Fútbol boliviano: Wilstermann tuvo más fútbol que goles


José Vladimir Nogales
Entre dos equipos urgidos por sumar para engrosar sus promedios del descenso, Wilstermann se quedó con un triunfo (2-0) tan vital como merecido sobre Real Mamoré, que está sumido –como los rojos- en una crisis institucional y deportiva que lo puede conducir al abismo. Con su victoria, el cuadro local quebró una sequía de cinco partidos sin éxitos (el último triunfo se remonta a septiembre, cuando derrotó a la división “infantil” de Oriente); mientras los benianos, invictos en el Gran Mamoré, reflotaron sus agobiantes padecimientos cuando deben abandonar la ostentosa inexpugnabilidad de su fortín.

Los problemas, los vaivenes por los que pasaron estos dos viejos conocidos en la lucha por el descenso hasta este último enfrentamiento, fueron muchos. Wilstermann arrancó mal el torneo y su entrenador, Eduardo Villegas, estuvo casi permanentemente cuestionado hasta pocas fechas atrás, cuando fue cesado dada la alarmante escualidez de la cosecha (apenas dos triunfos en once jornadas). Su colega, el paraguayo Buenaventura Ferreyra, consiguió enderezar, tanto como fue posible, la errática marcha de Real Mamoré en el campeonato, pero nada pudo hacer –porque escapa a su competencia- con la abyecta situación institucional, a cuya sombra tuvo que establecerse una economía de sobrevivencia. Las urgencias son mayores, escaso el dinero, y el panorama pinta cada vez más negro.

Con la derrota, Mamoré volvió a instalarse en el sótano de la clasificación a favor de un leve ascenso de Wilstermann, cuya salvación (al ser de una raquítica unidad la diferencia en la tabla del descenso) no está garantizada, ni mucho menos.


El partido

Fue interesante lo que entregó Wilstermann. La soberbia actuación de Salaberry, apoyando, apretando y fundamentalmente jugando, respaldado por Sanjurjo a su izquierda y por (un recuperado y laborioso) Sossa, unos metros más adelante, desequilibraron los precarios esfuerzos de contención de Real Mamoré. En el primer tiempo, por ejemplo, la sintonía de Sanjurjo, Lenci, Sossa y Salaberry en la misma frecuencia futbolística, permitió fabricar -tocando intermitentemente el balón- enormes boquetes y crear situaciones como para que el resultado se emparentase mínimamente con el desarrollo. Sin embargo se plasmó un solo gol. Un buen gol de Salaberry, pero nacido de un contragolpe y facilitado por un severo error de cobertura del rival al padecer, en su arco, un córner mal ejecutado en el de enfrente.

Más allá de la inocultable endeblez de Mamoré, Wilstermann dejó mejores sensaciones que hace unas fechas, lo que era complicado de conseguir (por la depresión subyacente), con mucho trabajo pendiente y mucho por mejorar. Parece complicado que le dé tiempo a Brandoni a lavar la cara a un equipo que se asemeja tan poco a sí mismo (ningún rasgo queda del campeón). De todos modos, el cuadro rojo se mostró más equilibrado, más solidario, menos expuesto.

Planteando un dispositivo 3-3-2-2, el adiestrador dio curso a un drástico rediseño del organigrama, redefiniendo los parámetros de la hermenéutica a favor de la construcción de un escenario favorable para el usufructo de la posesión de pelota. Es decir, montó una línea de tres defensas para liberar a los laterales y conseguir amplitud. Adicionalmente, la supresión de un medio centro (pese al riesgo de dejar desamparado a Olivares) posibilitó la adición de un volante ofensivo (Salaberry) que descomprima la presión sobre Sanjurjo y que se junte con él en el eje, formando una sociedad productiva que rijay alimente la proyección de los laterales y la evolución de los puntas. Conceptualmente, la idea cuajó. Wilstermann tuvo abrumadoramente el control del balón, pero falló en las ejecuciones. Es decir, continúa moviéndose a impulsos. Ganó en seguridad (especialmente por el gran trabajo de Barrera), pero para vencer sigue necesitando de acciones aisladas en ataque. Es un conjunto al que le cuesta mantener una línea constante durante los partidos y los altibajos son constantes (tras el gol de Salaberry hubo una nítida baja de tensión, reflejada en la pérdida de terreno y la dificultad para encontrar la pelota). Una herencia de la etapa anterior.


Complemento

Se esperaba un más agresivo Mamoré para la segunda mitad. Lo hubo, pero duró nada. En un ramillete de segundos, la fuerza del impetuoso huracán beniano se redujo a una escuálida brisa vespertina. Combate no hubo.

Pese a quitar un lateral para introducir a un punta (Palavicini), el perfil táctico conservó los rudimentos de un dispositivo 3-4-1-2 estático, sin eje, ni gobierno.

Los pelotazos a Palavicini y las corridas de Zerda, escasamente asistidos por Suárez o Uriona, concluyeron en Ortiz, Candia o Barrera por el medio y jamás preocuparon a Vargas y Medina. Real Mamoré dio siempre la sensación de respetar un libreto: salir por abajo, cruzar la pelota de lado a lado y cuando debió acelerar y mostrar una neta actitud ofensiva, careció de convicción o de fe. Una fe seguramente maltratada por su pobre campaña.
Wilstermann creció en solidez después del gol de Olivares (certero cabezazo en un córner lanzado por Sanjurjo). Sanjurjo fue un eje distribuidor, Salaberry acertó en casi todos los pases, Sossa abandonó esa abulia y participó con mayor regularidad en el funcionamiento. Por momentos, se prodigó en lujos, desarrollando un toque elegante y pulido, atacando al espacio vacío. Es verdad, falta conjunción y sincronía. Los puntas deben moverse y señalar el lugar a quien tiene la pelota. Eso debe trabajarse. La idea está, resta cuajarla.

Wilstermann no sufrió mucho defensivamente (hubo un par de sofocones esforzadamente conjurados por Vaca y Barrera) en el tramo final de la batalla, pese a la expulsión de Ortíz, pero sí en el plano ofensivo. La necesidad de recomponer el módulo de obstrucción impuso el sacrificio de un atacante (Lenci fue el elegido), al precio de debilitar la potencia de las llegadas.

A Wilsterman le viene bien ir convenciéndose que debe jugar y ganar yendo a buscar. Al mismo tiempo resuelve qué perfil tiene el equipo, entre quien entre. Y eso se llama identidad. Personalidad. Se sabe que los triunfos fortalecen psicológicamente, y en esa instancia es más fácil afirmar la idea global. Porque si cuenta con Sanjurjo, Salaberry y Veizaga, capaces de tocar, de circular y crear, con que el resto se contagie, listo. Esa es, parece, su apuesta para encarar el sprint final. De Wilstermann depende.

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