Inundaciones por nuestra culpa
Madrid, El País
Los aumentos en los últimos años de las inundaciones catastróficas se deben en parte a fluctuaciones naturales, como La Niña, o enfriamiento ocasional del Pacífico ecuatorial. Que el cambio climático haya empeorado la situación ha sido hasta ahora una cuestión muy polémica y difícil de probar. Dos trabajos demuestran hoy en Nature que las emisiones humanas sí han incrementado la probabilidad de tormentas y el riesgo de inundaciones.
Pardeep Pall y sus colegas del ETH de Zúrich (el tecnológico de Zúrich; las siglas son de Eidgenössische Technische Hochschule) muestran que las emisiones aumentaron el riesgo de inundaciones en Inglaterra y Gales en más del 20%. El equipo de Francis Zwiers, de la Universidad de Victoria, Canadá, alcanza conclusiones similares analizando con nuevo poder estadístico las precipitaciones de 1951 a 1999 en las zonas terrestres del hemisferio norte.
"Los cambios en las precipitaciones extremas", dicen los científicos de Victoria, "y por tanto los impactos que tendrán en el futuro, han sido subestimados hasta ahora". Los actuales modelos de predicción climática, según revela el nuevo trabajo, calculan unos incrementos en la ocurrencia de lluvias extremas que están por debajo de las cifras reales observadas en las últimas décadas.
Zwiers y sus colegas han utilizado los datos tomados entre 1951 y 1999 por 6.000 estaciones pluviométricas terrestres repartidas por el hemisferio norte. Y han comparado esas observaciones con las predicciones de dos tipos de modelos climatológicos: los que consideran el efecto de las emisiones humanas (dióxido de carbono, o CO2, y otros gases de efecto invernadero); y los que consideran las fluctuaciones debidas a fenómenos naturales además de las emisiones antropogénicas.
El grupo de Zúrich, por su parte, se ha centrado en datos de Inglaterra y Gales por sus tomas detalladas y antiguos registros históricos, aunque no pretenden que sus conclusiones tengan exclusivamente una validez local.
Han podido considerar así acontecimientos extremos concretos como las inundaciones que castigaron Reino Unido en octubre y noviembre de 2000, que dañaron 10.000 viviendas, inutilizaron los servicios públicos y causaron unas pérdidas de 1.300 millones de libras (1.500 millones de euros). Este fue el otoño más lluvioso en Inglaterra y Gales desde el inicio de los registros en 1766.
Aquellas inundaciones de 2000 ya fueron consideradas en la época como una llamada de atención sobre los efectos del cambio climático. Pero esas afirmaciones, según Pall y sus colegas, solo se basan en "argumentos termodinámicos de tipo general".
Por ejemplo, es sabido que el calentamiento de la superficie de los océanos incrementa la humedad de la atmósfera y, con ello, sugiere un mayor riesgo de precipitaciones extremas. "Pero esos argumentos no pueden dar cuenta de la compleja hidrometeorología asociada con las inundaciones", destacan los científicos suizos.
Los modelos que han utilizado ahora incluyen todas esas variables adicionales y unas técnicas estadísticas de última generación. La potencia de computación que requieren estos cálculos excede a la de los más potentes ordenadores, y solo ha sido posible con un proyecto de computación distribuida: es decir, tomando prestados los ordenadores personales de la gente mientras no los están utilizando.
Estos sistemas, que se están demostrando de una gran utilidad para la ciencia, siguen a la estela de SETI@home, el proyecto de computación distribuida concebido en 1999 por el programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence) de búsqueda de inteligencia extraterrestre, que llegó a contar con 5,2 millones de participantes en todo el mundo y computó 1.000 trillones de operaciones (un 1 seguido de 21 ceros). Su potencia de computación fue de 480 Teraflops, o billones de operaciones por segundo), comparable a la de Deep Blue.
Gracias a los voluntarios que aportaron el tiempo muerto de sus ordenadores, los climatólogos suizos pudieron generar miles de simulaciones de modelos climáticos con una resolución similar a la que tienen las predicciones meteorológicas convencionales, todas ellas referidas al otoño inglés de 2000. Luego alimentaron con esos resultados otro modelo bien establecido que se usa para simular las crecidas intensas de los ríos en Inglaterra y Gales.
"La magnitud precisa de la contribución antropogénica sigue siendo incierta", admiten los científicos de Zúrich, "pero en nueve de cada diez casos nuestros resultados indican que las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antropogénico, producidas a lo largo del siglo XX, incrementaron el riesgo de inundaciones en Inglaterra y Gales, durante el otoño de 2000, en más de un 20%".
El porcentaje aumenta hasta el 90% si, en vez de exigir que el resultado se reproduzca en nueve de cada diez simulaciones, uno se conforma con dos de cada tres.
Los efectos del calentamiento global en el riesgo de precipitaciones extremas, y por tanto de inundaciones, se deben en último término al vapor de agua de la atmósfera. La colisión de masas de aire cargadas de vapor de agua conduce a la formación de nubes y a la precipitación de lluvias.
Richard Allan, del departamento de meteorología de la Universidad de Reading (Reino Unido), explicó en una teleconferencia junto a Zwiers y Pall, que la capacidad de la atmósfera para cargarse de agua aumenta con la temperatura de forma exponencial. Cada grado de calentamiento de la atmósfera junto a la superficie terrestre incrementa en un 6% el agua transportada por la atmósfera). Esto no es solo una predicción de los modelos climáticos, sino que de momento se va confirmando con las observaciones.
"La lluvia intensa es un fenómeno inherentemente local", dice Allan, "pero está alimentado por un suministro de humedad atmosférica llegada de otras partes. Esa humedad habría, en condiciones normales, causado una lluvia más moderada en otras partes".
Aunque resulte difícil de admitir en época de inundaciones, la lluvia es un bien escaso e injustamente distribuido. Los aumentos rápidos de precipitación en unas zonas llevan consigo una disminución de la intensidad o la frecuencia de las lluvias en algún otro sitio. La mayoría de los modelos climáticos expresan esto como un aumento del régimen de precipitaciones en las zonas templadas que ya son húmedas, y una correspondiente disminución de las lluvias en las zonas subtropicales que ya son secas.
"Dadas sus implicaciones para las inundaciones y las sequías del futuro", dice Allan, "es vital establecer los fundamentos físicos para estos cambios, y verificar la teoría con más observaciones".
De momento, asociar las inundaciones al tubo de escape de su vecino ya es algo más que una conversación de ascensor.
Los aumentos en los últimos años de las inundaciones catastróficas se deben en parte a fluctuaciones naturales, como La Niña, o enfriamiento ocasional del Pacífico ecuatorial. Que el cambio climático haya empeorado la situación ha sido hasta ahora una cuestión muy polémica y difícil de probar. Dos trabajos demuestran hoy en Nature que las emisiones humanas sí han incrementado la probabilidad de tormentas y el riesgo de inundaciones.
Pardeep Pall y sus colegas del ETH de Zúrich (el tecnológico de Zúrich; las siglas son de Eidgenössische Technische Hochschule) muestran que las emisiones aumentaron el riesgo de inundaciones en Inglaterra y Gales en más del 20%. El equipo de Francis Zwiers, de la Universidad de Victoria, Canadá, alcanza conclusiones similares analizando con nuevo poder estadístico las precipitaciones de 1951 a 1999 en las zonas terrestres del hemisferio norte.
"Los cambios en las precipitaciones extremas", dicen los científicos de Victoria, "y por tanto los impactos que tendrán en el futuro, han sido subestimados hasta ahora". Los actuales modelos de predicción climática, según revela el nuevo trabajo, calculan unos incrementos en la ocurrencia de lluvias extremas que están por debajo de las cifras reales observadas en las últimas décadas.
Zwiers y sus colegas han utilizado los datos tomados entre 1951 y 1999 por 6.000 estaciones pluviométricas terrestres repartidas por el hemisferio norte. Y han comparado esas observaciones con las predicciones de dos tipos de modelos climatológicos: los que consideran el efecto de las emisiones humanas (dióxido de carbono, o CO2, y otros gases de efecto invernadero); y los que consideran las fluctuaciones debidas a fenómenos naturales además de las emisiones antropogénicas.
El grupo de Zúrich, por su parte, se ha centrado en datos de Inglaterra y Gales por sus tomas detalladas y antiguos registros históricos, aunque no pretenden que sus conclusiones tengan exclusivamente una validez local.
Han podido considerar así acontecimientos extremos concretos como las inundaciones que castigaron Reino Unido en octubre y noviembre de 2000, que dañaron 10.000 viviendas, inutilizaron los servicios públicos y causaron unas pérdidas de 1.300 millones de libras (1.500 millones de euros). Este fue el otoño más lluvioso en Inglaterra y Gales desde el inicio de los registros en 1766.
Aquellas inundaciones de 2000 ya fueron consideradas en la época como una llamada de atención sobre los efectos del cambio climático. Pero esas afirmaciones, según Pall y sus colegas, solo se basan en "argumentos termodinámicos de tipo general".
Por ejemplo, es sabido que el calentamiento de la superficie de los océanos incrementa la humedad de la atmósfera y, con ello, sugiere un mayor riesgo de precipitaciones extremas. "Pero esos argumentos no pueden dar cuenta de la compleja hidrometeorología asociada con las inundaciones", destacan los científicos suizos.
Los modelos que han utilizado ahora incluyen todas esas variables adicionales y unas técnicas estadísticas de última generación. La potencia de computación que requieren estos cálculos excede a la de los más potentes ordenadores, y solo ha sido posible con un proyecto de computación distribuida: es decir, tomando prestados los ordenadores personales de la gente mientras no los están utilizando.
Estos sistemas, que se están demostrando de una gran utilidad para la ciencia, siguen a la estela de SETI@home, el proyecto de computación distribuida concebido en 1999 por el programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence) de búsqueda de inteligencia extraterrestre, que llegó a contar con 5,2 millones de participantes en todo el mundo y computó 1.000 trillones de operaciones (un 1 seguido de 21 ceros). Su potencia de computación fue de 480 Teraflops, o billones de operaciones por segundo), comparable a la de Deep Blue.
Gracias a los voluntarios que aportaron el tiempo muerto de sus ordenadores, los climatólogos suizos pudieron generar miles de simulaciones de modelos climáticos con una resolución similar a la que tienen las predicciones meteorológicas convencionales, todas ellas referidas al otoño inglés de 2000. Luego alimentaron con esos resultados otro modelo bien establecido que se usa para simular las crecidas intensas de los ríos en Inglaterra y Gales.
"La magnitud precisa de la contribución antropogénica sigue siendo incierta", admiten los científicos de Zúrich, "pero en nueve de cada diez casos nuestros resultados indican que las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antropogénico, producidas a lo largo del siglo XX, incrementaron el riesgo de inundaciones en Inglaterra y Gales, durante el otoño de 2000, en más de un 20%".
El porcentaje aumenta hasta el 90% si, en vez de exigir que el resultado se reproduzca en nueve de cada diez simulaciones, uno se conforma con dos de cada tres.
Los efectos del calentamiento global en el riesgo de precipitaciones extremas, y por tanto de inundaciones, se deben en último término al vapor de agua de la atmósfera. La colisión de masas de aire cargadas de vapor de agua conduce a la formación de nubes y a la precipitación de lluvias.
Richard Allan, del departamento de meteorología de la Universidad de Reading (Reino Unido), explicó en una teleconferencia junto a Zwiers y Pall, que la capacidad de la atmósfera para cargarse de agua aumenta con la temperatura de forma exponencial. Cada grado de calentamiento de la atmósfera junto a la superficie terrestre incrementa en un 6% el agua transportada por la atmósfera). Esto no es solo una predicción de los modelos climáticos, sino que de momento se va confirmando con las observaciones.
"La lluvia intensa es un fenómeno inherentemente local", dice Allan, "pero está alimentado por un suministro de humedad atmosférica llegada de otras partes. Esa humedad habría, en condiciones normales, causado una lluvia más moderada en otras partes".
Aunque resulte difícil de admitir en época de inundaciones, la lluvia es un bien escaso e injustamente distribuido. Los aumentos rápidos de precipitación en unas zonas llevan consigo una disminución de la intensidad o la frecuencia de las lluvias en algún otro sitio. La mayoría de los modelos climáticos expresan esto como un aumento del régimen de precipitaciones en las zonas templadas que ya son húmedas, y una correspondiente disminución de las lluvias en las zonas subtropicales que ya son secas.
"Dadas sus implicaciones para las inundaciones y las sequías del futuro", dice Allan, "es vital establecer los fundamentos físicos para estos cambios, y verificar la teoría con más observaciones".
De momento, asociar las inundaciones al tubo de escape de su vecino ya es algo más que una conversación de ascensor.