Crisis española: La rectificación
Zapatero encarga a Rubalcaba y a un Gobierno con más cuajo recuperar la confianza perdida
Madrid, El País
La reacción de alivio que experimentó el partido del Gobierno y, sin duda alguna, una parte importante del electorado de centroizquierda tras la remodelación del Ejecutivo anunciada por el presidente Rodríguez Zapatero, ofrece la medida justa del momento desesperado por el que atravesaba el proyecto socialista por el elevado desempleo, el desplome en las encuestas y el distanciamiento de sus bases tras el giro en política económica forzado por la crisis financiera. De momentos así solo se sale con operaciones de envergadura. Y Zapatero ha cerrado dos en apenas unos días: un pacto parlamentario que le asegura la legislatura y la mayor remodelación de su Gobierno desde 2004, no solo por el número de ministros afectados, sino, sobre todo, por la impronta de la operación, lejos del gusto por la sorpresa que siempre ha caracterizado la formación de sus gabinetes. Una remodelación, en definitiva, dirigida a insuflar dinamismo en el último tramo del mandato y a ordenar la decisión sobre su tercera candidatura, o sobre su sucesión.
Era incoherente que el giro en las prioridades no hubiera ido acompañado por una modificación del equipo encargado de aplicarlas. Zapatero tenía la teoría de que introducir cambios ahora retrasaría la aplicación de las reformas. Ese criterio se mantiene en parte: no hubiera sido razonable que el día que se aprueba el Presupuesto se despida a la vicepresidenta que lo ha elaborado y responde de su cumplimiento.
Pero no es menos cierto que el presidente sí ha rectificado ese criterio en parte. El cambio más importante es la sustitución de la vicepresidenta Fernández de la Vega por Pérez Rubalcaba, que también asume la portavocía del Gobierno. Lo principal es el enorme protagonismo público y parlamentario que adquiere y que su ascenso sea compatible con su continuidad en Interior. Habría sido un error hacerlo a costa de dejar inconclusa la tarea para la que fue nombrado en 2006: el fin de ETA.
Otro acierto supone el nombramiento de Ramón Jáuregui como ministro de la Presidencia, después de haber prescindido incomprensiblemente de él como portavoz parlamentario adjunto para enviarlo al Parlamento Europeo. La carrera de Jáuregui, del Ayuntamiento donostiarra al Consejo de Ministros, pasando por todas las Administraciones, define una trayectoria inversa a la de tantos políticos llegados a la cumbre sin apenas experiencia de gestión. La sustitución de Corbacho en Trabajo ha resultado la más obvia al entrar un especialista como Valeriano Gómez, encargado de una tarea difícil: restablecer el diálogo con los sindicatos sin modificar la reforma laboral y pactando la de las pensiones para evitar desbordamientos a la francesa. La presencia de Rosa Aguilar, ex alcaldesa de IU en Córdoba, en Medio Ambiente es un gesto hacia el electorado de izquierda.
Es llamativo (y polémico, a la vista de las expectativas levantadas) que los dos ministerios que desaparecen en aras de la austeridad sean los de Igualdad y Vivienda, con la particularidad de que sus titulares, Aído y Corredor, siguen al frente de esas competencias, pero ahora como secretarias de Estado. También es significativa la salida de Moratinos. El principal cometido de su sucesora, Trinidad Jiménez, será definir una línea de política exterior más claramente identificable por sus prioridades. Su sustitución por Leire Pajín, desplazada del partido, guarda seguramente más relación con los equilibrios internos que con su preparación para el puesto.
De todo ello se deduce que el criterio esencial ha sido ahora el de rodearse de ministros con más peso político, capaces de formular y ejecutar políticas y no limitarse a enunciar la posición oficial. Al igual que con el giro en economía, el acierto de Zapatero consiste esta vez en su mayor rectificación: el abandono de su idea de que la política la hace el presidente, y que los ministros son meros auxiliares suyos.
Madrid, El País
La reacción de alivio que experimentó el partido del Gobierno y, sin duda alguna, una parte importante del electorado de centroizquierda tras la remodelación del Ejecutivo anunciada por el presidente Rodríguez Zapatero, ofrece la medida justa del momento desesperado por el que atravesaba el proyecto socialista por el elevado desempleo, el desplome en las encuestas y el distanciamiento de sus bases tras el giro en política económica forzado por la crisis financiera. De momentos así solo se sale con operaciones de envergadura. Y Zapatero ha cerrado dos en apenas unos días: un pacto parlamentario que le asegura la legislatura y la mayor remodelación de su Gobierno desde 2004, no solo por el número de ministros afectados, sino, sobre todo, por la impronta de la operación, lejos del gusto por la sorpresa que siempre ha caracterizado la formación de sus gabinetes. Una remodelación, en definitiva, dirigida a insuflar dinamismo en el último tramo del mandato y a ordenar la decisión sobre su tercera candidatura, o sobre su sucesión.
Era incoherente que el giro en las prioridades no hubiera ido acompañado por una modificación del equipo encargado de aplicarlas. Zapatero tenía la teoría de que introducir cambios ahora retrasaría la aplicación de las reformas. Ese criterio se mantiene en parte: no hubiera sido razonable que el día que se aprueba el Presupuesto se despida a la vicepresidenta que lo ha elaborado y responde de su cumplimiento.
Pero no es menos cierto que el presidente sí ha rectificado ese criterio en parte. El cambio más importante es la sustitución de la vicepresidenta Fernández de la Vega por Pérez Rubalcaba, que también asume la portavocía del Gobierno. Lo principal es el enorme protagonismo público y parlamentario que adquiere y que su ascenso sea compatible con su continuidad en Interior. Habría sido un error hacerlo a costa de dejar inconclusa la tarea para la que fue nombrado en 2006: el fin de ETA.
Otro acierto supone el nombramiento de Ramón Jáuregui como ministro de la Presidencia, después de haber prescindido incomprensiblemente de él como portavoz parlamentario adjunto para enviarlo al Parlamento Europeo. La carrera de Jáuregui, del Ayuntamiento donostiarra al Consejo de Ministros, pasando por todas las Administraciones, define una trayectoria inversa a la de tantos políticos llegados a la cumbre sin apenas experiencia de gestión. La sustitución de Corbacho en Trabajo ha resultado la más obvia al entrar un especialista como Valeriano Gómez, encargado de una tarea difícil: restablecer el diálogo con los sindicatos sin modificar la reforma laboral y pactando la de las pensiones para evitar desbordamientos a la francesa. La presencia de Rosa Aguilar, ex alcaldesa de IU en Córdoba, en Medio Ambiente es un gesto hacia el electorado de izquierda.
Es llamativo (y polémico, a la vista de las expectativas levantadas) que los dos ministerios que desaparecen en aras de la austeridad sean los de Igualdad y Vivienda, con la particularidad de que sus titulares, Aído y Corredor, siguen al frente de esas competencias, pero ahora como secretarias de Estado. También es significativa la salida de Moratinos. El principal cometido de su sucesora, Trinidad Jiménez, será definir una línea de política exterior más claramente identificable por sus prioridades. Su sustitución por Leire Pajín, desplazada del partido, guarda seguramente más relación con los equilibrios internos que con su preparación para el puesto.
De todo ello se deduce que el criterio esencial ha sido ahora el de rodearse de ministros con más peso político, capaces de formular y ejecutar políticas y no limitarse a enunciar la posición oficial. Al igual que con el giro en economía, el acierto de Zapatero consiste esta vez en su mayor rectificación: el abandono de su idea de que la política la hace el presidente, y que los ministros son meros auxiliares suyos.