. Durante un siglo el Madrid representó mejor que nadie el estilo del fútbol español. Los registros de las últimas temporadas, sin embargo, hablan de un profundo cambio de tendencia. Entre 1970 y 1990 el Madrid conquistó 10 Ligas por 2 del Barça. Entre 1990 y 2011, el Barça ha conquistado 11 Ligas, por 6 del Madrid.
El Madrid no ha cedido terreno sin poner resistencia. Ningún club en la historia del fútbol ha invertido más dinero en fichajes que el Madrid desde 2000. En los últimos cuatro años la inversión supera los 500 millones de euros. El resultado: una Liga en 2008 y una Copa del Rey, recientemente lograda. En el mismo período el Barcelona ha gastado la mitad de dinero y ha levantado nueve títulos, incluyendo tres Ligas, una Copa de Europa y una Copa Intercontinental.
Nadie sufre más esta realidad que Florentino Pérez. Con el presidente de ACS al frente del club la sequía de trofeos se prolongaba desde 2003. Necesitaba un golpe de mano para convalidar su posición y lo expresó en el discurso de presentación de Mourinho, hace un año: "El estilo del Real Madrid es ganar. No hay otro posible".
La contundencia de la afirmación dejaba entrever sus dudas. El presidente supo que con Mourinho debería resignar su vieja aspiración de identificar la imagen universalista del club con el fútbol que él denominaba "espectacular", o "artístico". A su alrededor, proliferaron los directivos convencidos de la necesidad, en aras del pragmatismo, de un cambio hacia un modelo menos agradable. "El producto que más vende es el producto ganador", decían en el entorno presidencial. "El Madrid no puede ser perdedor".
El juego del Madrid de Mourinho no tiene un estilo definido. La labor del técnico se aprecia mejor fuera del campo, en donde ha desplegado una continuada retórica victimista para denunciar conspiraciones en su contra. De sus exposiciones se deduce una conjura deshonesta que mezcla árbitros, operadores de televisión, y hasta la propia UEFA, el organismo rector del fútbol europeo, todos empeñados en favorecer al Barcelona."No hay una estrategia premeditada para dañar la imagen del Barça", dice un alto cargo madridista. "Son reacciones que se tienen en el fragor del partido".
Rafa Guerrero, exárbitro español de Primera, dice: "Un club grande, con los mejores jugadores y el mejor entrenador del mundo, nunca debería justificarse como un débil. Queremos quitar la violencia del fútbol y estas actitudes generan violencia. El fútbol es de los niños y de los futbolistas. Los demás somos invitados. Pero los jugadores han perdido protagonismo. Esta temporada ha sido un monólogo del entrenador".
José Luis Nueno, profesor de marketing del IESE, es autor de un estudio sobre la estrategia comercial del Madrid que en 2004 se convirtió en uno de los casos más estudiados en Harvard. Su visión de la imagen actual del club es crítica: "Denunciar al Barça por hacer teatro es como denunciar que el público va al fútbol para chillar. ¿Qué jugador no interpreta un papel? No es una denuncia hecha para que la UEFA emita un fallo a favor sino para que los madridistas exalten sus sentimientos de unión y cierren filas con el equipo. Es una forma de hacer comunidad. El lema solos contra el mundo, tan extendido últimamente en el Madrid, es un ejemplo de buena comunidad. El Atlético es un ejemplo bestial. Tenían más seguidores en Segunda que en Primera. La adversidad fortalece. Normalmente, las empresas no diseñan estas estrategias conscientemente. Son intuitivas. Si el mercado funciona como un instituto, el Barça se está posicionando como el equipo de los niños buenos que estudian y el Madrid como el de los broncas que van con piercing. De un lado, el equilibrio zen, del otro, los hooligans entrando fuerte para satisfacer a Mourinho".
"Mourinho", prosigue Nueno, "es un valor añadido para Mourinho, no para la marca del Madrid. Hace de enfant terrible. Él quiere ser la estrella. Es carismático y tiende a postergar a los jugadores carismáticos. En este sentido, Guardiola tiene más valores tradicionalmente madridistas".
Los ejecutivos del club aseguran -desde el anonimato- que esto no es cierto. Que Mourinho es un "galáctico" que añade notoriedad y refuerza la imagen del Madrid recuperando valores primigenios como la competitividad y el sacrificio que se ven en el comportamiento del equipo. Insisten en las encuestas: la mayoría de los socios le apoyan. El público cree que Mourinho ha despertado a una institución adormecida, despojándola de amaneramientos.
El Madrid nunca se aferró a los entrenadores. Despidió a Heynckes después de ganar una Champions, a Del Bosque después de ganar una Liga y a Benito Floro tras la obtención de la Copa del Rey. La Copa fue el título menos apreciado por una afición que se creía llamada a empresas planetarias.
La Copa es el único título que logró Mourinho con el Madrid. Pero los dirigentes le respaldan más que nunca. Ahí, en el Bernabéu, dicen, hay una multitud dispuesta a seguir a su profeta.