Lección de historia a través de la lluvia
Jesús Giráldez Macía, Rebelión
El periódico El País publicó hace algunas semanas un (uno más) desquiciado editorial. Evo Morales había decretado el aumento de los combustibles en casi un ochenta por ciento. En realidad el presidente Morales había eliminado las subvenciones estatales a la gasolina cuyo resultado era la equiparación de los precios a los de los países del entorno intentando evitar, de esa manera, el constante contrabando de combustibles desde Bolivia. La medida tuvo una pronta respuesta popular y la gente se echó a la calle. Durante los dos días que duró el decreto El País se frotó las páginas. Inmerso en una continua campaña de descrédito y mentiras hacia Evo Morales de repente el periódico se puso del lado del pueblo intuyendo un desgaste que hiciera tambalear el puesto presidencial. Pero Evo entendió las protestas, retiró el decreto, las aguas volvieron al cauce y El País se quedó descolocado, incómodo, enrabietado. Entonces el editorial dictaminó su visión ética de la democracia: la rectificación era una pérdida irreparable e intolerable de autoridad, no vaya a ser que cunda el ejemplo.
Pero el editorial decía muchas más cosas. Aparte de intentar ridiculizar una vez más a Evo por ser indígena y creer en Pachamama (la madre Tierra para los indígenas andinos) El País sentenció que el problema de las extracciones de crudo y su comercialización en Bolivia era que, tras su nacionalización, las multinacionales extranjeras, las únicas según El País con capacidad de sacar a flote el Estado, no estaban por la labor. Con esta afirmación el periódico se declara, sin ambages, seguidor y vocero del colonialismo permanente. Quinientos años donde las empresas, tan amigas de El País, le han robado todo a Bolivia, hasta con la lluvia lo intentaron.
Ese es el tema de la espléndida película dirigida por Icíar Bollaín También la lluvia. Apoyada en un acertado guión de Paul Laverty, (un asiduo del cine de Ken Loach) la película se nos muestra como una verdadera lección de historia abordando el cine político y evitando dos lastres de este género: el aburrimiento y el panfleto.
Con las historias que la cruzan, después de quinientos años, con una naturalidad sobrecogedora, También la lluvia nos recuerda la vigencia de un orden instaurado, el capitalismo, una de cuyas bases fundacionales fue la acumulación de oro y plata de los nuevos territorios conquistados. ¿Hay oro?, se preguntaba Colón a su llegada a las Indias; ¿el agua no tiene dueño?, se preguntaron las corporaciones y el Banco Mundial en 1999. Les respondieron que sí, que era de todos, pero que la cuestión era tan evidente que nunca se habían molestado en sacar los títulos de propiedad. Entonces se desató, en Cochabamba, la Guerra del Agua y, en la película, a Colón, a Bartolomé de Las Casas y a la mentalidad blanca, los coge dentro. Las escenas contrapuestas de los dos tiempos de la cinta son espejos que reflejan dos épocas pero una misma injusticia.
En una historia en donde el protagonista es el pueblo, la película está, además, maravillosamente interpretada: los profesionales metidos en su papel, los indígenas metidos en el suyo, resistiendo. ¡El agua es nuestra, carajo!, ponía la pancarta más emblemática de aquella guerra que ganaron los buenos. Es posible que algo parecido dijera alguna voz anónima en las manifestaciones de la recreación cinematográfica. A aquella sublevación popular que consiguió que se derogara la ley que privatizaba el agua se habían unido los cocaleros. Uno de ellos se llamaba Evo Morales, un indígena. No sale, pero sí está (a pesar de El País), en la película.
El periódico El País publicó hace algunas semanas un (uno más) desquiciado editorial. Evo Morales había decretado el aumento de los combustibles en casi un ochenta por ciento. En realidad el presidente Morales había eliminado las subvenciones estatales a la gasolina cuyo resultado era la equiparación de los precios a los de los países del entorno intentando evitar, de esa manera, el constante contrabando de combustibles desde Bolivia. La medida tuvo una pronta respuesta popular y la gente se echó a la calle. Durante los dos días que duró el decreto El País se frotó las páginas. Inmerso en una continua campaña de descrédito y mentiras hacia Evo Morales de repente el periódico se puso del lado del pueblo intuyendo un desgaste que hiciera tambalear el puesto presidencial. Pero Evo entendió las protestas, retiró el decreto, las aguas volvieron al cauce y El País se quedó descolocado, incómodo, enrabietado. Entonces el editorial dictaminó su visión ética de la democracia: la rectificación era una pérdida irreparable e intolerable de autoridad, no vaya a ser que cunda el ejemplo.
Pero el editorial decía muchas más cosas. Aparte de intentar ridiculizar una vez más a Evo por ser indígena y creer en Pachamama (la madre Tierra para los indígenas andinos) El País sentenció que el problema de las extracciones de crudo y su comercialización en Bolivia era que, tras su nacionalización, las multinacionales extranjeras, las únicas según El País con capacidad de sacar a flote el Estado, no estaban por la labor. Con esta afirmación el periódico se declara, sin ambages, seguidor y vocero del colonialismo permanente. Quinientos años donde las empresas, tan amigas de El País, le han robado todo a Bolivia, hasta con la lluvia lo intentaron.
Ese es el tema de la espléndida película dirigida por Icíar Bollaín También la lluvia. Apoyada en un acertado guión de Paul Laverty, (un asiduo del cine de Ken Loach) la película se nos muestra como una verdadera lección de historia abordando el cine político y evitando dos lastres de este género: el aburrimiento y el panfleto.
Con las historias que la cruzan, después de quinientos años, con una naturalidad sobrecogedora, También la lluvia nos recuerda la vigencia de un orden instaurado, el capitalismo, una de cuyas bases fundacionales fue la acumulación de oro y plata de los nuevos territorios conquistados. ¿Hay oro?, se preguntaba Colón a su llegada a las Indias; ¿el agua no tiene dueño?, se preguntaron las corporaciones y el Banco Mundial en 1999. Les respondieron que sí, que era de todos, pero que la cuestión era tan evidente que nunca se habían molestado en sacar los títulos de propiedad. Entonces se desató, en Cochabamba, la Guerra del Agua y, en la película, a Colón, a Bartolomé de Las Casas y a la mentalidad blanca, los coge dentro. Las escenas contrapuestas de los dos tiempos de la cinta son espejos que reflejan dos épocas pero una misma injusticia.
En una historia en donde el protagonista es el pueblo, la película está, además, maravillosamente interpretada: los profesionales metidos en su papel, los indígenas metidos en el suyo, resistiendo. ¡El agua es nuestra, carajo!, ponía la pancarta más emblemática de aquella guerra que ganaron los buenos. Es posible que algo parecido dijera alguna voz anónima en las manifestaciones de la recreación cinematográfica. A aquella sublevación popular que consiguió que se derogara la ley que privatizaba el agua se habían unido los cocaleros. Uno de ellos se llamaba Evo Morales, un indígena. No sale, pero sí está (a pesar de El País), en la película.