Estados Unidos se precipita hacia un Congreso más polarizado y radical

Washinton, El País
Con seis días por delante hasta la fecha de la votación, los demócratas aún confían en mantener, aunque sea por una mínima diferencia, la mayoría en el Senado y no descartan conservar también el control de la Cámara de Representantes. La realidad es que, incluso en ese improbable escenario, el Congreso que surja de estas elecciones será más polarizado, más extremista y hará casi imposible la tarea de gobernar.

El optimismo de los demócratas es, fundamentalmente, la actitud obligada de un político en campaña electoral, pero se sustenta también en las más recientes encuestas, en las que sus candidatos han recortado distancias o han ganado la delantera en algunas carreras muy disputadas, como California, Colorado, Virginia Occidental, Illinois, Pensilvania y Nevada. Los republicanos conservan, sin embargo, una ventaja global en torno a siete puntos en las encuestas sobre el voto en el conjunto del país y mantienen diferencias sólidas en un número suficiente de circunscripciones como para tener fácilmente a su alcance la mayoría en la Cámara y pelear hasta el último voto por los escaños del Senado.

De los 435 escaños que se eligen en la Cámara -la totalidad de ese órgano-, los republicanos compiten con ciertas o altas posibilidades de éxito en un abanico de escaños que, según diferentes cálculos, oscilan entre los 50 y los 90. Necesitan capturar 39 escaños que actualmente poseen los demócratas, sin perder ninguno propio, para obtener la mayoría.

Para que los demócratas pudieran conservar su predominio, además de arrebatarle algún escaño a sus rivales -solo uno o dos son relativamente competitivos-, tendrían que revertir las encuestas en unos 40 distritos en los que están en desventaja. Es decir, necesitan una proeza.

En el Senado, sus posibilidades son algo mayores. De los 37 escaños que se someten a elección el 2 de noviembre -una tercera parte del total-, hay 19 que todavía están abiertos a distintas posibilidades y, de ellos, siete en los que demócratas o republicanos están empatados o con ventajas por debajo del margen de error de las encuestas. Los republicanos, que actualmente tienen 41 escaños de esa cámara, necesitan ganar al menos 10 de sus rivales para conseguir el control. En el caso, bastante probable, de que ambos partidos consigan 50 escaños, el vicepresidente, Joe Biden, que también ejerce la presidencia del Senado, votaría para romper los empates.

Cada partido ha expuesto ya sus argumentos en esta campaña y no cabe esperar novedades que provoquen un brusco cambio de la tendencia actual. Además del hecho de que la mayoría de los Estados tienen sistemas de votación por adelantado y hay millones de votos ya emitidos.

Por tanto, es fácil perfilar ya un Congreso donde las fuerzas radicales de uno y otro partido contarán con mucha mayor influencia. Entre los republicanos, claramente, la presencia en las listas electorales de candidatos del movimiento ultra Tea Party y la posibilidad de que al menos una veintena de ellos sean elegidos, es el anuncio de un significativo giro extremista.

Al menos en una primera fase, muchos de esos candidatos llegarán a Washington con la presión de ser fieles al proyecto radical por el que fueron elegidos, y lo harán desde posiciones de poder. Si los republicanos controlan la Cámara de Representantes, presidirán también los comités que la integran y gozarán del derecho a llamar a declarar que le corresponde a los presidentes de esos comités. La Administración de Barack Obama vivirá, por tanto, a partir del próximo martes bajo la nueva y permanente amenaza de las comisiones de investigación.

Algunos republicanos ya han anunciado que utilizarán todos sus recursos para frenar a Obama. La primera oportunidad para hacerlo será la discusión de los próximos presupuestos federales. El conservadurismo que llega está ideológicamente atado a la reducción del déficit y es muy poco probable que respalde un presupuesto que no lo haga de forma drástica.

Ese radicalismo ha potenciado en esta campaña también un cierto extremismo de parte del Partido Demócrata. Muchos de sus congresistas del ala derecha, los llamados Blue Dogs, están hoy en peligro de desaparición. Obama puede surgir como árbitro de esta situación. O en eso confía.

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