El Sáhara se encona
Madrid, El País
Si el Gobierno marroquí pretendía poner fin a las protestas con el asalto al campamento de Agdaym Izik, lo único que ha conseguido ha sido dar carta de naturaleza a un nuevo liderazgo saharaui e iniciar una espiral de violencia de inquietante desenlace, como lo muestran los graves disturbios que han estallado en El Aaiún, con un todavía incierto número de víctimas.
La imposibilidad de alcanzar una solución tras la precipitada descolonización española se ha traducido en un grave deterioro de las condiciones de vida en la ex colonia, por las que también ha empezado a pagar un coste el Polisario. El liderazgo alternativo que ha ido surgiendo de este malestar ha antepuesto la reivindicación de mejoras sociales a la de la independencia. Se trata seguramente de una opción táctica, como teme Marruecos. Pero, en cualquier caso, coloca al Gobierno de Rabat ante una difícil alternativa: cuanto más reprima las actuales protestas, y las de ayer en El Aaiún alcanzan un peligroso nivel de gravedad, más estimulará el independentismo, puesto que ya no estará solo vinculado a la aspiración nacional abstracta que encarna el Polisario, sino también a un concreto deseo de mejorar las condiciones de vida de los saharauis.
El asalto al campamento ha sido el último error de Marruecos, pero no el único desde que se iniciaron las protestas. La muerte de un adolescente saharaui en los primeros días no puede quedar sin respuesta por parte de Rabat, que está obligado, cuando menos, a abrir una investigación con garantías y a depurar las responsabilidades que correspondan. En lugar de ello, ha atacado a la prensa y propagado bulos sobre la supuesta muerte de un manifestante en enfrentamientos con la policía española en Melilla. Con estas iniciativas, el Ejecutivo marroquí demuestra algo más grave que simple torpeza; demuestra que no ha comprendido el giro que las protestas en el campamento de Agdaym Izik podrían suponer en el desarrollo del contencioso del Sáhara.
La comunidad internacional, y también la UE y el Gobierno español, se están manteniendo en un más que discreto segundo plano para evitar cualquier roce con Marruecos en una materia de especial sensibilidad. No es una posición que favorezca la estabilidad en la zona, porque lo que está en juego es la capacidad internacional para mantener un único criterio en materia de derechos humanos o ceder, por el contrario, a la tentación de los dobles raseros. Por el momento, esta última parece ser la opción que se va abriendo paso. Marruecos es un país decisivo en el Magreb; precisamente por ello no puede actuar de manera que sus amigos y aliados deban poner en entredicho los principios que defienden.
El contencioso del Sáhara podría estar entrando en un nuevo ciclo, al estar configurándose un nuevo liderazgo con reivindicaciones inéditas. Ni Rabat ni la comunidad internacional, ni tampoco el Polisario, deberían entrar en él desde actitudes cuestionables.
Si el Gobierno marroquí pretendía poner fin a las protestas con el asalto al campamento de Agdaym Izik, lo único que ha conseguido ha sido dar carta de naturaleza a un nuevo liderazgo saharaui e iniciar una espiral de violencia de inquietante desenlace, como lo muestran los graves disturbios que han estallado en El Aaiún, con un todavía incierto número de víctimas.
La imposibilidad de alcanzar una solución tras la precipitada descolonización española se ha traducido en un grave deterioro de las condiciones de vida en la ex colonia, por las que también ha empezado a pagar un coste el Polisario. El liderazgo alternativo que ha ido surgiendo de este malestar ha antepuesto la reivindicación de mejoras sociales a la de la independencia. Se trata seguramente de una opción táctica, como teme Marruecos. Pero, en cualquier caso, coloca al Gobierno de Rabat ante una difícil alternativa: cuanto más reprima las actuales protestas, y las de ayer en El Aaiún alcanzan un peligroso nivel de gravedad, más estimulará el independentismo, puesto que ya no estará solo vinculado a la aspiración nacional abstracta que encarna el Polisario, sino también a un concreto deseo de mejorar las condiciones de vida de los saharauis.
El asalto al campamento ha sido el último error de Marruecos, pero no el único desde que se iniciaron las protestas. La muerte de un adolescente saharaui en los primeros días no puede quedar sin respuesta por parte de Rabat, que está obligado, cuando menos, a abrir una investigación con garantías y a depurar las responsabilidades que correspondan. En lugar de ello, ha atacado a la prensa y propagado bulos sobre la supuesta muerte de un manifestante en enfrentamientos con la policía española en Melilla. Con estas iniciativas, el Ejecutivo marroquí demuestra algo más grave que simple torpeza; demuestra que no ha comprendido el giro que las protestas en el campamento de Agdaym Izik podrían suponer en el desarrollo del contencioso del Sáhara.
La comunidad internacional, y también la UE y el Gobierno español, se están manteniendo en un más que discreto segundo plano para evitar cualquier roce con Marruecos en una materia de especial sensibilidad. No es una posición que favorezca la estabilidad en la zona, porque lo que está en juego es la capacidad internacional para mantener un único criterio en materia de derechos humanos o ceder, por el contrario, a la tentación de los dobles raseros. Por el momento, esta última parece ser la opción que se va abriendo paso. Marruecos es un país decisivo en el Magreb; precisamente por ello no puede actuar de manera que sus amigos y aliados deban poner en entredicho los principios que defienden.
El contencioso del Sáhara podría estar entrando en un nuevo ciclo, al estar configurándose un nuevo liderazgo con reivindicaciones inéditas. Ni Rabat ni la comunidad internacional, ni tampoco el Polisario, deberían entrar en él desde actitudes cuestionables.