Un estadista apasionado y pasional, un constructor de poder

Buenos Aires, Clarín
Fue en la última década un protagonista central de la política argentina, a la que le dedicó toda su vida, desde la militancia estudiantil en Santa Cruz hasta su llegada a la Casa Rosada.

Néstor Kirchner fue uno de esos hombres que hacen de la política razón y fin de su vida. Desde los inicios de su carrera en Río Gallegos hasta hoy, fue un formidable constructor de poder y un estadista apasionado, pero también pasional. Una figura controversial que de algún modo encarnó el renacimiento de la discusión y el debate públicos tras la debacle de 2001, ya sea con amores y defensas incondicionales o con rechazos furibundos. Si algo nunca despertó fue indiferencia.

Muchos argentinos escucharon por primera vez su nombre en 2003, apenas semanas antes de llegar a la Casa Rosada. Pero antes hubo una vida agitada, conducida y condicionada por la política.

En ese 2003, su candidatura presidencial estuvo respaldada por años de gestión en Santa Cruz, donde tras años de militancia en el Partido Justicialista se alzó con la Intendencia de Río Gallegos, en 1987. Cuatro años después asumió la gobernación provincial, cargo en el que fue reelegido dos veces.

Antes, en los 70, había estudiado Derecho en la Universidad de La Plata. Allí conoció a Cristina Fernández, una atractiva joven de carácter fuerte que se convirtió en su esposa en 1975. Un año después, ya en la última dictadura, se recibió de abogado y, con el título bajo el brazo, regresó a Río Gallegos, donde se instaló junto a su mujer. Tuvieron dos hijos: Máximo (hoy con 32 años) y Florencia (19).

La pareja, antes de lanzarse de lleno a la política, ejerció su profesión en un estudio jurídico. Luego de ser intendente de Río Gallegos, en 1991 fue por más y se consagró gobernador de Santa Cruz, respaldado por el 61 por ciento de los votos. Durante su mandato reformó la Constitución provincial, e instauró la reelección indefinida, lo que le abrió las puertas para ser reelegido en dos oportunidades, en 1995 y 1999.

Para llegar a la Casa Rosada, en 2003, le resultó clave el apoyo de Eduardo Duhalde y el sostén de las líneas económicas que había trazado Roberto Lavagna. La defección de Carlos Menem para el balotaje de ese año le impidió alzarse con una victoria segura y un porcentaje de votos más legitimante que sus 22 puntos en primera vuelta.

Así las cosas, en sus primeros meses de gestión provocó grandes cimbronazos y fue dando señales de su estilo: apenas había asumido usó la cadena nacional para confrontar con una Corte Suprema desprestigiada. Más tarde encaró su renovación, uno de los hitos más aplaudidos de su gestión.

Otros destacables fueron el fuerte impulso a los juicios por delitos de lesa humanidad, el canje de la deuda en default y el pago al FMI. También estrechó lazos con Brasil y el resto de América latina, aunque su principal socio estratégico terminó siendo –no sólo política sino económicamente, ante los mercados cerrados para el país- la Venezuela de Hugo Chávez.

Se jactaba de mostrar una forma de ser descontracturada y su pasión podía transformarse en irascibilidad. El fortalecimiento económico y un estilo de conducción verticalista redundaron en una acumulación de poder asombrosa en tan poco tiempo.

En las alianzas políticas, fue oscilante y pragmático. Rompió con Duhalde a los pocos meses de llegar a la Rosada. Para las legislativas de 2005 y la sucesión presidencial experimentó con la concertación plural y la transversalidad, renegando de las estructuras tradicionales del justicialismo. Luego, y sobre todo cuando el conflicto con el campo erosionó la base electoral de su esposa, emprendió el camino inverso y se recostó con fuerza en el Partido Justicialista.

De hecho, además de diputado, era titular del PJ, un cargo que amagó dejar tras la derrota electoral del año pasado. Su último lugar formal en la arena pública fue la Secretaría General de la Unasur. En lo informal, nunca dejó de participar en la toma de decisiones del Gobierno.

En el momento del traspaso del poder a su esposa, Cristina Fernández, había comentado jocoso que iba a dedicarse a un taller literario: nadie pensó en otra opción que no fuese continuar con su ritmo de hacer política, con 20 años en el poder, y a pesar de los recurrentes problemas de salud. Apasionado y pasional.

Entradas populares