Análisis: La anemia ofensiva de Wilstermann

José Vladimir Nogales
Entre todos los males que padece Wilstermann (el pobre funcionamiento colectivo, el bajón de varias individualidades y esta racha de lesiones y sanciones que viene erosionando tanto su caudal futbolero como anímico), hay uno, la anemia ofensiva, que está directamente relacionada con los números de la tabla. Y esos números son, ciertamente, preocupantes. Entonces, la falta de gol en general, y la sequía de los delanteros en particular, emerge como una auténtica Cuestión de Estado en un Wilstermann que, lejos de defender la corona de campeón, paradójicamente intenta salir de la zona de descenso.

El domingo, tras el 0-1 con Blooming (tercera caída en casa y tercer juego sin anotar en cinco jornadas), quedó claro que la falta de gol constituye, más que un mal en sí mismo, un síntoma de una enfermedad más seria: la pobreza de un juego ofensivo incapaz de generar situaciones susceptibles de concreción.

Asumida la necesidad de hacer goles para aliviar con triunfos su deprimente promedio, Wilstermann ensayó disímiles maniobras (no es posible etiquetarlas como fórmulas) para vulnerar a Jemio: cualquiera le pegaba desde cualquier lado, muchas veces con apresuramiento y sin ninguna precisión. Hasta Jair Torrico veía una pelota y le apuntaba al golero desde fuera del área. ¿Y? Nada: el 1 de Blooming se fue a dormir con el cero clavado en su arco.

GOLES SE BUSCAN

En definitiva, a este Wilstermann de hoy le cuesta traducir en situaciones concretas la cantidad de tiempo (estéril) que controla el balón. Le hizo uno a San José (Candia de cabeza) y uno a Universitario (Andrada de tiro libre), ambos de pelota parada. Dadas las carencias técnicas contextuales, la concepción de maniobras ofensivas potencialmente fructíferas involucra tal grado de dificultad que la probabilidad de triunfo resulta minúscula, escasamente diferente de cero. El domingo, por ejemplo, no anotó porque directamente le llegó poco y nada a Blooming. Anoche, ante Ciclón (ya es bastante bochronoso que el campeón pierda ante un equipo de segunda), tampoco hizo goles, pese a la satisfacción de su técnico.

Tan torcida viene la mano para los delanteros que ni de despilfarro podría acusárseles. Nunca quedan de cara al gol, nunca disfrutan de una situación en la que solo cabe apuntar y percutar. Al ser dependientes de la producción de los generadores, son víctimas directas de las deficiencias del proceso. Como no son hombres con capacidad de desequilibrio individual, están subordinados al alimento que se les provee. Si el suministro falla, no existen. Peor aún si, como el argentino Lenci, buscan excusar con burdas teatralizaciones sus evidentes limitaciones. Y Sossa, de tóxica nulidad, sustrae al juego una magnitud superior a la que, por presencia intrínseca (ayudar a sumar once integrantes), contribuye.

A Wilstermann no sólo le angustia lo raquítico de su promedio y que Guabirá derrote con claridad a aquellos que vencieron en el Capriles (Bolívar y San José): también lo pone mal que, por ejemplo, se fue el cuestionado Nicolás Raimondi y que sus reemplazantes hagan lo imposible para que se lo extrañe. O que se sancione a Jehanamed Castedo (quien aportó mucho en las escasas oportunidades que disfrutó) por una consigna disciplinaria que no es aplicable a otros, cometiendo infracciones más serias. O que la dirigencia optase por no fichar ningún delantero más, muy a pesar del riesgo que supone disponer de sólo dos y que, para colmo, Sossa no esté en su nivel, ni físico ni futbolístico, y que Lenci llegara directamente contratado (una de las típicas aberraciones de la administración López) sin que se evaluasen mínimamente sus condiciones.

Enseguida la realidad de los números se encolumnó detrás de otra realidad, la del juego de este campeón deshilachado. Y Wilstermann, con solo Lenci en el ataque, cayó 0-1 con Bolívar. Con Sossa (ante la tonta expulsión del argentino), el equipo de Villegas igualó (sin goles) en su visita a Mamoré y en la tercera fecha (con Lenci y Sossa en la alineación) perdió de local 1-3 con San José. Pareció recuperarse en la cuarta fecha frente a Universitario, igulando a un gol con nueve hombres. Todos se ilusionaron, pero no. La vida de Wilstermann sigue llena de problemas. Y la anemia ofensiva tiene mucho que ver.

SIN GENERACIÓN

Quedó dicho que la falta de gol está indisolublemente vinculada al déficit en el juego, al evidente fracaso colectivo en el generación de jugadas. ¿Dónde estriban las razones de tamaña deficiencia? Si bien la cantidad de bajas ha mermado la capacidad operativa del equipo, la batería de soluciones elegidas por Villegas apenas incidió en la buscada recuperación, acentuando los desperfectos. El técnico creyó que con el ingreso de Olivares, más Salaberry y Andrada, iba a conseguir mayor peso de ataque que con Picciolo entre los volantes. Y por eso el “Cucharón” se ubicó por la derecha. Como no rindió por ese sector (más allá de una caótica ubicuidad), se supone que por razones de perfil técnico, el equipo se quedó sin luces en la elaboración, mucho más cuando Salaberry se disfrazó de atacante y deslindó sus responsabilidades en la generación.

Y como Villegas prescinde de soluciones lógicas (colocar a sus hombres en posiciones habituales) para tapar agujeros, se convierte en un activo socio de la improvisación. Y cuando le trastabilla el planteo (porque se altera la normalidad), se confunde apostando a las posiciones más que a los conceptos, Wilstermann se parece más a un equipo ordinario que a un conjunto armónico y desequilibrante. ¿Para qué ubicar a Amilcar Sánchez de lateral si Medina está disponible? ¿De qué sirve forzar a Olivares como volante cuando puede ser más eficiente en defensa? ¿Qué razón lleva a sacrificar a Chistian Vargas como defensa central, sacándolo de donde es más útil (lateral) y ubicar ahí al impresentable Jair Torrico? Además de que casi ninguno rindió fuera de su posición, los circuitos quedaron desmantelados, consecuentemente la capacidad asociativa quedó severamente afectada. Entonces, inmersos en un dilema psicológico, nerviosos, los jugadores hacen la suya . Una fórmula muy inestable. Porque se vio que los futbolistas puede hacer una gran jugada como cometer la macana más infantil.

Wilstermann juega sin líderes en la cancha . No hay un futbolista que sea el patrón del equipo, que lo ordene cuando se descontrola ante la adversidad. Se desespera y no hay uno mantenga la noción para lograr cierto equilibrio.

El equipo de Villegas no puede armar el circuito de juego en ningún momento. Lo que quiere decir que no tiene fútbol. Frente a Blooming estuvo vacío. Los encuentros fueron demasiado fugaces. Poco consistentes. Un rato de Picciolo en el segundo tiempo, algún intento de Melgar por juntarse con sus compañeros, chispazos de Andrada, poco peso de Salaberry y casi nada de Lenci. Uno de los pocos que mantuvo su nivel fue Veizaga. Y se sabe que el volante no está precisamente para la tarea creativa sino para recuperar y entregar la pelota con la mayor precisión posible.

Por tanto, a falta de circuitos, de una propensión asociativa para ofrecer, a quien tiene la pelota, distintas opciones de descarga, Wilstermann ejecuta el juego de la urgencia. La de correr en lugar de pensar. La de poner fervor a cambio de inteligencia. Así, cuesta generar juego y sin él los goles son una utopía.

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