Mourinho: así se gestó su plan para ganar al Barcelona
Madrid, As
No hay un solo entrenador que muestre sus cartas en público. Las apariencias son parte de una estrategia imprescindible para conseguir el respeto dentro y fuera del club. Así Mourinho se autodenominó especial cuando llegó al Chelsea porque nadie creía en Inglaterra que fuera capaz de llevar a su nuevo club a lo más alto.
Tras su aterrizaje en Madrid, siguió dando la impresión de un técnico que sabía dónde estaba el mal y cómo curarlo. Pero esa confianza en él quedó mermada incluso antes del 5-0: "El fútbol es una caja de sorpresas: nunca sabes cómo te van a responder los tuyos", decía a los tres meses de llegar. Pero poco a poco fue descubriendo hasta dónde le iban a llevar sus pupilos y que había nivel para disputar títulos, para parecer que se podía ganar alguno.
Objetivo. Cuando se supo que para obtener un premio había que cruzarse con el Barça cuatro veces, Mourinho diseñó un plan a medio plazo que incluía los derbis, pero también los encuentros anteriores y los de en medio. Su programación partió de una premisa: si se conseguía ganar uno de los partidos, la balanza de poder entre ambos iba a variar definitivamente. "Cuando les venzamos la primera vez, se encenderán nuestras luces, veréis", decía. La teoría era simple, pero el talento está en ver el camino y hacerlo creer a sus jugadores.
Mourinho creía que el Barça se consideraba muy superior al Madrid, que le miraba con cierta seguridad, justificada por los éxitos pero peligrosamente excesiva. Una derrota, pensaba, les iba a hacer sufrir, sería un golpe durísimo por inesperado y, a ojos blaugrana, inmerecido. Mourinho conoce bien la mentalidad del Barça, a menudo demasiado dispuestos a ver el lado negativo de las cosas, a dudar antes de tiempo. Una derrota, pues, haría temblar los sólidos cimientos en los que ha basado el Barcelona su éxito.
Plantilla. Entiende que la plantilla de Pep es insuficiente y que las lesiones iban a marcar su temporada como está ocurriendo. Tiene confianza infinita en su capacidad para encontrar soluciones que hagan mejor a su equipo y peor a su eterno rival. Y por fin llegó el partido de Liga. Pese a la opinión de madridistas de prestigio, el objetivo era no perder. Nadie confiaba en ganar la Liga y se trataba de salir vencedores morales y reforzarse en lo psicológico para dar el do de pecho en la Copa. De ahí que Özil se quedara en el banquillo, que la línea defensiva se retrasara hasta el área de Casillas y que Pepe estuviera en el centro del trivote y no Xabi Alonso. Mou puso en un vídeo todas las ocasiones que se crearon y que podrían haber dado los tres puntos al Madrid pese a no tener la posesión.
El empate del Bernabéu confirmó que se podía ganar al Barça sin mucho balón y el equipo acabó de convencerse de lo qué debía hacerse. En Valencia llegó la victoria que quería Mourinho y que ha igualado en el momento justo la balanza entre los dos rivales.
No hay un solo entrenador que muestre sus cartas en público. Las apariencias son parte de una estrategia imprescindible para conseguir el respeto dentro y fuera del club. Así Mourinho se autodenominó especial cuando llegó al Chelsea porque nadie creía en Inglaterra que fuera capaz de llevar a su nuevo club a lo más alto.
Tras su aterrizaje en Madrid, siguió dando la impresión de un técnico que sabía dónde estaba el mal y cómo curarlo. Pero esa confianza en él quedó mermada incluso antes del 5-0: "El fútbol es una caja de sorpresas: nunca sabes cómo te van a responder los tuyos", decía a los tres meses de llegar. Pero poco a poco fue descubriendo hasta dónde le iban a llevar sus pupilos y que había nivel para disputar títulos, para parecer que se podía ganar alguno.
Objetivo. Cuando se supo que para obtener un premio había que cruzarse con el Barça cuatro veces, Mourinho diseñó un plan a medio plazo que incluía los derbis, pero también los encuentros anteriores y los de en medio. Su programación partió de una premisa: si se conseguía ganar uno de los partidos, la balanza de poder entre ambos iba a variar definitivamente. "Cuando les venzamos la primera vez, se encenderán nuestras luces, veréis", decía. La teoría era simple, pero el talento está en ver el camino y hacerlo creer a sus jugadores.
Mourinho creía que el Barça se consideraba muy superior al Madrid, que le miraba con cierta seguridad, justificada por los éxitos pero peligrosamente excesiva. Una derrota, pensaba, les iba a hacer sufrir, sería un golpe durísimo por inesperado y, a ojos blaugrana, inmerecido. Mourinho conoce bien la mentalidad del Barça, a menudo demasiado dispuestos a ver el lado negativo de las cosas, a dudar antes de tiempo. Una derrota, pues, haría temblar los sólidos cimientos en los que ha basado el Barcelona su éxito.
Plantilla. Entiende que la plantilla de Pep es insuficiente y que las lesiones iban a marcar su temporada como está ocurriendo. Tiene confianza infinita en su capacidad para encontrar soluciones que hagan mejor a su equipo y peor a su eterno rival. Y por fin llegó el partido de Liga. Pese a la opinión de madridistas de prestigio, el objetivo era no perder. Nadie confiaba en ganar la Liga y se trataba de salir vencedores morales y reforzarse en lo psicológico para dar el do de pecho en la Copa. De ahí que Özil se quedara en el banquillo, que la línea defensiva se retrasara hasta el área de Casillas y que Pepe estuviera en el centro del trivote y no Xabi Alonso. Mou puso en un vídeo todas las ocasiones que se crearon y que podrían haber dado los tres puntos al Madrid pese a no tener la posesión.
El empate del Bernabéu confirmó que se podía ganar al Barça sin mucho balón y el equipo acabó de convencerse de lo qué debía hacerse. En Valencia llegó la victoria que quería Mourinho y que ha igualado en el momento justo la balanza entre los dos rivales.