Copa Libertadores: Wilstermann se mostró terriblemente pobre ante Emelec
José Vladimir Nogales
Empató Wilstermann, que no es poco. O que fue mucho, muchísimo, pues pudo salir destrozado de su duelo con un Emelec que, exhibiendo análoga pobreza, disfrutó de un ramillete de oportunidades para anotar y, lógicamente, ganar. Sobrevivió Wilstermann a un suplicio ante un rival que no pasó del empate por culpa de su ataque, que a ratos compitió con el de Wilstermann para ver quién hacia el estropicio mayor. Pero, salvo ráfagas, el partido fue de Emelec, que mereció de sobra el triunfo ante un Wilstermann partido en dos, incapaz de enhebrar algo parecido al fútbol, salvado en un puñado de ocasiones por su gran figura en esta Copa, el golero Mauro Machado, quien bastante tuvo que ver con una gélida cifra (0-0) que reporta a su equipo una compasiva migaja en medio de la abyecta hambruna padecida.
Wilstermann saltó al campo más preocupado de escalonar la defensa para frenar al rival que de rodear de colaboradores a Luis García. Su arquitecto no está para multiplicarse, pero eso le pidió Neveleff, ubicándolo como volante por izquierda. Obediente, García recorrió toda la banda. Pisó todas las rayas. Se ofreció a todos sus compañeros. Realizó un patrullaje policial. Hizo persecuciones maratónicas. Pero, extirpado de su zona de influencia, gravitó muy poco ofensivamente. De su periférica ubicación no podía esperarse más que una limitada incidencia en la brumosa generación de juego, ya intrínsecamente escuálida. Lógicamente, fueron los etéreos puntas (Toscanini y Mineiro) quienes padecieron la insuficiencia de abastecimiento, abandonados a su suerte (sin recursos para sobreponerse a las angustias de la soledad) en un inhóspito páramo que Wilstermann apenas se aventuraría a explorar. Por ráfagas, García se encendió. Cuando tuvo el balón y transitó desde la derecha hacia el centro, Bagui y David Quiroz sufrieron. Cuando no lo tuvo, se agrandaron porque Wilstermann, sin capacidad para recuperar el balón en mitad de campo, resolvió replegarse. Demasiados metros. Incluso para este Wilstermann sin genio creativo. García estuvo más cerca de la línea de defensores que de la dupla de atacantes. La consecuencia fue que Wilstermann quedó partido en dos y los volantes exteriores de Emelec se encontraron solos en medio del páramo para poder dar rienda suelta a su imaginación. Por fortuna para los rojos, no fue la noche más inspirada de Christian Menéndez, quien intimidó pero no golpeó.
Cuesta entender qué pretendía lograr el técnico Neveleff con el asimétrico dibujo táctico que diagramó y, peor aún, con los hombres que eligió y cómo los desparramó en el campo. Wilstermann fue, durante todo el partido, un equipo desequilibrado. Si Neveleff quería mantener el trazo básico del esquema primario (el 4-4-1-1 que utilizó en los ensayos y los primeros partidos de esta desbarrancada aventura copera), colocando a Sergio Garzón como defensa central para correr a Juccelio Domisati a la posición del suspendido Lucas Fernández, se equivocó, porque el brasileño nunca pudo hacer el trabajo del argentino. Ni por condiciones, ni por actitud. O lo que pretendía el adiestrador era cambiar el esquema del equipo (con un dibujo aún más deformado) o Domisati no entendió lo que quería de él su técnico o simplemente el entrenador se equivocó de jugador. ¿Por qué? Porque el brasileño, obedeciendo a sus querencias naturales, se corrió sobre el centro, abandonando la banda derecha, eventual y perezosamente protegida por Melgar, y por donde Emelec dispuso de una amplia autopista que no supo explotar con propiedad.
Como es de suponer, el desequilibrio táctico lo padecieron los defensas, atacados por todos los flancos, pero en especial por el centro. Un error de cálculo de Emelec, que trató de exprimir su superioridad en el centro y exageró los ataques por esa zona, hasta descuidar (o no transitar con mayor asiduidad) las bandas. Siempre es más fácil defender los ataques frontales que los laterales y esa fue la suerte de Wilstermann y la equivocación de la visita.
Los rojos eran un lento acorazado, que lucía galas pasadas pero no era efectivo para la batalla presente. Lento y sin capacidad de maniobra era fácil de desarbolar y ahí Emelec le sorprendía con rápidas incursiones comandadas por Izza.
En la segunda mitad, la puesta en escena de Emelec había descompuesto más a un Wilstermann que no se hacía con el balón (el correr sin sentido de Christian Machado y el abúlico andar de Rodríguez Rendón tampoco le ayudaron a ello), y que era incapaz de asomarse al ataque. Sí lo hizo su rival, que exigió repetidamente a Mauro Machado. Emelec entendió, quizá de modo tardío, que debía canalizar el juego por la izquierda, donde la marca local se revelaba atrofiada. Desbordó mucho por aquél terreno baldío, pero mayor fue la insinuación de peligro que el volumen de lo cosechado. Los desbordes de Izza y Jiménez apenas fructificaron, más allá de algún inquietante centro. La mayoría de los ataques sufridos por el flanco ciego de los rojos terminaron obstruidos por Domisati, rechazados por Brown y Garzón o cobijados en las seguras manos del golero Machado. De todos modos, no fue la única ruta que Emelec halló para invadir el área de los rojos. Una, quizá la más potable, residía en el pase filtrado para los puntas (Izza y Menéndez) a espaldas de los estáticos y desubicados volantes centrales de Wilstermann. El mecanismo cuajó varias veces, dejando a los atacantes en posición de gol. Menéndez (por su aberrante índice de despilfarro) y Mauro Machado (por su monumental acierto) impidieron que el cero se rompiese.
Neveleff, que había decidido apostar por jugar con un dibujo asimétrico y con jugadores de injustificada titularidad por características inadecuadas y pobre desempeño en batallas precedentes (Machado y Melgar), una manera como cualquier otra de suicidarse, tomó la decisión de dar entrada a Abregú para ganar en explosión. Nada cambió. A Wilstermann, que lucía escandalosamente inconexo, le costaba recuperar la pelota y cuando la conseguía, la perdía con facilidad. Su contragolpe era esforzado y espaciado, sin profundidad y neutralizado por la gula de sus puntas (demasiado propensos a la inutilidad de la maniobra extra). Por su parte, Rodríguez Rendón, un amigo para Emelec, facilitó la posesión rival al perder, flagrantemente, balones de gestión simple que, pudiendo activar el contragolpe propio, encendieron la alarma en retaguardia. Con su pobreza a rastras, Wilstermann intentó al menos dar coherencia a la obra. Para eso se valió de las anticipaciones de sus defensas centrales y de la maestría de Machado bajo los palos.
Agotado, García Uribe se estacionó sobre la izquierda tratando de servir de nexo con los puntas. Pese a recibir balones limpios para hacer valer su conducción y así desequilibrar, erró en las ejecuciones. Aborreciendo la simpleza sucumbió ante la seducción de lo difícil. Unas por elegir mal el destino (optó por meter comprometidos balones frontales para las corridas del frágil Mineiro y el lento Toscanini, en lugar de cruzarla al vacío por donde se desplazaba Abregú) y otras por irreparables deficiencias en la precisión de las entregas. Al final, nada prosperó. El cero sobrevivió a las inexplotadas deficiencias de unos y a la insuficiente pericia de otros. Nada sirvió. Una birria.
Wilstermann: Mauro Machado, Daniel Garzón, Juccelio Da Silva (m.81, Marcelo Carballo), Juan Ignacio Brown, Diego Bengolea (m.59, Juan Ojeda), Cristian Machado, Víctor Hugo Melgar (m.54, Gregorio Abregú), Ramiro Rendón, Luis García Uribe, Fabio Mineiro, Jesús Toscanini. Entrenador: Marcelo Neveleff.
Emelec: Wilmer Zumba, Carlos Quiñonez, José Luis Quiñonez, Gabriel Achilier, Oscar Bagüi, Angel Mena (m.60, Enner Valencia), Pedro Quiñonez, David Quiroz, Fernando Jiménez (m.75, Armando Ángulo), Walter Iza (m. 68, Marco Caicedo), Cristian Menéndez. Entrenador: Omar Asad.
Árbitro: el venezolano Marlon Escalante. Amonestó a Achilier de Emelec.
Incidencias: Partido disputado en el estadio Félix Capriles de Cochabamba ante 15.000 aficionados.
Wilstermann saltó al campo más preocupado de escalonar la defensa para frenar al rival que de rodear de colaboradores a Luis García. Su arquitecto no está para multiplicarse, pero eso le pidió Neveleff, ubicándolo como volante por izquierda. Obediente, García recorrió toda la banda. Pisó todas las rayas. Se ofreció a todos sus compañeros. Realizó un patrullaje policial. Hizo persecuciones maratónicas. Pero, extirpado de su zona de influencia, gravitó muy poco ofensivamente. De su periférica ubicación no podía esperarse más que una limitada incidencia en la brumosa generación de juego, ya intrínsecamente escuálida. Lógicamente, fueron los etéreos puntas (Toscanini y Mineiro) quienes padecieron la insuficiencia de abastecimiento, abandonados a su suerte (sin recursos para sobreponerse a las angustias de la soledad) en un inhóspito páramo que Wilstermann apenas se aventuraría a explorar. Por ráfagas, García se encendió. Cuando tuvo el balón y transitó desde la derecha hacia el centro, Bagui y David Quiroz sufrieron. Cuando no lo tuvo, se agrandaron porque Wilstermann, sin capacidad para recuperar el balón en mitad de campo, resolvió replegarse. Demasiados metros. Incluso para este Wilstermann sin genio creativo. García estuvo más cerca de la línea de defensores que de la dupla de atacantes. La consecuencia fue que Wilstermann quedó partido en dos y los volantes exteriores de Emelec se encontraron solos en medio del páramo para poder dar rienda suelta a su imaginación. Por fortuna para los rojos, no fue la noche más inspirada de Christian Menéndez, quien intimidó pero no golpeó.
Cuesta entender qué pretendía lograr el técnico Neveleff con el asimétrico dibujo táctico que diagramó y, peor aún, con los hombres que eligió y cómo los desparramó en el campo. Wilstermann fue, durante todo el partido, un equipo desequilibrado. Si Neveleff quería mantener el trazo básico del esquema primario (el 4-4-1-1 que utilizó en los ensayos y los primeros partidos de esta desbarrancada aventura copera), colocando a Sergio Garzón como defensa central para correr a Juccelio Domisati a la posición del suspendido Lucas Fernández, se equivocó, porque el brasileño nunca pudo hacer el trabajo del argentino. Ni por condiciones, ni por actitud. O lo que pretendía el adiestrador era cambiar el esquema del equipo (con un dibujo aún más deformado) o Domisati no entendió lo que quería de él su técnico o simplemente el entrenador se equivocó de jugador. ¿Por qué? Porque el brasileño, obedeciendo a sus querencias naturales, se corrió sobre el centro, abandonando la banda derecha, eventual y perezosamente protegida por Melgar, y por donde Emelec dispuso de una amplia autopista que no supo explotar con propiedad.
Como es de suponer, el desequilibrio táctico lo padecieron los defensas, atacados por todos los flancos, pero en especial por el centro. Un error de cálculo de Emelec, que trató de exprimir su superioridad en el centro y exageró los ataques por esa zona, hasta descuidar (o no transitar con mayor asiduidad) las bandas. Siempre es más fácil defender los ataques frontales que los laterales y esa fue la suerte de Wilstermann y la equivocación de la visita.
Los rojos eran un lento acorazado, que lucía galas pasadas pero no era efectivo para la batalla presente. Lento y sin capacidad de maniobra era fácil de desarbolar y ahí Emelec le sorprendía con rápidas incursiones comandadas por Izza.
En la segunda mitad, la puesta en escena de Emelec había descompuesto más a un Wilstermann que no se hacía con el balón (el correr sin sentido de Christian Machado y el abúlico andar de Rodríguez Rendón tampoco le ayudaron a ello), y que era incapaz de asomarse al ataque. Sí lo hizo su rival, que exigió repetidamente a Mauro Machado. Emelec entendió, quizá de modo tardío, que debía canalizar el juego por la izquierda, donde la marca local se revelaba atrofiada. Desbordó mucho por aquél terreno baldío, pero mayor fue la insinuación de peligro que el volumen de lo cosechado. Los desbordes de Izza y Jiménez apenas fructificaron, más allá de algún inquietante centro. La mayoría de los ataques sufridos por el flanco ciego de los rojos terminaron obstruidos por Domisati, rechazados por Brown y Garzón o cobijados en las seguras manos del golero Machado. De todos modos, no fue la única ruta que Emelec halló para invadir el área de los rojos. Una, quizá la más potable, residía en el pase filtrado para los puntas (Izza y Menéndez) a espaldas de los estáticos y desubicados volantes centrales de Wilstermann. El mecanismo cuajó varias veces, dejando a los atacantes en posición de gol. Menéndez (por su aberrante índice de despilfarro) y Mauro Machado (por su monumental acierto) impidieron que el cero se rompiese.
Neveleff, que había decidido apostar por jugar con un dibujo asimétrico y con jugadores de injustificada titularidad por características inadecuadas y pobre desempeño en batallas precedentes (Machado y Melgar), una manera como cualquier otra de suicidarse, tomó la decisión de dar entrada a Abregú para ganar en explosión. Nada cambió. A Wilstermann, que lucía escandalosamente inconexo, le costaba recuperar la pelota y cuando la conseguía, la perdía con facilidad. Su contragolpe era esforzado y espaciado, sin profundidad y neutralizado por la gula de sus puntas (demasiado propensos a la inutilidad de la maniobra extra). Por su parte, Rodríguez Rendón, un amigo para Emelec, facilitó la posesión rival al perder, flagrantemente, balones de gestión simple que, pudiendo activar el contragolpe propio, encendieron la alarma en retaguardia. Con su pobreza a rastras, Wilstermann intentó al menos dar coherencia a la obra. Para eso se valió de las anticipaciones de sus defensas centrales y de la maestría de Machado bajo los palos.
Agotado, García Uribe se estacionó sobre la izquierda tratando de servir de nexo con los puntas. Pese a recibir balones limpios para hacer valer su conducción y así desequilibrar, erró en las ejecuciones. Aborreciendo la simpleza sucumbió ante la seducción de lo difícil. Unas por elegir mal el destino (optó por meter comprometidos balones frontales para las corridas del frágil Mineiro y el lento Toscanini, en lugar de cruzarla al vacío por donde se desplazaba Abregú) y otras por irreparables deficiencias en la precisión de las entregas. Al final, nada prosperó. El cero sobrevivió a las inexplotadas deficiencias de unos y a la insuficiente pericia de otros. Nada sirvió. Una birria.
Wilstermann: Mauro Machado, Daniel Garzón, Juccelio Da Silva (m.81, Marcelo Carballo), Juan Ignacio Brown, Diego Bengolea (m.59, Juan Ojeda), Cristian Machado, Víctor Hugo Melgar (m.54, Gregorio Abregú), Ramiro Rendón, Luis García Uribe, Fabio Mineiro, Jesús Toscanini. Entrenador: Marcelo Neveleff.
Emelec: Wilmer Zumba, Carlos Quiñonez, José Luis Quiñonez, Gabriel Achilier, Oscar Bagüi, Angel Mena (m.60, Enner Valencia), Pedro Quiñonez, David Quiroz, Fernando Jiménez (m.75, Armando Ángulo), Walter Iza (m. 68, Marco Caicedo), Cristian Menéndez. Entrenador: Omar Asad.
Árbitro: el venezolano Marlon Escalante. Amonestó a Achilier de Emelec.
Incidencias: Partido disputado en el estadio Félix Capriles de Cochabamba ante 15.000 aficionados.