Fútbol boliviano: Wilstermann se hundió en su pobreza

José Valdimir Nogales
Un deteriorado Wilstermann (que padece un incurable mal de ausencias) volvió a sumergirse en las tenebrosas sombras del descenso, al caer incuestionablemente frente a San José (1-3) en el estadio Capriles.

Tan pobre fue el juego de Wilstermann que San José lució imperial. Y, en realidad, su imagen no fue tan impactante, más allá de los muchos méritos que le caben en la justa victoria. Ocurre que el de Ferrufino es un cuadro correcto, pero nada excepcional. Hace de la disciplina una virtud y del practicismo su religión. No le sobra talento (más allá de la excelente actuación de Regis de Souza) y sí mucha convicción y laboriosidad. Pero no es ningún conjunto superlativo. Su imagen, que en buena teoría no alcanza para mayúsculas gestas, se agigantó proporcionalmente al descalabro de los rojos, de cuyo estado depresivo se alimentó para crecer colectivamente y redondear un triunfo balasámico.

El derrumbe del vigente campeón (a cuya sombra apenas se asemeja) es explicable a partir del cúmulo de bajas que, por lesión e inhabilitación (Veizaga, Machado, Olivares, Sanjurjo y Ortíz), han socavado la estructura y, consecuentemente, resentido el funcionamiento. Para un equipo que se estremece dramáticamente ante la pérdida de uno de sus componentes, la sustracción de un puñado de piezas fundamentales resultó devastador. Obviamente, esto revela lo escasamente compensada que está la plantilla o, peor aún, deja en evidencia la capacidad del entrenador para arreglarse con lo que tiene a mano, que resultó pírrico. A todo ello debe agregarse -y no como un elemento causal menor- la nítida caída en la productividad de las individualidades. Todos sin excepción (incluyendo al golero Daniel Vaca) padecen, por estos sombríos días, una merma en su rendimiento. Y si, como sabemos, el concepto de equipo constituye la sumatoria de sus elementos componentes, poco puede esperarse, en materia de productividad, si alarmante resulta la pobreza de las respuestas. Eso si, aunque sea precariamente, es posible sumar algo.

Frente a San José, Wilstermann no consiguió conjuncionar nada positivo. Y si algo sumó, en calamitosas magnitudes, fueron errores. El equipo exhibió una impresionante cadena de groseros errores convertidos en desperfectos que, luego, alimentaron el caos. De equipo parchado, Wilstermann pasó, sin etapas intermedias, a un cuadro desesperado, sin plan y sin gobierno. El técnico Villegas (que no acertó con la alineación) poco hizo por reencauzar el juego.

PARTIDO

Mal parado atrás (sin complementación entre los centrales ni confiabilidad en el aporte de los laterales), Wilstermann contagió tamaña inseguridad entre sus componentes que, en breve, se hizo muy propenso al error, desmadejándose dramáticamente ante un ataque mínimamente organizado. Tal defección se vio potenciada por la ausencia de marca en mitad de cancha, donde Melgar apenas exhibió capacidad de corte, escasamente respaldado por el nimio retroceso de Andrada y Sánchez. Huérfano y sin oficio, Melgar sucumbió.

Al quedar muy temprano en desventaja (Miranda, sin marca, disparó a placer desde la frontal), Wilstermann debió empeñarse con el balón, exprimir al máximo el potencial creativo de sus rudimentarias herramientas. Lógicamente, fracasó en el intento. Salaberry, como enganche, fue un fiasco. Apenas se conectó con los ejes de salida (se incrustó entre los centrales rivales), obligando a que el juego discurriese por las bandas, por donde nunca se mezclaron eficientemente Sánchez-Zabala y Torrico-Andrada, fragmentando el juego y reduciendo las evoluciones ofensivas a banales patriadas individualistas.

Ante el fracaso del plan, Villegas introdujo correctivos: 1) dio entrada Christian Vargas (quitó a Zabala) para fortalecer la marca y disponer de un eficiente vehículo de salida. 2) Pretendió mejorar la elaboración con la inserción de Picciolo, pero sacrificando a Andrada cuando Salaberry cuajaba un cotejo deplorable. Cierto es que con Vargas el carril derecho quedó mejor protegido, no así el izquierdo, a donde Jair Torrico fue confinado. Picciolo, por su parte, no contribuyó a clarificar la generación de juego y, menos aún, a enriquecerlo. Su fútbol, goloso e impreciso, restó profundidad, más allá de que intentó conectarse con los dos inexpresivos puntas (Sossa y Lenci).

Casi al final de la etapa, Wilstermann sufrió una segunda anotación, fabricada en un profundo contragolpe iniciado por derecha y culminado por Puma.

A la segunda mitad Wilstermann compareció con toda la baraja de defectos e imperfecciones que, lejos de insinuar la épica de una remontada, le expuso a una goleada insultante. Se afanó desesperadamente en incoherentes tareas ofensivas (excesivo individualismo, irritante imprecisión, infantil descoordinación), pero desprotegiéndose atrás, donde Regis de Souza, sagazmente instalado sobre la posición del impresentable Jair Torrico, desquició a una defensa que, atolondrada, nunca tomaba mínimos recaudos para neutralizarlo.

La insistencia de los rojos era ciega. Su propuesta constructiva apenas instintiva, a puro derroche de testosterona. Nada de ingenio, nada de pausa, nada de pensamiento, de un toque reflexivo, de una acción solidaria. Todo estaba deshilachado, el plan, el juego, las respuestas. No existía esperanza de nada. Peor con un atacante como Sossa cuya tóxica inocuidad resulta nociva.

El tercer gol (un impresionante bombazo de Escalante, a metros de cruzar la divisioria) retrató el momento de Wilstermann: sin marca en el medio, indefenso atrás y con una desvanecida fiabilidad bajo los palos. Y si bien Candia (con un cabezazo) descontó, el ímpetu subsecuente no alcanzó -dadas las monumentales carencias para su materialización- para sustentar una utópica resurreción. Al contrario, desprolija e irresponsablemente empeñado en la caótica búsqueda de otro descuento (pero sin elaborar algo decente con el balón, fruto de la descoordinación de movimientos y de la impericia con la que, colectivamente, se trataba al balón), Wilstermann se expuso a una goleada histórica, negada por la gula de Regis de Souza.

Ganó cómodamente San José, pero la amplitud de las cifras y de la producción está estecha e indisolublemente vinculada a la patética realidad de los empobrecidos rojos.

Wilstermann: Vaca (4), Jair Torrico (2), Candia (5), Niltao (4), Zabala (3) (Vargas, 6), Melgar (4), Andrada (5) (Picciolo, 4), Sánchez (4), Salaberry (4), Sossa (3), Lenci (4).

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