Las élites rusas imponen su ley de excesos y corrupción
Madrid, El País
Dos periodistas rusos conversaban con diplomáticos estadounidenses el pasado febrero en Moscú. Hablaron de la corrupción, de los negocios de Yelena Baturina, la esposa del alcalde Yuri Luzhkov (relevado a fines de septiembre), y de las implicaciones de este en el sistema de estructuras delictivas o cleptocracia que, según ellos, controlaba la capital. "La gente a menudo ve a funcionarios que entran en el Kremlin con grandes maletas y guardaespaldas", explicaba uno de los interlocutores suponiendo que las maletas estaban "llenas de dinero". Su colega se mostraba escéptico, y opinaba que sería "más fácil abrir una cuenta secreta en Chipre". El sistema de protección mafioso (krisha o tejado, en ruso) resultaba obligado para todos los negocios de Moscú, decía, y añadía que la krisha ofrecida por la policía, el Ministerio del Interior y el Servicio Federal de Seguridad (SFS) estaba ganándole el terreno a los grupos criminales tradicionales, ya que los servidores del Estado tenían más recursos y estaban, a su vez, "protegidos" por la ley. Todas estas opiniones -con la etiqueta de "secreto"- fueron a parar al Departamento de Estado, al FBI y la CIA.
A juzgar por los despachos fechados en Moscú y en otras capitales de la antigua Unión Soviética, los diplomáticos ofrecen al Departamento de Estado una amplia gama de opiniones sobre los temas de su interés, ya sean las relaciones del presidente Dmitri Medvédev y el jefe del Gobierno Vladímir Putin, la estabilidad del régimen o los vaivenes de la democratización en Rusia. El servicio exterior norteamericano vigila los sectores estratégicos rusos, como la exportación de hidrocarburos, y las ramas de la economía donde Rusia compite con intereses norteamericanos o donde estos compiten con los europeos. Por eso, siguen la actividad de Rosatom, el consorcio estatal responsable de la energía atómica en Rusia y de Atomstroyexport, la constructora de centrales nucleares, así como los pedidos de Boeing en relación con los de Airbus. Desde Moscú, los norteamericanos están atentos a Pekín y recogen la desazón de los políticos rusos, como Luzhkov, ante la potencia china. Desde la periferia del antiguo imperio, vigilan los pasos de Rusia y también de otros países, hasta el punto de que sus diplomáticos en Turkmenistán van a charlar con los camioneros a los cafés de la frontera con Irán y son felicitados por Washington por captar el estado de ánimo de los "iraníes de a pie".
En Rusia, las numerosas relaciones de la embajada incluyen a miembros de la Administración, diplomáticos, analistas, periodistas prestigiosos, empresarios locales e internacionales y también representantes de ONG (organizaciones no gubernamentales) y de la oposición extraparlamentaria. Casi a granel, la información va a parar a Washington.
La cooperación entre Obama y Medvédev
Una parte de los materiales más recientes refleja el nuevo espíritu de cooperación entre el presidente norteamericano Barack Obama y su colega ruso Dmitri Medvédev. Otros despachos parecen sumergidos aún en la guerra fría y expresan una cierta presunción de culpabilidad hacia Rusia. Con gran aplomo, atribuyen conexiones con la élite política rusa a organizaciones delictivas en Rusia, en Bulgaria o en Tailandia o en España. Los diplomáticos mencionan los esfuerzos de Medvédev, pero siguen más el desarrollo de la corrupción que la lucha contra este mal. En 2009, cuando Transparency International pone a Rusia en el lugar 146 de su lista de países percibidos como más corruptos (en 2008, estaba en el puesto 147), la embajada concluye que "los pasos radicales [contra la corrupción] pueden amenazar el estatus quo, pero los pasos graduales han sido ineficaces hasta ahora".
Los despachos transmiten los chismorreos que atribuyen a Vladímir Putin estar implicado en negocios opacos y muy lucrativos. También recogen opiniones que serían incorrectas aplicadas a un político occidental. El comisario de Exteriores de la UE, Chris Patten, en abril de 2004 en Bruselas, elogia a Putin por su labor a favor de Rusia, pero afirma tener "serias dudas" sobre su carácter. "Parece un hombre totalmente razonable cuando habla de Oriente Medio o de la política energética, pero cuando la conversación deriva hacia Chechenia o el extremismo islámico, los ojos de Putin se transforman en los de un asesino", dice.
En ocasiones, los norteamericanos demuestran profundo conocimiento de las culturas locales. En 2006, un diplomático asiste en Daguestán (territorio del norte del Cáucaso poblado por numerosas etnias) a la boda del hijo de Gadzhi Majáchev, diputado de la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso) y jefe de la Compañía Petrolera de Daguestán. El mensaje del texto, de gran maestría literaria, es que las relaciones políticas en el Cáucaso son inseparables de las familiares y de clanes. A juzgar por los despachos donde se le cita, Majáchev ha sido un importante contacto de los norteamericanos en temas como Chechenia. Lo que no sabemos es lo que pensaría, de leer la detallada descripción de la boda de su hijo de 19 años.
Gadzhi Majáchev, afirma el informe, coopera estrechamente con empresas norteamericanas, lo que le ha permitido tener lujosas casas en la Federación Rusa, y también en París y en San Diego. Posee una colección de coches de lujo, incluido el Rolls Royce Silver Phantom en el que recoge a la novia en casa de sus padres. El diplomático que escribe el informe conoce el Rolls de Majáchev. Dice haber estado en él en Moscú, con una carabina Kaláshnikov en el suelo que le impedía estirar los pies. Gadzhi, que ha sobrevivido a numerosos intentos de asesinato, envió a sus hijos a una escuela paramilitar cerca de San Diego. El momento estelar de la boda es la llegada de Ramzán Kadírov, el hombre fuerte de Chechenia, con una escolta de 20 personas. Kadírov lleva un arma chapada en oro en la parte trasera de sus vaqueros. Le regala a la novia un "lingote de oro de cinco kilos" y, junto con Majáchev, lanza una lluvia de billetes de cien dólares y de mil rublos sobre los niños bailarines.
Los documentos también retratan a personajes de la política, como Vladislav Surkov, considerado el ideólogo del rumbo autoritario del Kremlin, e Igor Sechin, el primer vicepresidente del Gobierno, un peterburgués que como Putin procede de los servicios de seguridad y trabajó con el primer ministro en la alcaldía de Leningrado (hoy San Petersburgo). Surkov, abanderado de la lucha contra las "revoluciones" de colores, es un "táctico brillante con gran capacidad de supervivencia", dicen los norteamericanos. Los representantes de las ONG involucradas en los derechos humanos y cívicos criticaron el nombramiento de Surkov como copresidente de la comisión mixta sobre sociedad civil, que fue creada durante la visita de Obama a Rusia en el verano de 2009. La embajada en Moscú recomendó a Washington tratar de corregir los puntos de vista del alto funcionario en una visita que este debía realizar a EE UU en enero de 2010. Surkov contempla a EE UU con "una mezcla de envidia y desprecio", opina un despacho de la embajada. Anglófilo y aficionado a la poesía norteamericana, Surkov encarga "numerosos álbumes de rap" a un politólogo próximo al Kremlin destinado en Nueva York, que lo ha contado a los norteamericanos.
La segunda fortuna
Igor Sechin posee 14.000 millones de dólares, la "segunda fortuna" en la élite gubernamental después de Putin, afirma una fuente, pero otra del mismo calibre desmiente que Sechin, el máximo responsable de la energía en el Gobierno, se haya enriquecido de forma ilícita. "No sé qué haría con el dinero, el tipo está siempre en la oficina, de la mañana a la noche", afirma la fuente, que califica al funcionario de "muy inteligente, increíblemente trabajador y excepcionalmente cortés".
Desde las capitales de los países postsoviéticos, los norteamericanos vigilan el Kremlin. En parte, tratan de impedir que Moscú les involucre a ellos y a sus aliados de la OTAN en el reconocimiento de su zona de influencia. No desean, por ejemplo, que su colaboración en Afganistán pueda interpretarse como un espaldarazo a la Organización del Tratado de Defensa Colectiva (OTDC, formado por Rusia, sus aliados centroasiáticos y Bielorrusia).
Los estadounidenses retratan a las nuevas élites que de forma despótica concentran el poder político y económico en Asia Central y el Cáucaso. En Turkmenistán, el presidente Gurbengulí Berdimujamédov se hizo llevar al Caspio un yate de fabricación italiana valorado en 60 millones de euros. El líder turcomano hubiera querido que el yate fuera mayor que el del oligarca Román Abramóvich, pero tal embarcación no hubiera podido navegar por los estrechos canales que conducen al Caspio. Un oficial del servicio de seguridad de Berdimujamédov fue despedido, después de que un gato se cruzara inesperadamente con la comitiva del presidente, cuando este se dirigía a su residencia a 20 kilómetros de Ashjabad. Los informes desde aquella capital asiática recogen también la negativa del embajador rumano Radu Horumba a cumplir las instrucciones de la presidencia española de la UE de presionar para que la ONG Human Rights Watch pudiera abrir una oficina en Ashgabad. En Uzbekistán, un país donde las elecciones son "teatro de Kabuki", y la "corrupción es endémica", el embajador en Tashkent, Richard Norland, advierte de que los "rapaces apetitos comerciales" de Gulnara Karímova, la hija del presidente Islam Karímov, son una amenaza a tener en cuenta por los inversores extranjeros.
Un presidente con tres mujeres
Aparte de su esposa oficial, Sara, el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, tiene dos más (una azafata residente en Londres y una ex miss de belleza) según recogían los estadounidenses en 2008, en un informe sobre el estilo de vida de la élite kazaja. Al primer ministro Karim Masímov lo vieron bailando con gran brío en Chocolat, un club nocturno de Astaná, y Timur Kulibáyev, uno de los dos yernos de Nazarbáyev, había celebrado su 41 cumpleaños por todo lo alto con un concierto de Elton John. Nazarbáyev tenía un palacio en los Emiratos Árabes, que había permutado por una propiedad en una zona montañosa al norte de Astaná, y una mansión en Turquía , que visitaba cuatro o cinco veces al año.
En Azerbaiyán, los norteamericanos escriben incluso una serie sobre las familias más ricas del país. El primer capítulo lo dedican a los Pasháyev, de donde procede Mehribán, la esposa del presidente Iljám Alíev. Los Pasháyev controlan varios de los 10 primeros bancos de Azerbaiyán y el Pasha Holding, que abrió el primer puesto de venta de Bentley en Bakú. También tienen constructoras, como Pasha Constructions, que ha edificado los principales hoteles de Bakú, cadenas televisivas, una compañía de móviles y el monopolio de nuevas tecnologías de comunicaciones.
Los Pasháyev hablan el ruso mejor que el azerí y controlan los ministerios e instituciones en los que tiene intereses Mehribán, la primera dama que también dirige el Fondo Heydar Alíev (una institución que los norteamericanos consideran opaca). Los estadounidenses opinan que Mehribán viste de forma que sería "considerada provocativa incluso en el mundo occidental" y se ha sometido a una operación de cirugía estética. La segunda familia de Azerbayán es la de Kemaladdin Heydárov, el ministro de situaciones de emergencia y ex jefe de Aduanas. El padre de Kemaladdin, Fattah, fue dirigente comunista y trabajó en la región de Najicheván, la patria chica de Heydar Aliev, el padre de Iljam, que fue el máximo líder azerbaiyano durante y después del comunismo. La familia Heydárov tiene un Airbus 319, pero los hijos, Nijat y Tale, educados en Londres, quieren comprar jets Gulfstream, valorados en 20 millones de dólares cada uno. Preguntados sobre el origen de su riqueza, los Heydárov informaron de que su inmenso imperio estaba formado por empresas de envasado, material de construcción, productos químicos, textiles, producción de CD y DVD, lácteos, cuero, agricultura, pianos, alcohol y seguros, entre otras cosas. También tienen el monopolio del zumo de granada y del caviar Beluga.
A algunos de los interlocutores de los norteamericanos tal vez no les importe ver su nombre en los informes enviados a Washington. Es probable que algunos politólogos y defensores de derechos humanos incluso se alegren de poder influir en la política de EE UU. Otros, sin embargo, pueden sentirse desagradablemente sorprendidos e incluso traicionados. A partir de ahora, tal vez medirán sus palabras y recordarán que las invitaciones de los amigos norteamericanos tienen un precio.
Dos periodistas rusos conversaban con diplomáticos estadounidenses el pasado febrero en Moscú. Hablaron de la corrupción, de los negocios de Yelena Baturina, la esposa del alcalde Yuri Luzhkov (relevado a fines de septiembre), y de las implicaciones de este en el sistema de estructuras delictivas o cleptocracia que, según ellos, controlaba la capital. "La gente a menudo ve a funcionarios que entran en el Kremlin con grandes maletas y guardaespaldas", explicaba uno de los interlocutores suponiendo que las maletas estaban "llenas de dinero". Su colega se mostraba escéptico, y opinaba que sería "más fácil abrir una cuenta secreta en Chipre". El sistema de protección mafioso (krisha o tejado, en ruso) resultaba obligado para todos los negocios de Moscú, decía, y añadía que la krisha ofrecida por la policía, el Ministerio del Interior y el Servicio Federal de Seguridad (SFS) estaba ganándole el terreno a los grupos criminales tradicionales, ya que los servidores del Estado tenían más recursos y estaban, a su vez, "protegidos" por la ley. Todas estas opiniones -con la etiqueta de "secreto"- fueron a parar al Departamento de Estado, al FBI y la CIA.
A juzgar por los despachos fechados en Moscú y en otras capitales de la antigua Unión Soviética, los diplomáticos ofrecen al Departamento de Estado una amplia gama de opiniones sobre los temas de su interés, ya sean las relaciones del presidente Dmitri Medvédev y el jefe del Gobierno Vladímir Putin, la estabilidad del régimen o los vaivenes de la democratización en Rusia. El servicio exterior norteamericano vigila los sectores estratégicos rusos, como la exportación de hidrocarburos, y las ramas de la economía donde Rusia compite con intereses norteamericanos o donde estos compiten con los europeos. Por eso, siguen la actividad de Rosatom, el consorcio estatal responsable de la energía atómica en Rusia y de Atomstroyexport, la constructora de centrales nucleares, así como los pedidos de Boeing en relación con los de Airbus. Desde Moscú, los norteamericanos están atentos a Pekín y recogen la desazón de los políticos rusos, como Luzhkov, ante la potencia china. Desde la periferia del antiguo imperio, vigilan los pasos de Rusia y también de otros países, hasta el punto de que sus diplomáticos en Turkmenistán van a charlar con los camioneros a los cafés de la frontera con Irán y son felicitados por Washington por captar el estado de ánimo de los "iraníes de a pie".
En Rusia, las numerosas relaciones de la embajada incluyen a miembros de la Administración, diplomáticos, analistas, periodistas prestigiosos, empresarios locales e internacionales y también representantes de ONG (organizaciones no gubernamentales) y de la oposición extraparlamentaria. Casi a granel, la información va a parar a Washington.
La cooperación entre Obama y Medvédev
Una parte de los materiales más recientes refleja el nuevo espíritu de cooperación entre el presidente norteamericano Barack Obama y su colega ruso Dmitri Medvédev. Otros despachos parecen sumergidos aún en la guerra fría y expresan una cierta presunción de culpabilidad hacia Rusia. Con gran aplomo, atribuyen conexiones con la élite política rusa a organizaciones delictivas en Rusia, en Bulgaria o en Tailandia o en España. Los diplomáticos mencionan los esfuerzos de Medvédev, pero siguen más el desarrollo de la corrupción que la lucha contra este mal. En 2009, cuando Transparency International pone a Rusia en el lugar 146 de su lista de países percibidos como más corruptos (en 2008, estaba en el puesto 147), la embajada concluye que "los pasos radicales [contra la corrupción] pueden amenazar el estatus quo, pero los pasos graduales han sido ineficaces hasta ahora".
Los despachos transmiten los chismorreos que atribuyen a Vladímir Putin estar implicado en negocios opacos y muy lucrativos. También recogen opiniones que serían incorrectas aplicadas a un político occidental. El comisario de Exteriores de la UE, Chris Patten, en abril de 2004 en Bruselas, elogia a Putin por su labor a favor de Rusia, pero afirma tener "serias dudas" sobre su carácter. "Parece un hombre totalmente razonable cuando habla de Oriente Medio o de la política energética, pero cuando la conversación deriva hacia Chechenia o el extremismo islámico, los ojos de Putin se transforman en los de un asesino", dice.
En ocasiones, los norteamericanos demuestran profundo conocimiento de las culturas locales. En 2006, un diplomático asiste en Daguestán (territorio del norte del Cáucaso poblado por numerosas etnias) a la boda del hijo de Gadzhi Majáchev, diputado de la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso) y jefe de la Compañía Petrolera de Daguestán. El mensaje del texto, de gran maestría literaria, es que las relaciones políticas en el Cáucaso son inseparables de las familiares y de clanes. A juzgar por los despachos donde se le cita, Majáchev ha sido un importante contacto de los norteamericanos en temas como Chechenia. Lo que no sabemos es lo que pensaría, de leer la detallada descripción de la boda de su hijo de 19 años.
Gadzhi Majáchev, afirma el informe, coopera estrechamente con empresas norteamericanas, lo que le ha permitido tener lujosas casas en la Federación Rusa, y también en París y en San Diego. Posee una colección de coches de lujo, incluido el Rolls Royce Silver Phantom en el que recoge a la novia en casa de sus padres. El diplomático que escribe el informe conoce el Rolls de Majáchev. Dice haber estado en él en Moscú, con una carabina Kaláshnikov en el suelo que le impedía estirar los pies. Gadzhi, que ha sobrevivido a numerosos intentos de asesinato, envió a sus hijos a una escuela paramilitar cerca de San Diego. El momento estelar de la boda es la llegada de Ramzán Kadírov, el hombre fuerte de Chechenia, con una escolta de 20 personas. Kadírov lleva un arma chapada en oro en la parte trasera de sus vaqueros. Le regala a la novia un "lingote de oro de cinco kilos" y, junto con Majáchev, lanza una lluvia de billetes de cien dólares y de mil rublos sobre los niños bailarines.
Los documentos también retratan a personajes de la política, como Vladislav Surkov, considerado el ideólogo del rumbo autoritario del Kremlin, e Igor Sechin, el primer vicepresidente del Gobierno, un peterburgués que como Putin procede de los servicios de seguridad y trabajó con el primer ministro en la alcaldía de Leningrado (hoy San Petersburgo). Surkov, abanderado de la lucha contra las "revoluciones" de colores, es un "táctico brillante con gran capacidad de supervivencia", dicen los norteamericanos. Los representantes de las ONG involucradas en los derechos humanos y cívicos criticaron el nombramiento de Surkov como copresidente de la comisión mixta sobre sociedad civil, que fue creada durante la visita de Obama a Rusia en el verano de 2009. La embajada en Moscú recomendó a Washington tratar de corregir los puntos de vista del alto funcionario en una visita que este debía realizar a EE UU en enero de 2010. Surkov contempla a EE UU con "una mezcla de envidia y desprecio", opina un despacho de la embajada. Anglófilo y aficionado a la poesía norteamericana, Surkov encarga "numerosos álbumes de rap" a un politólogo próximo al Kremlin destinado en Nueva York, que lo ha contado a los norteamericanos.
La segunda fortuna
Igor Sechin posee 14.000 millones de dólares, la "segunda fortuna" en la élite gubernamental después de Putin, afirma una fuente, pero otra del mismo calibre desmiente que Sechin, el máximo responsable de la energía en el Gobierno, se haya enriquecido de forma ilícita. "No sé qué haría con el dinero, el tipo está siempre en la oficina, de la mañana a la noche", afirma la fuente, que califica al funcionario de "muy inteligente, increíblemente trabajador y excepcionalmente cortés".
Desde las capitales de los países postsoviéticos, los norteamericanos vigilan el Kremlin. En parte, tratan de impedir que Moscú les involucre a ellos y a sus aliados de la OTAN en el reconocimiento de su zona de influencia. No desean, por ejemplo, que su colaboración en Afganistán pueda interpretarse como un espaldarazo a la Organización del Tratado de Defensa Colectiva (OTDC, formado por Rusia, sus aliados centroasiáticos y Bielorrusia).
Los estadounidenses retratan a las nuevas élites que de forma despótica concentran el poder político y económico en Asia Central y el Cáucaso. En Turkmenistán, el presidente Gurbengulí Berdimujamédov se hizo llevar al Caspio un yate de fabricación italiana valorado en 60 millones de euros. El líder turcomano hubiera querido que el yate fuera mayor que el del oligarca Román Abramóvich, pero tal embarcación no hubiera podido navegar por los estrechos canales que conducen al Caspio. Un oficial del servicio de seguridad de Berdimujamédov fue despedido, después de que un gato se cruzara inesperadamente con la comitiva del presidente, cuando este se dirigía a su residencia a 20 kilómetros de Ashjabad. Los informes desde aquella capital asiática recogen también la negativa del embajador rumano Radu Horumba a cumplir las instrucciones de la presidencia española de la UE de presionar para que la ONG Human Rights Watch pudiera abrir una oficina en Ashgabad. En Uzbekistán, un país donde las elecciones son "teatro de Kabuki", y la "corrupción es endémica", el embajador en Tashkent, Richard Norland, advierte de que los "rapaces apetitos comerciales" de Gulnara Karímova, la hija del presidente Islam Karímov, son una amenaza a tener en cuenta por los inversores extranjeros.
Un presidente con tres mujeres
Aparte de su esposa oficial, Sara, el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, tiene dos más (una azafata residente en Londres y una ex miss de belleza) según recogían los estadounidenses en 2008, en un informe sobre el estilo de vida de la élite kazaja. Al primer ministro Karim Masímov lo vieron bailando con gran brío en Chocolat, un club nocturno de Astaná, y Timur Kulibáyev, uno de los dos yernos de Nazarbáyev, había celebrado su 41 cumpleaños por todo lo alto con un concierto de Elton John. Nazarbáyev tenía un palacio en los Emiratos Árabes, que había permutado por una propiedad en una zona montañosa al norte de Astaná, y una mansión en Turquía , que visitaba cuatro o cinco veces al año.
En Azerbaiyán, los norteamericanos escriben incluso una serie sobre las familias más ricas del país. El primer capítulo lo dedican a los Pasháyev, de donde procede Mehribán, la esposa del presidente Iljám Alíev. Los Pasháyev controlan varios de los 10 primeros bancos de Azerbaiyán y el Pasha Holding, que abrió el primer puesto de venta de Bentley en Bakú. También tienen constructoras, como Pasha Constructions, que ha edificado los principales hoteles de Bakú, cadenas televisivas, una compañía de móviles y el monopolio de nuevas tecnologías de comunicaciones.
Los Pasháyev hablan el ruso mejor que el azerí y controlan los ministerios e instituciones en los que tiene intereses Mehribán, la primera dama que también dirige el Fondo Heydar Alíev (una institución que los norteamericanos consideran opaca). Los estadounidenses opinan que Mehribán viste de forma que sería "considerada provocativa incluso en el mundo occidental" y se ha sometido a una operación de cirugía estética. La segunda familia de Azerbayán es la de Kemaladdin Heydárov, el ministro de situaciones de emergencia y ex jefe de Aduanas. El padre de Kemaladdin, Fattah, fue dirigente comunista y trabajó en la región de Najicheván, la patria chica de Heydar Aliev, el padre de Iljam, que fue el máximo líder azerbaiyano durante y después del comunismo. La familia Heydárov tiene un Airbus 319, pero los hijos, Nijat y Tale, educados en Londres, quieren comprar jets Gulfstream, valorados en 20 millones de dólares cada uno. Preguntados sobre el origen de su riqueza, los Heydárov informaron de que su inmenso imperio estaba formado por empresas de envasado, material de construcción, productos químicos, textiles, producción de CD y DVD, lácteos, cuero, agricultura, pianos, alcohol y seguros, entre otras cosas. También tienen el monopolio del zumo de granada y del caviar Beluga.
A algunos de los interlocutores de los norteamericanos tal vez no les importe ver su nombre en los informes enviados a Washington. Es probable que algunos politólogos y defensores de derechos humanos incluso se alegren de poder influir en la política de EE UU. Otros, sin embargo, pueden sentirse desagradablemente sorprendidos e incluso traicionados. A partir de ahora, tal vez medirán sus palabras y recordarán que las invitaciones de los amigos norteamericanos tienen un precio.