Wilstermann, un descenso doloroso


Juan Carlos Nogales
Cuesta mucho escribir estas líneas. Ha sido una tarde muy dura en la que he preferido no hablar con nadie. Han pasado ya casi cuatro horas desde que se consumó el doloroso descenso de Wilstermann a Segunda División y creo que aún no lo he terminado de asimilar.

La rabia, la impotencia, la frustración y el enfado que me invadieron nada más terminar el partido contra Aurora, se han ido transformando en decepción, en desencanto.

Y es que con la perspectiva que da el discurrir de las horas, uno cae en cuenta que este descenso es más que merecido. Primero por la forma en que se encaró el agónico tramo final de la competencia, experimentando con un caótico ramillete de variantes posicionales, probando abstrusos esquemas y ensayando asimétricos dibujos tácticos. Lógicamente, el resultado fue un océano de confusión que nutrió de inestabilidad a un funcionamiento descompaginado y falto de identidad. No debía sorprender, entonces, que Wilstermann desaprovechara miserablemente aquél inesperado pinchazo de Real Mamoré ante La Paz, vaporizando patéticamente la invaluable ventaja que debió establecer con un imperioso triunfo sobre Real Potosí. Y después, por una nefasta temporada y una cadena de errores (que corresponden a Villegas, Brandoni y López) que han hecho que Wilstermann haya estado, durante todo el Clausura, y a poco de su ulterior consagración, al filo de la navaja.

De nada sirve lamentarse por la falta de tiempo, la plantilla “mal estructurada” (responsabilidad de Villegas), los balones al palo, las ocasiones perdidas, los errores cometidos, el nefasto calendario, y apelar a la injusticia del fútbol como ha hecho el técnico Jorge Brandoni, porque éste de la Liga es el torneo de la regularidad, y al final de temporada pone a cada uno en su sitio.

Quizá Brandoni sea el que menos culpa tenga de todo esto, porque a pesar de que se ha equivocado en los planteamientos de varios partidos y a la hora de realizar los cambios en otros, poco se puede cambiar a un equipo en diez partidos. De todos modos, en el breve recorrido que estuvo al mando potenció las debilidades y aniquiló las escasas virtudes colectivas. Borró a Veizaga y se quedó sin equilibrio en mitad de campo. Creyó que con un sistema de tres defensas gozaría de mayor seguridad en el fondo y sucedió lo inverso. Intentó asociar a Sanjurjo con Salaberry en un vértice creativo y terminó presentando un equipo rengo, de diez hombres útiles, ya que el uruguayo, víctima de una pereza ambulatoria, apenas contribuía a que su equipo completase el exigido número de once integrantes. Tampoco resolvió la patógena ausencia de gol, insistiendo con la comprobada ineptitud de Sossa. Lo de Lenci, uno de tantos piratas que agobian estas desoladas aguas, es una cruda analogía a las ratas que huyen del barco que naufraga.

Este Wilstermann lleva siendo carne de Segunda desde hace tres años. Unas estructuras arcáicas, un complejo deportivo en pañales, unas instalaciones propias de un equipo de tercera división, una comisión técnica que no entiende de fútbol y que ficha viendo vídeos de Youtube, y además, un entrenador como Brandoni, que no tenía nivel para dirigir a un plantel como este y no ha logrado en ningún momento que los jugadores rindieran al nivel esperado.

Precisamente unos jugadores que por nombre, y el ulterior éxito doméstico, deberían haber estado luchando por el título, pero que por su acomodo y sus disputas internas han llevado al equipo a Segunda División. Gente como Olivares, Sanjurjo, Vaca, Ortíz, Veizaga, Sánchez no han sido capaces ni siquiera de llegar a la paupérrima cifra de 25 puntos. En definitiva, un fracaso absoluto.
Después de hablar de entrenador y de jugadores, toca la directiva. Una directiva de mentira, que ni tiene voz ni tiene voto, y que vive plegada a los dictatoriales caprichos de un presidente impuesto por una conspiradora revuelta de jugadores, acabando con los días del directorio que construyó la plantilla que se coronó en el Apertura y que salvó al equipo del descenso en 2009. Una directiva -la actual- que, en cuanto metió la mano, infectó al cuadro campeón y lo condujo al infortunio de estos días.

Y es que el verdadero problema de Wilstermann tiene nombre y apellido y se llama Víctor Hugo López. Un impopular presidente “autoimpuesto” que, autoritario y prepotente, hace y deshace a su antojo, y sobre quien siempre pende la sombra de la sospecha. Un dirigente caduco, que lleva las riendas del club como si fuese su feudo, y a quien cada día parece importarle menos el club, su presente y su futuro.

No sé cuánto hizo por el club desde que asumió en 2002. Su presidencia no fue recordada, precisamente, por la conquista de algo, pero en realidad no importa, porque de lo que sí estoy seguro es de que en 2010 es él quien lo ha destruido. De esto deben darse cuenta muchos wilstermanistas, porque de seguir bajo éste régimen más sombrío es el futuro y más tardía se antoja la resurrección.

¿Y ahora qué? es la pregunta que nos estamos haciendo todos los 'wilstermanistas del universo' y el panorama tiene pocos (o ninguno) visos de cambiar, porque la realidad es, por mucho que nos duela, y por mucho que el equipo vaya a jugar el año que viene en las paleolíticas cavernas asociacionistas, donde el tiempo parece no haber transcurrido, que López es el presidente, respaldado, con legítima apariencia, por una sospechosa masa de socios. Así que por muchos pedidos de dimisión de los aficionados, hasta que no exista un frente que se le oponga y exija elecciones inmediatas, el guión va a ser el mismo.

Personalmente soy muy pesimista a este respecto, pero si el descenso de categorÌa provoca una catarsis en el club, un cambio de mandatarios, de estructuras y sobre todo de forma de dirigirlo, la pérdida de la categorÌa será la mejor noticia que le habrá pasado a Wilstermann desde que se clasificó a la Libertadores (ay, jugar la Copa estando en segunda parece surrealista).

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