Copa Libertadores: Wilstermann dibujó una sonrisa en su despedida

Wilstermann consiguió lavar su imagen con una victoria por 2-1 sobre el Jaguares mexicano



José Vladimir Nogales
Se dice que las grandes cosas se consiguen a partir de gestos humildes. Una pírrica y sufrida victoria en casa ante un rival de menor entidad (Jaguares no es de los cuadros más temidos del respetable fútbol mexicano) es poca cosa. Tal sería la lectura final para Wilstermann si el guión del partido se hubiese desarrollado en una secuencia lineal y con cierto orden. Sin embargo, en el estadio Capriles apareció lo inesperado, una reacción de orgullo de Wilstermann que neutralizó la pronta ventaja de que logró llevar Jaguares al descanso y que, durante largos tramos de la batalla, parecía definitiva.

PARTIDO

Al borrascoso génesis de la brega, Wilstermann colaboró bastante. La primera mitad fue un desastre, un completo catálogo de todas las carencias y dudas que obligan a su afición a mirar siempre hacia el cielo, esperando que éste se derrumbe sobre sus cabezas en cualquier momento. Los hombres de Neveleff saltaron al Capriles con las cautelas que se adivinan en un esquema con dos líneas de cuatro, instaladas a 30 metros de los solitarios puntas, pero con un organigrama visiblemente recompuesto: Verón y Rodríguez armaron el doble pivote de mitad de campo, Nicolás Torrez debutó como volante derecho, el colombiano Nicolás Mosquera fue instalado como segundo punta y Juan Carlos Ojeda ocupó el carril izquierdo, alternándose en la tarea de centrocampista con Diego Bengolea. Dentro de esa configuración nítidamente mecanicista y rácana, no dejó de extrañar la ausencia del enganche Luis García Uribe, la única veta de talento para quebrar moldes e inyectar claridad a una hermenéutica difusa y fragmentada por la dificultosa conjunción de las individualidades.

Aún cauteloso, Wilstermann pareció entrar a ver qué pasaba, sin tensión, ni atacando ni defendiendo, de paseo, ignorando la existencia de un balón, sin convicción ni ambición para mirar a los ojos a Jaguares. Y, muy temprano, quedó abajo en el marcador, rebasado por la banda y desnudo en el centro, donde Ruiz vulneró sin drama a un Machado derruido.

Apenas amanecía y parecía que José Guadalupe Cruz le ganaba la batalla táctica a Marcelo Neveleff con una simpleza sonrojante. Primero, era evidente que el mexicano tenía bajo su mando un cuadro ordenado y funcional, que sabía cómo moverse y cómo asociarse para conseguir fluidez en el traslado e imponerse a ciertas condiciones de inferioridad numérica en el centro del campo (sus tres volantes pesaban más que los cuatro que oponía Wilstermann). Segundo, tenía una clara lectura de cuáles eran las debilidades del rival y cómo sacar provecho de ellas (juntar gente por las bandas y buscar la espalda de los laterales). Jaguares mordía mientras Wilstermann no sabía qué destino darle al balón, cómo abastecer a atacantes náufragos, abandonados al otro lado del océano. Mal asunto. Uno explotó sus recursos con sentido y el otro fue incapaz de salirse del raíl. Uno se imponía en el tablero y el otro parecía no tener soluciones.

Wilstermann encontró dificultades en la circulación porque Jaguares presionaba con mucha gente detrás de la línea de la pelota. Pero una vez superado el fuego de morteros, sus problemas eran otros: con los volantes rígidamente en línea y escasos de movilidad, costaba ubicar sociedades para dar fluidez al traslado.

Aunque Ojeda se revelaba como opción de descarga, el mediocampo no encontraba conexiones con Mineiro y Mosquera, pases entre líneas. El atasco se alivió al descubrir perspectivas de acceso por el carril de Torrez, pero entonces faltó insistencia.

Mientras el rival masticaba las jugadas, en el centro del campo rojo no había diálogo ni reflexión filosófica; por allí sólo volaban pelotazos, pases inconclusos, locura, imprecisiones. El juego de Jaguares era muy práctico: hacía circular el balón entre los de atrás hasta encontrar una grieta, filtraba el balón a espaldas de los volantes rivales y ahí elegía encarar a la defensa o verter juego sobre las bandas, donde los extremos se asociaban con los laterales para imponer superioridad numérica. No pocas veces, Jaguares desbordó a Wilstermann por la derecha con Andrés Pedroza o por izquierda, donde Hiber Ruiz encontró tierra baldía. Pero Jaguares tenía un aire de suficiencia que le delataba. Vivía a la sombra de una chance clasificatoria alimentada por la potencia del Inter brasileño, cuya quimérica caída acarrearía calamidades desestimadas. Viendo la escualidez del rival, echó las anclas y bajó las revoluciones, consciente de que sus herramientas bastaban para armar un destrozo cuando, apurando el ritmo, podía alcanzar algún otro porvenir. En el Capriles tuvo todo a favor, pero se mostró como un equipo sin pujanza, con el depósito justo y sin tener muy clara cuál es su graduación. A Jaguares se le apagó la luz en cuanto Julio Frías fue expulsado. Se fue del campo tras una absurda agresión a Machado en una acción sin sentido.

Condenado Frías, Wilstermann respiró. Desactivó la intimidante tenencia de pelota del rival y se animó a jugar, a circular con intensidad y probidad. Ganó en explosión con Abregú y en agresividad (pese a su inocuidad) con las arremetidas de Toscanini. Con la sustracción de un hombre, Jaguares se vio obligado a cambiar de guión, pero el técnico no movió sus fichas. El 4-3-3 primigenio derivó en un 4-3-2 frágil en el medio, con mucho espacio por cubrir y escaso personal para hacerlo, entonces afloraron grietas allá donde la estructura se jactaba de granítica.

Wilstermann presionó mucho, pero eligiendo mal las opciones de su baraja. Buscó profundidad con pelotazos, no a través de incursiones por las orillas. Intentó filtrar balones, pero casi siempre eligiendo las opciones de mayor complejidad, obviando la simplificación al espacio libre. Por momentos aceleró mucho y fue víctima de su frenetismo, elevando el margen de error. Faltaba pausa, algo de ingenio para administrar tiempos y ritmos. En una de tantas incursiones, Nicolás Torres logró rebasar el último vallado de Jaguares y pudo levantar el balón para el ingreso certero de Fabio Mineiro, 76’ 1-1.

La acción fue, verdaderamente, un latigazo. Wilstermann no dio tiempo a que su adversario evaluara los daños. De esa acción nació un Wilstermann más agresivo, incrementando el asedio sobre un rival arrinconado. Con García Uribe en el campo (recostado sobre la derecha), el cuadro rojo encontró la reclamada claridad para limpiar terreno, generar juego e inspirar a sus huestes.

A nueve minutos del final, un centro desde la izquierda fue conectado con potencia por Nicolás Torrez, cruzando el disparo. El balón se incrustó en la red ante la resignada mirada del golero Villalpando, 2-1. La noche no volvió a ser la misma. El juego se descomprimió, se abrieron los espacios y Jaguares se entregó a la derrota. Wilstermann respiró. Florecieron las sonrisas. Por fin un triunfo, por fin una alegría en días tan sombríos. Por fin un haz de luz entre tanta oscuridad.

Wilstermann: Mauro Machado; Juan Ignacio Brown, Lucas Fernández, Jusselio da Silva, Diego Bengolea (m.56 Jesús Toscanini); Juan Carlos Ojeda, Ramiro Rodríguez, Nicolás Torres, Iani Verón (m.56 Gregorio Abregú); Fabio Mineiro y Nicolás Mosquera (m.77 Luis Gabriel García). Entrenador: Marcelo Neveleff.

Jaguares: Jorge Villalpando; Ismael Fuentes, Jaime Durán (m.85 Diego Castellanos), Francisco Razo, Guillermo Rojas (m.81 Jesús Chávez); Alan Zamora, José Hiber Ruiz, Francisco Torres, Luis Ricardo Esqueda; Antonio Michael Pedroza y Julio Daniel Frías. Entrenador: José Guadalupe Cruz.

Goles: 0-1, m.6 Julio Daniel Frías. 1-1, m.76 Fabio Mineiro. 2-1 m.81 Nicolás Torres.

Árbitro: el paraguayo Julio Quintana. Amonestó a Nicolás Mosquera, Juan Ojeda, Mauro Machado, Jesús Chávez, Luis Gabriel García y Francisco Torres. Expulsó a Julio Frías (m.49).

Incidencias: Partido de la sexta jornada del grupo 6 de la Copa Libertadores de América, disputado en el estadio Jorge Wilstermann de la ciudad central de Cochabamba, ante unos 3.000 espectadores.

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