Las inundaciones de Río de Janeiro, primera prueba para Dilma Rousseff

Río de Janeiro, El País
Brasil está de luto. 482 personas han muerto por las lluvias torrenciales que han azotado las tres ciudades montañosas del Estado de Río -Teresópolis, Petrópolis y Nova Friburgo- durante la madrugada del martes. La gravedad de las inundaciones y los deslizamientos de tierra que provocaron la mayoría de las muertes forzaron a la presidenta Dilma Rousseff a desplazarse a la zona desde Brasilia en lo que es su primera prueba desde que asumió el cargo el 1 de enero.

Acompañada por los ministros de Defensa, Nelson Jobim, del de Sanidad, Alexandre Padihla y del de Integración Nacional, Fernando Bezerra, nada más aterrizar en Río, Rousseff tuvo una reunión con las autoridades locales.

El gobernador del Estado de Río, Sérgio Cabral, que regresó a toda prisa de sus vacaciones en Europa, sobrevoló con Rousseff las zonas afectadas. Tras el vuelo, la presidenta, visiblemente afectada, se limitó a decir: "La población puede esperar acciones firmes por parte del Estado".

La mayoría de las víctimas murieron ahogadas o arrastradas literalmente por las aguas que en algunos ríos subieron hasta siete metros. El centro de la ciudad de Nova Friburgo, la que presenta el mayor número de muertos, estaba ayer sembrado de muebles y utensilios de todo tipo arrastrados por las aguas después de haber derrumbado las casas. A pesar de las llamadas de las autoridades para que las familias -más de 5.000- abandonaran sus casas ante la amenaza de derrumbe, pocas lo hicieron: "Teníamos miedo a que nos robaran lo poco que teníamos", afirmaron a los medios. La situación está lejos de estar bajo control y las previsiones meteorológicas son poco halagüeñas: lluvias torrenciales por lo menos hasta mañana. Los bomberos pudieron llegar apenas ayer a muchas zonas de las tres ciudades afectadas y gracias al uso de poderosos tractores para atravesar las montañas de lodo y escombros amontonadas por las riadas.

El coronel Souza Vianna, comandante del batallón de bomberos desplazados a Itaipava, en la localidad de Petrópolis -ciudad de veraneo de los reyes durante el tiempo del imperio- confesó a los periodistas: "Desde aquí hasta Teresópolis no hacemos más que encontrar muertos. En mis 31 años de bombero nunca había vivido algo igual".

En la televisión pudo verse a una mujer corriendo con la cara desencajada por las calles de Teresópolis y preguntando a gritos si alguien había visto a su madre "viva o muerta" tras haber visto impotente cómo era arrastrada por las aguas. También la imagen de una excavadora en cuya pala aparecía un bulto envuelto con mucho cuidado en una manta azul celeste: era el cadáver de un niño de cuatro años.

Más de 1.000 hombres trabajaban ayer en las tres ciudades que, vistas desde los helicópteros, presentaban un aspecto desolador, muy parecido a la devastación de un terremoto, con barrios enteros caídos al suelo y convertidos en lagos de agua y fango. "La situación es de desolación", afirmó Luiz Fernando Pezón, vicegobernador del Estado de Río y secretario de Estado de Obras, quien aseguró que las víctimas mortales "van a seguir creciendo", ya que existen lugares aislados donde aún no han llegado los equipos de rescate. La situación de caos en las tres ciudades, prácticamente incomunicadas, sin luz ni teléfono fijo, hizo que las autoridades pidieran a las familias que no velaran a sus muertos para que pudieran ser enterrados lo más rápidamente posible.

Y mientras las familias de las víctimas lloraban a sus muertos y sufrían por los heridos sin lugar en los hospitales, acomodados como podían en el suelo, los analistas políticos comenzaron a advertir que la tragedia no puede ser atribuida "solo a las lluvias", sino a una falta de prevención y al descuido de políticos locales que permiten construir en zonas de riesgo. Por ello, la catástrofe de Río ha sido calificada de "muerte anunciada".

Miriam Letão, una analista económica del diario O Globo, escribió: "Las ciudades brasileñas no están preparadas para el momento actual y menos para el futuro que anuncian los climatólogos". Según ella, Brasil "tiene que repensar seriamente toda su política de urbanismo" para frenar la especulación inmobiliaria y paliar la falta de ocho millones de viviendas para los pobres, que acaban construyendo sus barracas en laderas de riesgo apoyados por los alcaldes que miran para otro lado para conseguir votos.

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