Varallo, el Cañoncito de Boca

Óscar García
La prolífica carrera realizadora de Martín Palermo nos ha permitido rescatar del olvido a uno de los grandes goleadores de la historia de Boca, Pancho Varallo. Los cronistas de la época contaban que no era un virtuoso con el balón en los pies y su nivel técnico no era nada brillante, pero la potencia de su disparo le convirtió en uno de los delanteros más temibles del fútbol argentino en los años 30.

Conocido como Cañoncito o El perforador de Boca, Varallo fue un grande en una época que nos regaló grandes talentos como Cherro, otro goleador excelso con el que compartió vestuario en Boca. En ocho temporadas logró 194 tantos, una cifra mítica en el imaginario boquense y que le convierte en una de las referencias indiscutibles en la brillante historia del club. Nacido en 1910 en La Plata, Varallo aún disfruta de los éxitos de Boca y tiene el privilegio de ser el único futbolista que aún está con vida de los que disputó en 1930 el primer Mundial.

Cuenta la leyenda que la potencia del disparo de Varallo provenía de su infancia, cuando se quitaba las zapatillas y pegaba a la pelota descalzo. Le preocupaba romperlas y que su padre le reprendiera por ello. Le pegaba con las dos piernas y en su club de entonces, el 12 de Octubre, le prepararon un balón con una cámara dentro de otra para que fuera más pesada. Por eso, de profesional, la pelota le parecía ligera. Cuando llovía, se ponía pesada y sólo él era capaz de darle con la misma fuerza.

En los comienzos de toda estrella, de todo héroe local, la realidad acostumbra a sobredimensionarse, pero en el caso de Varallo no se ha exagerado lo suficiente, no se le ha reconocido como merece su valor hasta que apareció Palermo para amenazar su récord de goles.

Debutó en Primera División a los 18 años, con Gimnasia y Esgrima de La Plata, y en 1931 fue el gran protagonista del mercado en un fútbol en el que se acaba de instaurar el profesionalismo. Boca le pagó una ficha de 10.000 pesos y un sueldo mensual de 800. Cifras de estrella que junto a la presión ejercida por su familia acabaron de convencerle de que firmara por Boca. Varallo no quería abandonar Gimnasia, porque en La Plata estaba su vida, su familia y sus amigos. Allí trabajaba como escribiente de la Policía, pero en Boca el fútbol pasó a ser su única actividad profesional.

Campeón en 1931, 34 y 35, Varallo jugaba en Gimnasia de puntero derecho, pero cuando llegó a Boca, entre Mario Fortunato y Roberto Cherro le convencieron de que su posición ideal era la de delantero centro. Varallo no tardó en superar sus recelos iniciales al cambio de puesto y junto al propio Cherro y Benítez Cáceres formó una de las mejores tripletas de ataque de la historia de Boca.

Intento de detención

Pero en Boca no todo fue bonito para Varallo, que en la segunda vuelta del campeonato de 1933 vivió uno de los peores momentos de su vida. En la primera vuelta, Basílico, defensa de River, se había roto la clavícula en un salto con Varallo, al que se le culpó de la lesión. En la vuelta, el árbitro intentó poner paz y antes de comenzar el encuentro logró que Varallo y Basílico se dieran la mano para olvidar lo sucedido. Sin embargo, en el primer choque entre ambos, Basílico sufrió la fractura de un brazo. Los jugadores de River se abalanzaron sobre Varallo y la policía entró al campo para llevárselo detenido. El árbitro lo impidió. Boca acabó perdiendo ese partido y Varallo no completó una de sus actuaciones más brillantes.

En 1939 una lesión de rodilla le obligó a retirarse. Dos años antes, una entrada de un jugador de San Lorenzo le hizo resentirse de un golpe recibido durante un partido con la selección. No quiso operarse, porque en aquella época una operación solía significar el final de la carrera para un futbolista. Aguantó gracias a los cuidados de Hanai, un masajista japonés que trabajaba para Boca. En 1938 sólo jugó un partido, pero en el 39, sin entrenar, fue el máximo goleador del equipo. Se pasaba prácticamente toda la semana en la cama y se levantaba para jugar. Al final de esa campaña, se operó y tuvo que dejar el fútbol.

Entrenador de Gimnasia entre 1957 y 1959, Varallo desempeñó posteriormente varios empleos. Trabajó en el Ministerio de Trabajo, fue profesor de educación física, vendió licores y tuvo una empresa de transporte escolar.

Famoso por su gol de la agonía, ese que llegaba en los últimos minutos, cuando todo estaba perdido y le daban el balón a él para que arreglara los problemas, Varallo fue nombrado personalidad ilustre de la Provincia de Buenos Aires. Recibió el galardón en La Plata junto a uno de los grandes ídolos de River, Adolfo Pedernera.

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