Los Kirchner pierden el apoyo de un sindicato crucial
Buenos Aires, El País
El kirchnerismo ha sufrido una derrota en uno de sus pilares: el poder sindical. En las elecciones internas de una de las dos centrales de Argentina, la de menor representación pero mayor diversidad ideológica, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), el actual secretario general, el kirchnerista Hugo Yasky, obtuvo el 42% de los votos, frente al 48,7% del opositor Pablo Micheli.
Los datos los ratificó la noche del pasado viernes la junta electoral de la entidad, que se demoró dos semanas para dar el resultado definitivo ante las denuncias del ala progubernamental de presuntas irregularidades. Yasky, del sindicato de los docentes, ha apelado el resultado ante el comité arbitral de la CTA, que deberá pronunciarse a lo largo de esta semana. Con este resultado, los Kirchner pierden el apoyo de la CTA, pero aún mantienen el de la mayoritaria Confederación General del Trabajo (CGT), de pensamiento peronista y cuyo líder, Hugo Moyano, ha ido cobrando tanto poder que acaba de asumir la presidencia del Partido Justicialista (PJ, peronista) de la provincia de Buenos Aires, la más poblada de Argentina.
En la historia de este país sudamericano se ha dado una evolución del sindicalismo distinta de la de los otros países en el mundo, en los que los trabajadores han sido representados por fuerzas de izquierda. Si bien el sindicalismo comenzó a desarrollarse en Argentina a principios del siglo XX de la mano de socialistas, comunistas y anarquistas, muchos de ellos inmigrantes europeos, la mayoría de la clase trabajadora apoyó a Juan Domingo Perón (1946-1955 y 1973-1974), que en sus gobiernos puso en práctica buena parte de sus aspiraciones en términos de remuneración y legislación laboral y que depositó en la CGT una de sus bases de poder. Los sindicalistas de izquierdas, pertenecieran o no al heterogéneo movimiento peronista, fueron perseguidos y hasta desaparecidos por la última dictadura militar (1976- 1983). Otros colegas suyos, en cambio, siempre mantuvieron buenas relaciones con las Fuerzas Armadas.
El sociólogo especialista en sindicalismo Julio Godio opina que los representantes de los obreros comenzaron a perder el rumbo con el regreso de la democracia, cuando la CGT organizó 13 huelgas generales contra el Gobierno del radical Raúl Alfonsín (1983-1989), pero terminó de extraviarlo cuando apoyaron las políticas de privatizaciones y apertura económica del peronista Carlos Menem (1989- 1999). Surgieron entonces dos corrientes contrarias al menemismo: la CTA, que se fundó en 1992 sin una identidad peronista, y un desprendimiento de la CGT que encabezó el camionero Moyano.
En 2003, cuando llega al Gobierno otro peronista, Néstor Kirchner (2003-2007), "el movimiento sindical volvió a ocupar el centro de la escena política", según Godio. Kirchner volvió a proteger la industria local y abogó por las negociaciones colectivas de las subidas salariales. Con una inflación que desde 2007 oscila entre el 15% y el 25% anual, los sindicatos han recobrado protagonismo porque deben negociar aumentos de la nómina para evitar que los obreros pierdan poder adquisitivo.
En esas discusiones con el empresariado cuentan con el respaldo del Gobierno, y por eso algunas actividades terminan concediendo alzas que superan el incremento general de los precios. Los que quedan afuera de todo esto son el 37% de trabajadores empleados en negro. Algunos de ellos están afiliados a la CTA.
El poder del sindicalismo en Argentina queda reflejado en la cantidad de gremios (3.047) y en la tasa de afiliación, del 37%. En Brasil llega al 23,6%; en México, al 16,2%; en Bolivia, al 16,4%, y en Chile, al 15,6%. La cifra argentina supera la de algunos países desarrollados (Estados Unidos, 12,4%; Canadá, 28,4%; Italia, 33,7%, y España, 16,3%), pero no a la de todos ellos (Finlandia, 74,1%; Suecia, 78%, y Dinamarca, 70,4%).
Kirchner y su esposa y sucesora, Cristina Fernández, sostenían hasta ahora el apoyo de las dos centrales sindicales, aunque dentro de ellas coexistían corrientes críticas. Por ejemplo, de la CGT se ha desprendido la llamada línea Azul y Blanca, que apoya al peronismo disidente de los Kirchner. De las entrañas de la CTA ha surgido la segunda fuerza política de la ciudad de Buenos Aires (no está incluida en la provincia del mismo nombre), Proyecto Sur, un movimiento de izquierda moderada que lidera el cineasta Pino Solanas y que tiene como diputado a uno de los economistas de la central, Claudio Lozano.
Esta corriente crítica dentro de la CTA es la que ha ganado las elecciones internas de la central, según su junta electoral. Su candidato, Micheli, del sindicato de funcionarios, contó con el apoyo del líder histórico de la CTA, su colega Víctor de Gennaro, un viejo amigo del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y que desde hace años duda ingresar en la arena política. Lo curioso es que para vencer, la oposición contó con el respaldo clave de una dirigente social kirchnerista de la provincia de Jujuy (noroeste de Argentina), Milagro Sala, que después de las peleas por el resultado de los comicios terminó renunciando a la CTA con el argumento de que estaba decepcionada por el duro enfrentamiento entre Yasky y Micheli, cuyo desenlace es incierto y hasta puede derivar en una ruptura de la central.
Los Kirchner pueden seguir contando, en cambio, con Moyano, pero el precio de su respaldo tampoco es gratuito. El secretario general de la CGT, que empuña la capacidad de paralizar el país sólo con la connivencia de sus camioneros, ocupa desde 2008 una de las vicepresidencias del PJ, que encabeza Kirchner, y este año ha asumido como presidente del peronismo de la provincia de Buenos Aires, lo que ha supuesto todo un mensaje para el gobernador de ese distrito, Daniel Scioli, uno de los dirigentes más populares de este partido, y para los poderosos alcaldes de la periferia de la capital. No se descarta que incluso Moyano se postule a gobernador bonaerense en 2011.
El kirchnerismo ha sufrido una derrota en uno de sus pilares: el poder sindical. En las elecciones internas de una de las dos centrales de Argentina, la de menor representación pero mayor diversidad ideológica, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), el actual secretario general, el kirchnerista Hugo Yasky, obtuvo el 42% de los votos, frente al 48,7% del opositor Pablo Micheli.
Los datos los ratificó la noche del pasado viernes la junta electoral de la entidad, que se demoró dos semanas para dar el resultado definitivo ante las denuncias del ala progubernamental de presuntas irregularidades. Yasky, del sindicato de los docentes, ha apelado el resultado ante el comité arbitral de la CTA, que deberá pronunciarse a lo largo de esta semana. Con este resultado, los Kirchner pierden el apoyo de la CTA, pero aún mantienen el de la mayoritaria Confederación General del Trabajo (CGT), de pensamiento peronista y cuyo líder, Hugo Moyano, ha ido cobrando tanto poder que acaba de asumir la presidencia del Partido Justicialista (PJ, peronista) de la provincia de Buenos Aires, la más poblada de Argentina.
En la historia de este país sudamericano se ha dado una evolución del sindicalismo distinta de la de los otros países en el mundo, en los que los trabajadores han sido representados por fuerzas de izquierda. Si bien el sindicalismo comenzó a desarrollarse en Argentina a principios del siglo XX de la mano de socialistas, comunistas y anarquistas, muchos de ellos inmigrantes europeos, la mayoría de la clase trabajadora apoyó a Juan Domingo Perón (1946-1955 y 1973-1974), que en sus gobiernos puso en práctica buena parte de sus aspiraciones en términos de remuneración y legislación laboral y que depositó en la CGT una de sus bases de poder. Los sindicalistas de izquierdas, pertenecieran o no al heterogéneo movimiento peronista, fueron perseguidos y hasta desaparecidos por la última dictadura militar (1976- 1983). Otros colegas suyos, en cambio, siempre mantuvieron buenas relaciones con las Fuerzas Armadas.
El sociólogo especialista en sindicalismo Julio Godio opina que los representantes de los obreros comenzaron a perder el rumbo con el regreso de la democracia, cuando la CGT organizó 13 huelgas generales contra el Gobierno del radical Raúl Alfonsín (1983-1989), pero terminó de extraviarlo cuando apoyaron las políticas de privatizaciones y apertura económica del peronista Carlos Menem (1989- 1999). Surgieron entonces dos corrientes contrarias al menemismo: la CTA, que se fundó en 1992 sin una identidad peronista, y un desprendimiento de la CGT que encabezó el camionero Moyano.
En 2003, cuando llega al Gobierno otro peronista, Néstor Kirchner (2003-2007), "el movimiento sindical volvió a ocupar el centro de la escena política", según Godio. Kirchner volvió a proteger la industria local y abogó por las negociaciones colectivas de las subidas salariales. Con una inflación que desde 2007 oscila entre el 15% y el 25% anual, los sindicatos han recobrado protagonismo porque deben negociar aumentos de la nómina para evitar que los obreros pierdan poder adquisitivo.
En esas discusiones con el empresariado cuentan con el respaldo del Gobierno, y por eso algunas actividades terminan concediendo alzas que superan el incremento general de los precios. Los que quedan afuera de todo esto son el 37% de trabajadores empleados en negro. Algunos de ellos están afiliados a la CTA.
El poder del sindicalismo en Argentina queda reflejado en la cantidad de gremios (3.047) y en la tasa de afiliación, del 37%. En Brasil llega al 23,6%; en México, al 16,2%; en Bolivia, al 16,4%, y en Chile, al 15,6%. La cifra argentina supera la de algunos países desarrollados (Estados Unidos, 12,4%; Canadá, 28,4%; Italia, 33,7%, y España, 16,3%), pero no a la de todos ellos (Finlandia, 74,1%; Suecia, 78%, y Dinamarca, 70,4%).
Kirchner y su esposa y sucesora, Cristina Fernández, sostenían hasta ahora el apoyo de las dos centrales sindicales, aunque dentro de ellas coexistían corrientes críticas. Por ejemplo, de la CGT se ha desprendido la llamada línea Azul y Blanca, que apoya al peronismo disidente de los Kirchner. De las entrañas de la CTA ha surgido la segunda fuerza política de la ciudad de Buenos Aires (no está incluida en la provincia del mismo nombre), Proyecto Sur, un movimiento de izquierda moderada que lidera el cineasta Pino Solanas y que tiene como diputado a uno de los economistas de la central, Claudio Lozano.
Esta corriente crítica dentro de la CTA es la que ha ganado las elecciones internas de la central, según su junta electoral. Su candidato, Micheli, del sindicato de funcionarios, contó con el apoyo del líder histórico de la CTA, su colega Víctor de Gennaro, un viejo amigo del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y que desde hace años duda ingresar en la arena política. Lo curioso es que para vencer, la oposición contó con el respaldo clave de una dirigente social kirchnerista de la provincia de Jujuy (noroeste de Argentina), Milagro Sala, que después de las peleas por el resultado de los comicios terminó renunciando a la CTA con el argumento de que estaba decepcionada por el duro enfrentamiento entre Yasky y Micheli, cuyo desenlace es incierto y hasta puede derivar en una ruptura de la central.
Los Kirchner pueden seguir contando, en cambio, con Moyano, pero el precio de su respaldo tampoco es gratuito. El secretario general de la CGT, que empuña la capacidad de paralizar el país sólo con la connivencia de sus camioneros, ocupa desde 2008 una de las vicepresidencias del PJ, que encabeza Kirchner, y este año ha asumido como presidente del peronismo de la provincia de Buenos Aires, lo que ha supuesto todo un mensaje para el gobernador de ese distrito, Daniel Scioli, uno de los dirigentes más populares de este partido, y para los poderosos alcaldes de la periferia de la capital. No se descarta que incluso Moyano se postule a gobernador bonaerense en 2011.