"Se sabe que sos homosexual, pero de eso no se habla"
Alejandro Rebossio, Buenos Aires, El País
Marcelo Márquez es gay y profesor de Teología en Argentina. Tiene 41 años y se acuerda de que cuando era adolescente en su escuela o en su barrio de Buenos Aires lo tachaban de "puto" por sus rasgos afeminados. "No me tomaban en serio", relata.
"Había que sobreponerse al estigma social de que vales menos porque te gusta la gente del mismo sexo", confiesa Marcelo. "Yo canalicé todo aquello por mi lucidez mental. Soy profesor de Filosofía y Teología", cuenta quien hasta el año pasado enseñaba en institutos de la diócesis de Quilmes (suburbio del sur de la capital argentina), donde no exponía abiertamente su homosexualidad, y que ahora trabaja como bibliotecario del Instituto Nacional contra la Discriminación.
En cambio, Mónica Ferrari, lesbiana, cuenta que, como tiene 29 años, pertenece "a una generación que no sufrió como las de antes" por su orientación sexual. "Además, la sociedad de Buenos Aires, donde vivo, es un poco más abierta que en las de provincias", cuenta esta emprendedora que ha puesto un estudio de diseño y fotografía con su pareja, con la que convive desde hace dos años y con la que prevé casarse.
Todo un reto
Los gays, las lesbianas y los transexuales de Argentina podrán contraer matrimonio con personas del mismo sexo a partir de la ley sancionada en la madrugada del jueves, pero la discriminación social, sobre todo fuera de los grandes centros urbanos y en las regiones más pobres, aún supone un reto. "La sociedad argentina urbana ya había incorporado antes de esta ley cierta aceptación de la homosexualidad en términos de tolerancia -cuenta Marcelo-. Nos veían como gente buena, trabajadora, aunque no sabían mucho de nosotros. Hay sectores más o menos conservadores: unos que ven la homosexualidad como pecado y otros, más tolerantes. En Buenos Aires, el nivel de tolerancia y respeto es bueno, pero la ley nos pone en un lugar de respeto y dignidad que no se reconocía. No somos más la mariquita para reírse de ella en los programas de televisión".
Marcelo cuenta que en su vida adulta aprendió a "convivir" con su realidad. "Se da esta forma de esquizofrenia. Se sabe que sos homosexual, pero de eso no se habla. En el trabajo cada uno cuenta qué hizo el fin de semana: que uno estuvo con varias mujeres, que la otra con su mujer, pero no cuentas que fuiste a bailar a Amérika (discoteca gay de Buenos Aires). Yo nunca fui discriminado en el trabajo, pero veo discriminación cuando la hinchada del Boca canta que los del San Lorenzo son 'todos putos', cuando la escucho en los medios de comunicación o cuando fui a Tucumán a una audiencia de debate sobre el proyecto de ley de matrimonio igualitario, donde algunos expositores dijeron que éramos lacras, enfermos psiquiátricos, basura, propensos a las drogas y la pedofilia. Fuera de los centros urbanos, en pueblos o barrios del conurbano bonaerense (periferia de la capital), es fortísima la discriminación", asegura Marcelo.
Y continúa: "Hace poco estuve en Villa María (provincia de Córdoba) y nos llamaron porque la policía había metido presos a dos travestis y los habían manguereado con agua fría. O empezó a formarse un movimiento de gays y lesbianas en el conurbano y nos decían a los de la Capital Federal que no se sentían identificados con nosotros. Ellos sufren una doble discriminación, porque además son pobres: no tienen acceso a la educación, a la salud, al trabajo. Un transexual no puede terminar el secundario porque lo echan de su casa y se va a vivir con sus pares", relata Marcelo, que está en pareja hace cuatro años, quiere casarse y de momento no planea adoptar hijos. "Pero no lo veo como una mala idea".
Una marca de turismo gay
Mónica no ve discriminación en las calles de la capital argentina, que se ha convertido en una meca del turismo gay en los últimos años. "Tuve mis problemas de adolescente, cuando no me asumía como lesbiana y pensaba qué pensaría mi familia. A alguna parte de mi familia le costó asumirlo. Pero no es lo mismo en todas las provincias. Hay chicos echados de sus casas o que no pueden vivir como lo sienten y entonces migran muchos a Buenos Aires."
Mónica tampoco prevé tener hijos en lo inmediato, pero está en sus planes. "Conocemos una pareja de lesbianas en la que una de ellas está a punto de ser madre por inseminación artificial y ahora podrán escribir al bebé a nombre de las dos. Conocemos a un adulto mayor ingresado en un hospital y cuya familia le impedía a su pareja gay ir a visitarlo. Pero yo me manejo en un ámbito de no discriminación. En mis primeros trabajos no decía que era lesbiana, pero ahora lo digo en todos lados."
Marcelo Márquez es gay y profesor de Teología en Argentina. Tiene 41 años y se acuerda de que cuando era adolescente en su escuela o en su barrio de Buenos Aires lo tachaban de "puto" por sus rasgos afeminados. "No me tomaban en serio", relata.
"Había que sobreponerse al estigma social de que vales menos porque te gusta la gente del mismo sexo", confiesa Marcelo. "Yo canalicé todo aquello por mi lucidez mental. Soy profesor de Filosofía y Teología", cuenta quien hasta el año pasado enseñaba en institutos de la diócesis de Quilmes (suburbio del sur de la capital argentina), donde no exponía abiertamente su homosexualidad, y que ahora trabaja como bibliotecario del Instituto Nacional contra la Discriminación.
En cambio, Mónica Ferrari, lesbiana, cuenta que, como tiene 29 años, pertenece "a una generación que no sufrió como las de antes" por su orientación sexual. "Además, la sociedad de Buenos Aires, donde vivo, es un poco más abierta que en las de provincias", cuenta esta emprendedora que ha puesto un estudio de diseño y fotografía con su pareja, con la que convive desde hace dos años y con la que prevé casarse.
Todo un reto
Los gays, las lesbianas y los transexuales de Argentina podrán contraer matrimonio con personas del mismo sexo a partir de la ley sancionada en la madrugada del jueves, pero la discriminación social, sobre todo fuera de los grandes centros urbanos y en las regiones más pobres, aún supone un reto. "La sociedad argentina urbana ya había incorporado antes de esta ley cierta aceptación de la homosexualidad en términos de tolerancia -cuenta Marcelo-. Nos veían como gente buena, trabajadora, aunque no sabían mucho de nosotros. Hay sectores más o menos conservadores: unos que ven la homosexualidad como pecado y otros, más tolerantes. En Buenos Aires, el nivel de tolerancia y respeto es bueno, pero la ley nos pone en un lugar de respeto y dignidad que no se reconocía. No somos más la mariquita para reírse de ella en los programas de televisión".
Marcelo cuenta que en su vida adulta aprendió a "convivir" con su realidad. "Se da esta forma de esquizofrenia. Se sabe que sos homosexual, pero de eso no se habla. En el trabajo cada uno cuenta qué hizo el fin de semana: que uno estuvo con varias mujeres, que la otra con su mujer, pero no cuentas que fuiste a bailar a Amérika (discoteca gay de Buenos Aires). Yo nunca fui discriminado en el trabajo, pero veo discriminación cuando la hinchada del Boca canta que los del San Lorenzo son 'todos putos', cuando la escucho en los medios de comunicación o cuando fui a Tucumán a una audiencia de debate sobre el proyecto de ley de matrimonio igualitario, donde algunos expositores dijeron que éramos lacras, enfermos psiquiátricos, basura, propensos a las drogas y la pedofilia. Fuera de los centros urbanos, en pueblos o barrios del conurbano bonaerense (periferia de la capital), es fortísima la discriminación", asegura Marcelo.
Y continúa: "Hace poco estuve en Villa María (provincia de Córdoba) y nos llamaron porque la policía había metido presos a dos travestis y los habían manguereado con agua fría. O empezó a formarse un movimiento de gays y lesbianas en el conurbano y nos decían a los de la Capital Federal que no se sentían identificados con nosotros. Ellos sufren una doble discriminación, porque además son pobres: no tienen acceso a la educación, a la salud, al trabajo. Un transexual no puede terminar el secundario porque lo echan de su casa y se va a vivir con sus pares", relata Marcelo, que está en pareja hace cuatro años, quiere casarse y de momento no planea adoptar hijos. "Pero no lo veo como una mala idea".
Una marca de turismo gay
Mónica no ve discriminación en las calles de la capital argentina, que se ha convertido en una meca del turismo gay en los últimos años. "Tuve mis problemas de adolescente, cuando no me asumía como lesbiana y pensaba qué pensaría mi familia. A alguna parte de mi familia le costó asumirlo. Pero no es lo mismo en todas las provincias. Hay chicos echados de sus casas o que no pueden vivir como lo sienten y entonces migran muchos a Buenos Aires."
Mónica tampoco prevé tener hijos en lo inmediato, pero está en sus planes. "Conocemos una pareja de lesbianas en la que una de ellas está a punto de ser madre por inseminación artificial y ahora podrán escribir al bebé a nombre de las dos. Conocemos a un adulto mayor ingresado en un hospital y cuya familia le impedía a su pareja gay ir a visitarlo. Pero yo me manejo en un ámbito de no discriminación. En mis primeros trabajos no decía que era lesbiana, pero ahora lo digo en todos lados."