"Kennedy era egoísta, solo le interesaba aliviarse"
J. M. MARTÍ FONT
Jed Mercurio (Staffordshire, 1966) ha escrito un libro sorprendente y muy divertido: Un adúltero americano (Anagrama), en el que novela la vida sexual de un priápico notable, el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy, que sufría fuertes migrañas si pasaba más de tres días sin fornicar. El recurso de la ficción le permite a este médico reconvertido en escritor fabular sobre cómo sería la vida íntima del presidente y describir también la gran política y las costumbres de esa época extraordinaria.
Mercurio estudió Medicina en la Universidad de Birmingham y trabajó como médico en un hospital hasta que un día leyó un anuncio en una revista médica que pedía asesores para una serie de televisión y se presentó. De ahí salió su primer éxito: Cardiac Arrest. Esta formación es la que le permite describir con pelos y señales -y una saludable distancia- los muy reales problemas de salud que padecía el inquilino de la Casa Blanca: desde sus diarreas hasta la enfermedad de Addison, pasando por la rinitis, osteoporosis o la prostatitis.
Pregunta. ¿Kennedy practicaba el sexo por razones de salud? De su libro parece deducirse que su mente funcionaba mejor tras fornicar.
Respuesta. Lo usaba como una forma de terapia, pero creo que lo convirtió en un hábito; si no tenía sexo se deprimía. Se había acostumbrado de tal manera a la idea de que el sexo era lo que le relajaba, que ciertamente le relajaba, pero la cantidad de sexo que practicaba, el número de mujeres con las que lo hacía, va mucho más allá de lo racional, de la cuestión terapéutica. Creo que simplemente le gustaba.
P. ¿Con qué asiduidad practicaba el sexo?
R. Es difícil de saber, pero la pista más famosa se la dio él mismo al primer ministro británico Harold McMillan cuando le dijo que más de tres días sin acostarse con una mujer le producía tremendas migrañas. Es decir: solo podía estar tres días seguidos sin sexo antes de estresarse.
P. ¿En términos literarios sería un Don Juan o un Casanova?
R. Sus motivaciones respecto al sexo han quedado en la oscuridad. Pero el motivo de la salud es algo que le hace único; ninguno de estos dos arquetipos hubieran dicho que si no tenían sexo se ponían enfermos. Es algo más cercano a un adicto o a una personalidad compulsiva, que a un gran amante. De hecho, muchas de sus parejas sexuales dijeron que no estaba interesado en las técnicas amatorias.
P. No era un buen amante.
R. No. Era muy egoísta. Le interesaba aliviarse rápidamente y nada más. Hay una cita de la actriz Angie Dickinson, que lo cifraba en 20 segundos.
P. ¿Era un predador sexual? ¿Eran consentidas todas esas relaciones o usaba su poder para someter a las mujeres?
R. No descarto que algunas mujeres se sintieran forzadas o violadas. Es una cuestión moral que dejo abierta al lector. También es cierto que en aquellos años esta era una manera de entender el sexo. Estoy seguro que a Clinton le hubiera gustado vivir en tiempos de Kennedy, cuando había un pacto de silencio en la prensa sobre la vida privada de los políticos. Pero al final del libro apunto que si no hubiera sido asesinado en Dallas un escándalo amenazaba su carrera.
Jed Mercurio (Staffordshire, 1966) ha escrito un libro sorprendente y muy divertido: Un adúltero americano (Anagrama), en el que novela la vida sexual de un priápico notable, el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy, que sufría fuertes migrañas si pasaba más de tres días sin fornicar. El recurso de la ficción le permite a este médico reconvertido en escritor fabular sobre cómo sería la vida íntima del presidente y describir también la gran política y las costumbres de esa época extraordinaria.
Mercurio estudió Medicina en la Universidad de Birmingham y trabajó como médico en un hospital hasta que un día leyó un anuncio en una revista médica que pedía asesores para una serie de televisión y se presentó. De ahí salió su primer éxito: Cardiac Arrest. Esta formación es la que le permite describir con pelos y señales -y una saludable distancia- los muy reales problemas de salud que padecía el inquilino de la Casa Blanca: desde sus diarreas hasta la enfermedad de Addison, pasando por la rinitis, osteoporosis o la prostatitis.
Pregunta. ¿Kennedy practicaba el sexo por razones de salud? De su libro parece deducirse que su mente funcionaba mejor tras fornicar.
Respuesta. Lo usaba como una forma de terapia, pero creo que lo convirtió en un hábito; si no tenía sexo se deprimía. Se había acostumbrado de tal manera a la idea de que el sexo era lo que le relajaba, que ciertamente le relajaba, pero la cantidad de sexo que practicaba, el número de mujeres con las que lo hacía, va mucho más allá de lo racional, de la cuestión terapéutica. Creo que simplemente le gustaba.
P. ¿Con qué asiduidad practicaba el sexo?
R. Es difícil de saber, pero la pista más famosa se la dio él mismo al primer ministro británico Harold McMillan cuando le dijo que más de tres días sin acostarse con una mujer le producía tremendas migrañas. Es decir: solo podía estar tres días seguidos sin sexo antes de estresarse.
P. ¿En términos literarios sería un Don Juan o un Casanova?
R. Sus motivaciones respecto al sexo han quedado en la oscuridad. Pero el motivo de la salud es algo que le hace único; ninguno de estos dos arquetipos hubieran dicho que si no tenían sexo se ponían enfermos. Es algo más cercano a un adicto o a una personalidad compulsiva, que a un gran amante. De hecho, muchas de sus parejas sexuales dijeron que no estaba interesado en las técnicas amatorias.
P. No era un buen amante.
R. No. Era muy egoísta. Le interesaba aliviarse rápidamente y nada más. Hay una cita de la actriz Angie Dickinson, que lo cifraba en 20 segundos.
P. ¿Era un predador sexual? ¿Eran consentidas todas esas relaciones o usaba su poder para someter a las mujeres?
R. No descarto que algunas mujeres se sintieran forzadas o violadas. Es una cuestión moral que dejo abierta al lector. También es cierto que en aquellos años esta era una manera de entender el sexo. Estoy seguro que a Clinton le hubiera gustado vivir en tiempos de Kennedy, cuando había un pacto de silencio en la prensa sobre la vida privada de los políticos. Pero al final del libro apunto que si no hubiera sido asesinado en Dallas un escándalo amenazaba su carrera.