La perforadora llega a 39 metros de los 33 mineros chilenos atrapados
Copiapó, El País
Mientras los familiares de los 33 mineros enterrados se preparaban en la madrugada del viernes al pie de la mina San José para combatir el sueño y el frío con una vigilia de canciones, rezos y fogatas, unos metros más arriba, en la zona adonde no pueden acceder ni periodistas ni familiares, el ingeniero mecánico Mijali Proestakis charlaba por teléfono con Florencio Ávalos, 700 metros bajo tierra.
Florencio es un tipo con fama de recto y responsable entre los suyos. Con solo 33 años ya es capataz, el segundo en jerarquía de los 33. Y Mijali, a sus 41 años, lleva media vida abriendo túneles por Chile, Bolivia, Perú, Argentina, Uruguay, Jordania, Finlandia, Portugal, Tarragona y Almería.
Ambos sabían que esa noche no iban a romper, es decir, la máquina no llegaría hasta los 624 metros de profundidad donde se encuentra el taller de la mina y desde donde esperan ser rescatados. Pero, a pesar del grado técnico y la seriedad de la conversación, usaban un tono bromista.
-Esta noche, Florencio, te voy a meter mucha bulla ahí abajo- le decía Mijali.
-Mete toda la que puedas. Cuanto mayor sea, mejor dormiremos.
"Cuando más intranquilos estuvieron y peor durmieron fue durante los cinco días en que estuvimos parados porque se nos desprendió una pieza del martillo. Empleamos cinco métodos distintos y cinco materiales diferentes durante los cinco días de pesca. Uno de ellos era como una araña que se abría dentro del túnel y se cerraba por completo", comenta Mijali.
La T-130 es una mole de más de 40 toneladas, propiedad de la compañía Geotec, que se abre paso en el interior de la montaña a través de cinco martillos individuales ensartados en una misma cabecera. Mijali es el gerente de la compañía Drillers Supply, que abastece a Geotec con los martillos, barras y compresores.
La ventaja del Plan B sobre el A y el C, en el que trabajan otras dos perforadoras, es que el B arrancó sobre el trayecto de un orificio de apenas 12 centímetros de ancho por el que se había contactado ya con los mineros a finales de septiembre.
"Aquel pequeño túnel fue nuestra guía. Había que seguirlo, no desviarse. Y así empezamos a construir uno de 12 pulgadas [30,48 centímetros]. Pero era muy difícil llegar hasta ellos. Porque la máquina tiende a desviarse y hay que hacer muchos contrapesos. Por fin, el día 17 rompimos con 12 pulgadas. Fue muy emotivo. Ellos nos enviaron cartas agradeciéndonos el trabajo. Aquel túnel fue vital, porque nos permitió llevar muchas muestras de roca al laboratorio y hacer un plano vertical de todo lo que nos íbamos a encontrar. La roca es muy dura, y eso es bueno, porque hace que el pozo no se derrumbe. Pero un cambio de dureza puede dañar la herramienta. Y hay bastantes cambios".
Ahora se trabaja con 66 centímetros de diámetro y con cámaras de vídeo que registran todas las grietas de la roca. A medida que la máquina avanza dirigida por unos 20 hombres en la superficie, los de abajo van retirando escombros. La comunicación de los de arriba con los de abajo es constante. "En cuanto se instaló el sistema de videoconferencias, Mario Sepúlveda [el minero que ha ejercido de periodista en las grabaciones de vídeo] dijo que tenía una reclamación muy seria que hacernos. Yo pensé: 'Apenas hemos empezado y ya están con problemas...' Dijo que tenía una protesta que hacer a causa del champú que se le estaba enviando. Resulta que es calvo y cuando lo enfocaron tenía una peluca... La verdad es que es admirable el humor que tienen. Hacen muchas bromas, pero no son para comentarlas públicamente".
El miércoles, cuando la máquina iba entre los 525 y los 532 metros se desvió. Y los de arriba se pusieron a temblar. "Sabíamos que a un metro del pozo que estábamos perforando había un túnel. Si lo tocábamos, nos quedábamos sin una pared, perderíamos nuestra guía, sería terrible", comenta Mijali.
Finalmente, pudieron respirar hondo. Pero solo por un instante. "Aquí, a cada momento hay que tomar muchas decisiones", señala James Stefanic, de 50 años, gerente de operaciones de la compañía Geotec, dueña de la perforadora. Cuando se produjo la entrevista con Mijali la máquina se encontraba a 570 metros de profundidad. Eran las doce de la noche. "Yo me iré a casa a la una de la mañana; si todo sigue bien, mañana [por hoy] a las 14.00 horas [primera hora de la noche en España] puede que hayamos llegado. Pero eso si no surge ningún problema...".
Poco tiempo después, a las tres y media de la mañana, hora local, su amigo James Stefanic recibió una llamada. Tenía que ir a la mina. "El martillo se había desviado y había que decidir si seguir, cambiarlo o continuar", comenta James Stefanic. A las cinco de la mañana decidieron que era más prudente parar.
Tras nueve horas en que la T-130 permaneció callada, los de arriba volvieron con la bulla. Solo la separaban 39 metros de los mineros. Una vez que el monstruo de hierro llegue a los 624 metros de profundidad, se prevé iniciar el rescate entre tres y ocho días después, en función de que se decida o no entubar el túnel. "Pero ese ya será el negocio de otra gente", comenta James Stefanic. Para entonces, él y su amigo Mijali estarán celebrando el éxito de su misión.
Mientras los familiares de los 33 mineros enterrados se preparaban en la madrugada del viernes al pie de la mina San José para combatir el sueño y el frío con una vigilia de canciones, rezos y fogatas, unos metros más arriba, en la zona adonde no pueden acceder ni periodistas ni familiares, el ingeniero mecánico Mijali Proestakis charlaba por teléfono con Florencio Ávalos, 700 metros bajo tierra.
Florencio es un tipo con fama de recto y responsable entre los suyos. Con solo 33 años ya es capataz, el segundo en jerarquía de los 33. Y Mijali, a sus 41 años, lleva media vida abriendo túneles por Chile, Bolivia, Perú, Argentina, Uruguay, Jordania, Finlandia, Portugal, Tarragona y Almería.
Ambos sabían que esa noche no iban a romper, es decir, la máquina no llegaría hasta los 624 metros de profundidad donde se encuentra el taller de la mina y desde donde esperan ser rescatados. Pero, a pesar del grado técnico y la seriedad de la conversación, usaban un tono bromista.
-Esta noche, Florencio, te voy a meter mucha bulla ahí abajo- le decía Mijali.
-Mete toda la que puedas. Cuanto mayor sea, mejor dormiremos.
"Cuando más intranquilos estuvieron y peor durmieron fue durante los cinco días en que estuvimos parados porque se nos desprendió una pieza del martillo. Empleamos cinco métodos distintos y cinco materiales diferentes durante los cinco días de pesca. Uno de ellos era como una araña que se abría dentro del túnel y se cerraba por completo", comenta Mijali.
La T-130 es una mole de más de 40 toneladas, propiedad de la compañía Geotec, que se abre paso en el interior de la montaña a través de cinco martillos individuales ensartados en una misma cabecera. Mijali es el gerente de la compañía Drillers Supply, que abastece a Geotec con los martillos, barras y compresores.
La ventaja del Plan B sobre el A y el C, en el que trabajan otras dos perforadoras, es que el B arrancó sobre el trayecto de un orificio de apenas 12 centímetros de ancho por el que se había contactado ya con los mineros a finales de septiembre.
"Aquel pequeño túnel fue nuestra guía. Había que seguirlo, no desviarse. Y así empezamos a construir uno de 12 pulgadas [30,48 centímetros]. Pero era muy difícil llegar hasta ellos. Porque la máquina tiende a desviarse y hay que hacer muchos contrapesos. Por fin, el día 17 rompimos con 12 pulgadas. Fue muy emotivo. Ellos nos enviaron cartas agradeciéndonos el trabajo. Aquel túnel fue vital, porque nos permitió llevar muchas muestras de roca al laboratorio y hacer un plano vertical de todo lo que nos íbamos a encontrar. La roca es muy dura, y eso es bueno, porque hace que el pozo no se derrumbe. Pero un cambio de dureza puede dañar la herramienta. Y hay bastantes cambios".
Ahora se trabaja con 66 centímetros de diámetro y con cámaras de vídeo que registran todas las grietas de la roca. A medida que la máquina avanza dirigida por unos 20 hombres en la superficie, los de abajo van retirando escombros. La comunicación de los de arriba con los de abajo es constante. "En cuanto se instaló el sistema de videoconferencias, Mario Sepúlveda [el minero que ha ejercido de periodista en las grabaciones de vídeo] dijo que tenía una reclamación muy seria que hacernos. Yo pensé: 'Apenas hemos empezado y ya están con problemas...' Dijo que tenía una protesta que hacer a causa del champú que se le estaba enviando. Resulta que es calvo y cuando lo enfocaron tenía una peluca... La verdad es que es admirable el humor que tienen. Hacen muchas bromas, pero no son para comentarlas públicamente".
El miércoles, cuando la máquina iba entre los 525 y los 532 metros se desvió. Y los de arriba se pusieron a temblar. "Sabíamos que a un metro del pozo que estábamos perforando había un túnel. Si lo tocábamos, nos quedábamos sin una pared, perderíamos nuestra guía, sería terrible", comenta Mijali.
Finalmente, pudieron respirar hondo. Pero solo por un instante. "Aquí, a cada momento hay que tomar muchas decisiones", señala James Stefanic, de 50 años, gerente de operaciones de la compañía Geotec, dueña de la perforadora. Cuando se produjo la entrevista con Mijali la máquina se encontraba a 570 metros de profundidad. Eran las doce de la noche. "Yo me iré a casa a la una de la mañana; si todo sigue bien, mañana [por hoy] a las 14.00 horas [primera hora de la noche en España] puede que hayamos llegado. Pero eso si no surge ningún problema...".
Poco tiempo después, a las tres y media de la mañana, hora local, su amigo James Stefanic recibió una llamada. Tenía que ir a la mina. "El martillo se había desviado y había que decidir si seguir, cambiarlo o continuar", comenta James Stefanic. A las cinco de la mañana decidieron que era más prudente parar.
Tras nueve horas en que la T-130 permaneció callada, los de arriba volvieron con la bulla. Solo la separaban 39 metros de los mineros. Una vez que el monstruo de hierro llegue a los 624 metros de profundidad, se prevé iniciar el rescate entre tres y ocho días después, en función de que se decida o no entubar el túnel. "Pero ese ya será el negocio de otra gente", comenta James Stefanic. Para entonces, él y su amigo Mijali estarán celebrando el éxito de su misión.