El narco fusila a 13 menores en un centro de desintoxicación de drogadictos en Tijuana
El hermano de Patricia González, ex fiscal de Chihuahua, acusa a su hermana de trabajar para el cartel de Juárez en un vídeo difundido por Internet
México, El País
Ya ni tiempo hay de enterrar a los muertos. Cuando los ataúdes grises de los 14 muchachos asesinados el viernes en Ciudad Juárez aún estaban abiertos, otro grupo de sicarios -también amparado en la noche y la impunidad- irrumpió en un centro de desintoxicación de drogadictos de Tijuana, formó a 13 de los internos junto a una tapia y los fusiló con armas de alto poder. Unos minutos más tarde, los autores de la matanza intervinieron la frecuencia de la policía y, sobre un fondo de narcocorridos, profirieron una amenaza: "Esto apenas empieza. Habrá 135 asesinatos". Un muerto por cada tonelada de marihuana que las autoridades decomisaron y quemaron hace solo unos días.
Es, desde hace tres años, el día a día, la noche a noche, de la frontera norte de México. Igual que sucedió 48 horas antes en Juárez, la matanza de Tijuana no fue más que una repetición exacta de otras ejecuciones múltiples, idénticas en su crueldad, todas sin un porqué exacto más allá de la guerra sin cuartel que mantienen los principales carteles de la droga entre sí y contra el Gobierno.
Las autoridades -incapaces de investigar, detener y juzgar a los culpables esbozan en las horas siguientes a cada asesinato una explicación sin demasiado sustento: "Los sicarios que mataron a los 14 adolescentes e hirieron a 19 más durante una fiesta de cumpleaños iban buscando a un tipo apodado el Ratón...". Nadie sabe cuál es el nombre real del Ratón, ni siquiera si existe, ni si quienes lo buscaban a balazo limpio pertenecen a los Aztecas o tal vez a los Artistas Asesinos, las bandas de sicarios del cartel de Juárez y del de Sinaloa. Lo único seguro son los 70 casquillos de fusiles AK-47 encontrados junto a un patio lleno de sangre y el llanto de un padre que, abrazado al ataúd de su hijo de 15 años, repite ante las cámaras: "Era un buen muchacho. Era un buen muchacho. No le hizo daño a nadie".
Durante un tiempo, el presidente Felipe Calderón hizo caso a los supuestos expertos que le asesoran en materia de seguridad y dijo que la práctica totalidad de los caídos procedía de las mismas filas del crimen organizado, sicarios, vendedores de drogas al por menor, carne de cañón. Ya, si lo piensa, no lo dice. Porque basta revisar las muertes de las últimas 72 horas para comprobar que los "daños colaterales" de la guerra contra el narcotráfico son cada vez más insoportables. Los 14 muchachos de Juárez, una mujer de 45 años y sus hijos, de 14 y 18, que se cruzaron en una refriega entre policías y narcotraficantes en Saltillo; un niño de 10 años y un adolescente de 15, víctimas también de sendas balas perdidas en Torreón...
Lo cierto es que tres años y 28.000 muertos después de iniciada la guerra contra el crimen organizado, los carteles de la droga no solo no parecen más débiles sino más bien todo lo contrario. Una de sus últimas demostraciones de fuerza tuvo lugar hoy mismo. Uno de los grupos criminales que operan en Ciudad Juárez colgó un vídeo en Youtube donde varios sicarios vestidos de militares y empuñando fusiles de alto poder entrevistan a un tal Mario Ángel González Rodríguez, hermano de Patricia González, hasta hace unas semanas procuradora de Justicia de Chihuhua, el Estado norteño al que pertenece Ciudad Juárez. Sentado en una silla y con grilletes en las manos, el secuestrado reconoce con aparente tranquilidad que su hermana trabajaba a sueldo del cartel de Juárez, que tenía una red de policías y abogados corruptos a su servicio -de los que proporciona nombres y apellidos- y que hasta llegó a ordenar algunos asesinatos, entre ellos los de dos periodistas. La pregunta es: ¿qué credibilidad se puede otorgar a las declaraciones de una persona interrogada por una banda de sicarios que, probablemente, ya lo habrán asesinado? En condiciones normales, ninguna. Pero esa es otra de las distorsiones que vive México: en Ciudad Juárez era un clamor que la peculiar forma de actuar de la procuradora Patricia González. Valga un dato, proporcionado a este periódico por el anterior alcalde de la ciudad, José Reyes Ferriz: de 10.000 detenidos por delitos flagrantes, la procuradora sólo encerró a 400.
México, El País
Ya ni tiempo hay de enterrar a los muertos. Cuando los ataúdes grises de los 14 muchachos asesinados el viernes en Ciudad Juárez aún estaban abiertos, otro grupo de sicarios -también amparado en la noche y la impunidad- irrumpió en un centro de desintoxicación de drogadictos de Tijuana, formó a 13 de los internos junto a una tapia y los fusiló con armas de alto poder. Unos minutos más tarde, los autores de la matanza intervinieron la frecuencia de la policía y, sobre un fondo de narcocorridos, profirieron una amenaza: "Esto apenas empieza. Habrá 135 asesinatos". Un muerto por cada tonelada de marihuana que las autoridades decomisaron y quemaron hace solo unos días.
Es, desde hace tres años, el día a día, la noche a noche, de la frontera norte de México. Igual que sucedió 48 horas antes en Juárez, la matanza de Tijuana no fue más que una repetición exacta de otras ejecuciones múltiples, idénticas en su crueldad, todas sin un porqué exacto más allá de la guerra sin cuartel que mantienen los principales carteles de la droga entre sí y contra el Gobierno.
Las autoridades -incapaces de investigar, detener y juzgar a los culpables esbozan en las horas siguientes a cada asesinato una explicación sin demasiado sustento: "Los sicarios que mataron a los 14 adolescentes e hirieron a 19 más durante una fiesta de cumpleaños iban buscando a un tipo apodado el Ratón...". Nadie sabe cuál es el nombre real del Ratón, ni siquiera si existe, ni si quienes lo buscaban a balazo limpio pertenecen a los Aztecas o tal vez a los Artistas Asesinos, las bandas de sicarios del cartel de Juárez y del de Sinaloa. Lo único seguro son los 70 casquillos de fusiles AK-47 encontrados junto a un patio lleno de sangre y el llanto de un padre que, abrazado al ataúd de su hijo de 15 años, repite ante las cámaras: "Era un buen muchacho. Era un buen muchacho. No le hizo daño a nadie".
Durante un tiempo, el presidente Felipe Calderón hizo caso a los supuestos expertos que le asesoran en materia de seguridad y dijo que la práctica totalidad de los caídos procedía de las mismas filas del crimen organizado, sicarios, vendedores de drogas al por menor, carne de cañón. Ya, si lo piensa, no lo dice. Porque basta revisar las muertes de las últimas 72 horas para comprobar que los "daños colaterales" de la guerra contra el narcotráfico son cada vez más insoportables. Los 14 muchachos de Juárez, una mujer de 45 años y sus hijos, de 14 y 18, que se cruzaron en una refriega entre policías y narcotraficantes en Saltillo; un niño de 10 años y un adolescente de 15, víctimas también de sendas balas perdidas en Torreón...
Lo cierto es que tres años y 28.000 muertos después de iniciada la guerra contra el crimen organizado, los carteles de la droga no solo no parecen más débiles sino más bien todo lo contrario. Una de sus últimas demostraciones de fuerza tuvo lugar hoy mismo. Uno de los grupos criminales que operan en Ciudad Juárez colgó un vídeo en Youtube donde varios sicarios vestidos de militares y empuñando fusiles de alto poder entrevistan a un tal Mario Ángel González Rodríguez, hermano de Patricia González, hasta hace unas semanas procuradora de Justicia de Chihuhua, el Estado norteño al que pertenece Ciudad Juárez. Sentado en una silla y con grilletes en las manos, el secuestrado reconoce con aparente tranquilidad que su hermana trabajaba a sueldo del cartel de Juárez, que tenía una red de policías y abogados corruptos a su servicio -de los que proporciona nombres y apellidos- y que hasta llegó a ordenar algunos asesinatos, entre ellos los de dos periodistas. La pregunta es: ¿qué credibilidad se puede otorgar a las declaraciones de una persona interrogada por una banda de sicarios que, probablemente, ya lo habrán asesinado? En condiciones normales, ninguna. Pero esa es otra de las distorsiones que vive México: en Ciudad Juárez era un clamor que la peculiar forma de actuar de la procuradora Patricia González. Valga un dato, proporcionado a este periódico por el anterior alcalde de la ciudad, José Reyes Ferriz: de 10.000 detenidos por delitos flagrantes, la procuradora sólo encerró a 400.