Wilstermann ante la dura realidad del descenso
Sobran las palabras. Wilstermann es equipo de segunda división. Pese a ganar el clásico, el esfuerzo no alcanzó. Ese fue el precio de subordinar la sobrevivencia a resultados ajenos, fuera del alcance gravitacional del control propio. Con el campo a “reventar”, la afición roja esperaba que sus jugadores salieran a darlo todo. Y lo hicieron, derrotando a un Aurora que se había hecho temible en casa. Con el empate de Real Mamoré (que protagonizó una épica arremetida en el Clausura), Wilstermann era el elegido para apuntarse la temporada que viene en el arcaico torneo asociacionista. Será, y por culpas propias que alentaron el infortunio general, como retroceder en el tiempo.
Conviene, aquí y a esta hora, hacer un balance de la temporada.
En primer lugar, corresponde hablar del “señor” Víctor Hugo López, con un caracter de objetividad - cosa que en todo informador o periodista es imposible por su caracter de sujeto-, pero creo que esa idea es imposible para todo wilstermanista. No voy a entrar en detalle. Todo el mundo conoce lo que ha hecho, tanto para bien como para mal. Sólo digo una cosa: López ... ya.
Lo increíble de ésta temporada es que, en su búsqueda por zafar del descenso, Wilstermann se proclamó campeón del Apertura y que esos puntos, aquellos que lo consagraron, no sirvieron para nada. Fueron veinte unidades finalmente inútiles para la suma principal, para nutrir el anémico promedio. Claro, una aberración así desnuda a la cúpula directriz, burdamente empeñada en estructurar absurdos y tejer enredos que, en la última década, han llevado a los escritorios la definición de varios títulos. Cuesta creer, por estas horas, que en manos de esa dirigencia esté la restructuración del fútbol nuestro, que los bastiones del atraso boliviano sean los ideólogos de las reformas, los diseñadores de la pretendida evolución. No gozan de la fe de nadie. Y no es únicamente por el descenso de Wilstermann (que duro, que doloroso es escribirlo así) que han desnudado su incapacidad. Diría que, al contrario, este descalabro ha servido para confirmarla. También es muy cierto que la dirigencia de Wilstermann (entonces presidida por Orlando Jordán) tuvo su porción de culpa en la aprobación de aquel artículo (o la omisión de otro) que impedía la inclusión de los puntos del hexagonal en el promedio. ¿Por qué no lo exigieron? ¿Acaso calcularon otra cosa? Tarde llegan los lamentos.
Otra de las paradojas de esta triste campaña reside en el hecho de que Wilstermann se armó para eludir el descenso que, finalmente, no pudo evitar. Es cierto, hubo un proyecto, pero armado compulsivamente, con poco equilibrio y sin un filtro para los caprichos de Villegas, empeñado en fichar muchos defensas en detrimento de la calificación ofensiva de la plantilla. De aquel desequilibrio vendrían los padecimientos del final de campaña, con el poder ofensivo reducido a la ineptitud de Nelson Sossa (uno de los insustituibles del equipo, pero por ausencia de sustituto). La idea, en aquel esperanzador génesis de la campaña, era evitar el agónico sufrimiento del año precedente, cuando en los últimos dos partidos se salvó con épicas victorias sobre San José y Nacional Potosí. Tras esos partidos, y la traumática batalla con Ciclón, toda la grada pedía la renovación, el enriquecimiento del equipo. Un proyecto, en definitiva, que vio luz con un ramillete de incorporaciones a la medida del ideario conservador de Villegas.
Parecía muy ilusionante. La llegada de Sanjurjo, Ortiz, Raimondi, Andrada, Vaca, Salaberry, Vargas daba entusiasmo y aspiraciones a todo el wilstermanismo. La alegría era contagiable y se plasmó con un título, pese al mal comienzo respecto a puntos y a una angustiosa clasificación para el hexagonal. Poco duró la euforia campeonaria. Al iniciarse el torneo Clausura, todo se torció. La suerte no existía para los rojos. La salida de Raimondi (resistido por la hinchada y criticado por el periodismo) insinuaba ser un enriquecedor correctivo y acabó siendo el génesis de un mayúsculo descalabro: Wilstermann se quedó sin atacantes. Exiliado Jehanamed Castedo (por decisión de Villegas), la exasperante inocuidad de Sossa se convirtió en ícono y factor de la destructiva impotencia, máxime tras la deserción del incordioso Lenci, de fútil relevancia en el escuálido arsenal. Para peor, al equipo lo atacó el bacilo de la inestabilidad. Expulsiones y lesiones impidieron repetir alineación en juegos consecutivos, erosionando dramáticamente el funcionamiento.
Las innecesarias improvisaciones de Villegas (es evidente que pudo configurar el equipo de una manera más natural, sin tanta forzada artificialidad) conspiraron contra la esencia de su plan táctico que, al ser muy rígido, exigía intérpretes adecuados. El exceso de improvisación, sumado a las inocultables carencias técnicas del colectivo, resultó inestablemente volátil. Se sucedieron las derrotas al punto de desatar un degenerativo estado depresivo que derivó en desesperación. Con el correr de las fechas y el goteo de puntos, Wilstermann se reveló como un equipo decepcionante, cuyo juego se tornaba demasiado previsible y peligrosamente pobre. Era un conjunto vacío, con muy poco que ofrecer en ofensiva y al que le faltaba imaginación para crear y sorprender. Sin futbolistas que actuasen entre líneas y enganchasen la media con el ataque, la figura de un jugador como Sanjurjo cotizó más que nunca. Sin él (durante toda una rueda) se perdió ese factor sorpresa tan necesario para sacar al equipo del letargo futbolístico en el que se sume cuando debe asumir el gobierno del partido.
La llegada de Brandoni, tras la forzada salida de Villegas, no compuso nada. O muy poco. Los desperfectos subsistieron o se ahondaron y las mejoras casi ni se vieron. El 3-4-2-1 (a veces 3-3-2-2) no logró tener un buen funcionamiento. Le fallaron los carrileros y, especialmente, la creación del juego. Su falta de flexibilidad para modificar su sistema lo terminaron condenando. Con el correr de las fechas se evidenció la falta de recambio y las falencias del doble enganche y único punta, al que Brandoni apostó por no tener otro, e insistir con él (ahí si se imponía la improvisación) pese a comprobar que sus prestaciones eran escasamente significativas y sin perspectivas de evolucionar.
Wilstermann en segunda división. No queda otra que asimilarlo, por mucho que cueste. Lo único que espero es que se intente hacer un proyecto seductor, como el Blooming en 1996, para devolver al cuadro rojo, a la división superior, donde merece estar. Y desear y esperar que no ocurra algo como Aurora, quedándose a vivir en la Asociación.
Duelen estas lágrimas, hacen que se me ponga la piel de gallina, que se me estreche el pecho. Wilstermann, y no el Wilstermann de López, sino el Wilstermann de la afición es uno de los clubes más populares en Primera División. Pero llevaban demasiados años coqueteando con el descenso, hasta que éste ha llegado. Duele por una afición y por un equipo que siempre intenta levantarse a pesar de lo que le rodea: el veneno personificado por una dirigencia nefasta, que ahonda en las heridas que ella misma, con su sabionda prepotencia, ha provocado en este club.
La Segunda División debe ser para Wilstermann un túnel de lavado, un lugar y una época que permita al club sanearse por dentro y por fuera. No hay mal que por bien no venga, dicen, y quizás no sea tan mala noticia el descenso si con ello Wilstermann se puede permitir regresar a Primera con un rostro totalmente renovado. Para ello es necesario mantener la ilusión, que el hincha no le dé la espalda al club a pesar del escalón bajado y que el hombre que maneja sus arcas aparque su prepotencia y desposite el futuro de este equipo en manos de alguien comprometido de verdad con Wilstermann. Un abrazo a la familia roja y que viva Wilstermann, aún caído. JCF