La “guerra de divisas” ya no la para nadie
Armando Pérez, RIA NOVOSTI
La semana pasada el G-20 o la veintena de países con las economías más fuertes del mundo concluyó su cumbre celebrada en Seúl sin aprobar medidas concretas para impedir que en el mundo se desate una “guerra de divisas”, más que todo, por las profundas divergencias entre Estados Unidos y China.
Tampoco se pudo detener la confrontación cada vez más aguda entre los países con déficit comercial y los que acumulan superávits, porque antes de comenzar la cumbre, China, Alemania, Japón y Rusia, entre otros, rechazaron la propuesta de Estados Unidos de limitar esas desproporciones al 4 % del PIB de cada país.
El objetivo era buscar mecanismos para limitar las enormes reservas de divisas acumuladas por los países exportadores como China gracias a la venta de productos baratos y muy competitivos, en parte porque Pekín tiene subvalorado artificialmente el yuan como asegura Estados Unidos.
Al comentar la reunión que sostuvieron en Seúl el presidente estadounidense, Barack Obama y su homólogo chino, Hu Jintao, sus portavoces dijeron que Washington y Pekín siguen interesados por lograr el consenso y como ese consenso no se divulgó, al resto del G-20, o más exactamente el G-18 restante, no le quedó más opción que constatar el fracaso de la cumbre.
En la declaración final los países del G-20 coincidieron en la necesidad de evitar “la devaluación competitiva de las divisas” sin establecer ningún tipo de condiciones o criterios para conseguirlo.
Porque esas condiciones o criterios no tendrán ningún efecto mientras China mantenga el superávit de su balanza de pagos en los niveles actuales y que sólo el pasado mes de octubre creció en otros 27.000 millones de dólares.
Y Estados Unidos engorde permanentemente su déficit presupuestario, y siga adelante con sus planes de inyectar más dólares en su economía con una partida adicional de 600.000 millones de dólares, paso que Pekín calificó de “manipulación de divisas”.
La confrontación monetaria entre Estados Unidos y China conduce a la devaluación artificial del dólar y el yuan, y en consecuencia, el resto de las divisas tienen que comenzar a tambalear.
Si los productos chinos y estadounidenses bajan de precio, el resto de países deben reestructurar todo su andamiaje de producción con la consiguiente reducción de empleo y el estancamiento de la recuperación de la economía global.
Además, el exceso de liquidez en los países ricos es contraproducente para las economías emergentes al convertirse en receptores de capital especulativo focos potenciales de burbujas financieras en capacidad de derrumbar sus economías nacionales.
Como consuelo, la prensa destacó que en su cumbre de Seúl, el G-20 al menos logró avanzar en la reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI), la implementación de normas más estrictas para regular el capital bancario y los estándares de liquidez.
La reforma del FMI prevé una redistribución del protagonismo a favor de las economías emergentes como Brasil, India y Rusia.
No obstante sus diferencias, el G-20 se expresó solidario en la necesidad de impedir cualquier manifestación de proteccionismo y reiteró seguir avanzando hacia la liberalización del comercio mundial fijada en la Ronda de Doha.
La semana pasada el G-20 o la veintena de países con las economías más fuertes del mundo concluyó su cumbre celebrada en Seúl sin aprobar medidas concretas para impedir que en el mundo se desate una “guerra de divisas”, más que todo, por las profundas divergencias entre Estados Unidos y China.
Tampoco se pudo detener la confrontación cada vez más aguda entre los países con déficit comercial y los que acumulan superávits, porque antes de comenzar la cumbre, China, Alemania, Japón y Rusia, entre otros, rechazaron la propuesta de Estados Unidos de limitar esas desproporciones al 4 % del PIB de cada país.
El objetivo era buscar mecanismos para limitar las enormes reservas de divisas acumuladas por los países exportadores como China gracias a la venta de productos baratos y muy competitivos, en parte porque Pekín tiene subvalorado artificialmente el yuan como asegura Estados Unidos.
Al comentar la reunión que sostuvieron en Seúl el presidente estadounidense, Barack Obama y su homólogo chino, Hu Jintao, sus portavoces dijeron que Washington y Pekín siguen interesados por lograr el consenso y como ese consenso no se divulgó, al resto del G-20, o más exactamente el G-18 restante, no le quedó más opción que constatar el fracaso de la cumbre.
En la declaración final los países del G-20 coincidieron en la necesidad de evitar “la devaluación competitiva de las divisas” sin establecer ningún tipo de condiciones o criterios para conseguirlo.
Porque esas condiciones o criterios no tendrán ningún efecto mientras China mantenga el superávit de su balanza de pagos en los niveles actuales y que sólo el pasado mes de octubre creció en otros 27.000 millones de dólares.
Y Estados Unidos engorde permanentemente su déficit presupuestario, y siga adelante con sus planes de inyectar más dólares en su economía con una partida adicional de 600.000 millones de dólares, paso que Pekín calificó de “manipulación de divisas”.
La confrontación monetaria entre Estados Unidos y China conduce a la devaluación artificial del dólar y el yuan, y en consecuencia, el resto de las divisas tienen que comenzar a tambalear.
Si los productos chinos y estadounidenses bajan de precio, el resto de países deben reestructurar todo su andamiaje de producción con la consiguiente reducción de empleo y el estancamiento de la recuperación de la economía global.
Además, el exceso de liquidez en los países ricos es contraproducente para las economías emergentes al convertirse en receptores de capital especulativo focos potenciales de burbujas financieras en capacidad de derrumbar sus economías nacionales.
Como consuelo, la prensa destacó que en su cumbre de Seúl, el G-20 al menos logró avanzar en la reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI), la implementación de normas más estrictas para regular el capital bancario y los estándares de liquidez.
La reforma del FMI prevé una redistribución del protagonismo a favor de las economías emergentes como Brasil, India y Rusia.
No obstante sus diferencias, el G-20 se expresó solidario en la necesidad de impedir cualquier manifestación de proteccionismo y reiteró seguir avanzando hacia la liberalización del comercio mundial fijada en la Ronda de Doha.