Asia intenta dejar atrás la II Guerra Mundial
Tokio, El País
La práctica totalidad de los japoneses jamás había oído hablar al emperador Hirohito antes del 15 agosto de 1945, el día en que los transistores radiaron por primera vez su voz proclamando la rendición de Japón y de esta manera el final de la II Guerra Mundial. Ayer se cumplieron 65 años de ese día y buena parte de Asia oriental celebró con emoción un aniversario marcado por la voluntad japonesa de cerrar las heridas infligidas a sus vecinos hace ya más de medio siglo.
En Tokio, el primer ministro, Naoto Kan, y Akihito, actual emperador e hijo de Hirohito, pidieron perdón por el sufrimiento causado a la región durante la guerra. Lo hicieron en una ceremonia celebrada en el estadio Nippon Budokan para honrar la memoria de los más de tres millones de japoneses fallecidos en la guerra. Al acto acudieron unas 6.000 personas, muchos de ellos ancianos que aún recuerdan ese 15 de agosto en el que Hirohito les animó a "soportar lo insoportable".
"Hemos causado un gran daño y sufrimiento a muchas naciones durante la guerra, especialmente a los pueblos de Asia. Sentimos un profundo pesar y ofrecemos nuestras más sinceras condolencias a todos los que sufrieron y a sus familias", dijo el primer ministro en su discurso. "Siento, una vez más, una profunda tristeza por los muchos que perdieron sus preciosas vidas y por sus familias", manifestó Akihito tras presidir un minuto de silencio y hacer una solemne reverencia frente a los miles de crisantemos que se ofrendaron a los fallecidos.
Tanto Kan como los miembros de su Gabinete rompieron ayer también con una nefasta tradición y declinaron visitar el polémico santuario tokiota de Yasukuni, donde están canonizados muchos de "los caídos por Japón" desde finales del siglo XIX, lo que incluye también a varios criminales de guerra del Ejército imperialista. Como en anteriores años, sí realizaron la visita muchos integrantes del derechista Partido Liberal Demócrata, entre ellos su líder, Sadakazu Tanigaki, y el ex primer ministro Shinzo Abe. También asistieron al santuario los ultraderechistas Jean Marie Le Pen y Adam Walker, dirigentes del Frente Nacional francés y del Partido Nacional Británico, respectivamente.
Pese a estos polémicos tributos, la de ayer ha sido hasta la fecha una de las disculpas más sentidas de Japón, que hace apenas unos días conmemoraba los aniversarios de los bombardeos atómicos de Nagasaki e Hiroshima. En esta última ciudad, la ceremonia estuvo marcada por la asistencia del embajador estadounidense en Japón -la primera vez desde el bombardeo- y las promesas de Naoto Kan de no modificar la Constitución pacifista del país y de buscar la aprobación parlamentaria para que los tres principios no nucleares japoneses (no poseer, fabricar ni introducir en el país armas nucleares) se conviertan en ley.
Pocos días después, Kan pidió también perdón a Corea del Sur en vísperas del centenario de la anexión japonesa de la península (1910-1945). La disculpa, sin embargo, fue parcial; el primer ministro nipón evitó disculparse con Corea del Norte, lo que incendió de nuevo la retórica de Pyongyang. En cualquier caso, las disculpas de Japón se han seguido con más atención fuera que dentro del país, inmerso además en pleno exilio vacacional (el 15 de agosto se celebra Obón, la festividad en honor a los muertos).
En Seúl, el presidente Lee Myung Bak capitaneó, vistiendo un traje hanbok tradicional, la ceremonia que cada 15 de agosto celebra el día de la liberación. Lee afirmó que las disculpas de Japón constituyen un gran paso adelante, aunque insistiera, sin dar más detalles, en que "aún quedan cuestiones que tienen que ser resueltas". La ceremonia tuvo lugar frente a una de las puertas del palacio Gyeongbokgung, símbolo de la realeza Chosun, destruido parcialmente por los japoneses durante la ocupación.
Aunque ambos países normalizaron sus relaciones en 1965, muchos coreanos -especialmente los que por su edad padecieron la ocupación- albergan un gran resentimiento de cara al vecino. Miles fueron obligados por Japón a combatir en el frente, a realizar trabajos forzados o a servir como esclavas sexuales para las tropas imperiales y, por ello, consideran que Japón debe compensarles.
Por eso la Embajada de Japón en Seúl ha estado rodeada esta semana por un centenar de personas coreando consignas antiniponas y reclamando dichas compensaciones para las víctimas del colonialismo imperialista. Además, ayer mismo unos 150.000 cristianos (religión mayoritaria en Corea) se manifestaron en el centro de la capital para protestar por lo que los historiadores nipones llaman "el acuerdo de 1910", que supuestamente permitió a Japón apoderarse de toda la península.
El resentimiento antijaponés se pudo ver también en China, donde unas 300 personas se reunieron para recordar a las víctimas de la masacre de la ciudad china de Nankín. Aquí, el Ejército japonés no solo estableció a su infame unidad 1.644 (dedicada a la guerra bacteriológica y a la experimentación con humanos), también violó y masacró a cientos de miles de ciudadanos, incluyendo mujeres y niños. Las autoridades chinas suelen hablar de unas 300.000 víctimas, algo que es tildado de exageración por algunos políticos y ciudadanos japoneses, que hablan de 100.000. Los mismos que de vez en cuando reparten panfletos con estas consignas a las puertas del santuario de Yasukuni y que creen que las heridas de su vecino asiático están ya más que sanadas.
La práctica totalidad de los japoneses jamás había oído hablar al emperador Hirohito antes del 15 agosto de 1945, el día en que los transistores radiaron por primera vez su voz proclamando la rendición de Japón y de esta manera el final de la II Guerra Mundial. Ayer se cumplieron 65 años de ese día y buena parte de Asia oriental celebró con emoción un aniversario marcado por la voluntad japonesa de cerrar las heridas infligidas a sus vecinos hace ya más de medio siglo.
En Tokio, el primer ministro, Naoto Kan, y Akihito, actual emperador e hijo de Hirohito, pidieron perdón por el sufrimiento causado a la región durante la guerra. Lo hicieron en una ceremonia celebrada en el estadio Nippon Budokan para honrar la memoria de los más de tres millones de japoneses fallecidos en la guerra. Al acto acudieron unas 6.000 personas, muchos de ellos ancianos que aún recuerdan ese 15 de agosto en el que Hirohito les animó a "soportar lo insoportable".
"Hemos causado un gran daño y sufrimiento a muchas naciones durante la guerra, especialmente a los pueblos de Asia. Sentimos un profundo pesar y ofrecemos nuestras más sinceras condolencias a todos los que sufrieron y a sus familias", dijo el primer ministro en su discurso. "Siento, una vez más, una profunda tristeza por los muchos que perdieron sus preciosas vidas y por sus familias", manifestó Akihito tras presidir un minuto de silencio y hacer una solemne reverencia frente a los miles de crisantemos que se ofrendaron a los fallecidos.
Tanto Kan como los miembros de su Gabinete rompieron ayer también con una nefasta tradición y declinaron visitar el polémico santuario tokiota de Yasukuni, donde están canonizados muchos de "los caídos por Japón" desde finales del siglo XIX, lo que incluye también a varios criminales de guerra del Ejército imperialista. Como en anteriores años, sí realizaron la visita muchos integrantes del derechista Partido Liberal Demócrata, entre ellos su líder, Sadakazu Tanigaki, y el ex primer ministro Shinzo Abe. También asistieron al santuario los ultraderechistas Jean Marie Le Pen y Adam Walker, dirigentes del Frente Nacional francés y del Partido Nacional Británico, respectivamente.
Pese a estos polémicos tributos, la de ayer ha sido hasta la fecha una de las disculpas más sentidas de Japón, que hace apenas unos días conmemoraba los aniversarios de los bombardeos atómicos de Nagasaki e Hiroshima. En esta última ciudad, la ceremonia estuvo marcada por la asistencia del embajador estadounidense en Japón -la primera vez desde el bombardeo- y las promesas de Naoto Kan de no modificar la Constitución pacifista del país y de buscar la aprobación parlamentaria para que los tres principios no nucleares japoneses (no poseer, fabricar ni introducir en el país armas nucleares) se conviertan en ley.
Pocos días después, Kan pidió también perdón a Corea del Sur en vísperas del centenario de la anexión japonesa de la península (1910-1945). La disculpa, sin embargo, fue parcial; el primer ministro nipón evitó disculparse con Corea del Norte, lo que incendió de nuevo la retórica de Pyongyang. En cualquier caso, las disculpas de Japón se han seguido con más atención fuera que dentro del país, inmerso además en pleno exilio vacacional (el 15 de agosto se celebra Obón, la festividad en honor a los muertos).
En Seúl, el presidente Lee Myung Bak capitaneó, vistiendo un traje hanbok tradicional, la ceremonia que cada 15 de agosto celebra el día de la liberación. Lee afirmó que las disculpas de Japón constituyen un gran paso adelante, aunque insistiera, sin dar más detalles, en que "aún quedan cuestiones que tienen que ser resueltas". La ceremonia tuvo lugar frente a una de las puertas del palacio Gyeongbokgung, símbolo de la realeza Chosun, destruido parcialmente por los japoneses durante la ocupación.
Aunque ambos países normalizaron sus relaciones en 1965, muchos coreanos -especialmente los que por su edad padecieron la ocupación- albergan un gran resentimiento de cara al vecino. Miles fueron obligados por Japón a combatir en el frente, a realizar trabajos forzados o a servir como esclavas sexuales para las tropas imperiales y, por ello, consideran que Japón debe compensarles.
Por eso la Embajada de Japón en Seúl ha estado rodeada esta semana por un centenar de personas coreando consignas antiniponas y reclamando dichas compensaciones para las víctimas del colonialismo imperialista. Además, ayer mismo unos 150.000 cristianos (religión mayoritaria en Corea) se manifestaron en el centro de la capital para protestar por lo que los historiadores nipones llaman "el acuerdo de 1910", que supuestamente permitió a Japón apoderarse de toda la península.
El resentimiento antijaponés se pudo ver también en China, donde unas 300 personas se reunieron para recordar a las víctimas de la masacre de la ciudad china de Nankín. Aquí, el Ejército japonés no solo estableció a su infame unidad 1.644 (dedicada a la guerra bacteriológica y a la experimentación con humanos), también violó y masacró a cientos de miles de ciudadanos, incluyendo mujeres y niños. Las autoridades chinas suelen hablar de unas 300.000 víctimas, algo que es tildado de exageración por algunos políticos y ciudadanos japoneses, que hablan de 100.000. Los mismos que de vez en cuando reparten panfletos con estas consignas a las puertas del santuario de Yasukuni y que creen que las heridas de su vecino asiático están ya más que sanadas.