Fútbol español: Manita contra Mourinho
El Barcelona bailó a un Madrid sin alma. No hubo ni respuesta ni presión al tiqui-taca del Barça. Xavi, Pedro, Villa (2) y Jeffren culminaron la goleada.
Barcelona, As
Visto desde la perspectiva del madridismo, la goleada del Barcelona servirá para aclarar la situación y los términos. Nada ha ganado el Madrid todavía y nada Mourinho desde que llegó. Las medallas de otras guerras no cuentan aquí. Esta evidencia debería ser suficiente para rebajar la expectativa del madridismo y el tono del entrenador, que sólo es tolerable (y ya cuesta) si llueven las copas del cielo. La realidad es la que es. Si hablamos de la Liga, las únicas conclusiones válidas se sacan en la comparación directa con el Barcelona y si nos referimos a lo demás, los exámenes finales no se convocan hasta primavera.
La divinización, por tanto, estaba fuera de lugar. El Madrid ha progresado como equipo y la mejora es obra de su entrenador, sin duda, pero el Barcelona y Guardiola aún quedan muy lejos. Si la brecha se nos hace mayor es porque al Barça, además del fútbol, le siguen asistiendo la moral y la estética. También contra esa comparación permanente debe enfrentarse el Madrid y sospecho que al verse en contacto con esas virtudes los jugadores se sintieron profundamente frustrados, especialmente Sergio Ramos, expulsado por una patada absurda a Messi.
El resultado es desconcertante por inesperado. El Madrid más en forma de los últimos años presentó menos batalla que el de Pellegrini o el de Juande Ramos. Mucha menos. El Madrid más ambicioso de los últimos tiempos fue un trapo en manos del rival. Fracasó el equipo, fracasaron sus estrellas y, sobre todo, fracasó el entrenador que lo centraliza todo, al que se puede criticar el sistema, la motivación y su propia indolencia durante el partido. La progresión se interrumpe dramáticamente y sólo el sábado, contra el Valencia, sabremos si la derrota deja secuelas.
La primera parte ya marcó el guión y el partido no salió de ahí. Salvo momentos muy aislados, más de confusión que de fútbol, el Barcelona bailó al Madrid. De inicio sucedió lo último que podíamos imaginar: que el equipo de Mourinho saltara al campo totalmente desapasionado. Mientras el Barça movía el balón, el Madrid miraba. Adelantaba su línea de defensa siguiendo un plan teóricamente valeroso, pero miraba. Mientras el planeta sentía la nerviosa expectación de un Fin de Año, el Madrid no veía más que una lluviosa noche de noviembre. Y no podía imaginar nada mejor el barcelonismo. No había sofocos para sus centrocampistas, ni la presión que hace un año estuvo cerca de asfixiar al Barcelona. Sólo había orden, estricto, cartesiano y mediocre.
Laxos.
Con esa laxitud, los goles del Barça fueron una simple cuestión de tiempo. Por bien colocado que estés, ese equipo te va moviendo con su juego hasta que se te caen las monedas. Y por si el sistema fallaba, en previsión de un agobio que no llegó, Guardiola planeó pases largos en busca de la espalda de los defensas madridistas. A eso se le llama atacar por tierra y por aire.
Un centro de Cristiano desde la derecha, sin rematador a la vista, fue el primer acercamiento del Madrid y describió los problemas del visitante para incorporarse con suficientes efectivos. Ni acompañaba Benzema, pesado como el tronco de una secuoya, ni se sumaban los centrocampistas, especialmente Khedira, al que se trajo para esto y no aporta nada. Messi fue más explícito. Controló un balón en el área contraria e intentó un gol digno de Maradona, balón pellizcado con el interior hacia la segunda escuadra. La pelota se estrelló en el palo y anunció lo que estaba por venir.
A los nueve minutos marcó Xavi. El Barcelona fue limpiando líneas y ganando metros, porque lo suyo no es dominar, sino invadir. Así se explica la situación de Xavi cuando lo encontró Iniesta. Era un organizador que irrumpía en la posición de un delantero centro. Fútbol total, aquella maravillosa rotación que se inventó en Holanda hace 40 años y que el Barça y la Selección han pulido hasta la perfección. Si Xavi tuvo suerte en la realización poco importa, el mérito era otro y ya estaba cumplido.
El Madrid empezó a dar señales de vida, pero el pulso seguía bajo. Di María tuvo un arrebato y calentó los guantes de Valdés. Cristiano buscó a Benzema con un pase magnífico, pero la jugada retrató la exasperante lentitud del delantero y su marcador, Abidal. Era algo, pero no cambiaba la fisonomía del equipo, inexplicablemente tristón.
Los primeros olés se escucharon en el minuto 16 y el Barcelona volvió a marcar en el 17. Xavi abrió a la derecha, Villa retó a Sergio Ramos, le venció en la carrera y su pase, tocado por Casillas, quedó a merced de Pedro. Bien hilado, pero demasiado fácil para hacérselo al Madrid.
Barullo.
Para que no faltara de nada, a la media hora se formó un revuelo que luego minimizó el fútbol. Cristiano quiso tomar la pelota que sostenía Guardiola en su mano y, como el entrenador la lanzó lejos, el portugués le empujó. Fue un mal gesto de ambos y no lo mejoró Guardiola al fingir que el futbolista le había tocado la cara. Lo demás fue la representación habitual de estos barullos: los más malvados queriendo poner paz y los inocentes zarandeados.
Y hasta hubo un penalti no señalado. Cristiano lo reclamó en los últimos minutos de la primera mitad y pareció claro. Valdés llegó tarde y arrolló al delantero, que acabó por desesperarse. Se entiende: le sigue faltando un gran partido ante un gran rival. Y pasa el tiempo.
Messi, con dos asistencias, no necesitó de los goles para brillar. Esta vez los marcó Villa, quizá motivado por las insinuaciones que Mourinho hizo en su día. No conviene sembrar vientos.
La segunda mitad hizo más grande la herida. El Madrid adelantó aún más su defensa y se entregó a una ruleta rusa que le dejó a merced de los pases en profundidad del Barça. Y allí los fabrican en serie. Xavi, Iniesta, Messi. Villa marcó el tercero rozando el fuera de juego y el cuarto sin discusión. El Camp Nou, excitado por la proximidad de la manita, empezó a cantar "¡Mourinho vete al teatro, Mourinho vete al teatro!".
El quinto lo marcó Jeffren, también al límite del fuera de juego, aunque ahora dé cierto rubor apuntar estas cosas. Fue la culminación de una goleada para la que rescatamos un sabio consejo: después de todo, mañana seguirá siendo miércoles.
Barcelona: Valdés; Alves, Puyol, Piqué, Abidal; Busquets, Xavi (Keita, m.86), Iniesta; Pedro (Jeffren, m.86), Messi y Villa (Bojan, m.76).
Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Pepe, Carvalho, Marcelo (Arbeloa, m.60); Xabi Alonso, Khedira; Di Maria, Özil (Lass Diarra, m.46), Cristiano Ronaldo y Benzema.
Goles: 1-0, m. 10: Xavi. 2-0, m.18: Pedro. 3-0, m.55: Villa, 4-0, m.57: Villa. 5-0, m. 90+1: Jeffren.
Árbitro: Iturralde González (col. vasco). Mostró cartulina amarilla a Víctor Valdés (m.32), Cristiano Ronaldo (m.32), Villa (m.34), Pepe (m.36), Messi (m.45), Xabi Alonso (m.51), Marcelo (m.56), Casillas (m.56), Carvalho (m.71), Sergio Ramos (m.73), Khedira (m.75) y a Puyol (m.80). Expulsó a Sergio Ramos (m.92) por agredir a Puyol.
Incidencias: 98.255 espectadores asistieron al encuentro correspondiente a la decimotercera jornada de Primera División, disputado en el Camp Nou.
Barcelona, As
Visto desde la perspectiva del madridismo, la goleada del Barcelona servirá para aclarar la situación y los términos. Nada ha ganado el Madrid todavía y nada Mourinho desde que llegó. Las medallas de otras guerras no cuentan aquí. Esta evidencia debería ser suficiente para rebajar la expectativa del madridismo y el tono del entrenador, que sólo es tolerable (y ya cuesta) si llueven las copas del cielo. La realidad es la que es. Si hablamos de la Liga, las únicas conclusiones válidas se sacan en la comparación directa con el Barcelona y si nos referimos a lo demás, los exámenes finales no se convocan hasta primavera.
La divinización, por tanto, estaba fuera de lugar. El Madrid ha progresado como equipo y la mejora es obra de su entrenador, sin duda, pero el Barcelona y Guardiola aún quedan muy lejos. Si la brecha se nos hace mayor es porque al Barça, además del fútbol, le siguen asistiendo la moral y la estética. También contra esa comparación permanente debe enfrentarse el Madrid y sospecho que al verse en contacto con esas virtudes los jugadores se sintieron profundamente frustrados, especialmente Sergio Ramos, expulsado por una patada absurda a Messi.
El resultado es desconcertante por inesperado. El Madrid más en forma de los últimos años presentó menos batalla que el de Pellegrini o el de Juande Ramos. Mucha menos. El Madrid más ambicioso de los últimos tiempos fue un trapo en manos del rival. Fracasó el equipo, fracasaron sus estrellas y, sobre todo, fracasó el entrenador que lo centraliza todo, al que se puede criticar el sistema, la motivación y su propia indolencia durante el partido. La progresión se interrumpe dramáticamente y sólo el sábado, contra el Valencia, sabremos si la derrota deja secuelas.
La primera parte ya marcó el guión y el partido no salió de ahí. Salvo momentos muy aislados, más de confusión que de fútbol, el Barcelona bailó al Madrid. De inicio sucedió lo último que podíamos imaginar: que el equipo de Mourinho saltara al campo totalmente desapasionado. Mientras el Barça movía el balón, el Madrid miraba. Adelantaba su línea de defensa siguiendo un plan teóricamente valeroso, pero miraba. Mientras el planeta sentía la nerviosa expectación de un Fin de Año, el Madrid no veía más que una lluviosa noche de noviembre. Y no podía imaginar nada mejor el barcelonismo. No había sofocos para sus centrocampistas, ni la presión que hace un año estuvo cerca de asfixiar al Barcelona. Sólo había orden, estricto, cartesiano y mediocre.
Laxos.
Con esa laxitud, los goles del Barça fueron una simple cuestión de tiempo. Por bien colocado que estés, ese equipo te va moviendo con su juego hasta que se te caen las monedas. Y por si el sistema fallaba, en previsión de un agobio que no llegó, Guardiola planeó pases largos en busca de la espalda de los defensas madridistas. A eso se le llama atacar por tierra y por aire.
Un centro de Cristiano desde la derecha, sin rematador a la vista, fue el primer acercamiento del Madrid y describió los problemas del visitante para incorporarse con suficientes efectivos. Ni acompañaba Benzema, pesado como el tronco de una secuoya, ni se sumaban los centrocampistas, especialmente Khedira, al que se trajo para esto y no aporta nada. Messi fue más explícito. Controló un balón en el área contraria e intentó un gol digno de Maradona, balón pellizcado con el interior hacia la segunda escuadra. La pelota se estrelló en el palo y anunció lo que estaba por venir.
A los nueve minutos marcó Xavi. El Barcelona fue limpiando líneas y ganando metros, porque lo suyo no es dominar, sino invadir. Así se explica la situación de Xavi cuando lo encontró Iniesta. Era un organizador que irrumpía en la posición de un delantero centro. Fútbol total, aquella maravillosa rotación que se inventó en Holanda hace 40 años y que el Barça y la Selección han pulido hasta la perfección. Si Xavi tuvo suerte en la realización poco importa, el mérito era otro y ya estaba cumplido.
El Madrid empezó a dar señales de vida, pero el pulso seguía bajo. Di María tuvo un arrebato y calentó los guantes de Valdés. Cristiano buscó a Benzema con un pase magnífico, pero la jugada retrató la exasperante lentitud del delantero y su marcador, Abidal. Era algo, pero no cambiaba la fisonomía del equipo, inexplicablemente tristón.
Los primeros olés se escucharon en el minuto 16 y el Barcelona volvió a marcar en el 17. Xavi abrió a la derecha, Villa retó a Sergio Ramos, le venció en la carrera y su pase, tocado por Casillas, quedó a merced de Pedro. Bien hilado, pero demasiado fácil para hacérselo al Madrid.
Barullo.
Para que no faltara de nada, a la media hora se formó un revuelo que luego minimizó el fútbol. Cristiano quiso tomar la pelota que sostenía Guardiola en su mano y, como el entrenador la lanzó lejos, el portugués le empujó. Fue un mal gesto de ambos y no lo mejoró Guardiola al fingir que el futbolista le había tocado la cara. Lo demás fue la representación habitual de estos barullos: los más malvados queriendo poner paz y los inocentes zarandeados.
Y hasta hubo un penalti no señalado. Cristiano lo reclamó en los últimos minutos de la primera mitad y pareció claro. Valdés llegó tarde y arrolló al delantero, que acabó por desesperarse. Se entiende: le sigue faltando un gran partido ante un gran rival. Y pasa el tiempo.
Messi, con dos asistencias, no necesitó de los goles para brillar. Esta vez los marcó Villa, quizá motivado por las insinuaciones que Mourinho hizo en su día. No conviene sembrar vientos.
La segunda mitad hizo más grande la herida. El Madrid adelantó aún más su defensa y se entregó a una ruleta rusa que le dejó a merced de los pases en profundidad del Barça. Y allí los fabrican en serie. Xavi, Iniesta, Messi. Villa marcó el tercero rozando el fuera de juego y el cuarto sin discusión. El Camp Nou, excitado por la proximidad de la manita, empezó a cantar "¡Mourinho vete al teatro, Mourinho vete al teatro!".
El quinto lo marcó Jeffren, también al límite del fuera de juego, aunque ahora dé cierto rubor apuntar estas cosas. Fue la culminación de una goleada para la que rescatamos un sabio consejo: después de todo, mañana seguirá siendo miércoles.
Barcelona: Valdés; Alves, Puyol, Piqué, Abidal; Busquets, Xavi (Keita, m.86), Iniesta; Pedro (Jeffren, m.86), Messi y Villa (Bojan, m.76).
Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Pepe, Carvalho, Marcelo (Arbeloa, m.60); Xabi Alonso, Khedira; Di Maria, Özil (Lass Diarra, m.46), Cristiano Ronaldo y Benzema.
Goles: 1-0, m. 10: Xavi. 2-0, m.18: Pedro. 3-0, m.55: Villa, 4-0, m.57: Villa. 5-0, m. 90+1: Jeffren.
Árbitro: Iturralde González (col. vasco). Mostró cartulina amarilla a Víctor Valdés (m.32), Cristiano Ronaldo (m.32), Villa (m.34), Pepe (m.36), Messi (m.45), Xabi Alonso (m.51), Marcelo (m.56), Casillas (m.56), Carvalho (m.71), Sergio Ramos (m.73), Khedira (m.75) y a Puyol (m.80). Expulsó a Sergio Ramos (m.92) por agredir a Puyol.
Incidencias: 98.255 espectadores asistieron al encuentro correspondiente a la decimotercera jornada de Primera División, disputado en el Camp Nou.