Mario Vargas Llosa: a los 70 años
A los 70 años, el escritor peruano, sigue tan prolífico como antes.
-¿Es muy distinto ser escritor a los setenta años que a los veinte?
-Bueno, es distinto porque uno tiene acumulada mucha más experiencia, pero en otro sentido, no es muy diferente. Todavía está la inseguridad a la hora de empezar un nuevo proyecto, también la ilusión, la expectativa, el sistema de trabajo, en ese aspecto no creo que las cosas hayan cambiado mucho.
La diferencia es que, con 70 años, uno tiene acumulada muchas experiencias, tiene una memoria cargada de imágenes, o sea mucho más material para trabajar que cuando uno es joven.
-¿Pero existe la inseguridad todavía?
-Sí, la inseguridad sigue siendo el estado casi natural cuando empiezo un trabajo. Exactamente como cuando escribí mis primeras historias, cuando era un adolescente.
Creo que ese trabajo que uno enfrenta, la página en blanco, una soledad absoluta, encerrado sólo con los fantasmas, a mi me sigue produciendo la misma inseguridad.
No sé si con los años la autocrítica se vuelve más severa, la falta digamos de referencias, uno escribe realmente en una gran soledad, pero siempre tengo la misma inseguridad.
La gran diferencia es que ahora sé que si yo persevero, si yo insisto, si yo corrijo, al final la obra sale, y esas confianzas no las tenía cuando era muy joven. Pero la inseguridad a la hora de escribir, yo diría que es un estado de ánimo esencial, inevitable en todo lo que escribo
Yo viví la dictadura en mi casa, desde que era un niño, quizás por eso mi odio hacia la dictadura es una constante en mi vida y en mi trabajo de escritor
-Y, ¿hubo algún momento en que usted decidió: yo quiero ser escritor, eso es lo que quiero hacer con mi vida?
-Bueno, yo fui primero lector. Yo aprendí a leer cuando tenía cinco años y siempre he dicho que es la mejor cosa que me ha pasado en la vida. A mí se me enriqueció el mundo de una manera extraordinaria gracias a la lectura.
Mi madre me contaba que mis primeras manifestaciones de una vocación literaria tenían que ver con la lectura, porque eran añadidos que yo escribía a las historias que yo leía, cuyos finales no me gustaban o me apenaba que terminaran así. Creo que mi vocación resulta sobre todo de ese placer enorme que me produjo la lectura.
Era muy difícil cuando yo era adolescente en el Perú que, un joven de América Latina decidiera, bueno yo voy a ser solo escritor, porque no parecía que esa actividad, que esa vocación tenía cabida en la sociedad, no era una actividad que le permitiera a uno ganarse la vida.
Entonces, yo pensé que haría otras cosas, estudié abogacía, me dediqué a la enseñanza, al periodismo y al mismo tiempo la verdadera vocación se me imponía y se me imponía.
Pero creo que en un momento, en 1958, recién llegado a Europa, es cuando comprendí que realmente mi vocación era la literatura, que yo debía tratar de organizar mi vida en función de esa vocación, es decir, buscar actividades alimenticias que no me ocuparán todo el tiempo, que no me quitarán toda la energía, sino al contrario, que se pusieran más bien al servicio de esa vocación y esa decisión fue muy importante para mí.
-El novelista español Juan Marsé me decía el otro día que para él fue la ausencia del padre que le impulsó a ser escritor. Me acuerdo que en su libro "Como pez en el agua" usted también habla de problemas con su padre. ¿Cree usted entonces que el escritor es huérfano de padre?
-No creo que fue la ausencia, creo que fue la presencia más bien en mi caso. Yo conocí a mi padre cuando tenía diez años, era una persona muy autoritaria con quien yo nunca tuve una relación de afecto, más bien de miedo... lo que sí recuerdo, o creo comprender mejor ahora, es que mi padre me hacía una gran oposición a mi vocación literaria, que el veía con mucha desconfianza, pensando que eso sería el fracaso en la vida.
-Hay una frase de Flaubert que dice "escribir es una manera de vivir" y yo sé que es cierta, porque en mi caso escribir es una manera de vivir desde hace muchos años y va a seguir siéndola hasta que me muera
-Así que, yo me aferré mucho a esa actividad, pensando que sería una manera digamos indirecta de resistir a su autoridad, una autoridad que yo detestaba, que yo odiaba. Así que muy indirectamente yo creo que mi padre sí contribuyó a mi vocación literaria, sin querer.
-¿Entonces el acto de escribir nace de la resistencia?
-Sí, en mi caso es una búsqueda inconsciente, pero muy intensa de una libertad que yo no tenía. Cuando yo empecé a vivir con mi padre yo descubrí lo horrible que era perder la libertad y vivir bajo el autoritarismo.
Quizás es otra cosa que le debo a mi padre: amar tanto a la libertad y odiar tanto toda forma de autoritarismo, de dictadura, esos regímenes que imponen por la fuerza un sistema de vida, o una modalidad política.
Sí, yo viví la dictadura digamos en mi casa, desde que era un niño, quizás por eso mi odio a la dictadura es una constante en mi vida y en mi trabajo de escritor.
-¿Y ese amor a la libertad se ha convertido en su caso en actuación política? ¿Qué piensa ahora de la actuación política en un escritor?
-Bueno mire, hay escritores y escritores. Escritores para quienes la actividad política es totalmente incompatible, porque esa actividad no les interesa, incluso la desprecian.
Hay otros escritores que no se puede decir que nos guste la política, pero que pensamos que la política es inevitable, que no se puede jugar digamos al avestruz, volviendo la espalda a la política y que hay que hacer política aunque sea tapándose la nariz, que es un poco mi caso.
Yo fui candidato más por razones morales o cívicas que por razones de vocación política, que nunca tuve.
Creo que una de las razones de mi fracaso en esa campaña electoral fue esa falta de apetito por el poder, que yo creo es indispensable en todo político eficaz, Pero no me arrepiento de haberlo hecho, porque digamos que fueron circunstancias muy difíciles para el Perú.
Uno no puede dejar de amar, de tener amigos, de tener actividades ajenas a la literatura, aunque la literatura sea lo que más le guste en la vida
Yo defendía de manera muy práctica cosas que también defendía como escritor hace muchos años y aprendí mucho.
No se puede decir que fue una experiencia grata, fue muy ingrata más bien, pero sí, aprendí mucho. Aprendí sobre la política, sobre el Perú y sobre mi mismo.
Y una de las cosas que aprendí es que no soy un político, soy un escritor. Pero sí, seguiré participando en el debate público y es por eso que hago periodismo y creo que eso es una de las obligaciones de toda persona pública y un escritor es una persona pública.
Uno no puede dejar de amar, de tener amigos, de tener actividades ajenas a la literatura, aunque la literatura sea lo que más le guste en la vida. La literatura se alimenta de la vida, uno no puede dejar de vivir.
A mí no me gusta la idea del escritor que renuncia a la vida para escribir - no, yo necesito que la literatura que sí es lo que más amo en la vida, se alimente permanentemente de una inmersión en la vida total, en todas las versiones y los aspectos que tiene la vida y uno de ellos, indispensable por supuesto, es la política.
-¿Y usted ahora a los 70 años se despierta por la mañana y quiere escribir? ¿No piensa en jubilarse?
-No, ciertamente. Sí, existen escritores que se jubilan, pero desde luego no es mi caso.
Hay una frase de Flaubert que dice "escribir es una manera de vivir" y yo sé que es cierta, porque en mi caso escribir es una manera de vivir desde hace muchos años y va a seguir siéndola hasta que me muera, hasta el último día si conservo una mínima lucidez.
Tener setenta años es un reto, no hay que tomarlo ni con alegría ni con tristeza, es una realidad. Para cada época, la vida nos ofrece posibilidades hermosas, muy estimulantes y para mí, la mayor de todas, es seguir escribiendo, seguir embarcándome en proyectos, seguir haciendo cosas que me ilusionan.
Por ejemplo, hace algún tiempo he añadido al trabajo literario, algo que tiene que ver con el teatro, que es algo que me apasionó siempre y hoy día es una realidad.
Son actividades que me mantienen joven, ilusionado y espero seguir haciéndolos hasta el final.
-¿Qué le interesa del teatro?
-Bueno, la posibilidad de vivir la ficción. Uno la vive cuando la lee, pero sobre el escenario, la ficción es vida ficticia, inventada y sin embargo, está allí, encarnada en personajes que hablan, que se mueven, que se trasladan en el espacio como sólo lo pueden hacer los personajes en la ficción. Es una manera absolutamente intensa, única de vivir. La ficción es un complemento para mi inseparable de lo que es la literatura.
-Usted ha ganado muchos galardones en la vida, ¿no le ilusionaría recibir el premio Nobel?
-Mire no, yo creo que un escritor no debe pensar en el premio Nobel porque eso es malo para la prosa. Si recibe premios debe sentirse muy contento y si no los recibe, también.
Yo creo que la gran satisfacción -y esto sí se descubre con los años- la gran satisfacción que un escritor recibe, la mayor, no la recibe con esas manifestaciones exteriores que a veces le halagan la vanidad, sino de una manera muy íntima cuando ese trabajo, que es una trabajo solitario, largo, que se lleva a cabo solo con sus fantasmas, cuaja en una obra que en un momento dado siente como independiente de uno. Yo creo que esa es la gran satisfacción, la gran recompensa, aquella por la cual uno sigue montado en el caballo, cabalgando, es decir escribiendo.
-Y para terminar, primero una confesión y después una última pregunta que surge de esta confesión. Me han encargado para el The Guardian, un periódico de Inglaterra, escribir su necrológica ¿qué le gustaría que ponga como epitafio?
-Vivió intensamente, amó la literatura sobre todas las cosas y estuvo totalmente vivo hasta el final.
Muchísimas gracias.
Esa pregunta si fue una sorpresa, espero que se demore muchos años en cumplir ese trabajo.
-¿Es muy distinto ser escritor a los setenta años que a los veinte?
-Bueno, es distinto porque uno tiene acumulada mucha más experiencia, pero en otro sentido, no es muy diferente. Todavía está la inseguridad a la hora de empezar un nuevo proyecto, también la ilusión, la expectativa, el sistema de trabajo, en ese aspecto no creo que las cosas hayan cambiado mucho.
La diferencia es que, con 70 años, uno tiene acumulada muchas experiencias, tiene una memoria cargada de imágenes, o sea mucho más material para trabajar que cuando uno es joven.
-¿Pero existe la inseguridad todavía?
-Sí, la inseguridad sigue siendo el estado casi natural cuando empiezo un trabajo. Exactamente como cuando escribí mis primeras historias, cuando era un adolescente.
Creo que ese trabajo que uno enfrenta, la página en blanco, una soledad absoluta, encerrado sólo con los fantasmas, a mi me sigue produciendo la misma inseguridad.
No sé si con los años la autocrítica se vuelve más severa, la falta digamos de referencias, uno escribe realmente en una gran soledad, pero siempre tengo la misma inseguridad.
La gran diferencia es que ahora sé que si yo persevero, si yo insisto, si yo corrijo, al final la obra sale, y esas confianzas no las tenía cuando era muy joven. Pero la inseguridad a la hora de escribir, yo diría que es un estado de ánimo esencial, inevitable en todo lo que escribo
Yo viví la dictadura en mi casa, desde que era un niño, quizás por eso mi odio hacia la dictadura es una constante en mi vida y en mi trabajo de escritor
-Y, ¿hubo algún momento en que usted decidió: yo quiero ser escritor, eso es lo que quiero hacer con mi vida?
-Bueno, yo fui primero lector. Yo aprendí a leer cuando tenía cinco años y siempre he dicho que es la mejor cosa que me ha pasado en la vida. A mí se me enriqueció el mundo de una manera extraordinaria gracias a la lectura.
Mi madre me contaba que mis primeras manifestaciones de una vocación literaria tenían que ver con la lectura, porque eran añadidos que yo escribía a las historias que yo leía, cuyos finales no me gustaban o me apenaba que terminaran así. Creo que mi vocación resulta sobre todo de ese placer enorme que me produjo la lectura.
Era muy difícil cuando yo era adolescente en el Perú que, un joven de América Latina decidiera, bueno yo voy a ser solo escritor, porque no parecía que esa actividad, que esa vocación tenía cabida en la sociedad, no era una actividad que le permitiera a uno ganarse la vida.
Entonces, yo pensé que haría otras cosas, estudié abogacía, me dediqué a la enseñanza, al periodismo y al mismo tiempo la verdadera vocación se me imponía y se me imponía.
Pero creo que en un momento, en 1958, recién llegado a Europa, es cuando comprendí que realmente mi vocación era la literatura, que yo debía tratar de organizar mi vida en función de esa vocación, es decir, buscar actividades alimenticias que no me ocuparán todo el tiempo, que no me quitarán toda la energía, sino al contrario, que se pusieran más bien al servicio de esa vocación y esa decisión fue muy importante para mí.
-El novelista español Juan Marsé me decía el otro día que para él fue la ausencia del padre que le impulsó a ser escritor. Me acuerdo que en su libro "Como pez en el agua" usted también habla de problemas con su padre. ¿Cree usted entonces que el escritor es huérfano de padre?
-No creo que fue la ausencia, creo que fue la presencia más bien en mi caso. Yo conocí a mi padre cuando tenía diez años, era una persona muy autoritaria con quien yo nunca tuve una relación de afecto, más bien de miedo... lo que sí recuerdo, o creo comprender mejor ahora, es que mi padre me hacía una gran oposición a mi vocación literaria, que el veía con mucha desconfianza, pensando que eso sería el fracaso en la vida.
-Hay una frase de Flaubert que dice "escribir es una manera de vivir" y yo sé que es cierta, porque en mi caso escribir es una manera de vivir desde hace muchos años y va a seguir siéndola hasta que me muera
-Así que, yo me aferré mucho a esa actividad, pensando que sería una manera digamos indirecta de resistir a su autoridad, una autoridad que yo detestaba, que yo odiaba. Así que muy indirectamente yo creo que mi padre sí contribuyó a mi vocación literaria, sin querer.
-¿Entonces el acto de escribir nace de la resistencia?
-Sí, en mi caso es una búsqueda inconsciente, pero muy intensa de una libertad que yo no tenía. Cuando yo empecé a vivir con mi padre yo descubrí lo horrible que era perder la libertad y vivir bajo el autoritarismo.
Quizás es otra cosa que le debo a mi padre: amar tanto a la libertad y odiar tanto toda forma de autoritarismo, de dictadura, esos regímenes que imponen por la fuerza un sistema de vida, o una modalidad política.
Sí, yo viví la dictadura digamos en mi casa, desde que era un niño, quizás por eso mi odio a la dictadura es una constante en mi vida y en mi trabajo de escritor.
-¿Y ese amor a la libertad se ha convertido en su caso en actuación política? ¿Qué piensa ahora de la actuación política en un escritor?
-Bueno mire, hay escritores y escritores. Escritores para quienes la actividad política es totalmente incompatible, porque esa actividad no les interesa, incluso la desprecian.
Hay otros escritores que no se puede decir que nos guste la política, pero que pensamos que la política es inevitable, que no se puede jugar digamos al avestruz, volviendo la espalda a la política y que hay que hacer política aunque sea tapándose la nariz, que es un poco mi caso.
Yo fui candidato más por razones morales o cívicas que por razones de vocación política, que nunca tuve.
Creo que una de las razones de mi fracaso en esa campaña electoral fue esa falta de apetito por el poder, que yo creo es indispensable en todo político eficaz, Pero no me arrepiento de haberlo hecho, porque digamos que fueron circunstancias muy difíciles para el Perú.
Uno no puede dejar de amar, de tener amigos, de tener actividades ajenas a la literatura, aunque la literatura sea lo que más le guste en la vida
Yo defendía de manera muy práctica cosas que también defendía como escritor hace muchos años y aprendí mucho.
No se puede decir que fue una experiencia grata, fue muy ingrata más bien, pero sí, aprendí mucho. Aprendí sobre la política, sobre el Perú y sobre mi mismo.
Y una de las cosas que aprendí es que no soy un político, soy un escritor. Pero sí, seguiré participando en el debate público y es por eso que hago periodismo y creo que eso es una de las obligaciones de toda persona pública y un escritor es una persona pública.
Uno no puede dejar de amar, de tener amigos, de tener actividades ajenas a la literatura, aunque la literatura sea lo que más le guste en la vida. La literatura se alimenta de la vida, uno no puede dejar de vivir.
A mí no me gusta la idea del escritor que renuncia a la vida para escribir - no, yo necesito que la literatura que sí es lo que más amo en la vida, se alimente permanentemente de una inmersión en la vida total, en todas las versiones y los aspectos que tiene la vida y uno de ellos, indispensable por supuesto, es la política.
-¿Y usted ahora a los 70 años se despierta por la mañana y quiere escribir? ¿No piensa en jubilarse?
-No, ciertamente. Sí, existen escritores que se jubilan, pero desde luego no es mi caso.
Hay una frase de Flaubert que dice "escribir es una manera de vivir" y yo sé que es cierta, porque en mi caso escribir es una manera de vivir desde hace muchos años y va a seguir siéndola hasta que me muera, hasta el último día si conservo una mínima lucidez.
Tener setenta años es un reto, no hay que tomarlo ni con alegría ni con tristeza, es una realidad. Para cada época, la vida nos ofrece posibilidades hermosas, muy estimulantes y para mí, la mayor de todas, es seguir escribiendo, seguir embarcándome en proyectos, seguir haciendo cosas que me ilusionan.
Por ejemplo, hace algún tiempo he añadido al trabajo literario, algo que tiene que ver con el teatro, que es algo que me apasionó siempre y hoy día es una realidad.
Son actividades que me mantienen joven, ilusionado y espero seguir haciéndolos hasta el final.
-¿Qué le interesa del teatro?
-Bueno, la posibilidad de vivir la ficción. Uno la vive cuando la lee, pero sobre el escenario, la ficción es vida ficticia, inventada y sin embargo, está allí, encarnada en personajes que hablan, que se mueven, que se trasladan en el espacio como sólo lo pueden hacer los personajes en la ficción. Es una manera absolutamente intensa, única de vivir. La ficción es un complemento para mi inseparable de lo que es la literatura.
-Usted ha ganado muchos galardones en la vida, ¿no le ilusionaría recibir el premio Nobel?
-Mire no, yo creo que un escritor no debe pensar en el premio Nobel porque eso es malo para la prosa. Si recibe premios debe sentirse muy contento y si no los recibe, también.
Yo creo que la gran satisfacción -y esto sí se descubre con los años- la gran satisfacción que un escritor recibe, la mayor, no la recibe con esas manifestaciones exteriores que a veces le halagan la vanidad, sino de una manera muy íntima cuando ese trabajo, que es una trabajo solitario, largo, que se lleva a cabo solo con sus fantasmas, cuaja en una obra que en un momento dado siente como independiente de uno. Yo creo que esa es la gran satisfacción, la gran recompensa, aquella por la cual uno sigue montado en el caballo, cabalgando, es decir escribiendo.
-Y para terminar, primero una confesión y después una última pregunta que surge de esta confesión. Me han encargado para el The Guardian, un periódico de Inglaterra, escribir su necrológica ¿qué le gustaría que ponga como epitafio?
-Vivió intensamente, amó la literatura sobre todas las cosas y estuvo totalmente vivo hasta el final.
Muchísimas gracias.
Esa pregunta si fue una sorpresa, espero que se demore muchos años en cumplir ese trabajo.