Rousseff arranca su mandato con un equipo económico continuista
Brasilia, El País
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha querido enviar un mensaje de confianza a los inversores con un equipo económico continuista y sólido, que deberá tomar medidas para, entre otras cosas, controlar la escurridiza disciplina fiscal, contener el gasto público y frenar una inflación del 5%. Buena parte de los colaboradores de la nueva mandataria proceden del equipo de su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
Tres figuras clave son su jefe de Gabinete, Antonio Palocci, el poderoso ex ministro de Economía a quien se adjudica el mérito de haber ganado la confianza de los inversores en los primeros años del mandato de Lula; Guido Mantega, veterano asesor del ex presidente que ahora asume la cartera de Finanzas, y Alexandre Tombini, que ocupará la presidencia del Banco Central con el compromiso de mantener la inflación bajo control y garantizar la autonomía de la entidad.
En total, 16 de los 37 ministros de Rousseff han ocupado carteras con Lula (diez de ellos en el último Gobierno). Algunos analistas aseguran que este es aún el Gobierno Lula-Dilma, y que dentro de un año o dos la nueva presidenta empezará a conformar su propio Gabinete.
En un hecho inédito en la historia democrática de Brasil, la nueva presidenta contará con la mayoría absoluta en el Congreso. Una decena de partidos apoyaron la candidatura de Rousseff, que tiene hoy el respaldo de 372 de los 513 diputados y de 60 de los 81 senadores, más de los tres quintos necesarios para modificar incluso la Constitución.
Eso, en cifras. En la realidad concreta de cada día, la presidenta tendrá que demostrar mucha habilidad política y juego de cintura para asegurarse, en las votaciones importantes y decisivas, la fidelidad a la alianza de Gobierno. Lula da Silva, al que se llamaba "político de goma" por su flexibilidad para lidiar con los partidos en el Congreso, sufrió en su carne la deslealtad de sus aliados, que le impidieron llevar a cabo algunas reformas institucionales. La duda es si la ex guerrillera, de carácter fuerte, a la que le gustan los resultados inmediatos, tendrá la paciencia necesaria para las negociaciones a veces eternas con los congresistas, siempre en busca de ayudas y cargos.
La mayor incógnita es la del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal aliado del Gobierno, que ha conseguido 89 diputados y 16 senadores. En la distribución de ministerios, el PMDB, que nunca ha presentado candidato presidencial y ha gobernado siempre con el vencedor de turno, ha recibido seis carteras ministeriales, las que tenía con Lula, pero de menor peso político y económico. El PMDB ya promete, solo en voz baja por ahora, venganza en las votaciones si no se ve más favorecido.
La ventaja de Dilma es que su vicepresidente, Michel Temer, ha dirigido el PMDB y ha sido tres veces presidente del Congreso, además de estar considerado un político hábil para apagar fuegos.
La nueva presidenta no ha perdido tiempo y ayer ya estaba a las nueve de la mañana en su despacho recibiendo a los principales líderes extranjeros que habían asistido a su toma de posesión. El primero fue el príncipe Felipe. En realidad, estaba programado en segundo lugar, después de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, que se fue ayer sin esperar a la cita y sin dar explicaciones.
En el encuentro, de 40 minutos, el príncipe Felipe y Rousseff recordaron que las empresas españolas son ya muy activas en sectores como telecomunicaciones, bancos y energía. La presidenta animó a España a colaborar más en un país "en pleno desarrollo", y citó la Copa del Mundo en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016 como ocasiones propicias para que las empresas españolas inviertan más. Rousseff prometió ayuda para hacer de Brasil un país bilingüe portugués-español.
La presidenta brasileña se reunió, además, con el primer ministro portugués, José Sócrates, quien le aseguró que su país respaldará a Brasil para que consiga un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Rousseff recibió también al presidente uruguayo, José Mújica; al palestino, Mahmud Abbas; al primer ministro surcoreano, Kim Hwang-Sik, y al vicepresidente cubano, Juan Ramón Machado.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha querido enviar un mensaje de confianza a los inversores con un equipo económico continuista y sólido, que deberá tomar medidas para, entre otras cosas, controlar la escurridiza disciplina fiscal, contener el gasto público y frenar una inflación del 5%. Buena parte de los colaboradores de la nueva mandataria proceden del equipo de su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
Tres figuras clave son su jefe de Gabinete, Antonio Palocci, el poderoso ex ministro de Economía a quien se adjudica el mérito de haber ganado la confianza de los inversores en los primeros años del mandato de Lula; Guido Mantega, veterano asesor del ex presidente que ahora asume la cartera de Finanzas, y Alexandre Tombini, que ocupará la presidencia del Banco Central con el compromiso de mantener la inflación bajo control y garantizar la autonomía de la entidad.
En total, 16 de los 37 ministros de Rousseff han ocupado carteras con Lula (diez de ellos en el último Gobierno). Algunos analistas aseguran que este es aún el Gobierno Lula-Dilma, y que dentro de un año o dos la nueva presidenta empezará a conformar su propio Gabinete.
En un hecho inédito en la historia democrática de Brasil, la nueva presidenta contará con la mayoría absoluta en el Congreso. Una decena de partidos apoyaron la candidatura de Rousseff, que tiene hoy el respaldo de 372 de los 513 diputados y de 60 de los 81 senadores, más de los tres quintos necesarios para modificar incluso la Constitución.
Eso, en cifras. En la realidad concreta de cada día, la presidenta tendrá que demostrar mucha habilidad política y juego de cintura para asegurarse, en las votaciones importantes y decisivas, la fidelidad a la alianza de Gobierno. Lula da Silva, al que se llamaba "político de goma" por su flexibilidad para lidiar con los partidos en el Congreso, sufrió en su carne la deslealtad de sus aliados, que le impidieron llevar a cabo algunas reformas institucionales. La duda es si la ex guerrillera, de carácter fuerte, a la que le gustan los resultados inmediatos, tendrá la paciencia necesaria para las negociaciones a veces eternas con los congresistas, siempre en busca de ayudas y cargos.
La mayor incógnita es la del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal aliado del Gobierno, que ha conseguido 89 diputados y 16 senadores. En la distribución de ministerios, el PMDB, que nunca ha presentado candidato presidencial y ha gobernado siempre con el vencedor de turno, ha recibido seis carteras ministeriales, las que tenía con Lula, pero de menor peso político y económico. El PMDB ya promete, solo en voz baja por ahora, venganza en las votaciones si no se ve más favorecido.
La ventaja de Dilma es que su vicepresidente, Michel Temer, ha dirigido el PMDB y ha sido tres veces presidente del Congreso, además de estar considerado un político hábil para apagar fuegos.
La nueva presidenta no ha perdido tiempo y ayer ya estaba a las nueve de la mañana en su despacho recibiendo a los principales líderes extranjeros que habían asistido a su toma de posesión. El primero fue el príncipe Felipe. En realidad, estaba programado en segundo lugar, después de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, que se fue ayer sin esperar a la cita y sin dar explicaciones.
En el encuentro, de 40 minutos, el príncipe Felipe y Rousseff recordaron que las empresas españolas son ya muy activas en sectores como telecomunicaciones, bancos y energía. La presidenta animó a España a colaborar más en un país "en pleno desarrollo", y citó la Copa del Mundo en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016 como ocasiones propicias para que las empresas españolas inviertan más. Rousseff prometió ayuda para hacer de Brasil un país bilingüe portugués-español.
La presidenta brasileña se reunió, además, con el primer ministro portugués, José Sócrates, quien le aseguró que su país respaldará a Brasil para que consiga un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Rousseff recibió también al presidente uruguayo, José Mújica; al palestino, Mahmud Abbas; al primer ministro surcoreano, Kim Hwang-Sik, y al vicepresidente cubano, Juan Ramón Machado.