Dinero por soberanía II
Juan Ignacio Crespo, El País
La crisis de la deuda pública irlandesa pone una vez más sobre la mesa la gran contradicción que supone tener una política monetaria común y, a la vez, diferentes tesoros o haciendas nacionales. Se puede vivir con esa contradicción (de hecho, la política monetaria de China o de Hong Kong, al tener sus respectivas monedas pegadas al dólar, está dictada por la Reserva Federal de EE UU), pero adquiere formas virulentas cuando una recesión económica o un cambio de dirección en los flujos de capitales exacerba las diferencias entre los territorios que comparten idéntica política monetaria.
Con suerte, lo que sucede en este momento, y lo que ocurrirá previsiblemente más veces a lo largo del próximo año, solo serán réplicas de la sacudida inicial de la primavera pasada (que alcanzó su paroxismo en el fin de semana del 9 de mayo): al fin y al cabo ahora se es consciente de los problemas y ya existe un mecanismo para proporcionar liquidez y estabilidad al miembro de la Unión Europea que lo necesite.
Irlanda no necesita un rescate inminente de sus finanzas públicas (podría estar sin emitir deuda hasta la próxima primavera), sino allegar capitales a su sistema bancario y esto hace que todo sea mucho más complicado de digerir debido al empeño de su Gobierno en renovar un aval para las emisiones de bonos bancarios que extendió hace dos años y que ya ha vencido. La reacción está siendo cristalina: una cosa es avalar total o parcialmente los depósitos de los bancos y otra que accionistas o tenedores de bonos y obligaciones bancarias no tengan que asumir las pérdidas de sus inversiones. Si los Gobiernos, tuvieron dificultades para explicar a sus conciudadanos que salvaran "el sistema sanguíneo de la economía" (los bancos), ¿cómo van a convencerles de que hay que salvar también a inversores concretos? (como dicen los anglosajones: demasiado unpalatable; ... de sabor demasiado insoportable).
Por si eso fuera poco, y para que obtenga más ingresos, hay presiones sobre el Gobierno irlandés para que suba el impuesto de sociedades, que ahora es del 12,5%, y termine con lo que otros Gobiernos consideran competencia desleal, resucitando así otro problema barrido bajo la alfombra en los años noventa: el de la armonización fiscal entre los diferentes países de la Unión Europea.
A la espera de un Tesoro Único Europeo que en el largo plazo permitiera suavizar o eliminar este tipo de convulsiones (y que sería una clara renuncia de soberanía para todos) sobre el Gobierno irlandés planea un dilema inaplazable: ayuda sí, pero condicionada a cambios importantes en su política. Ayuda a cambio de renunciar, siquiera transitoriamente, a algo de su soberanía. Algo que a Irlanda, país independiente desde no hace tanto tiempo (y en una negociación bilateral con el conjunto de sus socios) se le hace especialmente doloroso.
La crisis de la deuda pública irlandesa pone una vez más sobre la mesa la gran contradicción que supone tener una política monetaria común y, a la vez, diferentes tesoros o haciendas nacionales. Se puede vivir con esa contradicción (de hecho, la política monetaria de China o de Hong Kong, al tener sus respectivas monedas pegadas al dólar, está dictada por la Reserva Federal de EE UU), pero adquiere formas virulentas cuando una recesión económica o un cambio de dirección en los flujos de capitales exacerba las diferencias entre los territorios que comparten idéntica política monetaria.
Con suerte, lo que sucede en este momento, y lo que ocurrirá previsiblemente más veces a lo largo del próximo año, solo serán réplicas de la sacudida inicial de la primavera pasada (que alcanzó su paroxismo en el fin de semana del 9 de mayo): al fin y al cabo ahora se es consciente de los problemas y ya existe un mecanismo para proporcionar liquidez y estabilidad al miembro de la Unión Europea que lo necesite.
Irlanda no necesita un rescate inminente de sus finanzas públicas (podría estar sin emitir deuda hasta la próxima primavera), sino allegar capitales a su sistema bancario y esto hace que todo sea mucho más complicado de digerir debido al empeño de su Gobierno en renovar un aval para las emisiones de bonos bancarios que extendió hace dos años y que ya ha vencido. La reacción está siendo cristalina: una cosa es avalar total o parcialmente los depósitos de los bancos y otra que accionistas o tenedores de bonos y obligaciones bancarias no tengan que asumir las pérdidas de sus inversiones. Si los Gobiernos, tuvieron dificultades para explicar a sus conciudadanos que salvaran "el sistema sanguíneo de la economía" (los bancos), ¿cómo van a convencerles de que hay que salvar también a inversores concretos? (como dicen los anglosajones: demasiado unpalatable; ... de sabor demasiado insoportable).
Por si eso fuera poco, y para que obtenga más ingresos, hay presiones sobre el Gobierno irlandés para que suba el impuesto de sociedades, que ahora es del 12,5%, y termine con lo que otros Gobiernos consideran competencia desleal, resucitando así otro problema barrido bajo la alfombra en los años noventa: el de la armonización fiscal entre los diferentes países de la Unión Europea.
A la espera de un Tesoro Único Europeo que en el largo plazo permitiera suavizar o eliminar este tipo de convulsiones (y que sería una clara renuncia de soberanía para todos) sobre el Gobierno irlandés planea un dilema inaplazable: ayuda sí, pero condicionada a cambios importantes en su política. Ayuda a cambio de renunciar, siquiera transitoriamente, a algo de su soberanía. Algo que a Irlanda, país independiente desde no hace tanto tiempo (y en una negociación bilateral con el conjunto de sus socios) se le hace especialmente doloroso.
Juan Ignacio Crespo es director en Thomson Reuters.