La vida indecente de una chica Playboy

Kendra Wilkinson, con quien el dueño de Playboy, tuvo un escandaloso romance, revela en sus memorias cómo fue compartir al magnate con otras mujeres, sus orgías, y el raro placer de acostarse con un hombre que podía ser su abuelo.
Kendra es, para muchos, una de las mujeres más depravadas de la Tierra. Para otros, sencillamente vislumbró su destino junto a un millonario excéntrico y lo tomó. En el 2004, esta californiana de origen humilde aceptó irse a vivir con Hugh Hefner, dueño del imperio de pornografía Playboy, pese a que él contaba con 78 años y ella tenía 18.

Y eso no era todo: ella debía compartir a su nuevo amor con amantes esporádicas y otras dos novias oficiales, Holly Madison y Bridget Marquardt, con quienes le tocó convivir en la célebre mansión Playboy, algo así como el sancta sanctorum de la lujuria en Los Ángeles.

El escándalo del viejo sinvergüenza y sus tres ninfas estremeció al jet-set, pero el mundo terminó por habituarse a verlos hacer de frente lo que muchos hacen a escondidas.

Por muy conocida que sea la historia y hasta haya tenido su propio reality show, The Girls Next Door, la curiosidad sobre la vida en la mansión Playboy siempre es insaciable, sobre todo, acerca de sus míticas noches de sexo y la mentalidad de una mujer que acepta ser parte de un harem. Ahora, muchas de esas preguntas son absueltas por la propia Kendra en sus nuevas memorias, Sliding into Home.

Allí asegura ser hoy una feliz madre y esposa, con un muy sintonizado reality, Kendra, pero también confiesa que para llegar allí fue preciso atravesar por experiencias muy dolorosas desde niña. A los 12 años comenzó a tomar alcohol, por lo cual su madre la hizo pasar la noche en una correccional de jóvenes, donde unos policías estuvieron a punto de violarla. A los 13, sus encantos tentaron a un profesor de matemáticas que le ofreció las mejores notas si iba a su clase siempre en minifalda. Aceptó y siempre tuvo una A sin esfuerzo.

El tiempo en que no estudiaba, Kendra lo pasaba consumiendo drogas. Las probó todas: metanfetaminas, ácidos, marihuana, muchas píldoras y, sobre todo, cocaína, de la cual tuvo una sobredosis: “Sangraba por cada orificio de mi cuerpo y pensé que moriría esa noche”, dice en su libro. En esa época también quiso suicidarse: “Me pinchaba el brazo con unas tijeras hasta que un chorro de sangre corría por mi mano. En otra ocasión me colé en un consultorio médico y me tomé todas las medicinas que encontré (...). Pasé dos semanas en una clínica mental, donde traté de envenenarme ingiriendo un tubo de crema dental”.

A la postre, dejó las drogas y las ganas de morir, y se convirtió en stripper. “Por primera vez me sentí sexy y poderosa. Era la que más ganaba en aquel club. Pero pensé que lo haría mejor si tuviera unos senos más grandes, así que trabajé derecho dos noches para operarme y tener los pechos de mis sueños”.

Fue en ese camino que unas fotos suyas llegaron a Hugh Hefner, quien la llamó personalmente para que trabajara como conejita, semidesnuda, durante su cumpleaños en su mansión. De paso, le pidió que fuera su novia.
Kendra cuenta que fue su propio novio el que la llevó a la fiesta y que esa misma noche Hef, como lo llaman sus mujeres, le pareció encantador e impactante. Minutos después de ir saludarla a donde la estaban maquillando, cosa que nunca hacía, le dijo que la esperaba en su mesa. Al llegar allí, lo vio rodeado de muchas mujeres, a cual más parecidas a la muñeca Barbie, entre ellas, las otras dos novias de Hef, Holly y Bridget.

“Ellas me mostraron los dientes apenas me vieron”, relata. Mucho más furiosas se pusieron cuando él las ignoró por contemplar sólo a Kendra durante toda la fiesta, hasta que logró seducirla: “No vi en él a un hombre cuatro veces mayor que yo y con cientos de novias. Aunque lo acababa de conocer, vi a un ser dulce, quien me hizo sentir realmente bien conmigo misma, un verdadero caballero. Era raro, pero en mi corazón, me sentía con alguien en quien podía confiar”.

A los pocos días ya vivía en la mansión Playboy y tenía su primera noche de sexo con el millonario. “Una de las chicas me preguntó si quería subir a la habitación de Hef. En mi cabeza resonaba la voz de mi madre diciéndome: ‘¿sabes que ellos hacen orgías allí?’. Pero me dije: OK, si me toca hacerlo…”. Además, todas las que estaban en la casa accedían y si yo no lo hubiese hecho habría sido raro. Una por una, ellas se lanzaban sobre Hef y tenían sexo con él por cerca de un minuto. Yo estudié cada uno de sus movimientos. Cuando me tocó el turno, fue muy raro, pues no pensaba en lo viejo que era él. Al final, todos los cuerpos funcionan igual. Yo quería estar ahí”.

Y ahí se quedó por cinco años, como protagonista de los rituales de sexo con Hef, dos veces por semana, y sus derroches de lujo. Eso sí, la fama y el dinero que obtuvo en cinco años de su extraña relación con él, también le costaron soportar las intrigas y bofetadas de las otras dos amantes de él y las bellezas que se paseaban por la casa dispuestas a sacarla del camino.

Kendra le fue infiel a Hef con Hank Baskett, uno de los jugadores de fútbol americano mejor pagados, pero cuando lo supo, no sólo la dejó ir de la mansión en buenos términos, sino que la entregó el día de su boda con Hank. “Siempre lo amaré”, dice hoy acerca del lascivo magnate que la catapultó a la fama.

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