Mubarak se resiste a dimitir pese a las protestas masivas: "Moriré en la tierra de Egipto"
El Cairo, El País
Egipto gritó este martes alto y claro "adiós, adiós Mubarak". Centenares de miles o más de un millón de ciudadanos, el cálculo es imposible, salieron a la calle este martes en manifestaciones festivas para celebrar una recién conquistada libertad, evidente pese a la permanencia del dictador, y para reclamar que el presidente abandonara el país de forma inmediata. El apoyo a la reforma política expresado por el Ejército no permitía una vuelta atrás. Pero Mubarak, de casi 83 años y enfermo, se limitó a anunciar por televisión que no se presentaría a la reelección en septiembre, algo que no ha calmado la presión popular. "Moriré en la tierra de Egipto", dijo.
No solo los egipcios, sino el mundo, empezando por el presidente estadounidense Barack Obama, empujaban a Mubarak hacia la puerta de salida. Obama, quien mantuvo una conversación telefónica con el mandatario egipcio de media hora como reconoció en el discurso que ha realizado esta madrugada (hora española), envió al diplomático Frank Wisner, antiguo embajador en El Cairo, para instar al presidente egipcio a que renunciara a un nuevo mandato. Septiembre, sin embargo, quedaba lejísimos. Además de renunciar a una improbable reelección, Mubarak afirmó en su alocución televisiva que había "escuchado a los jóvenes", que tutelaría una reforma constitucional y una transición, y de nuevo se presentó como único dique "frente al caos". "Moriré en Egipto", prometió, descartando la opción del exilio. La multitud en la plaza cairota de Tahrir (plaza de la Libertad), reaccionó al discurso con gritos furiosos de "fuera, fuera" y con un lema claro "si él no se va, nosotros tampoco". Los presentes ya han anunciado nuevas marchas para el viernes y que no se van a mover de allí hasta que el protagonista de sus protestas abandone el poder. Pero para comprobar la auténtica repercusión de las palabras del presidente hay que esperar, sin embargo, a la jornada de hoy.
Mohamed el Baradei, ex director de la Organización Internacional de la Energía Atómica, premio Nobel de la Paz en 2005 y portavoz provisional de la plataforma de oposición, lanzó algo parecido a un ultimátum: habló del viernes como la fecha límite para que Mubarak y su familia se fueran de Egipto "para evitar un baño de sangre". Tras conocer el contenido del esperado discurso, el líder opositor que no quiso especular sobre la posibilidad de que se presente a las elecciones, lo calificó de "truco" para permanecer en el poder.
En su discurso, Mubarak anunció que permanecerá durante los próximos ocho meses al frente de un nuevo Gobierno -surgido a raíz de las protestas iniciadas hace ocho días- abierto al diálogo con todas las fuerzas y a las reformas democráticas. Pero la oposición se mantiene firme, y asegura que no va a establecer ningún diálogo con el Gobierno hasta la marcha de Mubarak. Toda la oposición, incluido los Hermanos Musulmanes, la gran fuerza islamista de Egipto, han llegado a un acuerdo basado en cuatro puntos: que Mubarak deje el poder, la disolución del Parlamento, una nueva Constitución, y, por último, la creación de un Gobierno de transición.
Mubarak aseguró que establecerá las medidas para una "transición pacífica del poder dentro de la Constitución". El mandatario también anunció que se dirige directamente a todos los egipcios para asumir sus responsabilidades, y ha avisado que no renunciará a "su deber". Tras las protestas masivas de este martes en el centro de El Cairo, el presidente egipcio aprovechó su discurso para denunciar los "actos lamentables" que según él se han producido en todo el país. "La realidad obliga a ciudadanos y dirigentes a elegir entre el caos y la estabilidad", afirmó.
El presidente de Estados Unidos, Barak Obama, fue más elástico con los plazos de la marcha de Mubarak pero le presionó para que anunciara reformas y se hiciera de lado tras el verano. Quizá demasiado poco, demasiado tarde. El influyente presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, John Kerry, fue rotundo: Mubarak y familia, dijo, debían "desaparecer de la ecuación".
El rais se dirigió anoche por televisión a la nación para anunciar que no iba a presentarse en las presidenciales de septiembre. La sociedad egipcia comprobó, con orgullo y entusiasmo, que disfrutaba de un respaldo casi planetario. Y que el Ejército estaba, al menos por el momento, con la gente.
En realidad, por más que se esforzara Mubarak, el asunto se había reducido a una cuestión de tiempo y formas. El Ejército no deseaba desgarros internos ni una fuga humillante para el que durante 30 años fue su jefe y héroe. Washington pugnaba para que la revuelta desembocara en una evolución estable hacia una democracia egipcia más o menos controlada, que preservara la vocación prooccidental y los lazos (que ya nunca podrían ser tan intensos como bajo Mubarak) con Israel, y el jefe del Pentágono, Robert Gates, conferenció por teléfono con la cúpula militar egipcia para trazar un plan de acción.
EE UU, que subsidia a Egipto con más de 2.000 millones de dólares anuales, entre ayuda militar y civil, e Israel, un vecino muy inquieto por su seguridad en la era pos-Mubarak, apuestan por una transición pilotada por Omar Suleimán, el nuevo vicepresidente, un hombre que había dirigido los servicios secretos y en el que confiaban tanto Obama como Benjamín Netanyahu. El temor de ambos radica probablemente en que la terquedad de Mubarak, empeñado en cumplir su mandato y evitarse la vergüenza del exilio, deteriore aún más la situación y condujera a una revolución de alcance imprevisible.
Durante la jornada circularon rumores sobre donde podría ir el faraón. Uno de los hipotéticos destinos para el exilio de Mubarak podría ser Alemania, donde últimamente había recibido tratamiento contra el cáncer. La jefa del Gobierno, Angela Merkel, pudo invitarle a establecerse de forma indefinida en territorio alemán durante una llamada efectuada el lunes.
Desde la calle no era ya posible hacer más. La multitud desbordó como nunca la emblemática plaza de la Liberación, en El Cairo, gritando contra Mubarak en un tono que se había despojado de la exasperación violenta del viernes, cuando las batallas campales desfondaron a la policía, y había pasado a la impaciencia festiva. Los centenares de miles que no pudieron acudir a la capital, por la paralización de los trenes, se manifestaron en Alejandría, Suez, Asuán, Mansur y otras ciudades. Había muchas mujeres y niños y una completa ausencia de miedo, gracias al beneplácito expresado por los militares. En cierta forma, Mubarak se veía degradado desde la condición de enemigo del pueblo a la de simple estorbo, quizá lo más humillante para un dictador que fue todopoderoso durante tres décadas.
Presión económica
A la imparable revuelta popular se suma la presión económica. Egipto permanece paralizado desde el viernes, no funcionan ni Internet ni los bancos, el puerto de Alejandría no trabajaba, surgen problemas de desabastecimiento, millones de personas pierden sus ingresos cotidianos y las grandes empresas sufren una hemorragia de beneficios. La Agencia Moody's ha degradado la deuda egipcia al nivel de BB, y pronostica un empeoramiento. El país no puede permitirse que la situación durara más tiempo. "Mubarak quiere hacernos un último favor arruinándonos", dijo con sarcasmo Safik Tahiri, un ingeniero de 36 años empleado en el sector del gas, que se manifestaba en El Cairo junto a su familia.
Después de que el pasado lunes el Ejército considerara "legítimas las protestas" y anunciara que "no recurrirá al uso de la fuerza contra el pueblo", el despliegue de soldados que se situó ayer alrededor de la plaza tuvo como misión canalizar la entrada de los miles de manifestantes. La gente se agolpó en torno a las dos únicas vías para acceder al recinto, porque las otras cinco calles que culminan en la plaza fueron cerradas por los soldados como medida de seguridad. Los uniformados se ciñeron a identificar a los manifestantes y a revisar mochilas y bolsas, pero en ningún momento utilizaron la fuerza.
Una posición común
Reino Unido tampoco ha tardado en posionarse. Siguiendo la misma idea expresada por Estados Unidos, un portavoz del primer ministro, David Cameron, ha subrayado que es "importante" para las autoridades egipcias "escuchar las demandas de su pueblo". Para Londres, el "cambio real" significa una "transición" con una administración "de amplio espectro que incluya a personas de la oposición". "Está claro que (el cambio) aún no se está produciendo, y lo consideramos decepcionante", ha dicho el portavoz de Downing Street.
A la cascada de peticiones de libertad se ha unido el primer ministro turco, el islamista moderado Recep Tayyip Erdogan, que ha recomendado a Mubarak que "escuche las demandas" de sus ciudadanos. "Escucha las protestas y las demandas extremadamente humanistas de los ciudadanos", ha señalado Erdogan durante un discurso ante los miembros del partido gobernante AKP. "Atiende sin dudarlo las demandas de libertad de los ciudadanos", ha añadido.