China garantizó su apoyo a EE UU en lo peor de la crisis financiera
Madrid, El País
"¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?". La secretaria de Estado de la Administración de Obama, Hillary Clinton, resume con una simple pregunta -en un cable de finales de marzo de 2009- el complicado equilibrio en el que se han convertido las relaciones entre la primera potencia del mundo y el epicentro de la crisis financiera, Estados Unidos, y la gran potencia emergente, China. Pekín tiene unas reservas en divisas de unos 2,7 billones de dólares; tres cuartas partes de esa cifra están invertidos en activos denominados en dólares, y casi un billón de dólares (algo así como todo lo que produce España en un año) directamente en deuda pública norteamericana. Con esos números, cualquier movimiento puede ser tremendamente desestabilizador. Pero en lo peor de la crisis financiera, Pekín garantizó a Washington que no iba a cambiar su política de compra de deuda pública norteamericana (cable 197984, del 20 de marzo de 2009).
Lo contrario podía haber causado un desaguisado en EE UU, en China y en todo el mundo. Un gesto de desconfianza hacia la deuda estadounidense hubiera podido perturbar aún más la precaria estabilidad de los mercados en plena resaca de la quiebra de Lehman Brothers. Pero a la vez hubiera ido en contra de los propios intereses económicos de China: un movimiento brusco en torno a la deuda estadounidense podía haber provocado una debacle del dólar, con las consiguientes pérdidas en la cartera de inversiones china y la correspondiente sacudida en los mercados globales. El embajador estadounidense, Daniel Piccuta, aseguró que a la luz de varios contactos al más alto nivel "es poco probable que Pekín tome decisiones drásticas". Una recomposición de su cartera "podría provocar pérdidas significativas y fuertes críticas, externa e internamente". Eso sí, el apoyo motivó un "intenso debate" entre los dirigentes chinos sobre la compra de bonos estadounidenses.
El nerviosismo en los meses posteriores a la caída de Lehman Brothers se hizo patente en unas declaraciones públicas del primer ministro chino, Wen Jiabao, que el 13 de marzo de 2009 se declaró "preocupado" por el sistema financiero estadounidense ante la enorme exposición de China a la economía norteamericana. A esa declaración le siguió un alud de cables de la embajada en Pekín para tratar de desentrañar las palabras de Wen y de asegurar la estabilidad financiera en un momento crucial de la crisis. La conclusión del embajador Piccuta es contundente: "La preocupación de Wen no implica que [China] vaya a tirar a la basura sus bonos".
Las relaciones entre Estados Unidos y China han experimentado movimientos pendulares en los últimos meses, tras el prometedor arranque que supuso la llegada de Barack Obama a la presidencia estadounidense. Obama y el presidente Hu Jintao se han reunido varias veces, tanto en el G-20 como en la cumbre de la APEC o en los encuentros del Consejo de Seguridad de la ONU. Por primera vez en décadas, un presidente norteamericano hizo una visita de Estado a China durante el primer año de su mandato. Hillary Clinton se estrenó también con un viaje a Asia en el que pasó por China. Y sin embargo, lo que al principio parecía una luna de miel se ha trocado en momentos puntuales de nerviosismo y desconfianza de los que dan buena cuenta una treintena de documentos analizados para esta información.
A la postre, China secundó a EE UU cuando la economía estadounidense más lo necesitaba. Pero nada es gratis: Pekín también ha presionado a la Administración de Obama, ha exigido contrapartidas. En septiembre de 2008 reclamó al embajador "informes regulares y pormenorizados sobre el desarrollo de la crisis financiera". Entonces ya algunos miembros de la cúpula económica china acusaban a EE UU "de exportar el coste de su recuperación al resto del mundo". En los momentos más duros, el banco central insta a EE UU a "estabilizar el sistema financiero", y para ello ofrece la colaboración de China a través de su nivel de reservas. Tong Daochi, director del regulador bursátil, pregunta incluso si la Administración de Obama "será receptiva a la toma directa de participaciones en firmas financieras" (cable 171048). Al cabo, la Gran Recesión es el tablero de ajedrez en el que puede acelerarse el cambio en la correlación de fuerzas de la economía mundial. Estados Unidos pierde fuelle, al menos desde el punto de vista económico. Y China, el "banquero" de EE UU -en palabra de Clinton-, va aferrándose al mango de la sartén.
A medida que las turbulencias se alargan, hay varios momentos tensos. China tiene dudas sobre la gestión de la crisis de Washington: teme una monetarización del déficit a través de la inflación o de la devaluación del dólar (cable 173540, entre otros). En otras palabras, teme que Washington rebaje artificialmente el valor de su deuda con una rápida subida de la inflación o imprimiendo dólares para depreciar el tipo de cambio, como otros países han hecho tantas y tantas veces en una situación de debilidad económica. El nerviosismo alcanza su punto más alto cuando China presiona a Estados Unidos con la posibilidad de cambiar su política de compra de bonos tras una venta de armas a Taiwán -a finales de enero de 2010- por valor de 6.400 millones de dólares. Esa presión es constante ya desde el mero anuncio de esa operación (cable de octubre de 2008). La venta de armamento a Taiwán "aumenta la dificultad de explicar a los ciudadanos las políticas de apoyo [a EE UU]", asegura al embajador estadounidense Liu Jiahua, un ejecutivo de SAFE, la agencia que administra las inversiones chinas en el exterior, cuya cúpula rara vez hace declaraciones públicas. Posteriormente, Obama se reunió con el Dalai Lama en la Casa Blanca: más tensión. Pekín sugirió entonces que la cooperación entre EE UU y China podía verse afectada. Más adelante -cuando las aguas ya se habían calmado en los mercados- sí redujo ligeramente sus compras de deuda norteamericana para limitar la concentración de riesgo en EE UU.
Los tira y afloja constantes son ilustrativos de una relación entre una superpotencia en apuros y una potencia ascendiente que cada vez asume un rol más importante. Todo ello condicionado por las amplísimas relaciones económicas entre Pekín y Washington, que impiden medidas drásticas porque cualquier ataque tiene sensacionales contrapartidas en ambas economías. Los últimos cables analizados corresponden a la primavera de este año, pero los meses posteriores han sido similares: Estados Unidos ha presionado con dureza a China para que revalúe su moneda y ha amenazado con represalias comerciales. China apenas lo ha consentido. Se resiste a dejar flotar el tipo de cambio del yuán ante el temor de que eso perjudique sus exportaciones, y el fuego cruzado sobre la moneda se ha convertido en "un problema político para ambos lados [EE UU y China]", según un cable del 10 de febrero de este año.
Las presiones funcionan en ambas direcciones. El vicepresidente Wang Qishan presiona al embajador para que Estados Unidos "proteja los intereses chinos" (cable 197984). Y a su vez, el embajador trata de que la reforma financiera (la liberalización del sector financiero) siga adelante en China, y llega a apostar en un cable a que ese proceso se acelerará una vez lleguen "los refugiados de Wall Street" (tras los centenares de despidos en las grandes firmas como Lehman, cable 196741), pero reconoce que se trata de un proceso lento, que durará al menos entre cinco y 10 años; tal vez más. Los documentos ponen de manifiesto el papel cada vez más notable asumido por China durante toda la crisis financiera, como reconoce el embajador Piccuta en varias ocasiones. Más adelante, Pekín ha dado buena muestra de su compromiso como superpotencia emergente en el tablero europeo. Si tras el episodio de Lehman China garantizó su apoyo a EE UU para calmar la tensión en los mercados, el último episodio de turbulencias en Europa refuerza ese papel de China como ventanilla de última instancia: de nuevo en lo peor de la crisis de la deuda europea, China ha realizado grandes inversiones y ha comprado bonos griegos, portugueses y españoles para estabilizar los mercados.
"Vamos a seguir prestando ayuda a algunos países europeos para que superen sus dificultades", aseguró el primer ministro chino Wen Jiabao en una visita a Europa el pasado octubre. China al rescate: suena raro, pero es el nuevo mantra de la geopolítica económica.
"¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?". La secretaria de Estado de la Administración de Obama, Hillary Clinton, resume con una simple pregunta -en un cable de finales de marzo de 2009- el complicado equilibrio en el que se han convertido las relaciones entre la primera potencia del mundo y el epicentro de la crisis financiera, Estados Unidos, y la gran potencia emergente, China. Pekín tiene unas reservas en divisas de unos 2,7 billones de dólares; tres cuartas partes de esa cifra están invertidos en activos denominados en dólares, y casi un billón de dólares (algo así como todo lo que produce España en un año) directamente en deuda pública norteamericana. Con esos números, cualquier movimiento puede ser tremendamente desestabilizador. Pero en lo peor de la crisis financiera, Pekín garantizó a Washington que no iba a cambiar su política de compra de deuda pública norteamericana (cable 197984, del 20 de marzo de 2009).
Lo contrario podía haber causado un desaguisado en EE UU, en China y en todo el mundo. Un gesto de desconfianza hacia la deuda estadounidense hubiera podido perturbar aún más la precaria estabilidad de los mercados en plena resaca de la quiebra de Lehman Brothers. Pero a la vez hubiera ido en contra de los propios intereses económicos de China: un movimiento brusco en torno a la deuda estadounidense podía haber provocado una debacle del dólar, con las consiguientes pérdidas en la cartera de inversiones china y la correspondiente sacudida en los mercados globales. El embajador estadounidense, Daniel Piccuta, aseguró que a la luz de varios contactos al más alto nivel "es poco probable que Pekín tome decisiones drásticas". Una recomposición de su cartera "podría provocar pérdidas significativas y fuertes críticas, externa e internamente". Eso sí, el apoyo motivó un "intenso debate" entre los dirigentes chinos sobre la compra de bonos estadounidenses.
El nerviosismo en los meses posteriores a la caída de Lehman Brothers se hizo patente en unas declaraciones públicas del primer ministro chino, Wen Jiabao, que el 13 de marzo de 2009 se declaró "preocupado" por el sistema financiero estadounidense ante la enorme exposición de China a la economía norteamericana. A esa declaración le siguió un alud de cables de la embajada en Pekín para tratar de desentrañar las palabras de Wen y de asegurar la estabilidad financiera en un momento crucial de la crisis. La conclusión del embajador Piccuta es contundente: "La preocupación de Wen no implica que [China] vaya a tirar a la basura sus bonos".
Las relaciones entre Estados Unidos y China han experimentado movimientos pendulares en los últimos meses, tras el prometedor arranque que supuso la llegada de Barack Obama a la presidencia estadounidense. Obama y el presidente Hu Jintao se han reunido varias veces, tanto en el G-20 como en la cumbre de la APEC o en los encuentros del Consejo de Seguridad de la ONU. Por primera vez en décadas, un presidente norteamericano hizo una visita de Estado a China durante el primer año de su mandato. Hillary Clinton se estrenó también con un viaje a Asia en el que pasó por China. Y sin embargo, lo que al principio parecía una luna de miel se ha trocado en momentos puntuales de nerviosismo y desconfianza de los que dan buena cuenta una treintena de documentos analizados para esta información.
A la postre, China secundó a EE UU cuando la economía estadounidense más lo necesitaba. Pero nada es gratis: Pekín también ha presionado a la Administración de Obama, ha exigido contrapartidas. En septiembre de 2008 reclamó al embajador "informes regulares y pormenorizados sobre el desarrollo de la crisis financiera". Entonces ya algunos miembros de la cúpula económica china acusaban a EE UU "de exportar el coste de su recuperación al resto del mundo". En los momentos más duros, el banco central insta a EE UU a "estabilizar el sistema financiero", y para ello ofrece la colaboración de China a través de su nivel de reservas. Tong Daochi, director del regulador bursátil, pregunta incluso si la Administración de Obama "será receptiva a la toma directa de participaciones en firmas financieras" (cable 171048). Al cabo, la Gran Recesión es el tablero de ajedrez en el que puede acelerarse el cambio en la correlación de fuerzas de la economía mundial. Estados Unidos pierde fuelle, al menos desde el punto de vista económico. Y China, el "banquero" de EE UU -en palabra de Clinton-, va aferrándose al mango de la sartén.
A medida que las turbulencias se alargan, hay varios momentos tensos. China tiene dudas sobre la gestión de la crisis de Washington: teme una monetarización del déficit a través de la inflación o de la devaluación del dólar (cable 173540, entre otros). En otras palabras, teme que Washington rebaje artificialmente el valor de su deuda con una rápida subida de la inflación o imprimiendo dólares para depreciar el tipo de cambio, como otros países han hecho tantas y tantas veces en una situación de debilidad económica. El nerviosismo alcanza su punto más alto cuando China presiona a Estados Unidos con la posibilidad de cambiar su política de compra de bonos tras una venta de armas a Taiwán -a finales de enero de 2010- por valor de 6.400 millones de dólares. Esa presión es constante ya desde el mero anuncio de esa operación (cable de octubre de 2008). La venta de armamento a Taiwán "aumenta la dificultad de explicar a los ciudadanos las políticas de apoyo [a EE UU]", asegura al embajador estadounidense Liu Jiahua, un ejecutivo de SAFE, la agencia que administra las inversiones chinas en el exterior, cuya cúpula rara vez hace declaraciones públicas. Posteriormente, Obama se reunió con el Dalai Lama en la Casa Blanca: más tensión. Pekín sugirió entonces que la cooperación entre EE UU y China podía verse afectada. Más adelante -cuando las aguas ya se habían calmado en los mercados- sí redujo ligeramente sus compras de deuda norteamericana para limitar la concentración de riesgo en EE UU.
Los tira y afloja constantes son ilustrativos de una relación entre una superpotencia en apuros y una potencia ascendiente que cada vez asume un rol más importante. Todo ello condicionado por las amplísimas relaciones económicas entre Pekín y Washington, que impiden medidas drásticas porque cualquier ataque tiene sensacionales contrapartidas en ambas economías. Los últimos cables analizados corresponden a la primavera de este año, pero los meses posteriores han sido similares: Estados Unidos ha presionado con dureza a China para que revalúe su moneda y ha amenazado con represalias comerciales. China apenas lo ha consentido. Se resiste a dejar flotar el tipo de cambio del yuán ante el temor de que eso perjudique sus exportaciones, y el fuego cruzado sobre la moneda se ha convertido en "un problema político para ambos lados [EE UU y China]", según un cable del 10 de febrero de este año.
Las presiones funcionan en ambas direcciones. El vicepresidente Wang Qishan presiona al embajador para que Estados Unidos "proteja los intereses chinos" (cable 197984). Y a su vez, el embajador trata de que la reforma financiera (la liberalización del sector financiero) siga adelante en China, y llega a apostar en un cable a que ese proceso se acelerará una vez lleguen "los refugiados de Wall Street" (tras los centenares de despidos en las grandes firmas como Lehman, cable 196741), pero reconoce que se trata de un proceso lento, que durará al menos entre cinco y 10 años; tal vez más. Los documentos ponen de manifiesto el papel cada vez más notable asumido por China durante toda la crisis financiera, como reconoce el embajador Piccuta en varias ocasiones. Más adelante, Pekín ha dado buena muestra de su compromiso como superpotencia emergente en el tablero europeo. Si tras el episodio de Lehman China garantizó su apoyo a EE UU para calmar la tensión en los mercados, el último episodio de turbulencias en Europa refuerza ese papel de China como ventanilla de última instancia: de nuevo en lo peor de la crisis de la deuda europea, China ha realizado grandes inversiones y ha comprado bonos griegos, portugueses y españoles para estabilizar los mercados.
"Vamos a seguir prestando ayuda a algunos países europeos para que superen sus dificultades", aseguró el primer ministro chino Wen Jiabao en una visita a Europa el pasado octubre. China al rescate: suena raro, pero es el nuevo mantra de la geopolítica económica.