Un gol del viejo periodismo

Lluis Bassets, El País
Nadie celebra los goles del adversario. La Casa Blanca de Barack Obama acaba de sufrir un serio revés de consecuencias todavía no calibradas de manos de un portal de Internet hasta ahora poco conocido del gran público, que ha desafiado los numerosos y severos controles sobre los documentos militares del Pentágono y ha colgado en la red más de 90.000 comunicaciones internas de los ejércitos de Estados Unidos en Afganistán. El presidente y sus portavoces han minimizado el enorme roto que significa para el prestigio y la seguridad de los militares y servicios de inteligencia norteamericanos, repitiendo la obviedad de que nada de lo revelado en esta vastísima documentación era desconocido.

Aunque cada uno de los documentos no aporte novedades sobre acciones y situaciones ya sabidas, el conjunto constituye una prueba acumulativa sobre la pésima situación en Afganistán, las numerosas bajas civiles, la efectividad y equipamiento de los talibanes y el ya sabido doble juego de los servicios secretos paquistaníes, que con una mano cooperan con Washington y con la otra compadrean con los talibanes. Su publicación es un golpe propagandístico en contra de la presencia americana y occidental en Afganistán, que percute sobre un calendario en el que Obama ya había señalado la fecha de 2011 para empezar el repliegue. Por más que el presidente asegure que los documentos son el material que confirma la necesidad del cambio de estrategia que se realizó el pasado diciembre, fecha hasta la que alcanzan los documentos filtrados, será difícil que su difusión no contribuya a la impopularidad de la presencia aliada en el país afgano.

La revelación es en todo caso un hecho insólito, que tiene difícil parangón en cuanto a contenidos y calibre con los tan invocados Papeles del Pentágono. El voluminoso informe secreto sobre la guerra de Vietnam, de 7.000 páginas, filtrado en 1971 al New York Times por Daniel Elsberg, funcionario entonces del Departamento de Defensa, era un trabajo encargado por el propio titular de la cartera, Robert McNamara, en el que quedaba probado "el comportamiento inconstitucional de varios presidentes". Los 91.000 wikileaks son la mayor colección de mensajes militares internos jamás publicada sobre una guerra, que abre un nuevo capítulo sobre el acceso a la información militar, obligará a los profesionales a replantearse cuestiones cruciales de sus sistemas de comunicación y ofrece una documentación valiosísima ahora para los periodistas y en el futuro para los historiadores.

Papeles del Pentágono y wikileaks de Afganistán tienen en común su enorme volumen, su efecto sobre la percepción pública de dos largas guerras en las que está involucrado EE UU y la reapertura del apasionante y necesario debate sobre la libertad de información y el papel de los medios en la preservación de la transparencia en una sociedad democrática. Ahora, como entonces, junto a quienes minimizan los contenidos de la filtración surgen las voces que invocan la seguridad para perseguir a los filtradores e imponer nuevos sistemas de limitación a la información.

Pero la gran diferencia es que hace 40 años fue un periódico impreso quien recogió las rentas de prestigio y ahora es en cambio un portal digital, Wikileaks, quien ha convertido la publicación en una formidable operación de relaciones públicas. Wikileaks ha sabido jugar, además, en dos tableros. De una parte, como en sus muchas filtraciones anteriores, ha funcionado en la línea de los wikis, es decir, portales informativos nutridos por las aportaciones del público o crowdsourcing. Pero de la otra, ha utilizado a tres grandes medios de comunicación de prestigio en los tres países políticamente de mayor peso e influencia para convertir su acción en un golpe informativo de primera magnitud. Con este doble camino, aparentemente contradictorio, ha reafirmado las virtudes de la web 2.0, que pone los contenidos de la información en manos del público o si se quiere de la demanda, convertida en fuerza de tracción y de organización de los medios, pero, a la vez, ha valorizado al viejo periodismo clásico de oferta, en cuyas manos ha dejado la tarea de jerarquizar, analizar y transmitir al gran público.

En su golpe ha demostrado que ambos caminos no tienen por qué ser contradictorios. Wikileaks ha realizado la tarea más sucia de recibir los documentos y colgarlos en bruto de un portal que por el momento se halla legalmente protegido gracias a su ubicación en Islandia y con servidores también en países a cubierto de acciones internacionales. Pero han sido los periódicos de prestigio quienes han aportado el sello de garantía y la credibilidad de la comprobación. La Casa Blanca no puede celebrar el gol, pero como en 1971 sí lo debe celebrar también el viejo periodismo.

Entradas populares