EE UU pide a Islamabad datos para esclarecer los lazos con Al Qaeda
Washington reclama los nombres de varios agentes secretos paquistaníes
Washington, El País
Washington, El País
En una escalada de la presión sobre Pakistán para esclarecer sus lazos con Al Qaeda, Estados Unidos ha pedido a ese país los nombres de algunos de sus agentes involucrados en el seguimiento del terrorismo islámico para determinar hasta qué punto Osama bin Laden ha sido tolerado o incluso protegido durante años, según informaba este sábado el diario The New York Times.
Esta exigencia es el reflejo del clima de insatisfacción que se ha instalado en Washington tras conocerse algunos detalles sobre la forma en que el líder de Al Qaeda vivía en Pakistán y una vez revisados los precedentes sobre la aparente libertad de movimientos con que ha contado durante su larga estancia en ese país.
La reclamación de facilitar la identidad de algunos agentes fue presentada, entre otras, en sendas reuniones mantenidas esta semana en Islamabad y en Washington entre responsables militares y de los servicios secretos de ambos países. En una de ellas, celebrada el pasado lunes en el Pentágono, la vicesecretaria de Defensa para Planificación Política, Michelle Flournoy, declaró que había solicitado a los paquistaníes pasos claros para demostrar al Congreso que están seriamente comprometidos en la lucha contra el terrorismo y a trabajar junto a Estados Unidos.
El Congreso es el lugar en el que la presión sobre Pakistán se ha hecho más notoria y puede tener mayores repercusiones. Varios destacados senadores y representantes se han quejado públicamente de la actitud de ese país y han amenazado con retirarle la cuantiosa ayuda que recibe. En octubre pasado, los Gobiernos de Washington e Islamabad firmaron un acuerdo para elevar hasta los 2.000 millones de dólares la asistencia militar durante los próximos cinco años.
Ese acuerdo estaba condicionado al respeto de los derechos humanos en Pakistán y a su involucramiento sincero en el combate contra los terroristas. Sin embargo, desde esa fecha se han ido acumulando datos que invitan a sospechar que Pakistán no está dispuesto a satisfacer las demandas norteamericanas para perseguir a los miembros de Al Qaeda y organizaciones afines.
Esas sospechas se hicieron casi evidencias tras la muerte de Bin Laden. La mayoría de congresistas y funcionarios envueltos en esos asuntos dudan de que el líder de Al Qaeda pudiera haber vivido durante cinco años -aunque este dato no está todavía confirmado- a unos pocos kilómetros de la Escuela Militar paquistaní y en una zona residencial especialmente vigilada, puesto que en ella vive principalmente altos oficiales del Ejército y de la inteligencia, sin el conocimiento de los responsables de la seguridad de ese país. La casa de Bin Laden tenía, además, la llamativa singularidad de no disponer de línea telefónica, pese a ser una de las más grandes del barrio.
Fuentes oficiales norteamericanas han confesado anónimamente a la prensa que es difícil de creer que el general Ashfaq Parvez Kayani, jefe de las Fuerzas Armadas, o el general Ahmad Shuja Pasha, jefe del poderoso servicio de inteligencia, ISI, no supieran algo sobre el paradero de Bin Laden. Aunque así fuese, es muy probable que el líder de Al Qaeda encontrase algún tipo de protección en escalones inferiores de la jerarquía militar.
Algunas otras pistas así lo sugieren. Según el espionaje norteamericano, Bin Laden pasó solo un corto periodo de tiempo, tras su huida de Afganistán, viviendo en las áreas tribales de la frontera afgano-paquistaní. Al menos desde 2003 se mueve en zonas urbanas próximas a Islamabad, primero en una pequeña localidad en el entorno de Abbottabad y, en los últimos seis años, en el lugar en el que encontró la muerte. No debía de ser un secreto, ya que la periodista Christiane Amanpour dijo el año pasado que Bin Laden no vivía en una cueva sino en una buena casa de un buen vecindario.
Los problemas con Pakistán vienen de lejos. En 1998, Bill Clinton ordenó un bombardeo sobre un punto de ese país en el que se creía que estaba Bin Laden. Cuando los aviones llegaron, dispararon contra un campamento vacío. La comisión que investigó el 11-S concluyó después que el líder de Al Qaeda había sido informado por los paquistaníes.
Esta exigencia es el reflejo del clima de insatisfacción que se ha instalado en Washington tras conocerse algunos detalles sobre la forma en que el líder de Al Qaeda vivía en Pakistán y una vez revisados los precedentes sobre la aparente libertad de movimientos con que ha contado durante su larga estancia en ese país.
La reclamación de facilitar la identidad de algunos agentes fue presentada, entre otras, en sendas reuniones mantenidas esta semana en Islamabad y en Washington entre responsables militares y de los servicios secretos de ambos países. En una de ellas, celebrada el pasado lunes en el Pentágono, la vicesecretaria de Defensa para Planificación Política, Michelle Flournoy, declaró que había solicitado a los paquistaníes pasos claros para demostrar al Congreso que están seriamente comprometidos en la lucha contra el terrorismo y a trabajar junto a Estados Unidos.
El Congreso es el lugar en el que la presión sobre Pakistán se ha hecho más notoria y puede tener mayores repercusiones. Varios destacados senadores y representantes se han quejado públicamente de la actitud de ese país y han amenazado con retirarle la cuantiosa ayuda que recibe. En octubre pasado, los Gobiernos de Washington e Islamabad firmaron un acuerdo para elevar hasta los 2.000 millones de dólares la asistencia militar durante los próximos cinco años.
Ese acuerdo estaba condicionado al respeto de los derechos humanos en Pakistán y a su involucramiento sincero en el combate contra los terroristas. Sin embargo, desde esa fecha se han ido acumulando datos que invitan a sospechar que Pakistán no está dispuesto a satisfacer las demandas norteamericanas para perseguir a los miembros de Al Qaeda y organizaciones afines.
Esas sospechas se hicieron casi evidencias tras la muerte de Bin Laden. La mayoría de congresistas y funcionarios envueltos en esos asuntos dudan de que el líder de Al Qaeda pudiera haber vivido durante cinco años -aunque este dato no está todavía confirmado- a unos pocos kilómetros de la Escuela Militar paquistaní y en una zona residencial especialmente vigilada, puesto que en ella vive principalmente altos oficiales del Ejército y de la inteligencia, sin el conocimiento de los responsables de la seguridad de ese país. La casa de Bin Laden tenía, además, la llamativa singularidad de no disponer de línea telefónica, pese a ser una de las más grandes del barrio.
Fuentes oficiales norteamericanas han confesado anónimamente a la prensa que es difícil de creer que el general Ashfaq Parvez Kayani, jefe de las Fuerzas Armadas, o el general Ahmad Shuja Pasha, jefe del poderoso servicio de inteligencia, ISI, no supieran algo sobre el paradero de Bin Laden. Aunque así fuese, es muy probable que el líder de Al Qaeda encontrase algún tipo de protección en escalones inferiores de la jerarquía militar.
Algunas otras pistas así lo sugieren. Según el espionaje norteamericano, Bin Laden pasó solo un corto periodo de tiempo, tras su huida de Afganistán, viviendo en las áreas tribales de la frontera afgano-paquistaní. Al menos desde 2003 se mueve en zonas urbanas próximas a Islamabad, primero en una pequeña localidad en el entorno de Abbottabad y, en los últimos seis años, en el lugar en el que encontró la muerte. No debía de ser un secreto, ya que la periodista Christiane Amanpour dijo el año pasado que Bin Laden no vivía en una cueva sino en una buena casa de un buen vecindario.
Los problemas con Pakistán vienen de lejos. En 1998, Bill Clinton ordenó un bombardeo sobre un punto de ese país en el que se creía que estaba Bin Laden. Cuando los aviones llegaron, dispararon contra un campamento vacío. La comisión que investigó el 11-S concluyó después que el líder de Al Qaeda había sido informado por los paquistaníes.