EE UU se alza contra la violencia política
Washington, El País
La matanza de Tucson, que sorprendió al país en medio de un profundo cambio de rumbo político, ha sido interpretada mayoritariamente como un recordatorio de la necesidad de recuperar un clima de civismo en la actividad partidista y de poner límites en la disputa de las ideas. La mayoría de los compañeros de la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que sigue luchando contra la muerte en un hospital del sur de Arizona, han coincidido en que la mejor manera de rendirle homenaje es aplacar el ardor del debate -atizado por el Tea Party, el ala más conservadora del Partido Republicano- que se mantiene desde poco después de que Barack Obama fuera elegido presidente.
Un congresista de Virginia, Gerald Connolly, resumió en un comunicado el estado de ánimo reinante en Estados Unidos. "Esta tragedia sirve como una dolorosa lección de que tenemos, como nación, que redoblar nuestros esfuerzos para promover el civismo y respetar los diferentes puntos de vista en nuestros discursos políticos", declaró.
Los políticos suelen decir cosas semejantes después de un suceso violento y las cosas vuelven por donde solían poco tiempo después. No es improbable que ocurra lo mismo en esta ocasión, pero, hoy, observado desde la herida que Tucson ha abierto, no se pueden augurar buenos tiempos para el Tea Party y quienes como ellos llevan meses repitiendo un mensaje en el que, aunque solo sea en términos retóricos, se recurre permanentemente a imágenes y medios violentos.
En una situación como esta, nadie quiere abiertamente señalar culpables por lo sucedido. Al fin y al cabo, el único responsable parece ser el sujeto de 22 años llamado Jared Loughner, que se encuentra bajo custodia policial y a quien los responsables de la investigación describen como un perturbado y un perdedor solitario que fracasó en la universidad y fue rechazado por el Ejército.
Loughner parecía compartir, no obstante, con el Tea Party y algunos de los que respaldan a esa fuerza dentro del Partido Republicano, la paranoia sobre la persecución del que se creen víctimas de parte del Estado. En algunos escritos en Internet se había referido al Gobierno como un instrumento de lavado de cerebros y de aniquilación del individuo. Las mismas historias que se han escuchado desde hace tiempo en los mítines del Tea Party.
Esa coincidencia ha sido suficiente para que algunos comentaristas y políticos de la izquierda apunten con el dedo hacia el Tea Party y su principal valedora, Sarah Palin. "Yo le echo mucha culpa a la retórica que se ha escuchado últimamente", dijo la congresista demócrata Carolyn McCarthy. Un ex candidato presidencial demócrata, Gary Hart, ha sido aún más contundente: "Lo que ha ocurrido es el resultado directo de una retórica agresiva e irresponsable".
Ciertamente, es difícil separar el ataque de Tucson de alguna de la propaganda republicana exhibida en la última campaña electoral. El propio rival de Giffords, Jesse Kelly, a quien ganó por un margen muy estrecho, realizaba recolecciones de fondos en sesiones de tiro con fusiles M-16 y posaba constantemente en ropas militares en sus anuncios.
Cosas similares se han visto constantemente en un año en el que se ha registrado un aumento considerable de la violencia política. En los primeros tres meses de 2010, los más duros del debate sobre la reforma sanitaria, se denunciaron 42 ataques contra oficinas de congresistas, casi todos demócratas, entre ellos Giffords.
Uno de los principales responsables de la investigación, Clarence Dupnik, un demócrata sheriff del condado de Pima, al que pertenece Tucson, ha aludido claramente a la naturaleza política que reside en el transfondo de este asunto. "Cuando veo a la gente desequilibrada", dijo, "y cómo responden a la violencia que sale de algunas bocas para derribar al Gobierno, [pienso que] la amargura, el odio y la intolerancia que se extiende por este país se está convirtiendo en [algo] escandaloso".
Resulta muy peligroso, también para los demócratas, politizar en exceso este asunto. Violencia política ha habido en la historia de este país de todos los signos. Está más fresca en la memoria la bomba con la que un activista de extrema derecha mató a 168 personas en Oklahoma en 1995. Pero también hubo violencia de extrema izquierda que dejó varios muertos en los años sesenta. La misma Giffords, que pertenecía a la corriente centrista del Partido Demócrata, fue duramente insultada en webs de izquierda después de que, el miércoles pasado, se negara a votar por Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara de Representantes. Una de esas páginas, que ya ha sido retirada, decía: "Para nosotros estás muerta".
Pero, aun siendo peligroso, es tentador para los demócratas unir lo sucedido a la retórica extremista utilizada por los republicanos en los últimos tiempos. Está en el recuerdo de muchos políticos que todavía ocupan escaños en el Congreso el efecto positivo que tuvo para Bill Clinton el atentado de Oklahoma. Su entonces principal asesor, Dick Morris, hoy un columnista de extrema derecha, se jactaba de eso sin pudor en su momento.
La reacción de Obama ha sido hasta ahora muy prudente. Después de que el sábado elogiara el trabajo de Giffords y condenara el ataque sin hacer la menor alusión política, ayer se mantuvo en bajo perfil, recibiendo información en privado sobre la investigación pero sin sumarse al debate en marcha. Los dirigentes del grupo parlamentario demócrata tampoco quisieron, oficialmente, juzgar la situación en términos políticos, y dijeron que estaban en contacto con sus colegas republicanos para discutir distintas iniciativas de carácter bipartidista.
La matanza de Tucson, que sorprendió al país en medio de un profundo cambio de rumbo político, ha sido interpretada mayoritariamente como un recordatorio de la necesidad de recuperar un clima de civismo en la actividad partidista y de poner límites en la disputa de las ideas. La mayoría de los compañeros de la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que sigue luchando contra la muerte en un hospital del sur de Arizona, han coincidido en que la mejor manera de rendirle homenaje es aplacar el ardor del debate -atizado por el Tea Party, el ala más conservadora del Partido Republicano- que se mantiene desde poco después de que Barack Obama fuera elegido presidente.
Un congresista de Virginia, Gerald Connolly, resumió en un comunicado el estado de ánimo reinante en Estados Unidos. "Esta tragedia sirve como una dolorosa lección de que tenemos, como nación, que redoblar nuestros esfuerzos para promover el civismo y respetar los diferentes puntos de vista en nuestros discursos políticos", declaró.
Los políticos suelen decir cosas semejantes después de un suceso violento y las cosas vuelven por donde solían poco tiempo después. No es improbable que ocurra lo mismo en esta ocasión, pero, hoy, observado desde la herida que Tucson ha abierto, no se pueden augurar buenos tiempos para el Tea Party y quienes como ellos llevan meses repitiendo un mensaje en el que, aunque solo sea en términos retóricos, se recurre permanentemente a imágenes y medios violentos.
En una situación como esta, nadie quiere abiertamente señalar culpables por lo sucedido. Al fin y al cabo, el único responsable parece ser el sujeto de 22 años llamado Jared Loughner, que se encuentra bajo custodia policial y a quien los responsables de la investigación describen como un perturbado y un perdedor solitario que fracasó en la universidad y fue rechazado por el Ejército.
Loughner parecía compartir, no obstante, con el Tea Party y algunos de los que respaldan a esa fuerza dentro del Partido Republicano, la paranoia sobre la persecución del que se creen víctimas de parte del Estado. En algunos escritos en Internet se había referido al Gobierno como un instrumento de lavado de cerebros y de aniquilación del individuo. Las mismas historias que se han escuchado desde hace tiempo en los mítines del Tea Party.
Esa coincidencia ha sido suficiente para que algunos comentaristas y políticos de la izquierda apunten con el dedo hacia el Tea Party y su principal valedora, Sarah Palin. "Yo le echo mucha culpa a la retórica que se ha escuchado últimamente", dijo la congresista demócrata Carolyn McCarthy. Un ex candidato presidencial demócrata, Gary Hart, ha sido aún más contundente: "Lo que ha ocurrido es el resultado directo de una retórica agresiva e irresponsable".
Ciertamente, es difícil separar el ataque de Tucson de alguna de la propaganda republicana exhibida en la última campaña electoral. El propio rival de Giffords, Jesse Kelly, a quien ganó por un margen muy estrecho, realizaba recolecciones de fondos en sesiones de tiro con fusiles M-16 y posaba constantemente en ropas militares en sus anuncios.
Cosas similares se han visto constantemente en un año en el que se ha registrado un aumento considerable de la violencia política. En los primeros tres meses de 2010, los más duros del debate sobre la reforma sanitaria, se denunciaron 42 ataques contra oficinas de congresistas, casi todos demócratas, entre ellos Giffords.
Uno de los principales responsables de la investigación, Clarence Dupnik, un demócrata sheriff del condado de Pima, al que pertenece Tucson, ha aludido claramente a la naturaleza política que reside en el transfondo de este asunto. "Cuando veo a la gente desequilibrada", dijo, "y cómo responden a la violencia que sale de algunas bocas para derribar al Gobierno, [pienso que] la amargura, el odio y la intolerancia que se extiende por este país se está convirtiendo en [algo] escandaloso".
Resulta muy peligroso, también para los demócratas, politizar en exceso este asunto. Violencia política ha habido en la historia de este país de todos los signos. Está más fresca en la memoria la bomba con la que un activista de extrema derecha mató a 168 personas en Oklahoma en 1995. Pero también hubo violencia de extrema izquierda que dejó varios muertos en los años sesenta. La misma Giffords, que pertenecía a la corriente centrista del Partido Demócrata, fue duramente insultada en webs de izquierda después de que, el miércoles pasado, se negara a votar por Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara de Representantes. Una de esas páginas, que ya ha sido retirada, decía: "Para nosotros estás muerta".
Pero, aun siendo peligroso, es tentador para los demócratas unir lo sucedido a la retórica extremista utilizada por los republicanos en los últimos tiempos. Está en el recuerdo de muchos políticos que todavía ocupan escaños en el Congreso el efecto positivo que tuvo para Bill Clinton el atentado de Oklahoma. Su entonces principal asesor, Dick Morris, hoy un columnista de extrema derecha, se jactaba de eso sin pudor en su momento.
La reacción de Obama ha sido hasta ahora muy prudente. Después de que el sábado elogiara el trabajo de Giffords y condenara el ataque sin hacer la menor alusión política, ayer se mantuvo en bajo perfil, recibiendo información en privado sobre la investigación pero sin sumarse al debate en marcha. Los dirigentes del grupo parlamentario demócrata tampoco quisieron, oficialmente, juzgar la situación en términos políticos, y dijeron que estaban en contacto con sus colegas republicanos para discutir distintas iniciativas de carácter bipartidista.