Fútbol boliviano: Wilstermann rescató un punto en casa


José Vladimir Nogales
Wilstermann parece empeñado en complicarse la existencia de cara al final de curso (volvió a dejar puntos en casa, esta vez 2-2 con Universitario). A los malos resultados de la primera rueda del Clausura ha agregado un destructivo estado depresivo que lo condiciona dramáticamente. Nada funciona. Todo lo bueno del reciente pasado (no debe olvidarse que es el campeón defensor) quedó abruptamente derruido. Hoy gobiernan las sombras y el caos. Los días son angustiosos y desolados. Todas las elogiadas facultades de apenas unos meses atrás (orden táctico, solidez defensiva, laboriosidad y eficacia) se han desvanecido. La granítica estructura defensiva ha quedado reducida a escombros, la disciplina táctica ha degenerado en desorden e inestabilidad funcional y la otrora ponderada eficacia ha alcanzado inexpresivos índices de productividad, fruto de la conjunción de las torpezas (con Sossa como protagonista excluyente) y las etéreas intermitencias (privativas de Lenci) de sus atacantes. Nada queda del campeón. El Wilstermann de estos días reproduce los cadavéricos rasgos de un equipo enfermo, pero enfermo de descenso. Aunque intenta maquillarlos con arengas ilusionistas y demagógicas promesas de mayor trabajo, presenta los mismos síntomas que exhibió el pasado año cuando la enfermedad alcanzó virulencia: escasez de recursos, impotencia, caos, escualidez y anemia. Para peor, transmite la inequívoca sensación de no ser capaz de ganarle a nadie, ni aún a aquellos adversarios coyunturalmente disminuidos o de presumible menor jerarquía. Por lo observado, sus evidentes deficiencias parecen estimular o agigantar las posibilidades de cualquiera, sin importar de quién se trate. Ocurrió antes y, al parecer, seguirá así.

PARTIDO

Frente a un Universitario "mix" (reservó algunos titulares para afrontar la revancha con Palmeiras), Wilstermann mostró un fútbol plano. Su abrumadora tenencia de pelota no reportó mayor actividad en el área rival. Pese a tener a Sanjurjo en el comando de las operaciones, lució su habitual palidez creativa. Si bien el enganche argentino contribuyó a mejorar, drásticamente, el sentido de la circulación de pelota, no logró, a través de la conjunción colectiva, proporcional profundidad. ¿Por qué? Primero, porque la imprecisión alcanzó elevados niveles de toxicidad, estrangulando la progresión; segundo, por la inmovilidad de los receptores para ampliar las opciones de descarga y, tercero, por la patológica lentitud de movimientos en una estructura larga, de líneas muy separadas, que obliga a afinar la precisión y a excederse en el traslado. Para colmo, lo poco que Wilstermann generaba, era despilfarrado por Sossa.

A falta de perspectivas en el juego, el balón detenido aportó soluciones: Lenci se anticipó a la salida de Lampe y, de un estético taconazo, clavó el balón en la red, 1-0.

COMPLEMENTO

Universitario asumió un rol más audaz en la segunda mitad. Se paró más adelante, discutiéndole a los rojos la propiedad del balón. Como en tiempos de Villegas, Wilstermann se agazapó, peligrosamente, cerca de Vaca. Al no lograr sostener la posesión de la pelota, resignó territorio, apostando todos sus boletos al contragolpe. Pero, siendo un equipo de precaria capacidad contragolpeadora (es lento y nada desequilibrante en sus réplicas) y escuálida potencia ofensiva, aquella era una apuesta condenada al fracaso. Además, al concentrar sobre la defensa (resquebrajada y foco de inseguridad) todo el peso táctico de la batalla, se echó a andar sobre el alambre. Y lo pagaría.

Al ver que los rojos reforzaban su rácana conducta, colocando un volante de obstrucción (Melgar) en lugar del inocuo Sossa, Universitario redobló su apuesta ofensiva: quitó un lateral (Morales) y dio entrada al volante Julio Junco. Si bien no hubo un rediseño del dibujo (Vega mantuvo el dispositivo 4-2-3-1 con el retroceso de Bejarano al puesto de lateral), el equipo adquirió un perfil más ofensivo, aunque no resultó ser, como consecuencia, cualitativamente más peligroso. ¿Por qué? Porque falló el abastecimiento. La ansiedad atacante llevó a los hombres de ofensiva (Junco, Cirilo, Fernández, Peña y Paz) a tirarse muy de punta (llegando a dibujar un deformante 4-2-4), abandonando la tarea de construcción y delegándola, indolentemente, a Sacha Lima y Daniel Segovia, quienes sucumbieron ante la presión y superioridad numérica que los rojos imponían en la medular.

Cuando parecía que Wilstermann tenía controlado a Universitario, el partido se rompió. En una ráfaga (facturando la suicida propensión de los rojos a cometer infracciones cerca del área y favorecido por las turbulencias de la fastidiosa actividad eólica), Universitario volcó las cifras. Asumió, en breve lapso, impensada ventaja ante un desconcertado rival que, sin terminar de asimilar el primer golpe (cabezazo de Aguirre en el segundo palo, tras una peinada de Junco en el primero), acusaba el destructivo impacto del segundo (tiro libre de Sacha Lima que viajó limpio entre cabezas estériles y piernas ortopédicamente sujetas al césped). El desastre era completo. El equipo que, en su desesperada lucha por sumar, no podía permitirse ni un empate, quedaba inopinadamente desvalijado.

No obstante, antes del final, en un desesperado arrebato, tipo estampida más que un perfectamente urdido asalto de infantería, Wilstermann pudo aliviar su drama. Un sorpresivo disparo de Melgar, desde la media luna, encontró la inexorable y anhelante ruta de la red. Gol agónico y liberador. Gol redentor y satánico. Gol artístico e ilícito. El plácido vuelo trazado desde las botas de Eduardo Melgar había sido corrompido por la furtiva posición de Christian Vargas, quien escurríase inocente, cual sombra maligna, ante los sorprendidos ojos de un Lampe que, como quien ve a la mitológica Medusa, quedó petrificado. Vargas, que no atacó al balón, pudo interferir, desde su posición irregular, la visión del golero, viciando de ese modo la acción. El juez no lo interpretó así y, desde su error, insufló algo de aire a un Wilstermann moribundo.

Wilstermann: Daniel Vaca (5), Christian Vargas (5), Nilton de Oliveira (6), Félix Candia (6), Osvaldo Medina (5), Walter Veizaga (4), Maximiliano Andrada (5), Amílcar Sánchez (6), Fernando Sanjurjo (6), Fabricio Lenci (6), Nelson Sossa (4) (Víctor Hugo Melgar).

Universitario: Carlos Lampe (5), Óscar Añez (Sacha Lima, 6), Martin Aguirre (7), Rafael Segovia (6), Leonel Morales (5) (Julio Junco), Gustavo Paz (5), Milton Melgar (4), Marvin Bejarano (5), Diego Bengolea (6) (Aldo Peña), Horacio Fernández (5), Damián Cirillo (6).

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