Obama, segunda parte
Los demócratas fijan su meta en las presidenciales de 2012 ante el previsible desastre en las legislativas - La marcha de Washington moviliza a la izquierda
Washington, El País
Jon Stewart es uno de los triunfadores de las elecciones de 2010. Antes de que los estadounidenses voten el martes, antes de que se resuelvan las dudas sobre si el Partido Republicano tendrá la mayoría solo en la Cámara de Representantes o también en el Senado, Stewart transitó ayer, con su masiva manifestación en Washington, de estrella televisiva a símbolo cultural de una generación. Stewart demostró con su Marcha para recuperar la cordura que existe una mayoría silenciosa que ha asistido impasible a la explosión del Tea Party y que aún puede reaccionar con el estímulo adecuado. Como ningún candidato demócrata ha sido capaz de hacer en esta campaña, el acto de Stewart resaltó el valor de la inteligencia, de la originalidad, el orgullo de la diversidad racial y religiosa de Estados Unidos. Fue la mejor medicina para levantar el ánimo de la izquierda y transmitirle confianza para afrontar un futuro que hasta ayer parecía mucho más sombrío.
Nada puede salvar ya a los demócratas del desastre del 2 de noviembre. Cualquiera que sea el resultado final, el Congreso saliente será notablemente más conservador y Barack Obama tendrá las manos atadas para continuar su proyecto de cambio. La manifestación de Stewart llega demasiado tarde como para cambiar eso. Esa es ya una batalla perdida. Ahora todos, con el presidente a la cabeza, empiezan a pensar en 2012 y, desde esa perspectiva, la marcha en el National Mall de esta ciudad puede ser un excelente punto de partida.
La manifestación era una respuesta a la que en agosto celebraron en el mismo lugar los seguidores del Tea Party atendiendo la convocatoria Para recuperar el honor de otra estrella televisiva, el comentarista de Fox News Glenn Beck, y si aquella fue un éxito, esta lo ha sido tanto o más.
Los participantes, mayormente jóvenes, comenzaron a concentrarse desde muy temprano con un aire festivo, cómico a veces, muy propio de este fin de semana de Halloween. Los convocantes -un compañero de Stewart en la cadena Comedy Central, Stephen Colbert, copatrocinó y copresentó el evento- querían más risas que gritos. "Los gritos molestan, confunden y hacen mucho daño a la garganta", dijo Stewart. Los eslóganes más abundantes eran por la calma y la cordura, contra el miedo indiscriminado, aunque también había algunos contra los republicanos y la extrema derecha que ahora los catapulta al poder. Algunas pancartas reflejaban un cierto desprecio hacia la vulgaridad y la ignorancia exhibida en ciertos actos del Tea Party, como una en la que se leía: "Al menos todas las palabras de este cartel están escritas correctamente".
Obviamente, el Partido Demócrata tratará de capitalizar esta manifestación, que, al fin y al cabo, ha sido la mayor concentración de esta campaña a favor de su plataforma. Pero el éxito no se debe a ellos. Esto fue una movilización ciudadana, prácticamente espontánea y absolutamente alejada de la política tradicional. Aquí no fueron los sindicatos los que acarrearon al público. El mayor contingente, unos 10.000, llegó desde Nueva York en 200 autobuses fletados por el periódico de Internet Huffington Post. La célebre presentadora Oprah Winfrey y otros famosos del cine, la música y la televisión también contribuyeron. Organizaciones juveniles y grupos que promueven la legalización de la marihuana en California estuvieron entre los convocantes. Se juntaron en total muchas decenas de miles de personas.
Por su propia naturaleza, esa estructura se disolverá hoy mismo. Esta marcha no tiene, desde luego, intención de perdurar como fuerza política, al estilo del Tea Party. Pero su mensaje es posible que permanezca por algún tiempo. Especialmente para Obama, quien, consciente de la importancia de esta convocatoria, acudió esta semana al programa de Stewart para defender su gestión ante esa exigente audiencia.
Obama está en la obligación de transformar su derrota del martes en el inicio de una nueva presidencia y, como tantos de sus antecesores han hecho en las mismas circunstancias, aprovechar la nueva situación política para poner en evidencia a sus rivales republicanos, aprovechar sus debilidades, resaltar sus méritos propios ante un público probablemente más receptivo y obtener la victoria en las próximas presidenciales. 2012 es la siguiente meta. El líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConell, ha declarado que "impedir la reelección de Obama es ahora el principal objetivo". John Boehner, el probable próximo presidente de la Cámara de Representantes en sustitución de Nancy Pelosi, ha advertido de que "este no es el momento para compromisos".
Obama intentará contraponer a ese radicalismo un rostro de concordia. Ese será su juego, al menos en una primera fase. Ayer mismo, en su habitual discurso de los sábados, el presidente recordó las palabras de los dos dirigentes republicanos y expresó su confianza en que "cuando los votos sean emitidos y la elección acabe, dejemos arrumbado esa clase de partidismo y trabajemos juntos, tanto si ganamos como si perdemos como si empatamos".
Esa mano tendida al rival es el gesto que reclama la mayor parte de la población, si se cree en las encuestas, pero tiene muy pocas posibilidades de prosperar. Los republicanos llegan a Washington urgidos por la misma necesidad de cambio que llevó a Obama a la Casa Blanca. Presionados por una base muy radicalizada, es improbable que la nueva mayoría en el Congreso disponga por un tiempo de margen suficiente para llegar a acuerdos con el presidente.
Obama va a ponerles por delante una serie de compromisos en materia de impuestos y de seguridad nacional a los que los republicanos difícilmente podrán decir no sin pagar un precio político. Estos, por su parte, tratarán de llevar hasta la mesa del Despacho Oval iniciativas para la reducción del déficit que el presidente no podrá vetar sin asumir un gran riesgo. Y en ese pulso se consumirán los próximos dos años.
Washington, El País
Jon Stewart es uno de los triunfadores de las elecciones de 2010. Antes de que los estadounidenses voten el martes, antes de que se resuelvan las dudas sobre si el Partido Republicano tendrá la mayoría solo en la Cámara de Representantes o también en el Senado, Stewart transitó ayer, con su masiva manifestación en Washington, de estrella televisiva a símbolo cultural de una generación. Stewart demostró con su Marcha para recuperar la cordura que existe una mayoría silenciosa que ha asistido impasible a la explosión del Tea Party y que aún puede reaccionar con el estímulo adecuado. Como ningún candidato demócrata ha sido capaz de hacer en esta campaña, el acto de Stewart resaltó el valor de la inteligencia, de la originalidad, el orgullo de la diversidad racial y religiosa de Estados Unidos. Fue la mejor medicina para levantar el ánimo de la izquierda y transmitirle confianza para afrontar un futuro que hasta ayer parecía mucho más sombrío.
Nada puede salvar ya a los demócratas del desastre del 2 de noviembre. Cualquiera que sea el resultado final, el Congreso saliente será notablemente más conservador y Barack Obama tendrá las manos atadas para continuar su proyecto de cambio. La manifestación de Stewart llega demasiado tarde como para cambiar eso. Esa es ya una batalla perdida. Ahora todos, con el presidente a la cabeza, empiezan a pensar en 2012 y, desde esa perspectiva, la marcha en el National Mall de esta ciudad puede ser un excelente punto de partida.
La manifestación era una respuesta a la que en agosto celebraron en el mismo lugar los seguidores del Tea Party atendiendo la convocatoria Para recuperar el honor de otra estrella televisiva, el comentarista de Fox News Glenn Beck, y si aquella fue un éxito, esta lo ha sido tanto o más.
Los participantes, mayormente jóvenes, comenzaron a concentrarse desde muy temprano con un aire festivo, cómico a veces, muy propio de este fin de semana de Halloween. Los convocantes -un compañero de Stewart en la cadena Comedy Central, Stephen Colbert, copatrocinó y copresentó el evento- querían más risas que gritos. "Los gritos molestan, confunden y hacen mucho daño a la garganta", dijo Stewart. Los eslóganes más abundantes eran por la calma y la cordura, contra el miedo indiscriminado, aunque también había algunos contra los republicanos y la extrema derecha que ahora los catapulta al poder. Algunas pancartas reflejaban un cierto desprecio hacia la vulgaridad y la ignorancia exhibida en ciertos actos del Tea Party, como una en la que se leía: "Al menos todas las palabras de este cartel están escritas correctamente".
Obviamente, el Partido Demócrata tratará de capitalizar esta manifestación, que, al fin y al cabo, ha sido la mayor concentración de esta campaña a favor de su plataforma. Pero el éxito no se debe a ellos. Esto fue una movilización ciudadana, prácticamente espontánea y absolutamente alejada de la política tradicional. Aquí no fueron los sindicatos los que acarrearon al público. El mayor contingente, unos 10.000, llegó desde Nueva York en 200 autobuses fletados por el periódico de Internet Huffington Post. La célebre presentadora Oprah Winfrey y otros famosos del cine, la música y la televisión también contribuyeron. Organizaciones juveniles y grupos que promueven la legalización de la marihuana en California estuvieron entre los convocantes. Se juntaron en total muchas decenas de miles de personas.
Por su propia naturaleza, esa estructura se disolverá hoy mismo. Esta marcha no tiene, desde luego, intención de perdurar como fuerza política, al estilo del Tea Party. Pero su mensaje es posible que permanezca por algún tiempo. Especialmente para Obama, quien, consciente de la importancia de esta convocatoria, acudió esta semana al programa de Stewart para defender su gestión ante esa exigente audiencia.
Obama está en la obligación de transformar su derrota del martes en el inicio de una nueva presidencia y, como tantos de sus antecesores han hecho en las mismas circunstancias, aprovechar la nueva situación política para poner en evidencia a sus rivales republicanos, aprovechar sus debilidades, resaltar sus méritos propios ante un público probablemente más receptivo y obtener la victoria en las próximas presidenciales. 2012 es la siguiente meta. El líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConell, ha declarado que "impedir la reelección de Obama es ahora el principal objetivo". John Boehner, el probable próximo presidente de la Cámara de Representantes en sustitución de Nancy Pelosi, ha advertido de que "este no es el momento para compromisos".
Obama intentará contraponer a ese radicalismo un rostro de concordia. Ese será su juego, al menos en una primera fase. Ayer mismo, en su habitual discurso de los sábados, el presidente recordó las palabras de los dos dirigentes republicanos y expresó su confianza en que "cuando los votos sean emitidos y la elección acabe, dejemos arrumbado esa clase de partidismo y trabajemos juntos, tanto si ganamos como si perdemos como si empatamos".
Esa mano tendida al rival es el gesto que reclama la mayor parte de la población, si se cree en las encuestas, pero tiene muy pocas posibilidades de prosperar. Los republicanos llegan a Washington urgidos por la misma necesidad de cambio que llevó a Obama a la Casa Blanca. Presionados por una base muy radicalizada, es improbable que la nueva mayoría en el Congreso disponga por un tiempo de margen suficiente para llegar a acuerdos con el presidente.
Obama va a ponerles por delante una serie de compromisos en materia de impuestos y de seguridad nacional a los que los republicanos difícilmente podrán decir no sin pagar un precio político. Estos, por su parte, tratarán de llevar hasta la mesa del Despacho Oval iniciativas para la reducción del déficit que el presidente no podrá vetar sin asumir un gran riesgo. Y en ese pulso se consumirán los próximos dos años.