México frena el resurgimiento del PRI
Pablo Ordaz, México, El País
De los 12 Gobiernos regionales que estaban en juego el domingo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ganó nueve. ¿Victoria aplastante? No: fracaso sonado. El viejo partido que fue hegemónico en México desde 1929 hasta el año 2000 tenía previsto —y lo venía anunciando a bombo y platillo— ganar los 12 Gobiernos estatales y emprender así su triunfal camino de retorno a la presidencia de la República en 2012. No era ilusorio pensarlo. El PRI tenía enfrente a una derecha cada vez más debilitada por el fracaso del presidente Felipe Calderón en su guerra contra el crimen y a una izquierda dividida en mil pedazos. Pero tanto el PAN —la derecha— como el PRD —la izquierda— hicieron de la debilidad virtud. Se unieron en un extraño pacto de conveniencia y lograron arrancarle al PRI tres de sus Gobiernos emblemáticos, Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde venía gobernando, y no con los mejores modos, desde hacía 80 años. México decidió frenar con los votos el triunfal regreso del PRI al poder federal.
Durante la contienda electoral, los ciudadanos se portaron tan bien como mal los políticos. A pesar del clima de miedo provocado por el reciente asesinato en Tamaulipas del candidato del PRI —en una advertencia clara del narcotráfico hacia la política—, los ciudadanos salieron a votar y lo hicieron de forma cívica. Los políticos, en cambio, recurrieron a las viejas trampas de siempre para fastidiar al adversario: desvío de fondos públicos en beneficio de sus candidatos, escuchas ilegales, acarreo de votantes, coacción en los lugares de votación, utilización de las encuestas como armas arrojadizas... Y, aun así, la derrota de viejos caudillos locales —como Ulises Ruiz en Oaxaca o Mario Marín en Puebla— demostró que la democracia, aunque lentamente, sigue abriéndose paso en México. De ahí que, más que por el número de gobiernos ganados o perdidos, la importancia de las elecciones del domingo hay que analizarla en virtud de otros parámetros.
El más importante es el de la política de alianzas, incluso de alianzas contra natura, como definió el PRI el acuerdo entre derecha e izquierda para concurrir juntos a las elecciones. Diez años después de perder el poder federal que ostentó durante siete décadas, el PRI sigue sin tener un contendiente de su altura. La derecha del PAN, muy debilitada por la acción de Gobierno, y la izquierda del PRD, aún sin reponerse de la traumática derrota del 2006, no pueden por sí solas toserle al viejo partido. Pero, en cambio, sí pueden hacerle mucho daño si deciden aliarse. Un buen ejemplo es el del domingo: la alianza de izquierda y derecha ganó en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Es decir, donde fueron juntas. Y perdieron en Zacatecas, Tlaxcala y Veracruz. O lo que es lo mismo, donde fueron separadas. Los resultados dicen que si, en estos tres últimos Estados, izquierda y derecha también hubieran ido juntas, el PRI estaría ahora mismo nocaut y en la lona.
De ahí que, ayer mismo, Jesús Ortega, el líder del PRD, propusiera a César Nava, el presidente del PAN, competir juntos el próximo año por el Estado de México, cuyo actual gobernador es el televisivo Enrique Peña Nieto, uno de los precandidatos del PRI a pugnar por la presidencia de la República en 2012. Porque otro de los parámetros —además de los estrictamente locales— para analizar las elecciones del domingo tiene que ver con quién gana o pierde dentro de sus respectivos partidos. En el partido del Gobierno, gana sin duda César Nava, que apostó por las alianzas, y pierde con estrépito el actual secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, que llegó a darse de baja en el partido. En la izquierda ganan Jesús Ortega y Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno de la ciudad de México y uno de los posibles candidatos a presidente, y vuelve a quedar en mal lugar el ex candidato Andrés Manuel López Obrador, contrario al pacto.
Y aún son posibles más sorpresas. A última hora de la tarde de ayer todavía estaba pendiente el escrutinio definitivo en varios Estados. Según el presidente del PAN, "Aguascalientes, Hidalgo, Durango y Veracruz aún no tienen un claro ganador". Los cuatro Estados están por el momento en manos del PRI, pero la diferencia es muy corta y el escrutinio aún no se ha cerrado.
Otro parámetro, como no podía ser de otra manera, es el de la violencia. ¿De qué manera ha influido en las elecciones? La buena noticia es que el crimen organizado no fue noticia el 4 de julio. Los fusiles de alto poder no consiguieron amedrentar a los ciudadanos, que acudieron a votar bajo la atenta mirada, eso sí, de policías y militares. En Tamaulipas ganó el PRI, que presentó para gobernador al hermano de su candidato asesinado el lunes pasado. Y en otros dos de los Estados más violentos del país —Chihuahua y Durango— también tienen ventaja los priistas, lo que da pie a preguntarse si los ciudadanos sólo hacen responsable al presidente Felipe Calderón de la situación de violencia que vive México...
De los 12 Gobiernos regionales que estaban en juego el domingo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ganó nueve. ¿Victoria aplastante? No: fracaso sonado. El viejo partido que fue hegemónico en México desde 1929 hasta el año 2000 tenía previsto —y lo venía anunciando a bombo y platillo— ganar los 12 Gobiernos estatales y emprender así su triunfal camino de retorno a la presidencia de la República en 2012. No era ilusorio pensarlo. El PRI tenía enfrente a una derecha cada vez más debilitada por el fracaso del presidente Felipe Calderón en su guerra contra el crimen y a una izquierda dividida en mil pedazos. Pero tanto el PAN —la derecha— como el PRD —la izquierda— hicieron de la debilidad virtud. Se unieron en un extraño pacto de conveniencia y lograron arrancarle al PRI tres de sus Gobiernos emblemáticos, Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde venía gobernando, y no con los mejores modos, desde hacía 80 años. México decidió frenar con los votos el triunfal regreso del PRI al poder federal.
Durante la contienda electoral, los ciudadanos se portaron tan bien como mal los políticos. A pesar del clima de miedo provocado por el reciente asesinato en Tamaulipas del candidato del PRI —en una advertencia clara del narcotráfico hacia la política—, los ciudadanos salieron a votar y lo hicieron de forma cívica. Los políticos, en cambio, recurrieron a las viejas trampas de siempre para fastidiar al adversario: desvío de fondos públicos en beneficio de sus candidatos, escuchas ilegales, acarreo de votantes, coacción en los lugares de votación, utilización de las encuestas como armas arrojadizas... Y, aun así, la derrota de viejos caudillos locales —como Ulises Ruiz en Oaxaca o Mario Marín en Puebla— demostró que la democracia, aunque lentamente, sigue abriéndose paso en México. De ahí que, más que por el número de gobiernos ganados o perdidos, la importancia de las elecciones del domingo hay que analizarla en virtud de otros parámetros.
El más importante es el de la política de alianzas, incluso de alianzas contra natura, como definió el PRI el acuerdo entre derecha e izquierda para concurrir juntos a las elecciones. Diez años después de perder el poder federal que ostentó durante siete décadas, el PRI sigue sin tener un contendiente de su altura. La derecha del PAN, muy debilitada por la acción de Gobierno, y la izquierda del PRD, aún sin reponerse de la traumática derrota del 2006, no pueden por sí solas toserle al viejo partido. Pero, en cambio, sí pueden hacerle mucho daño si deciden aliarse. Un buen ejemplo es el del domingo: la alianza de izquierda y derecha ganó en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Es decir, donde fueron juntas. Y perdieron en Zacatecas, Tlaxcala y Veracruz. O lo que es lo mismo, donde fueron separadas. Los resultados dicen que si, en estos tres últimos Estados, izquierda y derecha también hubieran ido juntas, el PRI estaría ahora mismo nocaut y en la lona.
De ahí que, ayer mismo, Jesús Ortega, el líder del PRD, propusiera a César Nava, el presidente del PAN, competir juntos el próximo año por el Estado de México, cuyo actual gobernador es el televisivo Enrique Peña Nieto, uno de los precandidatos del PRI a pugnar por la presidencia de la República en 2012. Porque otro de los parámetros —además de los estrictamente locales— para analizar las elecciones del domingo tiene que ver con quién gana o pierde dentro de sus respectivos partidos. En el partido del Gobierno, gana sin duda César Nava, que apostó por las alianzas, y pierde con estrépito el actual secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, que llegó a darse de baja en el partido. En la izquierda ganan Jesús Ortega y Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno de la ciudad de México y uno de los posibles candidatos a presidente, y vuelve a quedar en mal lugar el ex candidato Andrés Manuel López Obrador, contrario al pacto.
Y aún son posibles más sorpresas. A última hora de la tarde de ayer todavía estaba pendiente el escrutinio definitivo en varios Estados. Según el presidente del PAN, "Aguascalientes, Hidalgo, Durango y Veracruz aún no tienen un claro ganador". Los cuatro Estados están por el momento en manos del PRI, pero la diferencia es muy corta y el escrutinio aún no se ha cerrado.
Otro parámetro, como no podía ser de otra manera, es el de la violencia. ¿De qué manera ha influido en las elecciones? La buena noticia es que el crimen organizado no fue noticia el 4 de julio. Los fusiles de alto poder no consiguieron amedrentar a los ciudadanos, que acudieron a votar bajo la atenta mirada, eso sí, de policías y militares. En Tamaulipas ganó el PRI, que presentó para gobernador al hermano de su candidato asesinado el lunes pasado. Y en otros dos de los Estados más violentos del país —Chihuahua y Durango— también tienen ventaja los priistas, lo que da pie a preguntarse si los ciudadanos sólo hacen responsable al presidente Felipe Calderón de la situación de violencia que vive México...